Nada o casi nada permaneció igual a sí mismo luego de cada una de las tres crisis mundiales que trastocaron la anatomía del capitalismo. La larga crisis abierta en 1873 y la recuperación que le siguió, fueron el preludio de la Primera Guerra Mundial, la de 1929 anticipó la Segunda Guerra y la de la […]
Nada o casi nada permaneció igual a sí mismo luego de cada una de las tres crisis mundiales que trastocaron la anatomía del capitalismo. La larga crisis abierta en 1873 y la recuperación que le siguió, fueron el preludio de la Primera Guerra Mundial, la de 1929 anticipó la Segunda Guerra y la de la década del ’70 culminó en la ofensiva neoliberal. La crisis actual que comenzó en 2008 con la caída de Lehman Brothers y que ya lleva seis años, parece ser antesala de cambios de magnitud similar. Si bien la historia no se repite y por tanto resulta absurdo pretender identificar una crisis con otra, existen necesariamente elementos que se recrean. Irrumpen formas semejantes -algo hay aquí de la famosa repetición como farsa, si se admite la licencia- que consideradas atinadamente permiten, hasta cierto punto, reconstruir lo nuevo e intentar asir aspectos de su dinámica.
Una primera semejanza
Las características del estallido de la crisis en septiembre de 2008 y los primeros nueve meses que le siguieron, daban cuenta de un fenómeno que hallaba semejanzas con la crisis de los años ’30. Por ejemplo la velocidad y magnitud de las quiebras, de la caída de la bolsa, del contagio internacional, del estancamiento del comercio mundial, se mostraban muy similares a aquellos de la crisis de la década del ’30. Incluso la caída del comercio mundial y del mercado de valores resultó más profunda durante los primeros meses de la crisis actual. El fenómeno resultaba el más agudo desde los años ’30. El PBI mundial arrojaba a fines de 2009 valores negativos, cuestión que no había sucedido ni siquiera durante la crisis de los años ’70. Ahora bien, la burguesía aprende de la historia y la globalización aprieta…y allí es cuando la similitud comienza a desvanecerse. La intervención masiva y relativamente coordinada de los Estados apelando a medidas monetarias y en menor grado fiscales, puso fin a aquella primera fase. Visto desde ahora, los parecidos con la crisis del ’30 se desdibujaron a partir de ese momento, dando lugar al nuevo episodio de la crisis de la deuda. Un asunto novedoso -al menos en su amplitud, profundidad y sincronía-, como cuestión acuciante para los Estados capitalistas centrales tomados de conjunto. La crisis de la deuda aparecía como corolario de las políticas destinadas a evitar una caída similar a la de la década del ’30. Y efectivamente la habían evitado, aunque no sin costos. La crisis de la deuda mantuvo en vilo al mundo por bastante tiempo, incluso amenazó varias veces con hacer volar al euro por los aires. Pero una nueva intervención del Banco Central Europeo en 2012 la corrió del medio y la inestabilidad financiera pasó a un relativo segundo plano. La crisis entró en una tercera fase, que aún encerrando desigualdades entre los distintos países, se puede definir en su conjunto como un período de crecimiento mundial débil prolongado. En este nuevo paisaje, que no excluye eventuales estallidos financieros, destacan como principales líneas de falla la persistencia de la creación ilimitada de capital ficticio, la débil inversión, la continuidad crítica de las políticas monetarias norteamericanas, el «lugar» de Alemania en el mundo y los dilemas de la relación chino-norteamericana [1].
