Corren días de desaliento de la izquierda, un desaliento menguante que se ha anclado en el presente hasta convertirse en un tópico, el tópico de que la izquierda ya no tiene cabida en este mundo, de que el sentimiento revolucionario ya ha caducado y ha sido devorado por la modernidad capitalista. Pero ciertamente existen personas […]
Corren días de desaliento de la izquierda, un desaliento menguante que se ha anclado en el presente hasta convertirse en un tópico, el tópico de que la izquierda ya no tiene cabida en este mundo, de que el sentimiento revolucionario ya ha caducado y ha sido devorado por la modernidad capitalista. Pero ciertamente existen personas que saben que el izquierdismo es algo más que un sentimiento de moda que se esfumó con sus tiempos, personas que albergaban, e incluso hoy día, la esperanza de la regeneración de una ideología que fuera capaz de llegar a las masas, de poder inyectar la conciencia de clase en el obrero, de poder dirigir una verdadera revolución tal como la historia mostró. Estas personas, no obstante, también se hayan sumidas en una oscura confusión: ¿Qué pasa hoy día en el mundo, dónde está la semilla de la revolución?, se preguntan. Y verdaderamente es una pregunta preceptiva, una pregunta que necesita ser analizada desde un punto de vista ingenuo y mirando de lleno a la historia.
Si analizamos desde su principio el nacimiento de la actitud rebelde en el hombre, lo primero que habremos de preguntarnos es: ¿Qué es lo que nos mueve a la denuncia, a la crítica? No hay duda de que para que comience a funcionar el pensamiento crítico el hombre ha de ser consciente de su situación de perjuicio. Puede que durante muchos años esa persona que se rebela no haya sido consciente de su situación y haya vivido felizmente, en una burbuja de placer, pero ahora, cuando decide emprender la crítica, es porque ya finalmente ha descubierto su situación de ignominia. El conocimiento de su realidad le produce de pronto indignación, y tanto más cuanto mayor sea el tiempo que piensa que ha sufrido el lamentable estado. Y de alguna manera, en estos casos, el hombre piensa en la acumulación del agravio así como en su propia culpa por haber estado dormido durante tanto tiempo y no haber descubierto antes esa situación. De ahí al sentimiento de humillación, y el consiguiente furor y ansia por resarcirse del daño sufrido.
Así pues, la semilla de la rebelión se encuentra en la conciencia de haber sufrido una injusticia. Esta nueva visión de la realidad se suele resolver de muchas diferentes maneras, pues cada persona entenderá con mayor o menos capacidad de reflexión y análisis su situación y, en consecuencia, afrontará de una u otra forma su guerra contra los culpables. Se sabe de unos que optan por la lucha, que sacan toda su fuerza y la emplean hacia el exterior, manifestando su ira hasta llegar incluso al asesinato en los casos de más desaire; otros revierten toda esa indignación hacia su interior, luchan con un amor propio sin igual por superarse y arrancar jirones a la Fortuna, hasta ocupar los puestos de poder o de fuerza que ocuparon sus opresores. También hay quienes se abstienen de luchar, se guardan la crítica y reniegan de ese mundo que los maltrata creando un duro caparazón en el que se aislan.
