El socialismo libertario (o anarquismo social) se caracteriza por tener como elemento central de sus análisis y de su práctica política la independencia de clase. Con independencia de clase nos referimos a una actitud específica del movimiento obrero (aunque la misma actitud, con matices, puede aplicarse a otros movimientos): mantener, en todo momento y lugar, […]
El socialismo libertario (o anarquismo social) se caracteriza por tener como elemento central de sus análisis y de su práctica política la independencia de clase. Con independencia de clase nos referimos a una actitud específica del movimiento obrero (aunque la misma actitud, con matices, puede aplicarse a otros movimientos): mantener, en todo momento y lugar, una actitud autónoma, activa y hostil hacia el conjunto de la clase dominante y del Estado. La otra actitud, opuesta a esta, pero preponderante en muchas organizaciones, movimientos y partidos que se denominan de «izquierda» o incluso «socialistas» (discutible es que lo sean), se puede sintetizar como colaboracionista de clase, donde el eje está puesto en la alianza entre las clases, principalmente dentro del Estado.
Aquí nos ocuparemos exclusivamente de la independencia de clase, por ser una estrategia central de la clase trabajadora a lo largo de la historia y por ser inseparable del proyecto emancipatorio del anarquismo.
Pero, ¿en qué se funda este principio? ¿Por qué independencia de clase y no colaboración de clases? ¿Es un capricho? ¿No es más sencillo transitar la senda de la institucionalidad ya trazada, los caminos habituales del poder político? ¿Por qué no aprovechar algunas fracciones de la clase dominante para acumular fuerza para nuestra posición?
El anarquismo no asume (o no debería asumir) esta posición de independencia de clase por capricho, por fundamentalismo religioso o por ese facilismo individualista de la negación de todo al tiempo que no se construye nada. De esto hablaba Camillo Berneri cuando, criticando algunas posturas del campo anarquista, se refería a una actitud ideológica-
Por el contrario, el anarquismo llega a esta posición a partir de un análisis de las condiciones reales de existencia – lo que intentaron hacer tanto Bakunin como Marx, por ejemplo– y, a partir de esos análisis, pensando los métodos y maneras más adecuadas y eficaces para alcanzar los fines de su proyecto ideológico-político.
El socialismo pone eje en el accionar independiente de la clase explotada debido al carácter irreconciliable del antagonismo entre las clases centrales (clase burguesa-clase trabajadora) en el sistema capitalista. En otro artículo nos ocuparemos con mayor detenimiento de esta cuestión, sin embargo nos parece importante remarcar que el capitalismo y el Estado se construyen a partir y sobre una sociedad dividida en clases, donde su mecanismo de acumulación se da a partir de la explotación y de la extracción de plusvalía de la humanidad trabajadora y que es este Estado el que garantiza la protección y reproducción del orden dominante.
Junto a esta mirada, que es central también en el marxismo clásico, los anarquistas insistimos en poner énfasis en el carácter jerárquico-dominante y de clase del Estado. Es decir, el Estado constituye un aparato que condensa dentro de sí las relaciones sociales de producción capitalistas y responde estructuralmente en base a esa configuración (es decir, en el capitalismo, el Estado es un Estado capitalista); pero, además, puede considerarse como una «clase social» en sí misma, que tiene sus propios mecanismos de dominación y de captura del poder político de las clases sometidas y de las potencialidades de la comunidad humana independientemente de si en la base social hay o no propiedad privada capitalista.
El Estado es, además, una forma de ver el mundo, es una manera de relacionarse y organizarse como sociedad; es una concentración específica e histórica de relaciones humanas que condiciona, que instituye una serie de prácticas sociales a partir de su reproducción. Por eso –y esto merece un espacio aparte– el anarquismo extiende la independencia de clase a la necesidad de mantener la independencia de las organizaciones políticas de la clase obrera con respecto al Estado y su institucionalización.
Si para liberar el trabajo humano de las ataduras del capital, si para acabar definitivamente con la explotación, el sistema capitalista nos obliga a organizarnos de forma independiente como clase, creando nuestras propias herramientas emancipadoras e identificando correctamente a nuestros enemigos, entonces el Estado, como forma específica de organización y relación social, material e histórica, nos obliga a enfrentarlo de la misma manera, con la misma independencia de clase, para emancipar a la comunidad -la humanidad trabajadora, la comuna, el consejo, el soviet, la confederación, la fábrica, la tierra– en conjunto con el trabajo.
No comprender esta cuestión correctamente puede llevarnos a confundir la asociación de los productores libres e iguales con el denominado capitalismo de Estado, donde en apariencia ya no hay explotación del burgués sobre el obrero, pero donde, sin embargo, ahora existe otra clase social, otra jerarquía dominante, -nuevas relaciones de dominación y explotación; diferentes a las capitalistas, pero no por eso mejores- que explota y oprime a otra clase social, que continúa siendo subsumida. Esto es lo que advertía Mijail Bakunin sobre el socialismo autoritario y que terminaría demostrándose en la URSS. Es la lucha de los soviets, de los consejos, de las comunas, que siendo todos órganos de organización y lucha de la clase trabajadora frente al capitalismo debieron enfrentarse al poder centralizador de los Estados, aún de los llamados «Estados obreros».
