He estado en la manifestación de Madrid del PSOE, mi partido, y de otros partidos y organizaciones, contra la guerra. He oído de lejos la lectura de un manifiesto. Al volver a casa lo he buscado, temiendo encontrar lo que había creído oír. Lo he encontrado en los periódicos electrónicos y he sentido verguenza. Un […]
1. «Hoy también Madrid sigue siendo una capital moral, porque, guiados por las mejores razones, uniendo nuestras voces a otras que el mundo dicen que masacrar no es el camino, volvemos a salir a la calle Madrid». No se puede llamar a Madrid una capital moral sólo porque, después de cuatro años, se haya vuelto a hacer una gran manifestación: ¿qué sería la moral entonces?
2. Es una ¿irresponsabilidad? ¿jactancia? ¿verguenza? pretender que los niños que murieron «nos rompían el alma a los que decimos NO a la guerra», como si quienes no se manifiestan desearan la muerte de los niños. Como si manifestarse dos veces en cuatro años fuera la prueba de que se tiene el alma rota.
3. Afirmar: «Destruyeron y siguen destruyendo cada día la tierra que aman los iraquíes y que respetamos quienes tenemos el respeto como norma de vida» es una temeridad cuando vivimos y colaboramos cada día con cien mil cosas que impiden el respeto de la tierra iraquí, y de otras muchas tierras.
4. La condición de víctima no se asume a través de la retórica. No se puede hacer un nosotros con la sangre de los demás. «Que nos pidan perdón a las víctimas» ¿Por qué esa avaricia? ¿No basta un «les», es que un «les» no es al menos una forma de ese respeto que nos importa tanto?
4. Decir que España ha dado un ejemplo de moral yéndose de Iraq cuando sigue en Afganistán y en otros sitios es maltratar de nuevo la palabra moral. Hizo un gesto que la honra yéndose de Irak. Así no se miente. Con las ínfulas se anula incluso el gesto que la honró.
6. «Todos son nuestros muertos, y aquí juntos expresamos el mismo dolor y la misma pena»: ¿La misma? ¡La misma! ¿De verdad? ¿Es que la pena también se invierte? ¿Hay que acumular acciones de pena y queremos cuantas más mejor? ¿La misma nuestra pena?
7. «Les decimos hoy, ante nuestros muertos, que son todos los muertos, que aprendan de sus errores, que aprendan de nosotros» (¿qué tienen que aprender: modestia, quizá, decoro, honestidad?) Nuestro argumento es justo, que nosotros lo seamos es muy discutible.
8. «Que lloren como lloramos nosotros cada mañana, cuando oímos el número de muertos de cada día». Seguramente habrá quien lea esto y suelte alguna lágrima de autocompasión complacida, pero después ¿qué puede hacer con esa mentira repugnante? ¿Ir de casa en casa, ir a los consejos de ministros, a las oficinas, a los restaurantes, a los bancos, a las fiestas reclamando lágrimas?
9. «Desde Madrid, capital del dolor, pero también moral, decimos, con toda la razón ética, con la satisfacción del deber cumplido, porque España se fue». ¿De verdad esto nos parece suficiente? ¿Alguien piensa que hemos hecho todo lo posible para evitar la guerra?
10. «Con la solidaridad tantas (¿cinco veces, doce veces, cuántas veces son tantas veces?) veces expresada y con el orgullo de sabernos los mejores». Todavía no hemos aprendido que el orgullo nunca puede venir de «sabernos mejores». Nosotros, que criticamos el fanatismo, ahora resulta que no sabemos que el orgullo puede venir de defender las mejores ideas, los mejores principios, pero no de ser los mejores. Y menos si «los mejores» llevamos cuatro años desayunándonos felizmente con el dolor de millones de personas de las que nosotros somos causa estructural y que un día, hay que ver, un día -a lo mejor hasta hay quien me dice: ¡dos!-, nos ha sacado a la calle.