Alteridad y biopolítica – El retorno de Caín
El mito bíblico de Caín y Abel, más que una narrativa de celos que culmina en fratricidio, es una historia de alteridad.
Y, ¿qué es la alteridad? Es el otro en relación con un patrón o estándar establecido históricamente, no sin mucha violencia y discriminación.
De esta forma, delante de un patrón masculino, consagrado por el patriarcado milenario, la mujer es una alteridad, y así sucesivamente.
Caín es una alteridad en el mito bíblico porque él se volvió un no patrón, porque el patrón, para el caso, es ser amado por Dios.
¿Y cuál fue el castigo que Dios aplicó a Caín? Sí, la marca en la frente, para que sea reconocido como alguien que no es amado por Dios, a cualquier lugar que vaya o donde esté.
Este mito bíblico es paradigmático para pensar la situación social y la conducta de las alteridades. La última cosa que estas deberían aceptar es ser marcadas, porque las marcas sirven para identificarlas y, en consecuencia, monitorearlas, controlarlas, regularlas, manipularlas y vigilarlas.
Una forma de marca, para las alteridades, es el estilo, que se traduce en gestos, ropas, cortes de pelo, entre otras formas de expresión.
Como en el mito bíblico, Diosestadosunidos ofrece una gama de estilos para las alteridades, para marcarlas y, así, identificarlas.
Sin embargo, a diferencia del mito bíblico, el paquete de estilos a ser ofrecido por Diosestadosunidos a las otredades, no sirve para despenalizarlas, sino para afirmarlas dentro de un patrón, que es un patrón para las alteridades, en general, diferente del estándar humano impuesto por Occidente: el de blanco, adulto, hombre, tecnócrata, capitalista.
Este último, por haberse convertido en un estándar, desde luego, en relación con las alteridades, históricamente subestimadas, en general no tiene marcas de Caín. No necesita ser identificado porque se impuso ideológica, cultural y geográficamente, se reitera, por la fuerza y la mistificación proto religiosa.
Para las otredades, las marcas de Caín fabricadas por Diosestadosunidos (demagógicamente estimuladas por la industria cultural yanqui), como en el mito bíblico, cumplen una función policiva: identificar las alteridades como alteridades.
De nuevo, a diferencia del mito bíblico, los estilos de ser otredad de Diosestadosunidos no los marcan en la frente para destacarlos como impíos: es decir, no amados por Dios.
Por contraste, sirven para afirmarlos como alteridades yanquis, teniendo en cuenta una dimensión pública(¿publicitaria?) y de marketing.
En otras palabras: son marcas de Caín que contribuyen a mundializar la presencia yanqui. Invirtiendo todo para no invertir nada, porque las demás alteridades que no estuvieren ungidas por Diosestadosunidos seguirán excomulgadas, como Caín, siendo acusadas de terroristas, fanáticas, atrasadas, dictadoras, inferiores, feas, siendo, por último, bestializadas.
Y, acto seguido, se vuelven pretextos permanentes para golpes y guerras contra las alteridades del mundo que dicen No a las demagógicas marcas del Caín Diosestadosunidos, marcas que esconden el holocausto de las alteridades colonizadas.
Esto, hoy, es biopoder. Uno de los mejores pasajes teóricos para definir tal concepto es posible leerlo en Historia de la sexualidad: la voluntad de saber (1976), de Michel Foucault, cuando el filósofo francés ironiza el dispositivo de confesión biopolítica, como alteridad, argumentando que si confesarse es permitir ser conocido por la estructura de poder, cuya voluntad de saber (saber es poder sobre) es también una voluntad de dominio sobre el otro, no es casual que el rey Sexo hiciera de sí un dispositivo de la sexualidad, viendo en esta uno más de conocimiento/poder sobre el otro para al cabo someterlo a la norma, domesticarlo.
El marxismo es la ciencia de las humanidades porque es la ciencia que objetiva las subjetividades humanas.
