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América Latina y los desafíos de la izquierda revolucionaria

Fuentes: Rebelión

Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva… Nuestro grito de guerra ha de ser siempre: ¡la revolución permanente! C. Marx. Mensaje a […]

Para nosotros no se trata de reformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de paliar los antagonismos de clase, sino de abolir las clases; no se trata de mejorar la sociedad existente, sino de establecer una nueva…

Nuestro grito de guerra ha de ser siempre: ¡la revolución permanente!

C. Marx. Mensaje a la Liga Comunista. 1850

Introducción:

Muchos líderes y analistas de izquierda cometen un grave error de percepción al sobrevalorar los cambios políticos ocurridos en América Latina en los últimos años. Sus planteamientos van desde aquellos que perciben los triunfos electorales de la centro izquierda como «avances revolucionarios» , hasta los que, menos optimistas, plantean sin embargo que América Latina ofrece nuevas oportunidades para transformar profundamente las relaciones de dependencia y miseria privilegiando la vía institucional y aprovechando «las puertas que se han abierto» desde la democracia burguesa. Esto trae como consecuencia la subvaloración de la importancia de la lucha extra institucional y antisistémica, la movilización y organización popular y la creación de poder alternativo local.

El complejo y contradictorio proceso que vive desde hace años América Latina requiere, sin embargo, análisis más abarcativos para no dejarse engañar por las ilusiones que, aunque haciendo llamados a la movilización de masas, plantean la lucha electoral privilegiadamente como el único camino posible y «sensato» para la izquierda.

La izquierda revolucionaria tiene como desafíos plantearse estrategias capaces de construir verdaderas alternativas de poder y recuperar la movilización de masas en decadencia. Esto pasa por reconocer, más allá de los triunfalismos, algo que ya hoy es evidente: el reflujo de la movilización social en América Latina y el resurgir de la derecha.

Crisis del neoliberalismo a inicios de siglo y triunfo electoral de centro izquierda:

Después de la contraofensiva neoliberal de los años 90, a finales de la década e inicios de siglo su derrota en el plano económico desacreditó a la derecha tradicional, creó conmociones sociales y produjo una crisis que derrocó varios gobiernos de la región por vía de la movilización popular: la revuelta derrocó tres presidentes en Ecuador, varios en Argentina y dos en Bolivia. Los movimientos sociales fueron los grandes protagonistas de las jornadas rebeldes que dejaron decenas de muertos como saldo y pusieron temporalmente en jaque la institucionalidad dominante. Indígenas, campesinos cocaleros, trabajadores mineros, piqueteros y masas urbanas empobrecidas desarrollaron jornadas de protesta social demostrando en ciertos países gran capacidad de acción y voluntad de sacrificio.

Las revueltas desataron una crisis de institucionalidad que, sin embargo, no logró ser capitalizada por los movimientos sociales para crear verdaderas alternativas de poder.

Aunque de manera desigual, la crisis y las protestas permitieron en ciertos casos la llegada al gobierno de candidatos de centro izquierda que capitalizaron la revuelta social para desplazar a la derecha tradicional (Argentina, Uruguay, Chile, Brasil, Ecuador). En otros casos surgieron líderes de los propios movimientos sociales (Bolivia), y un militar bolivariano que obtuvo popularidad por encabezar un golpe fallido a un gobierno corrupto de derecha (Venezuela)

A pesar de los matices (no es lo mismo Venezuela, Bolivia y Ecuador que el resto de la región del cono sur) ninguno de los gobiernos de centro izquierda en la región logró desarrollar o consolidar cambios estructurales profundos, ni plantear alternativas reales al proyecto neoliberal. Venezuela es una notable excepción en este caso, cuyo proceso revolucionario aun tiene inmensos desafíos por delante, y donde seguramente la acción decidida de las organizaciones de base clasistas será un factor decisivo en la profundización de los avances.

Los gobiernos de centro izquierda encauzaron la rebeldía popular por vías institucionales, hicieron un llamado a la «mesura» y no aprovecharon la capacidad de movilización para desarrollar poder alternativo real. Con discurso progresista estos gobiernos en la mayoría de casos desmovilizaron a los movimientos sociales, desligaron varios de sus líderes minando la autonomía y capacidad de respuesta de éstos, al tiempo que nombraron en puestos claves de los ministerios a neoliberales ortodoxos para lograr un equilibrio de poder y garantizar así la gobernabilidad.

