En una cuenta de Twitter que nos sorprende a diario con sus dibujos, Amarillo Indio (@amarilloindio) dejaba la siguiente reflexión: «En los cuadros de Vermeer hay como un tintineo de luces, algo muy sutil. Cuando lo ves, el cuadro entero vibra». Existe un pequeño cuadro de Johannes Vermeer titulado La encajera. La protagonista es una […]
En una cuenta de Twitter que nos sorprende a diario con sus dibujos, Amarillo Indio (@amarilloindio) dejaba la siguiente reflexión: «En los cuadros de Vermeer hay como un tintineo de luces, algo muy sutil. Cuando lo ves, el cuadro entero vibra».
Existe un pequeño cuadro de Johannes Vermeer titulado La encajera. La protagonista es una mujer centrada en una labor de encaje de bolillos. Ella sola tejiendo en la intimidad resulta de una gran fuerza expresiva por el juego de luces y los colores empleados, entre los que resalta el amarillo de su blusa.
Al parecer, Vermeer quiso representar en ese trabajo la virtud femenina de una mujer laboriosa en el ámbito doméstico, un tema muy propio del patriarcalismo burgués, pero más allá del androcentrismo artístico, destacan dos detalles mínimos.
Vermeer pintó allí dos tipos de hilos. Por un lado, tenemos unos hilos blancos que estira la mujer entre sus dedos sobre un almohadón para el encaje de bolillos. Están pintados en línea recta, tensos, sin curvatura ni arruga alguna. Por otro lado, a la izquierda del cuadro, sobre un cojín tenemos unos hilos rojos en primer plano, embrollados en una mezcla confusa, caóticos, los cuales fueron pintados al azar, dejando chorrear la pintura sobre el lienzo, al estilo del dropping de un Jackson Pollock.
Ese juego en el cuadro entre la línea recta y la línea irregular, lo lógico y lo caótico, lo calculado y lo imprevisible, contribuye a que el cuadro vibre todavía más.
Algo parecido es lo que nos ofrece Julio César Pérez, que es quien está detrás de la cuenta de Amarillo Indio. Escogió este nombre por ser uno de esos pigmentos que se pueden contemplar en cuadros como los de Vermeer.
Curiosamente, sin embargo, la mayoría de las ilustraciones que realiza Julio son en blanco y negro, aunque sí participan de esta estrategia para mezclar lo calculado con lo imprevisible y hacer del trazo una línea temblorosa que vibra a la luz de la imaginación.
Sólo tiene dos reglas: que sean dibujos rápidos y que no haya que pensar mucho. No obstante, en conversación con él, me aseguró una tercera regla que no suele mencionar: saltarse las reglas, cuando haga falta.
Así es como consigue esa espontaneidad trabajada en la intimidad, como esa mujer entre hilos tensos y embrollados del cuadro de Vermeer. De alguna manera, así son sus dibujos, ligeras líneas temblorosas, muchas veces embrolladas y defectuosas, pero que consiguen un resultado vibrante, con personajes que parecen indicarnos que la vida sigue a pesar de todo, en una celebración de la existencia diaria.
Tuve la suerte de conocer a Julio una mañana de agosto en Can Picafort, un sitio de fuertes contrastes, donde lo mismo puedes recorrer kilómetros de grandes cadenas hoteleras, repletas de familias alemanas de clase media y trabajadora encerradas en arquitecturas rígidas de ocio prefabricado, como puedes pasear por senderos de lirios de mar, bordeando playas salvajes, con densos restos de algas y pequeñas manchas de chapapote provenientes del transporte marítimo moderno, cuyos rastros te llevan hasta una necrópolis de la Edad de Hierro donde se amontonan grandes bloques de piedra a escasos metros de las olas.
Una disonancia de gestos y formas se percibe en ese territorio, entre el griterío del turismo planificado de masas y el eco de una tierra y un mar que se niegan a la tiranía del urbanismo.
Julio conoce perfectamente ese territorio y me explicó las diversas transformaciones laborales, sociales y culturales que ha percibido en los últimos años. Sabe de sobra cómo se han mercantilizado los paisajes, los trabajos, las formas de vida y también el arte.
Él mismo pasó una época de crisis hace años cuando descubrió que en el mundo de las galerías se le pedía que repitiera un estilo, una marca, una firma, lo cual le impedía seguir experimentando y avanzando en su exploración artística.
Así que un día dejó los lienzos enormes pero no las ganas de seguir pintando y de esta manera es como ha llegado finalmente a estos dibujos diminutos, con ironía, con humor, con sensibilidad crítica, con espontaneidad visceral, como una válvula de escape que nos libera en el torbellino de mensajes electorales y comerciales absurdos.
En ese encuentro, Julio me enseñó el dibujo que había tuiteado esa mañana, sacando una libreta modesta. Allí estaban sus trazos, que reflejan una cotidianidad invertida, la perplejidad de seguir con vida en un mundo donde parecemos bocetos de las esculturas de Giacometti, retorcidos, temblorosos, pero erguidos.
Y ahí sigue el reto, tanto para Julio como para todas nosotras, personas que buscamos sentido en cosas profundas y en temas banales, sin posibilidad de distinguir ya lo serio de lo absurdo. Así es también como concibe Twitter -según me comentó-, como una escalera continua en la que cada tuit que aparece en la pantalla va siendo sustituido por otro, peldaño a peldaño, en un movimiento espontáneo y colectivo que nunca sabemos a dónde nos llevará.
Frente al trabajo tedioso e incomprensible, Herman Melville nos dejó la historia de Bartleby, un escribiente oficinista que se negaba a obedecer las órdenes de su jefe, aunque lo hacía de una forma sutil, repitiendo siempre la misma frase: «I would prefer not to», «Preferiría no hacerlo».
Las formas deformes de Amarillo Indio son similares. Parecen decirnos: «Preferiría no repetir el mismo discurso que nos dictan, las mismas figuras que nos imponen».
Es como si un contable de la cotidianidad se hubiera propuesto desdibujar nuestros límites, haciendo un haiku pictórico de la realidad diaria, en una resistencia precaria, sutil, vibrante.
Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/27650-amarillo-indio-dibujar-twitter-despues-vermeer.html