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Algunas minucias académicas y otras naderías

Fuentes: Rebelión

Al acto celebrado en el Instituto Cervantes para convocar desde Madrid al Congreso Internacional de la Lengua Española de 2007, acudió una buena representación de Colombia, en cuya ciudad de Cartagena de Indias tendría lugar el foro. Al expresar su júbilo por dicha asistencia, dos ministros españoles mencionaron a la directora del Instituto que, dijeron, […]

Al acto celebrado en el Instituto Cervantes para convocar desde Madrid al Congreso Internacional de la Lengua Española de 2007, acudió una buena representación de Colombia, en cuya ciudad de Cartagena de Indias tendría lugar el foro. Al expresar su júbilo por dicha asistencia, dos ministros españoles mencionaron a la directora del Instituto que, dijeron, honra «al señor Caro y Cuervo». Pensando seguramente en cómo estarían revolviéndose en sus tumbas los huesos de los eminentes filólogos Miguel Antonio Caro y Rufino José Cuervo, un escritor y diplomático latinoamericano comentó por lo bajo, con una sonrisa triste: «¡Cuán feliz se sentirían con esa presencia los señores Ortega y Gasset!»

Nadie puede saberlo todo, ni está obligado a ello; pero, aunque aquellos ministros no hubieran tenido las responsabilidades que tenían, la anécdota valdría por sí sola para calzar este criterio: por lo general, el conocimiento que en las otrora metrópolis se tiene de las que fueron sus colonias resulta inferior al que en estas se tiene de aquellas. Felizmente, Víctor García de la Concha, director de la Real Academia Española (RAE), mostró el pensamiento con que ha favorecido cambios en esa institución. En un momento de su discurso, por ejemplo, se refirió al «vídeo (o video)» proyectado en aquel encuentro madrileño.

Al margen de la burocracia de los turnos, Colombia pudo haber sido antes la sede de uno de los Congresos sobre nuestro idioma: en ese país se fundó, en 1871, la primera de las Academias de la Lengua creadas fuera de España. El hecho se inscribe en el espíritu abierto en nuestra América, con Simón Bolívar de símbolo en el cénit, por el inicio de las independencias cuyo bicentenario se está celebrando, y que no fueron el subproducto de conflictos ajenos, sino el resultado de caminos y procesos propios: respuesta a una realidad colonial que no debe recordarse con rencores estériles, ni olvidarse.

Más recientemente se ha dado a Colombia espacio relevante en foros organizados en Madrid por instituciones de carácter internacional, algo que el autor de este artículo ha tratado en otras páginas publicadas. El pueblo colombiano merece que se alaben sus grandezas, las colectivas y las individuales, entre las que brillan desde el siglo xix los ya nombrados Caro y Cuervo, y, desde el xx, Gabriel García Márquez, justamente honrado en Cartagena de Indias por el Congreso de la Lengua que allí se llevó a cabo.

Pero al observador atento lo asalta una sospecha: el trato deferente dado a la presencia colombiana durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez en ciertos lares donde a este se le recibía palaciegamente, ¿no se habrá debido, en parte al menos, a la complicidad que él halló entre quienes no se sacan de los labios un concepto que no tienen de veras en su práctica política ni en el corazón, democracia? Los favores a Uribe coexistieron con las campañas de calumnias que se mantienen contra gobiernos empeñados en salvar la soberanía de sus países y administrar sus recursos para bien de sus pueblos. Y el mencionado concepto algo tiene que ver con esos propósitos, que merecen respeto.

Pero no piensan así los defensores del funcionamiento encomendero del capitalismo. Para ellos, apoyar a Uribe requería obviar unas pocas pequeñeces: organismos internacionales lo han acusado, con pruebas, de asesinatos en masa y de fuertes vínculos con el narcotráfico, aunque luego lo utilizara de pretexto para plegarse aún más a los planes de los Estados Unidos. La entrega del territorio de su país para bases militares que, llegado el momento, la potencia utilizaría contra pueblos y gobiernos indóciles, es un mérito ante ciertos ojos.

Hija de Jorge Eliecer Gaitán, líder progresista asesinado en 1948, en estos días Gloria Gaitán ha denunciado maniobras de políticos uribistas y de medios como la CNN, interesados en impedir la normalización de relaciones entre Colombia y Venezuela y seguir satanizando el proyecto bolivariano. Tales maniobras procuran sacar provecho de la oscura explosión de un coche bomba en el centro de Bogotá, para silenciar el descubrimiento, en el departamento de Meta, de una fosa común en la que los restos de cerca de dos mil personas asesinadas acusan a Uribe y a sus cómplices, y a sus posibles continuadores.

