América será el teatro de mis aventuras con carácter mucho más importante que lo que hubiera creído, realmente creo haber llegado a comprenderla y me siento americano con un carácter distintivo de cualquier pueblo de la tierra. Carta a su madre, Guatemala, abril de 1954 El nombre de Ernesto Guevara de la Serna se encuentra […]
Carta a su madre, Guatemala, abril de 1954
El nombre de Ernesto Guevara de la Serna se encuentra indisolublemente ligado a la América Latina, y en particular a la idea de una América irredenta y unida por la causa común de la plena liberación de los hombres. Sería imposible explicar su vida o su tenaz pervivencia como símbolo de rebeldía radical entre casi todos los proyectos progresistas que han germinado en estas tierras desde su asesinato en Bolivia, sin comprender lo que representó el continente en su formación, en el desarrollo de su pensamiento y práctica política.
Heredero y continuador de la tendencia integracionista que tiene en Simón Bolívar y José Martí a sus figuras más descollantes, Che Guevara propone, a partir de su praxis política y a la luz de aquellos intensos años ´60, una relectura de la problemática de la unidad latinoamericana, basada en un proyecto de transformación socialista y reubicada en el amplio y complejísimo entramado de los países del llamado Tercer Mundo.
¿Cuánto llega a conocer este continente múltiple en culturas, necesidades y deudas impagadas? ¿Qué caminos lo nutren y llevan a articular orgánicamente tradición, actualidad y futuro en su proyecto de cambio continental? Las páginas siguientes constituyen sólo un esbozo, un acercamiento inacabado al proceso a través del cual el Che va construyendo su visión de América Latina, así como sus ideas en relación al camino que habrían de seguir sus pueblos para alcanzar la verdadera independencia.
CONOCIENDO AMÉRICA…
Para el joven argentino Ernesto Guevara, educado en un contexto influenciado por patrones culturales marcadamente eurocéntricos, el acercamiento a la realidad latinoamericana comenzó en sus inicios a través de la lectura, a partir de un interés por conocer el mundo que le circundaba -todo él, desde la historia de antigua hasta la vida de las abejas. Ávido lector, su sed de conocimientos fue orientándose hacia propósitos concretos a medida que fue creciendo. Junto a las compilaciones de poesía de Baudelaire, las colecciones de aventuras al más puro estilo de Salgari y Julio Verne, o las novelas de Faulkner y Steinbek, fueron apareciendo cada vez con mayor frecuencia textos relacionados con el conocimiento científico y con la filosofía en particular.
En un proceso que le ocuparía años, durante los cuales iría construyendo y perfeccionando su particular método de estudio y análisis, fue anotando meticulosamente las referencias de todos los libros que caían en sus manos mientras se iniciaba en el proyecto de confeccionar su Cuaderno Filosófico, 1 donde iría agrupando y paulatinamente decantando reflexiones sobre la ciencia y el método, el amor y los sueños, la vida y la muerte, la materia y el espíritu, el bien y el mal… de autores a veces tan disímiles como Sigmund Freud, Herman Hesse, José Ingenieros, Jack London, Adolf Hitler o Federico Engels, por solo mencionar algunos. A través de estas anotaciones puede comprenderse cómo fue transitando por la «mayúscula» Filosofía, desde sus orígenes, sus corrientes fundamentales y algunos de sus autores más importantes a lo largo de los siglos -Aristóteles, Platón, Spinoza, Renán, Schopenhauer, Nietzche, Marx-, en un esfuerzo por hacerse de un aparato conceptual que le permitiera dialogar con las múltiples circunstancias de su entorno. Este camino que lo llevaría a asumir definitivamente al marxismo como el instrumento más efectivo para interpretar la realidad y -luego- proponerse transformarla, estuvo tan lejos de los cánones establecidos por academias o partidos, tan alejado de moldes y esquemas, que le permitieron ir elaborando una concepción del mundo y de las sociedades rica en matices y aristas, donde no descartaba nada que pudiera enriquecer y complejizar sus reflexiones.