De hecho, como cualquier ciencia que lo sea, el marxismo está retado a ser objetivo: jamás, subjetivo. No hay una ciencia subjetiva, de por sí. Esto no significa que la subjetividad no esté históricamente determinada.
Es en esta brecha, que es el mundo entero, que surge el marxismo. Este es la ciencia de las subjetividades humanas, analizadas bajo el punto de vista de los modos de producción: el esclavista, el feudal y el capitalista, incluyendo la fase imperialista de este último y el factor colonial, que no solo concierne al periodo de acumulación primitiva del capital, como bien analizó Rosa Luxemburg, en su clásico La acumulación del capital (1912), en el cual describió la economía política mundial, señalando que el mercado mundial capitalista no funciona sin el mercado externo, entendiendo este como el saqueo permanente de los pueblos.
Por ejemplo, el marxismo objetiva modos de producción. La estructura objetiva del modo de producción capitalista es la división entre capital y trabajo, que es desigual, a escala planetaria, tanto para el capital como para el trabajo. Las guerras y los golpes nos enseñan que, incluso, ni los capitalistas de las periferias están libres de una rígida división desigual del capital, dentro del capitalismo mundial, situación que se agrava enormemente si se considera la realidad de los obreros de la periferia, por ser objeto de una triple división internacional del trabajo: 1. La de la relación capital y trabajo. 2. La referida a la jerarquía entre centro y periferia. 3. La de tener como referente burgués, para negar, un capitalismo también sometido por la metrópoli. Cabe citar, esta pregunta fue analizada por teóricos de la dependencia como Vânia Bambirra, Theotônio dos Santos, Ruy Mauro Marini, entre otros.
Es por esto que la Operación Lava Jato, en Brasil, operó y aún opera totalmente fuera del marco legal brasileño. Sus jueces, procuradores y policías federales nunca, de hecho, tuvieron como desafío el combate a la corrupción. Lo que estaba y está en juego es impedir que las grandes empresas del Brasil, especialmente en el área de construcción civil y Petrobrás, desarrollasen nuevas tecnologías y disputasen el mercado mundial, situación igualmente válida para el sector cárnico, el agronegocio o cualquier otro, incluso el bancario.
Ahora, si el marxismo es la ciencia retada a analizar las subjetividades humanas bajo el punto de vista de los modos híbridos de producción, dentro del capitalismo, esa doble división desigual capital/trabajo, a escala mundial, se objetiva subjetivamente así: 1. Existe la subjetividad del capital imperialista, dominado por EEUU. 2. Existe la subjetividad del capital subimperialista europeo y japonés, subordinada a la primera subjetividad. 3. Existe la subjetividad de los capitalistas periféricos, dependientes y rehenes de los dos primeros. 4. Existe la subjetividad del trabajo enajenado dentro del imperialismo yanqui. 5. Existe la subjetividad del trabajo subimperialista alienado europeo y japonés. 6. Existe la subjetividad del trabajo alienado de las periferias del sistema capitalista. 7. Existe la subjetividad del trabajo no alienado, que también tiene sus propias divisiones y se desaliena de hecho si la lucha de clases se pelea al mismo tiempo contra las subjetividades primera, segunda y tercera del capital, así como contra las respectivas subjetividades alienadas del mundo del trabajo.
La espectacular modernidad estadounidense
Estas formas objetivas de subjetividad, dentro de la civilización burguesa, son universales, aunque se expresen de diversos modos, razón por la cual, como toda ciencia, el marxismo es universalmente objetivo. Además, toda ciencia es teleológica: tiene objetivos específicos.
Los fines del marxismo son: conocer las formas objetivas de subjetividades alienadas como condición indispensable para la constitución de una sociedad no alienada, en la que mujeres y hombres se asocien libremente; sujetos y objetos, a un tiempo, de la sociedad de la cual son igualmente sujetos y objetos, teniendo en cuenta un proceso de lucha de clases que al tiempo lo es de liberación de las naciones oprimidas, de la división desigual del capital y del trabajo y de la lucha de clases del trabajo contra los dueños privados de los medios de producción.
