Alberto Granado encarna una especie de puente espiritual, histórico, entre su viejo amigo y compañero Ernesto Guevara, cuando aún no era el Che y después de serlo. Lo asedian todo el tiempo y ya pasa los 85 años. Vive orgulloso de su condición y con la sencillez de los grandes. El «profe» que nos contaba […]
Alberto Granado encarna una especie de puente espiritual, histórico, entre su viejo amigo y compañero Ernesto Guevara, cuando aún no era el Che y después de serlo.
Lo asedian todo el tiempo y ya pasa los 85 años. Vive orgulloso de su condición y con la sencillez de los grandes.
El «profe» que nos contaba anécdotas del Che cuando entramos a trabajar hace 25 años al CENSA, un centro de investigaciones de sanidad agropecuaria, que fue algo así como el último reducto laboral de alguien que hace de la modestia una conducta, aún sabiéndose historia viva.
Por Granado, muchas generaciones de jóvenes disfrutaron de sus inagotables palabras para describirnos al Che, siempre cerrando aquellas reflexiones públicas con su apreciación de que el Che está vigente, pues fue un hombre extraordinario, sí, por sus valores éticos y principios revolucionarios, pero un hombre al fin, con la gran carga de cualidades que nos hacen comunes seres humanos. El Che está en todas partes donde se encuentren hombres que se enfrenten y luchen contra las injusticias, está en el ejemplo cotidiano de los que anteponen el bien común sobre el bien personal.
Había leído yo su libro «Con el Che por Sudamérica, y resultó tan tremendamente impactante, por la naturalidad y su belleza narrativa, que una vez terminado comencé de nuevo.
Cuando se lee su singular «Diario», en sus detalles y anécdotas uno descubre más que el espíritu de aventura de dos jóvenes intrépidos, la necesidad de comulgar en la práctica el sentimiento de rebeldía y de justicia que llevaban ambos, devenidos con el tiempo revolucionarios.
Ya se han cumplido 55 años de que Alberto Granado y Ernesto Guevara realizaran su recorrido por América del Sur, saliendo desde Argentina, pasando por Chile, Perú, Bolivia, Colombia y concluyendo en Venezuela.
Dedicaron 7 meses a una experiencia que pudiera calificar como una aventura turística, de acuerdo a la edad de ambos (30 y 24 años respectivamente), sin embargo, cuando se lee el texto de tan singular libro, al emprender ambos aquel proyecto, llevaban implícito visos de libertadores, iban a la búsqueda, sin saberlo, de su verdadera identidad y destino, rompiendo las fronteras geográficas y desbordando el espíritu y el pensamiento de ambos hacia una patria mucho mas grande: Latinoamérica.
El hombre es un producto del medio. La genética puso en ellos quizás factores predisponentes a la audacia y a la temeridad, pero el medio en que vivieron, la sociedad donde les tocó crecer y el propio aprendizaje de sus vidas en ese tortuoso camino por Sudamérica, como una fragua, fueron templando el espíritu y el pensamiento de estos dos admirables amigos.
Hay que leer por obligación de justicia histórica el diario y aparece ante nosotros esa metamorfosis de hombres íntegros, en revolucionarios consecuentes.
Por preferir escribir para Chile especialmente, volví a releer el libro y precisar sus valoraciones al paso por este país entre febrero 14 de 1951 y marzo 23 del propio año.
El libro de Alberto Granado «Con el Che por Sudamérica», en la edición de 2005 tiene una sencilla y abarcadora dedicatoria: Al Che, ¿y de qué otro modo podría ser viniendo de tan entrañable amigo, que le conoció como nadie?
Es un pequeño libro que tiene 172 páginas dedicadas íntegramente al diario y de ellas, 36 referidas a Chile, es decir que el 20% de esa extraordinaria pieza de testimonios, vivencias y sueños es dedicado al país columnar que mas policromía de tierra y cielo tiene la América.
Por ese tiempo, como bien señala Granado, «Debía conocer el mundo, pero primero Latinoamérica, mi sufrido continente». El viaje concebido por él y para él desde 1940, incorpora en la nómina a Ernesto Guevara de la Serna, (el Pelao primero, el Fúser después) en 1942 cuando este tenia 14 años de edad y solo cuando ya han transcurrido 10 años de intentos inconclusos, es que ponen finalmente manos a la obra.