Política exterior y distanciamiento de EEUU: Máscara anti-imperialista, fondo neoliberal

Muchos análisis de izquierda se centran en la oposición que los nuevos gobiernos de centro izquierda hacen respecto a la hegemonía Norteamericana: el rechazo al ALCA principalmente es tomado como una muestra del carácter antiimperialista de los mismos. Excluyendo a Cuba y Venezuela, y aunque en algunos casos el rechazo al establecimiento o continuidad de las bases norteamericanas es una muestra de dignidad nacional, el distanciamiento de las políticas norteamericanas responden más bien a un contexto interno y externo que vale la pena analizar (sobre todo en los países del cono sur): En el plano externo la diversificación de los mercados internacionales y el alza en los precios de las materias primas a inicios de siglo permitieron cierta flexibilidad y capacidad de maniobra de los gobiernos y restaron importancia a las políticas del FMI y el BM; esto creo las condiciones en el plano interno para el surgimiento de una clase agro minera exportadora local y extranjera que aprovechó los altos precios de las materias primas para buscar mayores ventajas en otros mercados. Esta clase domina las finanzas, ejerce presión sobre los estados, y exige, al mismo tiempo, junto a los gabinetes de gobierno, mayor liberalización del mercado norteamericano (oposición al ALCA). En la mayoría de casos no se plantea, en último análisis, una oposición al neoliberalismo, sino más bien relaciones de mercado más competitivas y menos unilaterales por parte de EEUU. Esto evidentemente debilita la política norteamericana acostumbrada al saqueo incondicional y a tener regímenes clientes totalmente sumisos a sus designios. Estos gobiernos buscan y firman tratados de libre comercio con otras naciones más favorables a la entrada de sus productos (UE, países Asiáticos y comercio local y regional). Sin embargo, al mismo tiempo se avanza poco en un proyecto verdadero de integración solidaria (ALBA) y desarrollo endógeno.

Fortalecimiento de la derecha, debilitamiento de los movimientos sociales

En la mayoría de países donde triunfó electoralmente la centro izquierda, ésta tuvo que buscar alianzas para conseguir gobernabilidad. La reprimarización de la economía condujo a estos gobiernos a basar su política económica en consolidar el sector agro minero del cual obtenían grandes dividendos y les permitía llevar a cabo programas sociales tendientes a superar la crisis social de inicios de siglo. El equilibrio de poder constituido por la centro izquierda basada en sus alianzas con los grandes productores y exportadores agro mineros y sectores financieros por un lado, y la base electoral compuesta por la clase trabajadora urbana y rural de clase media y baja por el otro, terminó por desplazar la correlación de fuerzas hacia la derecha agro minera con mucha influencia en la economía [1].

La incapacidad para adelantar cambios estructurales profundos, para modificar las relaciones de propiedad de la tierra, para organizar efectivamente al movimiento popular como motor estratégico de cambio, trajo como resultado un debilitamiento de la centro izquierda y un fortalecimiento creciente de la derecha, ahora a la ofensiva. Los movimientos sociales se debilitaron, perdieron influencia y en algunos casos militantes.

En resumen, los gobiernos de centro izquierda, por falta de voluntad o incapacidad, adelantaron una «revolución pasiva» funcional a la supervivencia del sistema capitalista cuya crisis orgánica a inicios de siglo era evidente [2]. Esto es, con consignas progresistas resignificadas (cambiando algo, para que nada cambie), administraron la crisis neoliberal, aceitaron los engranajes del sistema, y devolvieron la legitimidad a las instituciones. En última instancia, concientes o no, reconstruyeron la hegemonía dominante y dieron paso al resurgimiento de derechas.

