Varias investigaciones intentan visibilizar desde Cuba el impacto del complejo militar industrial y su interseccionalidad con el racismo.
Para quienes miran el racismo como un fenómeno obsoleto y distante, siempre es difícil admitirlo y prefieren buscar sinónimos menos agresivos para nombrarlo o, mejor aún, olvidarse de él.
El desafío no está solo en la vigencia del racismo, sino en la necesidad de estudiarlo y conocerlo, para evitar caer en una de sus trampas más socorridas: la negación.
En América Latina, el racismo oculto forma parte del ardid de la invisibilización, como una de las diversas variables del conflicto. Por lo general, lo ubican en el discurso cultural, donde pasa inadvertido, para facilitar su rechazo y no mostrar su verdadero rostro, envuelto en argumentaciones al parecer humanistas.
Como una ideología hegemónica, el racismo invita al olvido, aparentemente desde una posición fraternal o, como en Estados Unidos, aceptándolo, pero también justificándolo, para legitimar los abusos contra las poblaciones afrodescendientes y originarias, primeras víctimas del desalojo territorial.
La ideología del racismo construido desde los albores del siglo XV, hoy estimulada con el patrocinio de la arrogancia eurocentrista y el liderazgo de la administración estadounidense, organiza guerras para garantizar su estatus de poder, como en épocas remotas.
Representan ideas establecidas desde una antigüedad imperial para quienes no renuncian a la apropiación de riquezas, de la mano de la hegemonía occidentalista, que se extiende ahora al escenario ucraniano-ruso. Fabrican la rusofobia, con el fin de promover el odio a todo lo que parezca ruso.
Una vez más, la ideología racista de tipo neofascista intenta adueñarse, a cualquier precio, de recursos que no les pertenecen. Para obtenerlos, no vacilan en erigir arquitecturas que conduzcan a conflictos bélicos. Detrás del telón, está el complejo militar industrial de Estados Unidos, líder de esta cruzada, intentando jugarse una nueva partida, tal vez una de las últimas…
Esteban Morales (1942-2022), un apasionado estudioso de Estados Unidos, denunció de manera temprana la amenaza que representaba el complejo militar industrial. Además, dedicó un tiempo de sus investigaciones al tema del racismo.
Historia, vigencia y desafíos
Como antecedente interesante, están los colonizadores ingleses que desde 1620 cruzaron con sus familias el Atlántico, a bordo del Mayflower, para establecerse en diversas áreas, entre ellas, Massachusetts.
Huían de la persecución en tierras inglesas, incómodos porque la iglesia en Inglaterra adoptó demasiadas prácticas del catolicismo. Su emigración tuvo la intención de fundar un modelo religioso basado en ideales religiosos puritanos que a largo plazo favoreció la identidad de la blanquitud como arquetipo superior de los seres humanos.
Por otra parte, la esclavitud africana en suelo norteamericano, a diferencia de franceses e hispánicos, separó sin miramientos a los no blancos. “Ni negros, ni perros” fueron mensajes de alerta colocados en diferentes espacios sociales.
Un signo de discriminación racial fue que personas de ascendencia africana debían permanecer de pie en los ómnibus, mientras alguna de piel blanca no tuviera asiento. Si quedaban puestos vacíos, debían entonces ocupar la parte trasera del autobús. El conflicto quedó superado gracias al coraje de Rosa Park (1913-2005), en el contexto de la lucha por los derechos civiles, liderada por el reverendo Martin Luther King (1929-1968).
Con diversos pretextos y una ferocidad inusitada, el racismo antinegro es hoy más intenso en el país que pretende dar muestras de democracia al mundo entero, ahora bajo la consigna: “La vida de los negros importa”. Con la participación de personas blancas reunidas en torno a Black Lives Matter, diversas agrupaciones, una vez más, se oponen al racismo en la nación norteña.
Conflicto geopolítico
Desafortunadamente, como conflicto geopolítico –es decir, presente en diversos lugares del planeta y grupos humanos–, el racismo goza de buena salud. Subestimarlo o enfrentarlo de manera errónea, por ejemplo, desde una posición paternalista, conduce a invisibilizar su magnitud, un camino que lleva a la condescendencia de acciones cotidianas de permisibilidad a nivel global.
Un ejemplo contundente es el caso de Palestina, donde la indiferencia generalizada contribuye a mantenerlo vivo y agresivo. La apatía frente al conflicto histórico de quienes no lo padecen y de quienes lo sufren, pero tampoco quieren reconocerlo, sirve para prolongar su permanencia.
En mis estudios sobre el racismo, incorporé el concepto del “inconsciente-consciente”, dada la ambigüedad con que la mayoría de las personas asumen el fenómeno. Por ejemplo, cuando dicen: “Yo no soy racista, pero…”, al concluir la idea, afirman la existencia de una continuidad racista presente en las mentalidades.