Paralelamente a estos estudios autodidactas, Ernesto va dirigiendo su mirada -cada vez con mayor sagacidad- hacia su entorno. El encuentro, la convivencia en directo con la realidad latinoamericana comienza dentro de las fronteras nacionales: un norte argentino lejano y poco conocido para el joven estudiante de Medicina cuya vida había transcurrido entre Córdoba y Buenos Aires. Impulsado por ese espíritu algo aventurero que nunca lo abandonaría, en enero de 1950 sale de la capital bonaerense y durante alrededor de un mes recorre los cerca de 3 500 kilómetros que abarcan 12 de las de las provincias más atrasadas del país. En la convivencia con los pobladores de estas regiones, intuye más que comprende que si lo que buscaba era llegar a entender la esencia de la vida de hombres y mujeres insertos en contextos completamente diferentes al suyo no podía conformarse con la vista panorámica y folklorista del turista que llega con una idea preconcebida de aquello que espera encontrar, «no, no se conoce así a un pueblo, una forma y una interpretación de la vida, aquello es la lujosa cubierta, pero su alma está reflejada en los enfermos de los hospitales, los asilados en la comisaría o el peatón ansioso con quien se intima…«2. Aunque sus juicios son más emotivos que racionales, las anotaciones reflejadas en su diario3 adelantan un modo de acercarse radicalmente a la realidad; el rumbo hacia el cual se orientan sus inquietudes humanistas: germen de un futuro despertar de su conciencia social.
Estos intereses germinales adquieren una nueva dimensión cuando, finalizando el año siguiente, decide lanzarse a la aventura de explorar la América grande, esa que se extendía más allá de las fronteras conocidas. Este primer recorrido4 constituye tal vez un punto de viraje y ruptura de lo que podría haber sido su vida futura. Las tierras americanas tienden al joven una trampa de la que no se liberaría nunca. Las propias circunstancias de un viaje que se inició con la loca pretensión de recorrer varios miles de kilómetros en motocicleta5 y muy bajo presupuesto posibilitaron en cambio un acercamiento, desde dentro, de las dimensiones y realidades geográficas, culturales, económicas y sociales de los países visitados. Cada nuevo paso devino para el joven en la posibilidad de auscultar una variedad increíble de climas y paisajes que van desde las cercanas pampas, pasando por las desérticas tierras de Atacama, las majestuosas cumbres de los Andes, hasta la lujuriosa selva de la Amazonia peruana. Lo que es más importante, cada jornada se traduce en la interacción y convivencia con sus pobladores y sus historias personales, sus tradiciones culturales, su realidad económica y política, su historia y las múltiples caras de la explotación y la injusticia social en las que se desenvuelven.
Un tema especialmente impactante para el joven estudiante de Medicina irrumpe persistente y dolorosamente ante sus ojos. Frente a las majestuosas ruinas de Machu-Picchu, en las calles del Cuzco y sus tradicionales procesiones, en las iglesias, los caminos, las riberas amazónicas y laderas andinas está presente la problemática de los pueblos indígenas. Una compleja realidad que es percibida por Ernesto en sus múltiples aristas, expresada en sus valoraciones relacionadas con el valor incalculable de su legado cultural para todos los países latinoamericanos en tanto constituyen un elemento significativo de identidad; su preocupación por hilvanar y comprender el proceso sociohistórico que conllevó a la situación de exclusión social y explotación en que se encontraban los descendientes de estos pueblos originarios; su sagacidad para «encontrar» entre las expresiones artístico culturales producidas desde los tiempos de la colonia, la presencia de aquellas muestras de cultura ancestral que han devenido en sincretismo y resistencia.
Como él mismo confesaría en sus Notas de Viaje, la experiencia devendría en profunda transformación y gradual consolidación de esos intereses e inquietudes sociales. A la par, va tomando consistencia su «método» de acercarse al conocimiento, definido por el constante diálogo que establece entre la teoría -estudiada en los libros que nunca lo abandonan- y la experiencia acumulada durante las jornadas del viaje. Así, transitando por las diferentes aristas de la vida latinoamericana comienza a construirse una visión del continente en su complejidad. Comienza a darle contenido a esa razón de ser latinoamericano.