La derecha retoma la ofensiva

Al contrario de la izquierda tradicional que solo se moviliza en tiempos de campaña electoral y privilegia la lucha parlamentaria, la derecha en cambio, con sus grandes recursos, utiliza todos los medios a su alcance para recuperar su hegemonía. En todos los países controla los grandes medios de comunicación que desarrollan fenómenos mediáticos pro fascistas (Colombia), campañas de descrédito multimillonarias (Venezuela, Ecuador); han logrado proyectos separatistas (Bolivia) donde la oligarquía agro minera controla varias provincias ricas en recursos; han promovido iguales proyectos en el estado de Zulia (Venezuela), con la infiltración creciente de grupos paramilitares colombianos, y en Guayaquil (Ecuador). En Brasil, la oligarquía agro exportadora, las inmensas inversiones extranjeras en megaproyectos de agro combustibles y exportación agrícola, con la complicidad del gobierno, han desplazado miles de campesinos, debilitado y perseguido a los Sin Tierra (MST) y deforestado millones de hectáreas. En Argentina, la oligarquía agraria ha movilizado miles de personas en un paro que buscaba concesiones sobre los impuestos de exportación gubernamentales.

Así mismo, la derecha ha logrado constituir una base social fuerte en varios países y ha combinado la lucha parlamentaria con la movilización callejera de manera efectiva. Ha utilizado la movilización masiva para consolidar proyectos de ultra derecha (Colombia), avanzar sobre campañas de derrota a las políticas progresistas (referéndum en Venezuela), bloquear carreteras y parar la economía (Argentina) y consolidar proyectos separatistas (Bolivia).

En la mayoría de países la embajada norteamericana y agencias como la National Endowment for Democrcy (NED) han gastado miles de dólares en financiar partidos de oposición, dar asesoría sobre propaganda electoral, promover candidatos de derecha y desestabilizar gobiernos adversos a sus intereses, al tiempo que reactivan la IV flota caribeña y dan millones de dólares en ayuda militar a gobiernos terroristas como el colombiano.

De igual forma, la derecha ha promovido la violencia callejera y el terrorismo en varios países. Ha creado grupos de choque para hostigar simpatizantes del gobierno central en Bolivia y Venezuela, grupos armados privados para desplazar campesinos en Brasil y Colombia, y consolidar así megaproyectos agro mineros y energéticos.

El mito del reformismo: Nuevos ropajes, viejas ilusiones

Contrario a lo que sucedió con la socialdemocracia europea «de fines del siglo XIX y las primeras seis décadas del XX, en países beneficiados por un desarrollo económico, político y social capitalista basado en la explotación colonial y neocolonial, que les permitió acumular excedentes y redistribuir una parte de ellos entre los grupos sociales subordinados»[3] ;en America Latina la transnacionalización y desregularización de las economías, su creciente dependencia respecto al capital financiero internacional, y el Nuevo Orden Mundial impuesto, creó un mecanismo de seguridad que restringía aún más a los gobernantes la toma decisiones de manera autónoma o el desarrollo de proyectos de reforma progresista. Así mismo, después de la pacificación y la derrota política sufrida por la izquierda en las décadas anteriores, donde se instauraron dictaduras de «seguridad nacional»y el imperialismo usó la intervención directa y la lucha contrainsurgente para destruir los movimientos revolucionarios de los años sesenta y setenta, se abrió en los noventa un escenario donde el imperialismo reconstruyó la hegemonía burguesa, instaurando la «democracia neoliberal» como forma única de gobierno en la región De esta manera, el imperialismo puede «tolerar» ciertos gobiernos de centro izquierda, siempre y cuando respeten las reglas del juego, puesto que puede garantizar que, aunque en las urnas se vote por un candidato de izquierda, la economía siempre va a estar sujeta a las políticas de mercado. Esto restringe enormemente las posibilidades de llevar a cabo reformas progresistas en la región. Los gobiernos de centro izquierda tienen enorme dificultad para implementar cambios de fondo, redistribución de tierras y en pocos casos renacionalización de empresas. Las elites agro mineras se niegan a compartir o redistribuir sus enormes dividendos obtenidos de los altos precios de las materias primas y presionan a los gobiernos para desregularizar la economía y profundizar el neoliberalismo. Al tiempo que el imperialismo sigue desarrollando una política contrainsurgente en Colombia y amenazando con una intervención en Venezuela, donde la recuperación de la empresa estatal petrolera ha permitido al gobierno llevar a cabo proyectos alternativos «intolerables» para los poderosos.