Rasgos «victorianos»
Hacia 1873 se producía la primera crisis económica mundial capitalista que involucraba tanto a Europa como a Estados Unidos, afectando a la vez a Medio Oriente y a América Latina. El factor desencadenante lo constituyeron estallidos financieros a ambos lados del Atlántico que ocasionaron múltiples quiebras bancarias y comerciales en gran cantidad de países. El colapso derivó en un período particularmente extenso -alrededor de 20 años- de estancamiento relativo con múltiples crisis y recesiones locales o de corta duración, caracterizado fundamentalmente por la deflación y la ausencia de una reestructuración del capital. Desde un punto de vista inmediato y si se quiere apelando a la forma que en particular adquirió la crisis actual, parecería en sus tendencias generales y como combinación de varios aspectos, guardar elementos que la asemejan a la crisis de 1873. En primer lugar la profundidad de las líneas de falla combinadas con la contención estatal, pronostican como mínimo una crisis de larga duración signada por tendencias deflacionarias y bajo crecimiento o estancamiento relativo. En segundo lugar como pudo observarse entre 2010 y 2012 y como amenaza la combinación de incentivos monetarios y baja inversión, el proceso actual no está exento de múltiples estallidos y recesiones locales. En tercer lugar, las políticas estatales de contención de la crisis evitaron, hasta ahora, una destrucción masiva de capitales. Pero más allá de estas semejanzas, el asunto también puede pensarse desde una óptica más amplia si se considera el conjunto del período histórico iniciado hacia el fin del boom de la Segunda Posguerra. Dicho período incluye el ascenso revolucionario’68/’81 y el estallido de la crisis del ’70, el inicio de la contraofensiva neoliberal y su consolidación a partir de 1982, la caída del Muro de Berlín y el proceso de movilizaciones que se extendió hasta 1992, la restauración capitalista en los Estados obreros burocratizados, la recuperación económica mundial iniciada en los años ’80 y finalmente la crisis actual. Este período presenta, como veremos, algunas similitudes con el lapso que va desde 1873 hasta 1914 y que incluye la crisis y el auge de la Belle Époque.
Capital excedente, población sobrante y Belle Époque
Hacia fines de los años 1840 y como consecuencia del choque creciente entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las fronteras nacionales, toma impulso el desarrollo bancario, de las bolsas y las finanzas así como de los flujos internacionales de capitales europeos, préstamos soberanos e inversiones directas [2]. Estos procesos de expansión mundial del capital y del crédito fueron moldeando el desarrollo de las finanzas internacionales. El colapso de 1873 fue en realidad la culminación de este proceso de expansión financiera y la resultante de la incorporación a la competencia mundial de poderosas naciones como Estados Unidos, Alemania y Japón que cuestionaron el reinado británico. La unificación alemana y la guerra franco-prusiana acabaron en la derrota de Francia. La indemnización de guerra, que se convertiría en una de las transferencias financieras más voluminosas del siglo XIX, desbancó a Francia como plaza financiera mundial y contribuyó a desestabilizar a los mercados en su conjunto. Contradictoriamente Inglaterra quedaba como plaza financiera mundial indiscutida al tiempo que comenzaba su decadencia económica. Desde el punto de vista de la relación de fuerzas entre las clases, la derrota de la Comuna de París daba lugar al surgimiento de un tipo de partido obrero socialista de masas, cuyo ejemplo por antonomasia es la Socialdemocracia alemana, que se adaptaría crecientemente al desarrollo imperialista del capital. La crisis inauguraba un período en el cual el capital excedente encontraba una vía de escape a través de las conquistas territoriales y la construcción de imperios de ultramar. La «población sobrante» que nutría las filas de desocupados, se diluía mediante las oleadas de migraciones masivas a Estados Unidos y a América. Las conquistas coloniales de las principales potencias capitalistas permitirían el desarrollo de un período reformista para los proletariados de esos países que no obstruyó sin embargo la existencia de niveles atroces de desigualdad. Se denomina Belle Époque al período de salida de la crisis que se desarrolló entre las últimas décadas del siglo XIX y 1914, que combinó un fuerte auge económico -desarrollo de la segunda revolución industrial- con un poderoso desarrollo financiero acompañado por el creciente ruido de sables que culminaría en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Tomado de conjunto, el período de la crisis y el auge de la Belle Époque, flanqueado por estallidos financieros como la crisis Baring en 1890 (que involucró a la Argentina) o los colapsos de 1893 y 1907 en Estados Unidos, constituyó la fase de auge del liberalismo económico a escala mundial, la primera etapa de globalización económica capitalista, período preparatorio de la transformación del capitalismo en imperialismo.