Impactado por esa Mayúscula América, un año después de su regreso a los estudios en la facultad de Medicina y a la vida familiar, decide iniciar otro viaje por el continente6. Esta vez el recorrido es tan diferente como sus propósitos, los resultados… inimaginables. Continúa en sus estudios autodidactas de filosofía, sólo que sus necesidades no son ya las de un lector interesado en el mero conocimiento, está buscando ahora las claves para entender las complejidades de la realidad que experimentara en su viaje por Chile, Perú, Colombia y Venezuela. No es de extrañar entonces que a la hora de definir el itinerario fijara su atención en Bolivia y la revolución que se había iniciado en abril de 1952. Para él, significaba presenciar sin mediadores cómo se llevaban a la práctica las ideas que buscaban cambiar esa situación de explotación y deudas sociales históricamente impagadas, ante la que se había visto de cierta forma impotente en su viaje anterior.
Bolivia no lo seduce lo suficiente. Pese a admirar la fuerza potencial del pueblo, manifestada en las acciones de apoyo a la Revolución, su mirada sagaz percibe la tibieza de las medidas revolucionarias, así como la debilidad política de sus principales dirigentes. Percibe rápidamente la presencia cada vez mayor de las «gestiones» «diplomáticas» y económicas del gobierno de los Estados Unidos para «proteger» los intereses de las empresas norteamericanas. Ante la evidente incapacidad de la dirigencia de la revolución para cumplir las metas prometidas a los bolivianos, adivina el agotamiento del proceso y decide continuar su camino, ahora hacia el Ecuador.
Allí sus planes cambiarían drásticamente al reorientar su camino hacia Centroamérica y en particular Guatemala, donde el gobierno de Jacobo Árbenz intentaba desarrollar un proyecto progresista que buscaba una mayor inclusión de las masas explotadas. Si las presiones norteamericanas en Bolivia le habían impactado, la casi absoluta penetración del capital yanqui en los países centroamericanos se presentó ante sus ojos de una manera también absoluta y demoledora, así como su innegable alianza con las burguesías nacionales, comprendiendo para entonces -incluso sin llegar a una comprensión sólida del fenómeno- la verdadera significación del renombrado panamericanismo para los países al sur del río Bravo: subordinación económica y política a los intereses de los monopolios, «integración» al servicio del gran vecino del Norte. Conclusión que vendría acompañada poco después -a raíz de lo que vive durante el golpe de estado al gobierno de Jacobo Árbenz-, de otra igualmente importante: en una América Latina carcomida por los intereses del capital monopolista estadounidense, cualquier proyecto político o intento serio de transformación llevaría a una respuesta -a veces sutil como en Bolivia, otras descarnadas como en Guatemala- de la política estadounidense.
En el trayecto, esas inquietudes iniciales que venían evolucionando desde el contacto con las provincias argentinas, comienzan a materializarse en la necesidad de hacer, de contribuir con su esfuerzo personal a cambiar la vida de esas personas que paulatinamente habían dejado de ser ese compacto anónimo para asumir nombres, destinos, deseos y anhelos con los cuales se había ido identificando y junto a quienes se sentía parte del todo latinoamericano.
Encontrándose ya en Guatemala, en medio de la vorágine de las transformaciones y contradicciones que venían sucediéndose, los fallidos intentos de conseguir laburo como médico, sus visitas a las ruinas mayas, sus contactos con varios exiliados latinoamericanos -entre ellos los cubanos- y organizaciones políticas guatemaltecas como el PGT -relacionándose hasta cierta medida en algunas de sus actividades-, se propone escribir un libro relacionado con el campo de la medicina social. Resultado de la confluencia de su preparación profesional, las experiencias vividas en los diferentes países y sus estudios autodidactas, este libro al que titularía inicialmente La función del médico en Latinoamérica7 -finalmente quedaría inconcluso-, constituye una expresión de ese intento por encontrar una solución individual a los problemas latinoamericanos, al concebir al médico como un agente de cambio en las comunidades no solo en su tarea de curar las enfermedades sino de combatirlas a partir de la transformación de la realidad que las provoca y las hace más letales de lo que normalmente podrían ser.