En este marco, la independencia de clase funciona como un ordenador de las prácticas sociales y políticas de las organizaciones autónomas de las clases explotadas-oprimidas, como un criterio general que nos permite ordenar las orientaciones, las estrategias y los programas para un correcto accionar como clase específica dentro de las actuales relaciones sociales. Esta manera de ver la independencia de clase –como ordenador, como orientador, como criterio general del accionar, como estrategia– nos permite pensar, además, en maneras de resistir, de tomar la iniciativa, de pensar y de accionar políticamente buscando escapar a la institucionalización, a la ideología dominante y a la configuración específica del capitalismo y de sus mecanismos de dominación y reproducción.
Como vemos, la independencia de clase entendida como un criterio general ordenador de nuestras prácticas se fundamenta en un análisis científico y filosófico-político de la realidad y en la necesidad de tener una estrategia correcta como clase organizada para la acumulación de una fuerza social capaz de derrotar al capitalismo y al Estado en conjunto.
En necesario remarcar que este criterio, esta autonomía como clase organizada no nos impide caracterizar distintas formas de gobierno. Por ejemplo, los anarquistas sabemos que no es lo mismo una dictadura militar que una democracia burguesa, y defenderemos esta última desde esa misma independencia de clase, sin someter nuestra estrategia, nuestro programa y nuestra finalidad al gobierno de turno, porque nuestro poder de crítica y nuestro accionar va dirigido hacia el sistema en su conjunto, hacia lo neurálgico y constante, hacia lo que sostiene el edificio.
Lo mismo podemos decir con respecto a las conquistas parciales o las reformas (sobre esta cuestión, aquí). Un ejemplo práctico al respecto sería la actitud del movimiento obrero ante una conquista básica pero tan importante como las ocho horas de trabajo. Los anarquistas en Argentina lucharon por esa conquista utilizando distintas tácticas, como la huelga general, sin embargo no renunciaron nunca a la independencia como clase trabajadora apoyando políticamente al gobierno reaccionario al que se le arrancó dicha reforma.
Tampoco nos impide establecer alianzas tácticas con sectores explotados-oprimidos en menor o mayor medida. Es por esto que es necesario diferenciar desde el anarquismo organizado la táctica de la estrategia y las variantes de acción teniendo en cuenta las relaciones de fuerzas sociales. Por ejemplo, en una ciudad cualquiera de Entre Ríos una organización revolucionaria puede establecer una alianza táctica con una organización reformista para lograr una acumulación de fuerzas ante el enemigo, pero (y aquí la importancia de la teoría, de la crítica, del diálogo militante) sin renunciar a nuestra estrategia ni principios en el camino.
Es por esto que la independencia de clase reclama una participación sustancial de la crítica. Se hace evidente la necesidad de entender correctamente la realidad y de accionar en consecuencia para no cometer errores que nos desvíen de nuestra orientación fundamental o que nos alejen de las vivencias reales del pueblo y de sus luchas, que no siempre serán como nosotros deseemos.
La independencia de clase entendida como un criterio general, como una orientación vital y organizadora, obliga a ponerla en movimiento, no solo como un marco teórico para analizar la realidad, sino como un ordenador de las prácticas transformadoras.
A pocos días de un 1º de mayo en Argentina donde es evidente que esta independencia de clase a la que hacemos referencia no es la orientación fundamental que prevalece en las organizaciones políticas que pretenden representar a la clase obrera, donde hay un espectáculo de alianzas con todo el capital, con burócratas traidores y partidos burgueses que no tienen nada que ver con nuestra clase, a pocos días de ese 1º de mayo, entonces, se hace necesario levantar una vieja consigna socialista, hoy tan pisoteada desde tantos lados: la emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.
(Una breve aclaración: esto no pretende ser solo una diatriba contra los partidos burgueses y los traidores de la clase obrera, sobre eso ya hay mucho en la literatura anarquista y se deduce fácilmente de su núcleo ideológico más elemental; estas palabras intentan, por el contrario, estimular el pensamiento crítico y la tarea organizativa hacia el interior del movimiento revolucionario, que muchas veces automatiza estas ideas, pero sin saber muy bien porqué (lo que hace deficiente la producción teórica, la propaganda y el análisis de la realidad), en otras asume posiciones cuasi-religiosas, puristas, sectarias e individualistas que inmovilizan el accionar y dificultan el pensamiento y en otras ocasiones sencillamente se olvida de estas ideas, tan elementales y probadas en el movimiento obrero internacionalista).
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