Estas notas, que empiezan recordando un foro vinculado con la RAE, no intentan vincularla con tan monstruosos hechos, sino apenas rozar parte de la realidad en la que ella tiene que hacer su labor. Aunque lo quisiera, no puede aislarse en su sede palacial, inaugurada en el área madrileña del Buen Retiro en 1894, cuando los independentistas cubanos reunían peso a peso los fondos necesarios para la guerra con que su patria merecía independizarse.

Es justo reconocer que, sobre todo en las últimas décadas, la RAE viene dando apreciables pasos positivos. En ello, por supuesto, influye el afán de emancipación política y cultural del conjunto de pueblos participantes, fuera de España, en la formación del idioma español desde 1492: reúnen cerca del noventa por ciento de sus hablantes y creadores. En eso está la base de justicia y de realidad, no de realeza, que exige que las veintidós Academias de la Lengua trabajen como verdaderas homólogas, con plena igualdad de derechos y deberes.

¿Se logrará ello plenamente mientras una de ellas conserve en su nombre el Real que le viene de su origen? Creada en una país monárquico, como lo es hoy, y que durante siglos fue metrópoli colonial, la RAE surgió con la pretensiones de «academia total». Uno de sus estudiosos, el profesor español Juan Ramón Lodares, fallecido prematuramente, escribió que desde 1713 -año de su creación, aunque Felipe V, primer rey Borbón de España, la aprobó en 1714, cuando, «como casi todos los días de su vida, sólo hablaba francés»- se le llama «la Real Academia Española, Academia Española, la Academia (por ser la de más veteranía) o la Española a secas. No añadan de la lengua, que no les suele gustar a sus integrantes». Pero otras hay en España, como la de la Historia y la de Bellas Artes.

Recientemente la RAE dio carta de ciudadanía a cerca de tres mil palabras, y modificó las acepciones y la grafía de algunas que ya estaban en él. Las palabras existen gracias al uso, inclúyalas o no las incluya el DRAE, pero es encomiable la voluntad de lograr que todas gocen del reconocimiento pertinente. No cabe en este artículo un inventario de las incorporaciones hechas. Pero pueden leerse en la versión digital del DRAE (www.rae.es), como avances de su próxima edición, la vigésima tercera.

Acto de ciencia, justicia y sentido común es que los vocablos dados al español por la América que lo habla y también lo ha hecho no se consideren meros americanismos, sino plenos ciudadanos del idioma. Saludemos que el Diccionario de la Real Academia Española (DRAE) haya sumado variantes como várice (aunque prefiera variz, más cerca del latín, varix, no varice ni várice), video, ícono y coctel, familiares en países de América, como Cuba, a las que priman en España. No obstante, algunas definiciones que aparecen en él se discuten.

También en las otrora colonias debemos librarnos de la herencia colonial. La obra de la RAE, incluido su lexicón, será tanto mejor en la medida en que todas las Academias de la Lengua funcionen con la igualdad de derechos propia de una familia de pueblos unidos por el mismo idioma. Pero no olvidemos que en ella, tanto en las ex colonias como en la ex metrópoli, perduran felizmente -aunque muchas han desaparecido- lenguas que fueron sojuzgadas y tildadas de inferiores en nombre del «derecho de conquista».

El lenguaje es como la aritmética del pensamiento. Todas las personas que sepan hacerlo sacan sus cuentas con los mismos dígitos y con las mismas reglas. Pero las cuentas y las ideas de quienes calculan cómo estirar el salario -si lo tienen- hasta fin de mes, no equivalen a las de quienes buscan aumentar un caudal millonario. Teóricamente al menos, todos los hispanohablantes utilizamos el mismo fondo de vocablos y nos atenemos a la misma gramática, pero cosas bien distintas se piensan y se expresan con esos recursos, en dependencia de las condiciones de vida, los saberes, las aptitudes y las perspectivas de cada quien. Al expresar pensamiento, el lenguaje porta ideología. El simple saludo «adiós» concentra una herencia que no es menos fuerte porque lo usemos sin tenerla en cuenta.

