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Alma Grande, Gandhi

Fuentes: Argenpress

«Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena», decía el líder político religioso hindú cuyas enseñanzas inspiraron los movimientos pacifistas del mundo. Y añadía, «Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los […]

«Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena», decía el líder político religioso hindú cuyas enseñanzas inspiraron los movimientos pacifistas del mundo. Y añadía, «Mañana tal vez tengamos que sentarnos frente a nuestros hijos y decirles que fuimos derrotados. Pero no podremos mirarlos a los ojos y decirles que viven así porque no nos animamos a pelear».

Así, también Martin Luther King: «tendremos que arrepentirnos en esta generación no tanto de las acciones de las malas personas sino de los pasmosos silencios de la gente buena».

Su ejemplo y su mensaje permanecen en un mundo enloquecido por guerras, crímenes, hambrunas y fraudulentas crisis económicas.

Conmemoramos ahora el 60 aniversario de su asesinato a los 78 años de edad. Nada más indicado que saborear y ponderar las palabras de quien tomó sobre sus espaldas «el monopolio de mejorar sólo a una persona, esa persona soy yo mismo y sé cuán difícil es conseguirlo.»

A pesar del aparente fracaso de su actividad política, murió en una India desangrada en guerra religiosa. Fue fiel a aquella «voz interior» que le urgía a «seguir combatiendo contra el mundo entero, aunque me encuentre solo. Me dice que no tema a este mundo sino que avance llevando en mí nada más que el temor a Dios.»

Porque él estaba convencido de que «no debemos perder la fe en la humanidad que es como un océano; ella no se mancha porque algunas de sus gotas estén sucias.»

Ya que nadie puede hacer el bien en un aspecto de su vida, mientras hace daño en otro; «porque un cobarde es incapaz de mostrar amor, hacerlo está reservado para los valientes».

Afirmaba que la vida es un todo indivisible por eso «no se nos otorgará la libertad externa más que en la medida exacta en que hayamos sabido, en un momento determinado, desarrollar nuestra libertad interna».

Y con la eterna sabiduría citaba el ejemplo del Rabí que pasó entre nosotros haciendo el bien. De ahí que Luther King escribiera: «Nosotros devolveremos bien por mal. Cristo nos enseñó el camino y Mahatma Gandhi nos demostró que era operativo». Como él, fue meridiano con los que ignoran y son causa de la pobreza y de la miseria de tantos seres humanos. «El que retiene algo que no necesita es igual a un ladrón», porque lo que no se comparte se pierde.

«Si en apariencia tomo parte en política se debe a que la política nos rodea igual que el abrazo de una serpiente del que no podemos desasirnos por mucho que lo intentemos. Por lo tanto, deseo luchar con la serpiente», decía.

Y sabía que la lucha era durísima y el pago implacable. «Si no tuviera sentido del humor me habría suicidado hace mucho tiempo». Porque, primero ellos te ignoran; más tarde se ríen de ti; luego te hacen la pelea; y entonces… ¡tú ganas!». Sabiduría de la no violencia, del wu wei «no hacer» de Lao Tsé, inclinarse mientras pasa la riada para alzarse de nuevo e imitar al agua que se adapta al terreno para vivificarlo y transformarlo.

El Mahatma Gandhi estaba convencido de que ningún hombre pierde su libertad sino por su propia debilidad. Que la fuerza no proviene de la capacidad física sino de la voluntad indomable. «Sé tú mismo el cambio que quieras ver en el mundo.»

Y se mostró caminando por la inmensa India, con un sencillo doti confeccionado por él mismo en la rueca que habría de figurar en la bandera de India.

«Es mejor permitir que nuestras vidas hablen de nosotros a que lo hagan las palabras». Y así, humildemente mostró su camino.

«Me esforzaré en amar, en decir la verdad, en ser honesto y puro, en no poseer nada que no me sea necesario, en ganarme el sueldo con el trabajo, en estar atento siempre a lo que como y bebo, en no tener nunca miedo, en respetar las creencias de los demás, en buscar siempre lo mejor para todos, en ser un hermano para todos mis hermanos».

Alma Grande Gandhi sabía lo que significaba vivir y morir como no violento, «pero me falta demostrarlo mediante un acto perfecto.»

Y ese acto que rubricó su vida, hace ahora 60 años, a manos de un hindú fanático y enloquecido, a quien Gandhi hubiera estrechado entre sus brazos hizo exclamar a Einstein: «Las generaciones del porvenir apenas creerán que un hombre como éste caminó la tierra en carne y hueso».