Ese proceso de identificación con el pasado, presente y futuro de estas naciones se expresa también a través de sus lecturas, dentro de las cuales resalta una significativa orientación hacia temas latinoamericanos, ya sea por escritores oriundos u otros foráneos que tocan determinados aspectos del devenir del hemisferio. Títulos8 relacionados con el análisis histórico de las naciones del continente desde la época anterior al «descubrimiento» de Cristóbal Colón, pasando por el complejo período de la independencia y los posteriores derroteros de las nuevas Repúblicas hasta su contemporaneidad; el estudio de su población desde una perspectiva sociológica; la producción filosófica de autores de la talla de Aníbal Ponce, José Ingenieros o Leopoldo Sea entre otros; la manera en que algunos de sus más importantes narradores, poetas y ensayistas re-crean la realidad del continente a partir de su sensibilidad artística, por ejemplo César Vallejo, Ciro Alegría, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias o Juan Rulfo por solo señalar un grupo representativo. Complementado a su vez con su focalización en el estudio de la obra de Marx y de Lenin, al encontrar en sus reflexiones las claves que le posibilitaban interpretar y calar hasta la verdadera raíz los problemas más acuciantes de los países latinoamericanos.
La caída de la revolución guatemalteca y la frustración de su proceso transformador representaron un duro golpe para las esperanzas de las fuerzas progresistas de Latinoamérica. Estos fueron, para Ernesto, momentos de decepción y derrota; pero al mismo tiempo consolidaron sus reflexiones acerca de la inseparable unidad entre latinoamericanismo y antiimperialismo, representó además una lección que contribuiría a depurar su conciencia política y que recordaría años después en un discurso ante un grupo de médicos cubanos: «Entonces, me di cuenta de una cosa fundamental, […] para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América Latina, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar…»9.
De esta forma llega a México y al poco tiempo se reencuentra con Ñico López, el joven moncadista con quien había establecido lazos de amistad en Guatemala. A través de este revolucionario conoce a Raúl, quien lo presenta a Fidel Castro una fría noche de julio de 1955, al término de la cual formaba ya parte del grupo expedicionario que desembarcaría en Cuba el 2 de diciembre de 1956.
A partir de su inserción en el proceso revolucionario cubano y su posterior desarrollo hasta convertirse en uno de los principales líderes de la Revolución, la mirada del Che hacia el continente latinoamericano estaría teñida con una nueva perspectiva que le otorgaba la experiencia de vivir y protagonizar la construcción de una nueva sociedad. Las múltiples responsabilidades asumidas en los apenas seis años que transcurren hasta su salida hacia el Congo en 1965 lo ponen en contacto directo no solo con los impostergables retos que surgían a cada paso en ese complejo esfuerzo de transformarlo todo, que le obligaron a repensar el proyecto socialista desde las condiciones cubanas en particular y desde los países «subdesarrollados» en general. Reflexión crítica que puede asumir gracias a la consolidación de su pensamiento marxista -antidogmático y creador- cuyo elemento fundamental es su concepción del rol consciente del sujeto como actor de los procesos de cambio; unido a la apropiación -o asimilación de raíz- que hiciera de la cultura y la esencia de la nación cubana y su proyecto de país -pospuesto una y otra vez desde las gestas independentistas. Es también la oportunidad para entrar en contacto directo con otras realidades, tan distantes y a la vez tan similares de los países de África y Asia que recién entonces intentaban fundar un camino propio a la liberación. Sin olvidar el contexto de los pueblos latinoamericanos, -conocido y doloroso- y sus frecuentes contactos con los movimientos de liberación que comenzaban a emerger en estas tierras.
Comienza entonces, desde aquella fría noche de julio de 1955, a transitar por una nueva etapa en la definición de su visión de América, que se construiría ahora desde su praxis política en la experiencia de la Revolución y sobre la base de una interpretación creadora del marxismo, para proponer nuevos elementos en el desarrollo del pensamiento y los proyectos de cambio que se han venido presentando en América Latina desde la primera independencia.
