Recomiendo:
0

Alas cortadas

Fuentes: Rebelión

¡Qué tristeza! También les quieren cortar las alas a las aves migratorias, portadoras sin saberlo de la gripe aviar, del endemoniado virus H5N1. Pretenden que olviden su sueño volador, su filosofía vital. O quizás les pidan el santo y seña si surcan los cielos europeos, si cruzan sin papeles la frontera celestial norte-sur, este-oeste, paseando […]

¡Qué tristeza! También les quieren cortar las alas a las aves migratorias, portadoras sin saberlo de la gripe aviar, del endemoniado virus H5N1. Pretenden que olviden su sueño volador, su filosofía vital. O quizás les pidan el santo y seña si surcan los cielos europeos, si cruzan sin papeles la frontera celestial norte-sur, este-oeste, paseando su atrevimiento por las rutas transoceánicas de este mundo globalizado, en el que sólo el dinero viaja ligero y libre. Tal vez nuestras autoridades sanitarias aposten francotiradores en cada azotea o ático con buenas vistas, en cada campanario antaño refugio de cigüeñas; mercenarios de la salud pública que acaben higiénicamente con las más rebeldes.

Se trata de acotar sus tránsitos, sus humedales de avituallamiento, sus mapas y geografías habituales, sus rutas en antigua libertad, para que ninguna de estas aves, con su plumaje inofensivo, pero tan venenosas en su dolor, pueda recalar en nuestra cuadrícula de bienestar. Para que ninguna se relacione, ni se roce a menos de diez kilómetros de nuestras aves de corral, habituadas a vivir entre rejas, cacareando letanías, con las alas cortadas, y poniendo huevos que ahora no sabemos si comer crudos, cocidos o escalfados.

Que se olviden los colombófilos de echar al vuelo las palomas mensajeras. Ya pasó de moda y está prohibido. Con internet y sus chat analfabéticos nos basta y nos sobra en materia de comunicación. Que solucionen su nostalgia romanticona con mensajes en botellas arrojadas al mar de destino anónimo; y que la paloma blanca de la paz renuncie a su hipocresía, a sus revoloteos de mera exhibición, y se quede posada y quieta de una vez, en tanto no cambie la realidad de las cosas.

Que no vuelen los pájaros. Que se detenga el aire. Que no se mueva ni una hoja. Que no despeguen los aviones. Que respiremos lo justo. Todo sea por evitar lo inevitable: la transmisión de la gripe aviar.

Pero qué ignorancia la de estas aves viajeras. Acaso no saben que hay fronteras en la Europa sin fronteras, y que somos contados los que tenemos derecho a disfrutar de las saludables ventajas del primer mundo. Cómo se les antoja no quedarse en África, Latinoamérica o Asia, donde son bienvenidas todas las pandemias. Total, allí da igual un cadáver más o menos, porque la muerte es el centro comercial más visitado.

Y ya puestos, por qué no inmovilizar completamente a los africanos, acotar sus pasos, para que se conformen y echen raíces en su aridez, en sus males y guerras, en su pobreza, en su hambre y su sed anulatorias; para que no se empeñen, dejándose literalmente la piel, en saltar las alambradas y los muros cada vez más altos y resbaladizos que los separan de nosotros. Ampliar los fosos. Las fronteras que dividen la vida de la muerte. La riqueza de la pobreza. La salud de la enfermedad. Como un matrimonio mal avenido que parte y reparte sin justicia y sin piedad.

Conseguiremos así por fin acorazar nuestra fortaleza, nuestras mezquinas alegrías, blindar corazón y cuerpo provistos de nuestros botiquines individuales. Limitar el virus de la miseria, aislarlo para evitar su tenaz propagación, como mínimo a diez kilómetros de nuestras casas, igual que domésticas aves de corral que se imaginan fuera de peligro, aletargadas en su embobamiento, en su quebradiza seguridad, en sus rutinas. Para que los pobres no nos contagien con sus tristezas, para que no nos contaminen calles, plazas y jardines. Para que la enfermedad, el hambre y la muerte queden excluidos definitivamente de nuestros itinerarios cotidianos.

Cortar el aire, trocear el cielo, parcelar el planeta, instalar redes gigantescas en el mar, impermeabilizar las fronteras, tapar la injusticia con capas de tipex en las agendas diarias de los gobiernos, ahogar el dolor sólo para no oírlo, esconder bajo la cama la abrumadora desolación del mundo. Cómo si se pudiera evitar la huida desesperada del que no tiene nada que perder, la lucha del ser humano por sobrevivir, por escapar de una muerte temprana. La libertad de estar vivo. De vivir mejor. Frenar el vuelo de las aves.