Tal realidad comparte al unísono un espacio con individualidades que carecen de consciencia plena de la significación del racismo como un conflicto antihumanista. Por tratarse de una ideología, debido a su carácter estructural, no desaparece de manera espontánea.
En el escenario global, en el conflicto entre Ucrania y Rusia las potencias capitalistas escogen el racismo como un medio para sacar a flote viejas hostilidades y crear enfrentamientos armados. Situaciones que facilitan a grupos foráneos de poder incautar recursos que les permitan mantener sus privilegios. Se inventa la rusofobia, una variable de racismo cuyas víctimas no son de origen africano, ni pueblos originarios, ahora la malignidad tiene identidad rusa.
¿Quiénes son las víctimas ahora? De acuerdo al mandato, la “culpabilidad” cae en quienes tienen identidades relacionadas con la nacionalidad rusa. Obviamente, porque Rusia constituye un “peligro”, en particular, para el modelo unipolar dirigido por Estados Unidos y para las potencias europeas –es posible que no siempre por inspiración propia–.
Claro, la URSS desapareció, pero Rusia–como el ave Fénix– resucitó de entre las cenizas y realiza una trayectoria que, como nunca antes, pone en peligro la hegemonía mundial estadounidense.
China, que apunta a convertirse en el próximo modelo de desarrollo social, también cae en el saco de los “sujetos indeseables”, porque su avance como nación golpea al sistema capitalista “agonizante”. Así lo llamaba Esteban Morales en diálogos coloquiales.
Una provocación para China es el tema Taiwán, donde las identidades mantienen su protagonismo desde una sabiduría milenaria cuando dicen: “un país, dos sistemas”. Las provocaciones explícitas contra China tratan de desconocer el derecho de ese territorio como nación soberana.
Para estimular el debate, pregunto: ¿Qué haría Estados Unidos si China o Rusia llegaran a Hawái o a la Alaska y decidieran colocar, por ejemplo, un simple observatorio personalizado con la idea de estudiar la galaxia? La respuesta tiene un sentido personal.
Zoom con un lente de largo alcance
Este comentario se inserta en una realidad analizada durante el aniversario 77 de la fundación de las Naciones Unidas, donde los “magos” del control mundial sacan una vez más la carta escondida debajo de la manga y, con fino tacto, de nuevo ponen sobre la mesa una guerra no declarada y diseñada con el apoyo del complejo militar industrial.
Esteban Morales intentó darle el protagonismo necesario a ese tema, como una alerta de futuro. Esta reseña busca visibilizar el impacto del complejo militar industrial y su interseccionalidad con el racismo.
Utilizados por las políticas occidentales, ambos temas son inseparables del leitmotiv “divide y vencerás”, la supuesta frase de Maquiavelo. Tanto el conflicto militar industrial como la ideología del racismo representan maniobras que intentan prolongar la existencia de ese cuerpo enfermo conocido como “sistema mundo moderno capitalista”, ahora mismo quizás “en fase terminal”, según el enfoque de Immanuel Wallerstein (1930-2019).
Otra vez, con su experiencia en el modelo de organizar guerras –siempre en zonas lejanas a su territorio– Estados Unidos trata de revertir la crisis sistémica que se avecina, de manera inexorable, desde el modelo del unilateralismo. En la actualidad, aparecen nuevos consensos que abogan por el multilateralismo con suma pujanza.
Una realidad que estimula una especie de desesperación en grupos de poder considerados dueños absolutos del mundo por mucho tiempo. Tal situación deja en ascuas al sector más conservador de la administración estadounidense y también al liderazgo de la Unión Europea. Para esas instituciones, sacar el conejo del sombrero, como un acto retro de magia, ahora parece no tener el mismo impacto de otros tiempos.
En el contexto geopolítico actual tiene una cierta presencia la participación social, incluso grupos de clase media parecen cansados de una dramaturgia de ficción que comienza a convertirse en el conflicto que se les avecina in situ.
La amenaza del próximo invierno, ya muy cercano, la falta de calefacción, los alimentos escasos, menos gasolina, son conflictos comunes para las grandes mayorías, pero a los cuales no están acostumbrados los grupos élites. En un contexto donde el protagonismo estadounidense como dueño y amo del mundo, aumenta un cuestionamiento.
Aparecen conflictos similares al de Rusia-Ucrania, como el de Armenia-Azerbaiyán, en el intento por intensificar conflictos bélicos en una zona geográfica ya dañada por acontecimientos dolorosos, como los vividos entre Irán e Irak, cuyo objetivo final es apoderarse de territorios petroleros.
Permanecer alertas
Subrayo la urgencia global de permanecer alertas ante maniobras que desde las identidades promueven divisiones cuyo fin, por lo general, son las guerras a partir de conflictos, algunos con una larga trayectoria desde el imperio romano.