Notas:
1 Estos Cuadernos Filosóficos, como él mismo explicara en entrevista a Eduardo Galeano en Uruguay en 1961, comenzó a elaborarlos a los 17 años porque sintió que los necesitaba. Se mantuvo anotando y seleccionando conceptos, categorías, reflexiones durante los siguientes diez años. Los conforman 6 libretas, cinco de ellas se conservan en el Centro de Estudios Che Guevara. El último de estos cuadernos es resultado de una depuración final de los anteriores a la que se dedicara en México poco antes de incorporarse a la lucha revolucionaria en Cuba.
2 Ernesto Guevara: «Apuntes de Viaje. Recorrido por el interior de Argentina (1950)», en Mis sueños no tendrán fronteras, editorial Abril, 2012.
3 Primer intento- al menos de que se tengan noticias- de una costumbre que luego mantendría durante toda su vida: llevar anotaciones diarias de sus impresiones, dudas, descripciones, etc., durante sus recorridos. Así lo haría durante los dos viajes por América Latina en 1952 y 1953-1955, en Cuba durante la guerra revolucionaria, en el Congo y por último en Bolivia. De este primer diario solo se conservan algunas anotaciones que fueron rescatadas por su padre Ernesto Guevara Lynch y publicadas en el libro Mi hijo el Che.
4 Primer viaje de Ernesto Guevara por América Latina, realizado junto a su amigo Alberto Granado. Salen de Córdoba a finales de diciembre de 1951 y culminan el recorrido en Caracas Venezuela en julio de 1952. Luego Ernesto seguiría hacia los Estados Unidos en avión, lugar donde permanecería alrededor de un mes hasta su regreso a Argentina en julio del propio año.
5 La motocicleta en la cual iniciaron el viaje Ernesto y Alberto, la Poderosa II, sólo llegó hasta la frontera de Argentina con Chile, el resto del viaje debieron realizarlo «a dedo».
6 El segundo viaje por América Latina lo inicia con su amigo de la infancia Carlos Calica Ferrer. El 7 de julio de 1953 saldrían de la estación del ferrocarril de Retiro en Buenos Aires con destino a La Paz, Bolivia.
7 De este proyecto solo llegaría a desarrollar el plan general y los dos primeros capítulos. Estos documentos se encuentran en los fondos documentales del Centro de Estudios Che Guevara, junto con las fichas biográficas y de contenido de los libros que empleara para construir una comprensión no solo de la práctica médica sino del contexto en que se desenvuelve en América Latina. La variedad de temáticas que van desde la economía, la antropología, la política, la historia y por supuesto las enfermedades más extendidas en el continente puede ilustrarnos hasta qué punto había incorporado el método marxista de acercamiento a la realidad, no solo por su concepción totalizadora sino por las soluciones que se propone construir en el proceso.
8 Este Índice de Lecturas que llevara durante su segundo viaje por América Latina, además de una expresión de ese método de estudio que comenzara en su adolescencia constituye una herramienta sumamente útil para conocer las rutas por las cuales transitaban los intereses intelectuales de Ernesto y para comprender cómo estos se engarzaban con las experiencias y conclusiones que iba acumulando en su convivencia diaria con las diversas facetas de la realidad latinoamericana. En el volumen América Latina despertar de un continente se presenta una selección de las obras que anotara en esta relación. Comparando con el Índice de Libros anterior, salta a la vista la significativa cantidad de títulos relacionados con el marxismo, los temas latinoamericanos y la vida de los países socialistas. Un estudio más profundo e integral de estos índices -que luego iría construyendo también en Cuba, África y Bolivia- está en proceso de realización con vistas a la publicación de sus Apuntes filosóficos como parte de los esfuerzos del Centro de Estudios Che Guevara por dar a conocer en su complejidad la vida y obra de Ernesto Che Guevara.
9 Ernesto Guevara de la Serna: «Discurso a los estudiantes de medicina y trabajadores de la salud», en Revista Contexto Latinoamericano, no. 5, octubre de 2007, p. 49.
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