Que nuestro país ha producido grandes mujeres lo confirma Alba Calderón de Gil, o Albita, como la llamaban cariñosamente sus Camaradas. «¡Vamos!», decía, y esa sola palabra era más rica en contenido que su significado; ordenaba, «cumple tu deber de revolucionario», pero al mismo tiempo era una especie de súplica querendona, «en tus manos está […]
Que nuestro país ha producido grandes mujeres lo confirma Alba Calderón de Gil, o Albita, como la llamaban cariñosamente sus Camaradas. «¡Vamos!», decía, y esa sola palabra era más rica en contenido que su significado; ordenaba, «cumple tu deber de revolucionario», pero al mismo tiempo era una especie de súplica querendona, «en tus manos está el futuro, no desperdicies la oportunidad de servir a una causa justa.» Y los jóvenes la acompañaban al local del Partido Comunista del Ecuador, PCE, a recoger y repartir el material de propaganda, hojas volantes que exhortaban a la solidaridad con el proletariado. El grupo se dirigía a la zona obrera de la ciudad a difundir las proclamas bellamente redactadas por el Secretario General del PCE de Guayaquil, Enrique Gil Gilbert, gran literato y esposo de Albita. Así, el trabajador se enteraba de lo que acontecía en otros lugares, donde la situación laboral, similar a la de ellos, les había obligado a iniciar una huelga.
En ese entonces, en 1960, las leyes existían únicamente en el papel y las conquistas sociales, plasmadas en el Código del Trabajo decretado el 5 de agosto de 1938, eran cumplidas por muy pocos empresarios honestos. En general, el obrero ganaba poco y laboraba mucho, más de las 8 horas diarias, que estipulaba el código del trabajo, en ocasiones, desde las primeras horas de la mañana hasta cerca de la media noche; para el Seguro Social le descontaban el 10% del salario, pero ni siquiera le afiliaban, como exigía la ley, y su aporte era birlado por el patrón, por esta razón, no tenía jubilación, ni montepío, ni ningún tipo de ahorro o amparo que le permitiera cubrir cualquier emergencia; no trabajaba sólo el domingo, que aprovechaba para dormir el día entero; si en su quehacer sufría algún accidente, la culpa era suya, sin que importase la gravedad del caso; tampoco tenía tiempo libre para averiguar de sus derechos, que eran explicados en las hojas que la célula de Alba distribuía.
Al poco rato, la policía llegaba presurosa repartiendo palo a diestra y siniestra y agarrando al que podía, para llevarlo a las mazmorras de la Julián Coronel, calle donde se encontraba la cárcel municipal de la ciudad.
Alba era nativa de Esmeraldas, nació el 27 de julio de 1908 y era hija de Manuel Felipe Calderón Lemos y de Ermelinda Zatizábal. Muy niña quedó huérfana cuando su padre falleció de gangrena después de ser herido en la pierna, en el combate de Las Piedras de 1914, durante la revolución de Carlos Concha, que se reveló contra el gobierno de Leonidas Plaza, luego del magnicidio de Eloy Alfaro. A fines de ese año, Alba ingresó a la escuela pública en la que su madre era profesora. En 1920, el Municipio de Esmeraldas la becó para que estudiara en Quito, en el colegio mixto Juan Montalvo y luego en el colegio femenino Manuela Cañizares. Después ingresó a la escuela de Bellas Artes, donde estudió hasta 1927. Sin terminar los estudios, se trasladó a Guayaquil y allí impartió cursos de artes pictóricas.
Demetrio Aguilera Malta, el autor de Don Goyo , le presentó a Enrique Gil Gilbert, quien se enamoró de Alba, con la que contrajo matrimonio el 23 de agosto de 1934. Desde entonces, se unieron para siempre en las buenas y en las malas. Su padrino boda fue Joaquín Gallegos Lara, escritor comunista que inmortalizó en Las cruces sobre el agua la huelga general y la posterior masacre del 15 de noviembre de 1922.