La relación poder/conocimiento, tan caro a Foucault y también a Adorno, no vale para el marxismo, porque este se define como el saber que se desaliena y, por lo tanto, desoprime, a diferencia del saber del capital, que es el poder de hecho en la modernidad capitalista: un saber-poder que (solo) sabe de oprimir, someter, explotar, dividir.
Ahora, es aquí que una importante objetividad se hace necesaria. La civilización burguesa produjo dos modelos de conocimiento/poder: uno vinculado a la modernidad capitalista europea; otro, a la modernidad capitalista gringa. Eso configura dos formas de alienación subjetivas: una implicada con el saber/poder de la modernidad capitalista europea y otra con el saber/poder de la modernidad capitalista yanqui.
Este tema de las modernidades fue especialmente desarrollado por el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría (1941-2010). En su Crítica de la modernidad capitalista (2011), él propone cuatro expresiones de modernidad dentro de la civilización burguesa: 1. La católico-ibérica. 2. La protestante de Europa del norte, que devino la dominante, en el momento de expansión del capitalismo europeo. 3. La modernidad barroca latino-americana. 4. La modernidad protestante estadounidense, vuelta hegemónica, sobre todo después de la II GM.
Para fines de este ensayo, es necesario destacar que la modernidad yanqui se desarrolló de forma paralela a la modernidad europea, hasta subsumirla, a partir de la manipulación táctica y estratégica de las contradicciones de lucha de clases ocurrida dentro de la primera, sobre todo en su periodo revolucionario, inaugurado por la Revolución Francesa de 1789.
Así, la modernidad gringa, se desarrolló como metamodernidad de la modernidad europea; una especia de modernidad que miraba desde el balcón las contradicciones de la lucha de clases de la modernidad europea, en lo que toca a la relación capital vs. trabajo, evitando que esas contradicciones ocurriesen dentro de EEUU, así como usándolas para superar a la modernidad europea, subsumiéndola y transformándola en subimperialista, como ocurre hoy.
Las dos modernidades tienen en común el rasgo estructural del capitalismo: la división entre capital y trabajo; dueños de medios de producción y obreros, definidos como aquellos que no poseen dichos medios y solo tienen su fuerza de trabajo como medio de supervivencia, en la sociedad del capital soberano. Por otro lado, la modernidad yanqui subsume a la modernidad europea, en los términos que Marx definió dicha categoría en el I Volumen de El capital (1867): “La producción de plus-valor absoluto gira solo en torno a la duración de la jornada laboral: la producción de plus-valor relativo revoluciona enteramente los procesos técnicos del trabajo y de los movimientos sociales. Ella supone, por lo tanto, un modo de producción específicamente capitalista que, con sus propios métodos, medios y condiciones, solo surge y se desarrolla naturalmente sobre la base de la subsunción social del trabajo bajo el capital. El lugar de la subsunción formal del trabajo bajo el capital es ocupado por su subsunción real.” (MARX, 2013: 707-708)
En el capitalismo existe el plus-valor absoluto y el plus-valor relativo. El primero se remite a la explotación directa del trabajo, por medio de la intensificación de la jornada laboral con respecto a la subsunción formal del proceso de trabajo. Sobre el segundo, es bueno repetir lo dicho por Marx: “[…] revoluciona enteramente los procesos técnicos de trabajo y las agrupaciones sociales” (MARX, 2013: 707-708), constituyendo como una subsunción real del trabajo; una forma efectiva de conocimiento/poder del capital, que se da en la dinámica competitiva de su proceso de producción efectivo y que se revoluciona a sí mismo al estructurarse por procesos de acumulación basados en tecnologías.