En resumen, ni hoy, ni nunca han existido las condiciones para adelantar en América Latina un proyecto reformista equiparable al de la socialdemocracia europea (ni siquiera en la etapa desarrollista de mitad del siglo pasado). Más aún, reformas progresistas básicas de hoy se topan con el obstáculo de la hegemonía neoliberal.

Los sectores de izquierda que pretenden reeditar hoy, incluso con lenguaje marxista, las viejas ilusiones reformistas del pasado, o aquellos que hacen un llamado al «realismo», o a construir un «capitalismo nacional», abandonan en la práctica el proyecto estratégico de la revolución a largo plazo y terminan, en última instancia, siendo funcionales a la reconstrucción de la hegemonía capitalista.

Los desafíos de la izquierda revolucionaria: construcción de poder alternativo, lucha por la hegemonía socialista

La relación entre la estrategia y la táctica políticas ha sido siempre un problema que ha generado debates en la izquierda a través de la historia. Sin embargo, la historia misma ha demostrado que los movimientos políticos de izquierda exitosos han logrado percibir los momentos tácticos en su relación dialéctica con el objetivo estratégico (sin nunca perderlo de vista); han tenido presente siempre la categoría de totalidad a la hora de analizar las tareas políticas inmediatas; han percibido, más allá de los fenómenos superficiales del momento, los aspectos generales de tendencia de una época, y se han preocupado en todos los casos por incentivar la iniciativa política directa del campo popular como motor de transformación revolucionaria.

En la práctica, sin embrago, muchos movimientos políticos se pierden en las tareas del día a día, caen en el rutinarismo, tienden a desligarse de los movimientos sociales, y poco a poco se dejan arrastrar por el chantaje institucional.

Si la izquierda revolucionaria se caracteriza por promulgar el socialismo como la alternativa política a conquistar por el campo popular, por plantearse la lucha por el poder como el objetivo estratégico a lograr, en la mayoría de casos esa estrategia práctica se diluye de facto. Por ejemplo, si un objetivo primordial para avanzar sobre el proyecto revolucionario es lograr una apertura democrática nacional, la izquierda se pierde en las tareas más o menos inmediatas de la lucha electoral-parlamentaria o en las coaliciones electorales; no las percibe en la práctica como un momento táctico, aunque importante en ciertos casos, siempre dependiente de una totalidad más abarcativa de la lucha social: descuida o abandona la creación de poder alternativo extra institucional, la organización y movilización popular, y en último análisis, la lucha antisistémica y la organización revolucionaria.

Desde la institucionalidad burguesa es imposible construir una contra-hegemonía socialista. Aunque, tal como lo percibía Gramsci, los espacios de la democracia burguesa son un campo de batalla que pueden permitir ganar ciertas posiciones («guerra de posiciones»), la creación y consolidación de una hegemonía socialista se desarrollan principalmente desde la organización y la lucha social.

La educación y organización política de base, el impulso y reconstrucción de los movimientos sociales, la articulación de las luchas parciales hacia los objetivos comunes, la lucha por la hegemonía , el desarrollo de poder dual (poder local alternativo que le dispute el poder a la burguesía) y la relación indisoluble entre dirigentes y movimientos sociales serán factores decisivos que permitan desbalancear la correlación de fuerzas a favor del campo popular y consolidar proyectos alternativos duraderos.

En la actualidad, los crecientes costos en el nivel de vida de la población, la crisis alimentaria producto de los nefastos proyectos de agro combustibles, la crisis mundial capitalista y el creciente descontento popular son condiciones que posibilitan retomar la ofensiva, siempre y cuando la izquierda revolucionaria sea capaz de organizar al campo popular, más allá de la lucha electoral, y de impulsar la rebeldía hacia la lucha por el socialismo.

Referencias:

1. Las paradojas del desarrollo en América Latina. Petras, James.

2. Crisis orgánica y revolución pasiva: el enemigo toma la iniciativa. Kohan, Nestor.

3. La izquierda latinoamericana en el gobierno: ¿sujeta a la hegemonía neoliberal o construyendo una contra hegemonía popular? Regalado, Roberto