Algunos comentaristas han impugnado ya el actual estado de cosas. El agudo periodista Kepa Arbizu se ha referido a la sustitución de aberzale, versión castellanizada, por abertzale, forma original en euskera, lengua vasca. A propósito de ese término, que el DRAE define como «dicho de un movimiento político y social vasco, y de sus seguidores: nacionalista radical», Arbizu apunta: «Ni un acercamiento etimológico a la palabra, formada de aberri (nación) y zale (aficionado), ni uno social puede derivar en la decisión tomada por la RAE, que en cambio sí parece plasmar una opinión subjetiva, cosa que ha sido denunciada por partidos vascos».

Ante la tendencia que aprecia en esa definición semántica, Arbizu halla motivo para inquietarse al ver que el DRAE persiste en su explicación de franquista: «perteneciente o relativo al franquismo» y «partidario del franquismo o seguidor de él». Mientras que la significación de franquismo continúa reducida a «movimiento político y social de tendencia totalitaria, iniciado en España durante la Guerra Civil de 1936-1939, en torno al general Franco, y desarrollado durante los años que ocupó la jefatura del Estado», y «período histórico que comprende el gobierno» de ese general. ¿Nada más tendencia totalitaria? ¿No fue una dictadura cruenta que actuó, decía su lema, «Por Dios y por la Patria»?

Si la «neutralidad» es propia de un diccionario de la lengua, no es pareja en el DRAE, que define etarra como «perteneciente o relativo a la organización terrorista ETA». Aunque entonces el término no estaba de moda, el Franco alzado contra la República constitucional, y en general el fascismo y su variante nazi, fueron terroristas esencialmente, y el DRAE no dice nada que se parezca a eso. ¿No hay motivos para suspicacias como las de Arbizu ante dos nuevos moradores de aquel: antiespañol y antiespañolismo, con acepciones que resume la del primero, «contrario a todo lo relacionado con España»? Este juicio, con ese todo, sabe a fundamentalismo. En un mundo dominado por los Estados Unidos, recuerda la «Ley Patriótica» de la Administración Bush para justificar sus «guerras antiterroristas», y hace pensar en la acusación de antiestadounidense por la Administración Obama a gobiernos populares contra los que se enfilan recursos como las bases asentadas en Colombia.

Según el DRAE, habrá muy pocos antiespañoles en el mundo. Para serlo habría que estar en contra de maravillas como el Quijote, que algo tiene que ver con España. Por la relación establecida entre radical y abertzale, la visión con que se define antiespañol da tela, cuando menos, para uniformes de la guardia civil. Las dos primeras acepciones que el DRAE pone a radical son «perteneciente o relativo a la raíz» y «fundamental, de raíz», pero le siguen «partidario de reformas extremas, especialmente en sentido democrático» (¿no son extremas si van contra el poder del pueblo, que es la verdadera democracia?) y «extremoso, tajante, intransigente».

Los medios dominantes usan radical perversamente. Lo asocian con la violencia y el terrorismo, no con la voluntad de combatir las injusticias desde la raíz. En algunos países, como España, nacionalismo radical se reserva para la voluntad de autonomía o independencia de determinados pueblos, y no se califica de nacionalista el pensamiento que aboga por mantener la integridad total del Estado-nación. Esa ideología es, pues, propia de la naturaleza humana, o lo que Dios manda para mantener la unión bajo la monarquía.

No han desaparecido las tendencias que vienen de cuando una República constitucional y progresista fue brutalmente derrocada por fuerzas sediciosas, terroristas, que usurparon el poder y el nombre Bando Nacional. Sus seguidores más visibles condenan el nacionalismo de otros, y -una perversión léxica más- sustituyeron aquel autobautizo por Partido Popular. Sus fiúrers -para proponer un germanismo que, españolizado al estilo del anglicismo líder, sería hasta más factográfico – quieren mermar a verdaderos defensores de pueblos llamándolos populistas , calificativo denostado, con razón o sin ella, desde la derecha y desde la izquierda; pero saneable tal vez por esta última.

Discutir sobre motivaciones y viabilidad de los nacionalismos les corresponde en especial a sus portadores respectivos. Los hijos y las hijas de pueblos nacidos de la lucha por la independencia no estamos autorizados a reprobarlos. El independentismo de estos pueblos lo repudiaron los integristas de entonces, como al actual los de ahora, esgrimiendo el «derecho de conquista» que utilizó la Corona para someter a las tierras vecinas hasta formar la llamada España. Tal fue el expansionismo con el que llegó a las Islas Canarias, africanas, y a otras próximas, antes de su desbordamiento trasatlántico en 1492. Pero este artículo no puede seguir explayándose. Reservemos otras minucias para textos futuros.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.