En ese sentido, la modernidad yanqui puede interpretarse como un proceso de subsunción real de la modernidad europea, de su proceso de trabajo, al realizar una subsunción real de la lucha de clases y, en consecuencia, de la praxis revolucionaria, ese mejor producto de la sociedad burguesa, como señalaron Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, de 1848.
Eso significa que la modernidad estadounidense es en sí misma una modernidad de plus-valor relativo y lo es de una forma inusitada, por no decir parasitaria: la que transforma la industria cultural en modo específico de producción material, a partir del cual subsume la producción tanto del plus-valor absoluto como del relativo, basada en la economía concreta, mediante la edición infinita de imágenes del mundo.
La yanqui es una modernidad de plus-valor relativo En el ámbito de la producción de imágenes como mercancía. Es, pues, para dialogar con Guy Debord, en La sociedad del espectáculo (1967), una modernidad espectacular, lastrada parasitariamente por el dólar espectacular y por las guerras y golpes espectaculares. En realidad, el peor y más lamentable de los espectáculos que, de todos modos, el imperio sionista-gringo de la hegemonía mediática, pretende hacer pasar por el mejor y susceptible de mayor emulación: una vergüenza mundial, aceptada tácitamente por la mayoría de gobiernos sin objeción alguna. Marx describió el proceso de subsunción real del trabajo como típicamente capitalista, porque ante todo desplaza la revolución histórica, liderada por las luchas de clases, por el saber/poder de la revolución del capital en sí mismo: y no hay nada más espectacular —y cosificado— que el capital en sí.
En tal sentido, lo que subsume la modernidad yanqui es la propia lucha de clases, que, de forma permanente, es parodiada por procesos contrarrevolucionarios, basados en la reificación al cuadrado. ¿Cómo así? Ahora, si la categoría cosificación significa separación de la totalidad del ser social, creando una forma de separación que se cree independiente de la economía y de la sociedad mismas, la reificación espectacular eleva eso al absurdo porque ya no depende del metabolismo con la naturaleza: se aleja de esta, transformándola en fantasma, en espectro de radio infinitamente editable, revisado.
Las revoluciones coloridas, usadas para golpear a países que resisten a la dominación yanqui, son partes fundamentales del proceso de subsunción real de la lucha de clases y serían impensables sin la ‘sociedad del espectáculo’ de la modernidad estadounidense.
¡Alteridades del mundo, únanse!
Otra forma de subsunción real del proceso de trabajo, que es primero del proceso de trabajo revolucionario, dentro de la espectacular modernidad yanqui, es: la subsunción real de las otredades. Ahora, la categoría de alteridad, como algo inferior, con respecto a un patrón históricamente impuesto, es propiamente una categoría que surge del proceso de formación y expansión de la modernidad europea, cuya autopromoción ideológica se dio por la mistificación, incluso religiosa, del rostro blanco europeo.
Como se sabe, la esclavitud fue un modo de producción que precedió al feudalista. En este contexto, los esclavos estaban integrados, en lo esencial, por prisioneros de guerra, razón por la cual no eran identificados por el color de piel, como pasó en el proceso de expansión de la modernidad europea, caracterizada por haber “inventado” la esclavitud racial-racista, de y contra los africanos, motivada, allende las razones económicas, por el contraste de la piel blanca europea, con lo que resultó de ahí el clásico de Franz Fanon: Piel negra, máscaras blancas (1952), en el que se destaca un sistema metafísico entre blancos y negros y el drama de estos últimos: el de vivir en un sistema social racista, disfrazados de blancos.
Por lo tanto, Hitler nunca fue una excepción, como el revisionismo histórico lo presenta: es la regla racista de la modernidad europea. Objetivamente, sin embargo, la alteridad estructural del modo capitalista de producción es el obrero en relación con el capital, que es el patrón (o estándar). El trabajo, pues, es la alteridad de la civilización del capital. Y eso vale para cualquier biotipo de trabajador: negro, blanco, mujer, asiático, latinoamericano, europeo, norteamericano, estadounidense, gay, heterosexual.
