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Reseña del film Año bisiesto

Amor, dolor y viceversa

Fuentes: La Jornada

Si alguna película fue una sorpresa en el pasado festival de Cannes fue Año bisiesto, opera prima de Michael Rowe, programada en la Quincena de Realizadores. La revelación fue completa cuando obtuvo la Cámara de Oro, premio otorgado por vez primera al cine mexicano. Ahora se estrena comercialmente en contadas salas y a ver cómo […]

Si alguna película fue una sorpresa en el pasado festival de Cannes fue Año bisiesto, opera prima de Michael Rowe, programada en la Quincena de Realizadores. La revelación fue completa cuando obtuvo la Cámara de Oro, premio otorgado por vez primera al cine mexicano.

Ahora se estrena comercialmente en contadas salas y a ver cómo reacciona el público nacional. La película es franca en su tratamiento del sexo y eso podría conducir al equívoco -verla por cachondería, como si fuera porno- o incluso al escándalo por parte de los criterios pudibundos.

En Cannes se llegaron a escuchar algunas risitas entre el público, que supongo más bien nerviosas. Año bisiesto no es nada previsible. Y bastante inquietante.

El prólogo abre con una mujer común (Mónica del Carmen) comprando víveres en una tienda de autoservicio. Ella mira a un extraño que la atrae, pero lo pierde de vista. Deseo y soledad serán los temas esenciales de la película. Después del título sabremos, a lo largo de los 29 días de un febrero, que la mujer se llama Laura, viene de un pueblo de Oaxaca, trabaja de reportera free lance para revistas empresariales y sufre una tremenda, desesperada soledad. La foto de un hombre en la mesa de noche no es de su pareja, sino de su padre muerto. Por contraste, las parejas vecinas que ella espía por su ventana parecen felices.

Nunca más la veremos fuera de su entorno, un departamento clasemediero amueblado de manera apenas funcional. Su único contacto con el mundo exterior es a través del teléfono; llamadas en las cuales se inventa una vida plena y satisfactoria. Sus únicas salidas son para conseguir anónimos acostones de ocasión que cogen y se van. La única relación afectiva la tiene con su hermano menor, Raúl (Marco Zapata), quien la visita en un par de ocasiones.

La inercia cambia cuando conoce a Arturo (Gustavo Sánchez Parra, muy contenido), con quien pronto establece una relación sadomasoquista. Pero Laura no es una víctima. Al contrario, siente más placer en cuanto los abusos físicos de su pareja aumentan en violencia. Fuera de sus actos de brutal dominio, Arturo es un hombre civil, hasta tierno. Durante una escena él se pone a ver un partido de futbol por televisión mientras toma un trago y ella se acurruca a su lado en el sofá. Sutil parodia de la pareja doméstica convencional que ellos están lejos de ser.

Laura se define por su deseo y el cumplimento cabal del mismo en los términos de su elección. Ese rasgo encuentra su momento climático -en más de un sentido- en un plano sostenido durante casi siete minutos en el que ella pronuncia un intenso monólogo. Sin entrar en detalle, baste decir que, desde El imperio de los sentidos, no recuerdo otra secuencia en que la protagonista exprese con tanta convicción su determinación por entregarse a un extremo, y definitivo acto de amor.

Una de las virtudes de Año bisiesto es su economía narrativa. Sobre un guión calculado con precisión, Rowe sugiere el difícil pasado de Laura que explica su situación. Aquí los tiempos muertos no se utilizan como una prueba a la paciencia del espectador, sino para mostrar la sensación de abandono y desamor del personaje. La resolución formal es igual de exacta. La cámara no se mueve nunca, sino que adopta diversos ángulos dentro del espacio cerrado para filmar la acción con planos fijos, muchos utilizando el gran angular. El formato ancho contribuye también a expresar la relación espacial entre Laura y lo que la rodea. La película se cuida de no dar un paso en falso, riesgo latente dado lo escabroso del tema. Por eso, Rowe mantiene una respetuosa distancia para filmar las acciones eróticas, evitando así la idea de haber usado a sus actores con fines de morbo.

Para un cine acostumbrado a usar los mismos rostros una y otra vez, la hasta ahora desconocida Mónica del Carmen es un hallazgo. Lo admirable de su actuación es que nunca se le ve actuando. La extraordinaria naturalidad conseguida por ella da la impresión que la intimidad de la mujer ha sido captada por una cámara escondida. Con otra intérprete que diera señales de artificio, de pose histriónica, el proyecto hubiera fracasado.

La sordidez es recurrente en el cine mexicano actual. Año bisiesto también la ejerce, aunque sin caer en lo grotesco para exportación. También es emotiva, cualidad que cierta tendencia ha procurado evitar, mediante la desdramatización y la deconstrucción. El delicado equilibrio entre ambas instancias es la base de su fuerza dramática.

Año bisiesto

D: Michael Rowe/ G: Michael Rowe, Lucía Carreras/ F. en C: Juan Manuel Sepúlveda/ Ed: Óscar Figueroa/ Con: Mónica del Carmen, Gustavo Sánchez Parra, Marco Zapata, Armando Hernández/ P: Machete Producciones; Imcine. México, 2010.

Fuente: http://www.jornada.unam.mx/2010/10/15/index.php?section=opinion&article=a10a1esp