El complejo militar industrial es una estructura política que intensifica la presencia de guerras y amplía la fabricación de armamentos que permiten a determinadas élites obtener cuantiosas sumas de dinero. Emplea nuevas tecnologías que posibilitan realizar ataques a grandes distancias, con el mínimo de pérdidas humanas de los invasores. Producir armas es un negocio que beneficia a los grandes imperios financieros.
Esteban Morales estudió y analizó el complejo militar industrial. Sentenció que se convertiría en una amenaza que colocaría al mundo ante nuevos peligros, en una producción que cambiaría incluso la economía en Estados Unidos, como parte de una variable de la fase actual del capitalismo.
Advirtió sobre una economía estructurada para destruir gobiernos y manipular grandes consensos sociales, con la ayuda de las redes de comunicaciones en todo el mundo. Asimismo, apuntó que las actividades del complejo militar industrial, dirigido por grupos de súper poder, también serían una amenaza para Cuba.
El filósofo de origen indio Jiddu Krishnamurti (1895-1986) escribió: “el miedo mata la inteligencia” y, desde ese enfoque epistemológico, se preguntó: “Qué pasará cuando los viejos códigos de injusticia social se complementen con las nuevas tecnologías”.
Racismo antinegro cubano
Al recordar al profesor Morales, quien decía que la solución cubana era “de Malecón para dentro”, resulta necesario considerar su enfoque sobre el papel del modelo educativo en el análisis sobre el racismo, cuando exhortaba a sustituir el paradigma de la blanquitud como una identidad privilegiada, donde “el color de la piel” representa un desafío incuestionable para enfrentar la discriminación racial.
Una pregunta donde se enlazan ambos temas sería: ¿Qué factores influyeron en Donald Trump para que el bloqueo de Estados Unidos contra Cuba tomara ese rasgo devastador? Tal vez habría que considerar el papel desempeñado por el segmento más enojado de Miami, donde la racialidad posee significación.
El intelectual Carlos Moore, un crítico de la Revolución cubana, quien trabajó como académico en Miami habló del racismo antinegro cubano al declarar que las personas negras cubanas son invisibles en esa ciudad de La Florida.
El matiz racista de un sector de la comunidad cubana, junto a su frustración por no haber podido recuperar la Cuba de sus sueños, recibió la atención de Donald Trump (2017-2021).
El acercamiento tuvo resultados inmediatos. La visita del gobernante a esa ciudad, en 2017, facilitó una alianza que añadió nuevas limitaciones al bloqueo establecido desde la década de 1960. Para Trump, el nuevo pacto significaba votos, para la parte cubana emigrada, suponía dar un golpe de gracia al proyecto revolucionario debilitado por viejas carencias y limitaciones como el impedimento para obtener capital financiero de diversos países.
Durante mi experiencia en una beca Rockefeller, en la Universidad Internacional de La Florida (FIU, por sus siglas en inglés), en 1997, al realizar un estudio de terreno acerca las identidades raciales en ese estado, pude observar no solo el racismo hacia la cubanidad de origen africano, sino también el enojo sostenido de esa minoría, que con el tiempo se alejó de la comunidad que emigró más por razones económicas que políticas.
La llegada de los Marielitos a Estados Unidos, durante la crisis migratoria de 1980, mostró que algunos grupos fueron rechazados debido a su identidad racial y tuvieron que emigrar hacia otros estados de ese país.
Está claro: Miami no representa el mismo paraíso terrenal para las personas no blancas, la gran mayoría sin familiares con recursos económicos sólidos. Lo más grave, tanto para “las amistades miamenses” de Trump como para las propuestas del mismo expresidente y de sus sucesores, es no alcanzar el resultado esperado.
Breve resumen
En Cuba, a pesar de carencias cada vez mayores y nuevas dificultades como el paso del ciclón Ian, el modelo social sigue en pie “contra viento y marea”, con una sociedad con matices más incluyentes luego de la aprobación del nuevo Código de las Familias, no aceptado por unanimidad.
Por otro lado, en Estados Unidos, se mantienen acostumbrados a no perder ante ningún tipo de conflicto externo y los desacuerdos entre demócratas y republicanos dan la imagen de una “dificultad” invariable y ahora también peligrosa. Se observa a Joe Biden, sucesor de Trump desde 2021, cansado, mientras Trump intenta ocupar de nuevo la Casa Blanca con sus seguidores, pero bajo investigación, como nadie con ese cargo.
Para concluir, una vez más recuerdo las alertas del profesor Morales, para quien la lucha más intensa tendrá que ser de la sociedad cubana, como protagonista más allá de agresiones y campañas mediáticas.
Gisela Arandia Covarrubias, investigadora y periodista cubana
Fuente: https://www.ipscuba.net/sociedad/alerta-el-racismo-como-instrumento-geopolitico/