Como desde que el mundo es mundo, en sociedades estructuradas por la opresión de clase, el principal objetivo de poder constituido es la división de los trabajadores, también, de forma no menos objetiva, los factores de división de la clase trabajadora, en el capitalismo, son: 1. La jerarquía entre el centro (la metrópoli) y la periferia. Los trabajadores de la periferia, por lo tanto, son alteridades de alteridades, si se compara con los trabajadores de la metrópoli, tanto en lo que toca a la modernidad europea como a la yanqui, puesto que, en general, son ‘los condenados de la tierra’, por estar sometidos al ámbito del plus-valor absoluto: a la sobreexplotación, mucho más que los segundos. 2. La jerarquía étnica, que condena a los trabajadores negros, ante todo, a una posición laboral, también válida para otros grupos étnicos, como indígenas y asiáticos. 3 La jerarquía de género, que impone un doble turno a las mujeres, además de salarios más bajos en comparación con los hombres.
Si, en el capitalismo, la alteridad es el trabajo frente al capital, los perfiles humanos que acumulan ‘marcas de Caín’ de alteridades tienden a ser los más explotados, como las mujeres negras, homoafectivas, periféricas, por ejemplo. De todos modos, un trabajador blanco de la periferia puede analizarse como la otredad, en comparación con uno similar dentro de la modernidad europea o estadounidense. No hay parámetros fijos que dependan de las formas objetivas de la división social del trabajo, con su conocimiento/poder alienante y alienado.
En todo caso, el nombre genérico de las alteridades, en la civilización burguesa, es: el obrero en relación con los dueños de los medios de producción. Para retomar el diálogo con Rosa Luxemburg en La acumulación del capital, precisamente porque el mercado capitalista no funciona por sí solo, la alteridad, en la era de la modernidad europea, fue concebida como bárbara, inferior, improductiva, ignorante, inhumana, pretextos ideológicos usados para explotarla, parasitarla, violentarla, en nombre de la civilización europea.
Dentro del actual estadio de espectacular modernidad estadounidense, todo cambia para que todo siga igual. O sea, las alteridades, son efectivamente las mismas de la modernidad europea: la obrera, en relación con el capital, acumulando rasgos que la vuelvan más y más vulnerable al vórtice inhumano de la explotación capitalista-imperialista, como los rasgos de alteridad de obreros negros, femeninos, homoafectivos, asiáticos y, sobre todo, periféricos.
Sin embargo, un aspecto actual del proceso de subsunción real-espectacular de la modernidad imperialista yanqui es el de la captura pública y biopolítica de las alteridades, efectuadas a través de la producción de imágenes con estilos de vida diseñados, en exclusiva, para las otredades, de tal manera que puedan afirmarse como Black Power, Woman Power, Gay Power y, al tiempo, representar públicamente el dominio mundial gringo, como prueba cinematográfica de que la democracia yanqui es efectiva, porque es inclusiva, es decir, no excluye ni pordebajea a nadie. Al contrario, incluye afirmativamente, estilísticamente.
Como por arte de ma(f)ia, las marcas de Caín negativas no blancas, no heterosexuales, no eurocéntricas, producidas por el proceso de expansión de la modernidad europea dejan de existir y son sustituidas por marcas de Caín positivadas, estilísticamente; y de forma militante: las alteridades pasan a militar, hacer políticas de sí mismas, por medio de sus estilos biopolíticos gringos.
Como el rasgo principal de la espectacular modernidad estadounidense es el de la subsunción real de la lucha de clases, la militancia biopolítica de las alteridades espectaculares yanquis subsume, subsunción real, a la militancia colectiva, de la unión de los trabajadores y, por lo tanto, subsume a la alteridad objetiva del capitalismo, que es el trabajo, el obrero.