En 1952, en menos de dos meses, los dos amigos recorren Chile. Viniendo de Argentina, embarcaron su motocicleta y cruzaron el lago Nahuel Haupí, siguiendo por varios puertos y así llegaron a Lautaro. En moto continuaron por Osorno, Temuco, Los Ángeles y ya en Santiago de Chile deciden continuar sin la impedimenta en que se convirtió la moto. Siguen a Valparaíso, tierra natal de Salvador Allende, «una de las ciudades mas bonitas y más estratégicamente situadas de todo Chile»; a decir de Granado. Visitan entonces Antofagasta, Baquedano, Chuquicamata, Iquique, Arica y cuando emprendieron camino rumbo a Tacna, escribió Granado en su diario: «Parece que fue ayer, pero hoy se cumplen 38 días que pisamos tierra chilena en Casa Pangue, a 3500 kilómetros al sur.
Hemos conocido desde los hermosos lagos sureños, con su clima frío y sus continuas lluvias, pasando por la región central feraz y poblada de hermosas ciudades, hasta uno de los desiertos más grandes, ricos y secos del mundo. Pero sobre todo hemos conocido y corroborado que todo lo mejor y más generoso está en el pueblo humilde, y que no nos hemos equivocado al elegir, entre el pobre y el rico, al primero, y lo revolucionario, antes que lo reaccionario o el conformismo».
Quien así escribió de Chile, merecía ser entonces el mejor amigo del Che Guevara.
Los unió, desde que se conocieron, la inteligencia natural, la avidez por el conocimiento y la innata condición de jóvenes revolucionarios. La vida lo demostraría.
Parece premonitorio, pero fue así, un 26 de julio de 1952 cuando ambos amigos se despidieron en Caracas, luego de enlazar seis países en algo más de 200 días de andares y avatares, estaban a un año exacto de la gesta heroica de los cubanos que asaltaron el Cuartel «Moncada», principal baluarte militar de la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba; gesta que devendría motor impulsor de las luchas libertarias por la definitiva independencia de Cuba y de otros procesos insurgentes en este continente en las postrimerías del siglo pasado.
Y es que Ernesto Guevara, que aún no era el Che de la «Sierra Maestra», había estado nutriendo su espíritu de redentor de pueblos, en su andar por Sudamérica.
Faltaban algunos años para que conociera a los cubanos revolucionarios que se preparaban en México, para luego venir junto a ellos. Antes, inclusive, hay que destacar en la formación del carácter y el temple de su espíritu, el aporte que, sin lugar a dudas, debe haber brindado aquella gratificante experiencia, de vivir, codo a codo con el mosaico de nuestra rica geografía latinoamericana y con el mestizaje de razas, culturas y estratos sociales que conocieron ambos.
Alberto Granado no solo fue el entrañable amigo en el concepto más tradicional, fue el impulsor de ideas, quien catalizó la rebeldía y la temeridad de Ernesto Guevara y lo llevó junto a él como su escudero, confundiéndose a esta altura de la historia quien fue Sancho y quien el Quijote.
Como una pincelada de las cualidades e influencia mútua entre estos dos amigos, está la tenacidad de Ernesto Guevara, la cual Granado describió fuera del libro, en una de sus tantas anécdotas contadas, donde he sido testigo: puesto a prueba el joven Ernesto, para conocer su capacidad física en el duro deporte del Rugby y ante la duda de que el muchacho pudiera dar la talla, Granado le impuso la difícil condición de saltar una varilla alta y dejarse caer luego, procurando de esta forma desestimularlo, a lo cual el joven Ernesto, saltó tan seguido y repetidas veces, que Granado le indicó apresuradamente parar, al ver tanto arrojo e insistencia. No hubo más remedio que admitir al Fuser en el equipo.
Pasaron los años y ambos dejaron una huella imborrable en el tiempo.
Granado ha asegurado que: «… de Ernesto, aprendí a mantener la ética, a decir siempre la verdad y a dar el ejemplo». Valores que como tributo de enseñanza, legara el inmortal Guerrillero Heroico para él y a quienes pretendan seguir su ejemplo.
Es muy reconfortante la lectura de este libro referido, pues no es difícil ubicarse en el escenario de cada acontecimiento y volver a vivir la historia. La rica historia de un amigo de ideales y andares del Che Guevara.
«Con el Che por Sudamérica» es algo más que una narrativa historia, es un testamento político de lo que faltaba y falta por hacer aún en esta América nuestra que tanto soñaron Bolívar y Martí, Guevara y Allende.