A partir de su matrimonio, Alba se vinculó a la vida de Enrique, con el que formaron una de las parejas más pareja que ha existido. Ambos eran intransigentes con las injusticias sociales y militaron en el PCE. Como Albita explica: «Actuábamos en nuestra política del Partido y los fines de semana salíamos al campo, en labores políticas a todo el Litoral o a pasear en la isla Santay, Posorja o Data.» Fueron, como se ve, comunistas por sobre todo.
Las obras de Enrique Gil Gilbert, Los que se van , Yunga , Relatos de Emmanuel, Nuestro pan, La cabeza de un niño en el tacho de basura, Historia de una inmensa piel de cocodrilo , algunas de las cuales anticiparon el realismo mágico, en lugar de que le importen fama le causaron persecuciones, ridículas en ocasiones. Fue llevado a la cárcel en 1935 por Federico Páez, en 1946 por José María Velasco Ibarra, en 1959 por Camilo Ponce Enríquez, en 1961 por José María Velasco Ibarra, en 1963 por la Junta Militar y en 1970 por José María Velasco Ibarra.
La prisión de 1961 fue ordenada por su primo, Pedro Menéndez Gilbert, principal sostén de Velasco Ibarra y Alcalde de Guayaquil, al que llamaban «Burro» por su enorme estatura y las cualidades intelectuales de las que hacía gala, en nada semejantes a las de su pariente, a quien acusó de llevar a cabo un atentado criminal contra su vida colocando una bomba casera, un candil relleno de torpedos, cuyo estallido afectó un sector del servicio higiénico municipal. La detención de 1970 se dio luego del secuestro del General Rhon Sandoval, durante la «Operación peineta.» Fue vendado con esparadrapos y atado con una soga de nylon. Lo tuvieron en esas condiciones tres días, tenía 58 años. ¡De qué triquiñuelas se valen algunos sectores del poder para acosar a los dirigentes populares! Y como siempre, Alba organizaba la defensa de los perseguidos políticos, también las de su esposo.
Albita tenía en el centro de Guayaquil lo que llamaba su cuchitril, un diminuto local donde realizaba trabajos manuales que, según ella, daban para los porotos. Allí, con sus manos habilidosas bordaba pañuelos, blusas y faldas, muy primorosas, por lo que clientes nunca le faltaron.
Bajo la dictadura militar de 1963, Alba fue apresada y desterrada a Chile, sus obras de arte, documentos, libros y escritos inéditos de su esposo fueron quemados en una especie de festín de la inquisición. Así se perdieron para la posteridad los cuentos Las casas que guardan los secretos, la novela Historia de una inmensa piel de cocodrilo, capítulos de las novelas Sangre de Tortuga y La ciudad sobre el pantano, también fue saqueada su casa, que luego el Banco de Descuento remató mediante un juicio hipotecario; se perdió todo el fruto del arduo trabajo de Alba y Enrique.
La pareja fue reprimida sin que sirva de salvaguarda sus méritos intelectuales o el estado de salud de sus familiares más cercanos. Antonio, único hermano de Enrique, falleció cuando el escritor estaba preso, sin poder enterarse de su enfermedad, debido a su total incomunicación. Conoció la triste novedad y asistió al sepelio gracias a la intervención de personalidades públicas. Únicamente, la Universidad de Guayaquil reconoció sus valías cuando lo designó Profesor de Literatura, materia que dictó un par de años y a la que renunció por sus dolencias físicas.
Alba enviudó el 21 de febrero de 1972. Enrique fue invitado a Ambato en el programa «Por la paz del mundo», que exaltaba la lucha del pueblo de Viet Nam. En esta ceremonia sufrió un infarto, que tres meses después causó su fallecimiento. Ambos sufrían del mejor de los vicios, la buena y fecunda quijotería humanística, y trabajaron para que Ecuador sea libre de la explotación de los sectores más necesitados; su enorme sacrificio no fue inútil y la pérdida de gran parte de sus producciones artísticas agiganta lo poco que de ellas se salvó.
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