Como se nota, se trata de una militancia surreal y absolutamente cosificada, que mientras más milita más subsume a la estructura de clase del capitalismo. Y es inútil, como en la propuesta de Angela Davis, decir que deba ser una militancia basada en la intersección de mujeres, raza y clase al mismo tiempo, porque tal militancia subsumida, espectacularmente, en la práctica, supone una subsunción real del proceso de emancipación del trabajo; y a la vez una subsunción real de la lucha de clases, que vuelve omnipresente al estilo de ser yanqui, para las alteridades en el mundo, como auténticos marines biopolíticos dedicados sobre todo a la lucha de clases por la emancipación soberana y nacional de los pueblos.
En tal sentido, lo que de hecho se subsume es la praxis revolucionaria, la propia práctica militante. Ya pasó la época, por lo tanto, en que la militancia se prohibía en las canciones, en la literatura, en la vida cotidiana, acusadas de panfletarias y/o simplistas. Hoy, la militancia es animada, biopolíticamente, pero de tal forma que el trabajo mismo queda subsumido, ocultado, combatido, en el acto mismo de militar, de decir yo soy mujer, negro, gay.
Y ese yo soy, como suspiro de Diosestadosunidos, se expresa y milita de tal forma que es el propio America First Party que ocupa la escena mundial, biopolítica y espectacularmente. En este contexto, las revoluciones coloridas asumen el rostro anarquista y espontaneísta de un “yo soy” la espectacular modernidad yanqui, imágenes como quintaesencia cosificada de la subsunción real de la lucha de clases.
El marxismo es la ciencia de las humanidades porque objetiva que la lucha de clases desaliena y, por lo tanto, no divide, cuando une; y el trabajo por la unión ya es de por sí desalienante, revolucionario; el trabajo unido contra el capital y, sobre todo, hoy, contra el capital espectacular de la modernidad estadounidense.
La militancia no subsumida, por lo tanto, tiene el siguiente eslogan: ¡Alteridades laborales del mundo, únanse, para así romper las cadenas de la división internacional del trabajo!
Referencias:
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Luis Carlos Muñoz Sarmiento (Bogotá, Colombia, 1957) Padre de Santiago & Valentina. Escritor, periodista, crítico literario, de cine y de jazz, catedrático, conferencista, corrector de estilo, traductor y, por encima de todo, lector. Colaborador de El Magazín de EE, desde 2012, y columnista, desde el 23/mar/2018. Corresponsal de revista Matérika, Costa Rica. Su libro Ocho minutos y otros cuentos, Colección 50 libros de Cuento Colombiano Contemporáneo, fue lanzado en la XXX FILBO (Pijao Eds., 2017). Mención de Honor por Martin Luther King: Todo cambio personal/interior hace progresar al mundo, en el XV Premio Int. de Ensayo Pensar a Contracorriente, La Habana, Cuba (2018). Invitado por UFES, Vitória, Brasil, al III Congreso Int. Literatura y Revolución – El estatuto (contra)colonial de la Humanidad (29-30/oct/2019). Autor, traductor y coautor, con Luis E. Soares, en Rebelión.
Luis Eustáquio Soares (Rio Pomba, MG, Brasil, 1966) Pos doctorado en Literatura Comparada (UFMG), desde 2004 es profesor (Asociado II, hoy) de Teoría de la Literatura y Literaturas en Lengua Portuguesa, en la U. Federal de Espíritu Santo (UFES). Poeta, escritor, ensayista. Líder de los grupos de investigación Literatura, Industria Cultural y Lectoescritura Crítica y Literatura, Idea de Comunismo y Kynismo. Autor de José Lezama Lima: Anacronía, lepra, barroco y utopia (2008, Edufes); El evangelio según Satanás (2008, El perro y la rana), América Latina, Literatura y política (2012, Edufes); La sociedad de control integrado: Franz Kafka y Guimarães Rosa (2014, Edufes). En el primer semestre de 2020, aparecerá Siete ensayos sobre los imperialismos – Literatura y Biopolítica (Edufes), coescrito con su amigo/colega colombiano Luis Carlos Muñoz Sarmiento.