Unidad en lo diverso
La crisis que comienza en 1873 y la de la década de 1970, están emparentadas en la ausencia de una reestructuración masiva del capital. La consecuencia análoga, aunque como veremos, sólo en términos generales y abstractos, resultó que la salida de ambas crisis estuvo asociada resurgimientos económicos en los cuales el aspecto financiero jugó un rol esencial. Otro elemento semejante resulta del hecho que la crisis de los años ’70, en parte como ocurría un siglo antes, dio cuenta del renacimiento de la competencia de Alemania y Japón que enfrentaron el reinado -casi absoluto- norteamericano hacia el fin del boom de la Segunda Posguerra [3]. A su vez, hacia fines de los años ’80 y principios de los ’90, se produce un auge del flujo de capitales a escala global que en particular, luego de la crisis de 2001 y con la incorporación de China a la OMC, puso en acto el mayor desarrollo de la globalización financiera y económica de la historia del capitalismo. El desvío en el centro y derrota en la periferia del auge revolucionario del período ’68/’81 combinados con la restauración capitalista en China, la URSS y los países de Europa del Este tuvieron efectos comparables, hasta cierto punto, a la derrota de la Comuna. El capital imperialista, en particular el norteamericano y el alemán, obtuvieron en China y Europa del Este zonas de expansión para su acumulación. A su vez los países productores de materias primas se beneficiaron con la restauración al conquistar amplios mercados como el chino. Pero la analogía se detiene allí. Esta expansión no resulta, en términos de su contenido social, asimilable a las posibilidades de expansión del capital durante las últimas décadas del siglo XIX. En primer lugar, en aquel período la exportación de capitales aún no cumplía un rol completamente reaccionario en la medida en que las conquistas coloniales imponían modernas relaciones capitalistas reemplazando o subordinando arcaicas relaciones de producción. Esa dualidad desarrollaba la combinación entre la superexplotación de los proletariados nacientes de las regiones coloniales y la apertura de un período reformista -de obtención de amplias reformas, consolidación de los sindicatos y partidos obreros de masas en muchos casos- para los proletariados de los países centrales [4]. Por el contrario, tal dualidad está ausente en el avance del capital de los países centrales durante las décadas del ’90 y 2000. Esta expansión carece de elementos progresivos (aunque países atrasados como China hayan tenido un fuerte desarrollo de sus fuerzas productivas) cuestión que se demuestra mediante dos aspectos claves. El primero es que lo hace arrasando restos -aún deformados y burocratizados- de relaciones de producción que habían abolido la propiedad privada, o sea restos de relaciones de producción históricamente progresivas. Valiéndose incluso de conquistas como la unidad nacional en el caso de China. El segundo es que la expansión del capital de las últimas décadas no arrastró consigo aspectos reformistas. Más bien todo lo contrario, no sólo abrevó en la superexplotación de los proletariados de los países en los que se restauraba el capital sino y muy especialmente, se basó en la quita sistemática de conquistas de las clases obreras de los países centrales y en el «saqueo» de la periferia. Si la restauración del capital habilitó un período de expansión relativa de la acumulación con contrarreformas, ese proceso tuvo un doble resultado. Por un lado, el carácter limitado de la expansión -una de cuyas pruebas fue la deslocalización de la producción en los países centrales-, determinó que a diferencia del siglo XIX cuando el salto en el desarrollo del capital de crédito y las finanzas fue complementario al poderoso auge económico, en el período actual, el crecimiento aberrante del capital de crédito y los activos financieros, adquirió un lugar predominante. Por otro lado el capital tuvo que crear mecanismos nuevos para promover la realización del plusvalor acrecentado, a la vez que atacaba las posiciones conquistadas. El desarrollo del crédito masivo al consumo es el ejemplo paradigmático que -a la vez que recreó una base social con «pies de barro» para el sistema [5]- provocó el endeudamiento de amplias franjas de la sociedad. Cuestión que contribuyó a incrementar el carácter financiero del proceso así como la gravedad y el perfil cosmopolita de estallidos como los de la segunda mitad de los ’90, la crisis de 2001 y el de 2008 que dio origen a la actual y cuarta crisis económica mundial.
Reconstruir lo nuevo (breve conclusión)
Intentamos en este veloz recorrido hallar algunas semejanzas y diferencias históricas pero sólo para concluir que la crisis actual se debe reconstruir como algo completamente nuevo. Las semejanzas (y también las diferencias) actúan sólo como algunas de las múltiples determinaciones, como elementos moleculares del proceso concreto. La crisis actual tuvo en sus inicios elementos que la emparentaban con la crisis del ’30 y hoy guarda aspectos semejantes al largo período de estancamiento que se inició en 1873. Sin embargo no parece esperable que una larga fase de crecimiento débil prolongado vaya a desarrollarse en un contexto poco catastrófico. Es acertada la definición de L. Summers de que el capitalismo se encuentra en un período de estancamiento secular que sólo puede crecer mediante burbujas. Y es en parte cierto que, como afirma Wolfgang Streeck [6], durante las últimas décadas el capitalismo «destruyó» a sus oponentes (léase clase obrera o bloque del «socialismo realmente existente») y que ello lo convierte en un sistema que socava sus propias bases generando lentamente su destrucción. Sin embargo, aunque el capitalismo debilitó en extremo al proletariado -en términos de sus condiciones de existencia, organizativa y subjetivamente-, impulsó en paralelo su crecimiento en términos objetivos y su potencial fortaleza, a niveles sin parangón histórico. En el terreno de las relaciones entre los Estados capitalistas, Alemania alcanzó tras la restauración un nuevo estatus internacional frente a la decadente hegemonía norteamericana. La recreación de China capitalista con ciertos rasgos imperialistas resulta otra amenaza potencial. Es cierto, a la vez, que si la extraordinaria globalización de las últimas décadas en modo alguno eliminó la base nacional del capital, actúa como factor retardatario de posibles enfrentamientos entre Estados. Pero el capitalismo carece hoy de nuevas zonas para su expansión y las políticas estatales de contención de la crisis -que en gran parte son el reconocimiento de la existencia de sus enemigos-, abonan una sobreacumulación creciente del capital. Cuanto más se alienta este proceso en el contexto de la globalización y la persistente formación de «burbujas», más violentos y destructivos podrán ser futuros desenlaces. Si la crisis abierta en 1873 vio nacer los grandes partidos obreros y la extensión y fortalecimiento de los sindicatos, las particularidades de la presente crisis, en el marco de la impotencia burocrática de las organizaciones sindicales y la conversión de los viejos partidos reformistas en agentes cada vez más directos del capital, ya puso en escena elementos que anuncian una perspectiva de recomposición de la subjetividad obrera y de los sectores explotados y oprimidos. La Primavera árabe, cuya etapa inicial fue derrotada, representó la primera manifestación de este proceso. A ella se añaden, las movilizaciones de los jóvenes indignados en España, los levantamientos de la juventud y de la llamada «clase C» -en su mayoría clase obrera enfrentada a los límites para su ascenso social- con profundas manifestaciones en 2013 en Turquía y en Brasil. Pero muy en especial hay que nombrar a las heroicas huelgas mineras en Sudáfrica que con el antecedente de 40 obreros asesinados en 2012, lograron este año un extraordinario triunfo luego de 5 meses que afectaron el 40% de la producción mundial de platino, enfrentado al gobierno de la CNA y a la burocracia de la COSATU. Estas valientes huelgas sudafricanas no están solas, hay que nombrar también los más de veinte paros generales en Grecia, la reciente emergencia de la clase obrera brasileña con la oleada de huelgas y manifestaciones, las dos huelgas generales en Argentina enfrentando por primera vez en la década a gobiernos kirchneristas, el fenómeno de nuevos delegados de fábrica que avanza enfrentando a las patronales y a la burocracia sindical, y la gran elección del Frente de Izquierda como expresión política de esos procesos, obteniendo tres diputados nacionales y múltiples legisladores provinciales. Estos elementos sintomáticos abren una perspectiva para el nacimiento y desarrollo de verdaderos partidos revolucionarios de la clase obrera.
Notas:
[1] Ver La discordancia de los tiempos de la crisis económica mundial, Ideas de Izquierda N° 3.
[2] Con respecto a este período Trotsky señala que «El error de Marx y Engels en relación con las fechas históricas surgía por un lado de la subestimación de las posibilidades futuras latentes en el capitalismo, y por el otro, de la sobrevaloración de la madurez revolucionaria del proletariado.», A 90 años del Manifiesto Comunista, El capitalismo y sus crisis, pág. 286, IPS, 2008, CABA.
[3] Analogías mencionadas por Arrighi polemizando con Brenner, Adam Smith en Pekín, capítulo IV, Akal, 2007, Madrid.
[4] Desde el punto de vista político, esta combinación culminó en la mayor traición de la historia perpetuada por la Segunda Internacional que devino cómplice de la Primera Guerra Mundial.
[5] El desarrollo de la llamada «clase C», es parte de este proceso.
[6] How will capitalismo end?, New Left Review N° 87, May-June 2014.