Todas estas formas de hostigamiento contra el mundo nacen pues de la indignación, de la violenta pasión que surge del sentimiento de humillación. Las vanguardias ideológicas están constituidas por personas que, después de haber padecido tal ignominia, han reflexionado sobre las ca usas de su padecimiento, han hecho la crítica y han teorizado sobre las formas sociales que generan esa injusticia. Las vanguardias ideológicas son pues necesarias en todo proceso revolucionario. Esa objetivación de la realidad que llevan a cabo estos grupos ideológicos es necesaria para emprender los cambios sustanciales que rompan con el sistema, pues de otra manera nadie podrá dirigir un discurso que vaya más allá de la crítica. Si no hay un análisis serio de la realidad, si no se produce una racionalización de la situación, toda la energía que fluye de la crítica se invierte en destruir, pero no se tendrán de ningún modo las bases para crear y construir nuevas formas de organización social. De hecho, y repitiendo la historia de los levantamientos franceses del siglo XIX, la mayoría de las sublevaciones sociales de los últimos tiempos, en los que las masas han asaltado los parlamentos y han expulsado a los políticos corruptos, no han sido más que eso, sublevaciones viscerales y efímeras que acabaron en gobiernos de similares características corruptas. Las energías contenidas, el resarcimiento, la violencia, se derramaron durante varios días, la destrucción fue exitosa, pero las columnas del sistema ni siquiera temblaron. Esto es lo que estamos viendo en el mundo en los últimos años, en los últimos conatos de rebeliones populares. ¿Por qué no se organizaron en esos lugares las vanguardias ideológicas? Esta es una cuestión importante que tiene muchísimos entresijos que habría que desentrañar. En primer lugar, las vanguardias ideológicas de hoy día han perdido el carácter científico de sus teorías. Será por pereza, por comodidad, por falta de inteligencia, o por esa errónea fe en la imperturbabilidad de las condiciones históricas, por lo que las vanguardias han reproducido cual papagayos las ideologías marxistas que Marx sintetizó a partir de tomos y tomos enteros de análisis económico y social de su tiempo. Al día de hoy las vanguardias ideológicas modernas aún no han creado una verdad revolucionaria, pues no han pensado el mundo científicamente. Hablar del socialismo del siglo XXI me parece un intento obcecado de canonizar a Marx dos siglos más tarde, nada más. Pero si en algo fue grande Marx fue en la capacidad y la abnegación para conocer la historia y la economía de su tiempo como nadie. Las vanguardias modernas, más que copiar el modelo heroico que fue la persona de Marx como ideólogo, copian sus teorías, sin siquiera con la preceptiva adaptación al siglo que vivimos.
De otro lado hemos de analizar cómo las vanguardias ideológicas se han sentido siempre dueños de la verdad ideológica como verdad revolucionaria. En efecto, no se puede seguir adelante si no se tiene fe en el propio pensamiento. La fe en su propio pensamiento, pensar que su razón está por encima de todo lo demás, es lo que ha movido siempre al hombre, lo que le ha dado brazos de hierro y enorme vehemencia en sus actos heroicos, aunque a la postre esto también haya sido lo que ha provocado el mayor número de cruentas tragedias a lo largo de la historia de la humanidad. El ideólogo cree que debe seguir adelante, pues él es poseedor de la verdad; y además, quiere educar al pueblo en la verdad;considera que las masas no conocen la verdad, él pretende entregársela. Por tanto el paso siguiente que da la vanguardia es el de organizarse para transmitir el dogma, perteneciente a unos elegidos, y de esta manera crean el Partido. Como decimos, este aparato burocrático rápidamente hace de la ideología un dogma y deja, consecuentemente, de seguir pensando la realidad, de seguir filosofando, para centrarse en la transmisión, en el crecimiento en número de adeptos hasta poder dar el salto cualitativo. El Partido, como organización, adquiere una jerarquía, elige un líder, un ídolo y un tótem al mismo tiempo, y profesa el culto a la personalidad, que siempre será susceptible de convertirse en un estado de fanatismo con todas sus horribles características.
Aquí hemos de parar y analizar cuál es la posición de las vanguardias ideológicas en el día de hoy en lo que a su organización se refieren. En primer lugar, observamos que los antiguos partidos europeos que crecieron en la primera mitad del siglo XX como única posibilidad de vehicular las revoluciones que algún día manarían del pueblo, hoy día, aparte del anquilosamiento de su organización, no realizan la crítica reflexiva desde la ignominia, no se sienten portadores de la indignación, sino que se mantienen como compartimentos rígidos que continuamente intentan acoplar en su interior todas las injusticias que se producen a su alrededor. En ese sentido las vanguardias ideológicas que se mantienen en los partidos tienen que hacer un especial esfuerzo por convencer al pueblo de un sentimiento de injusticia que, a veces, los ciudadanos no alcanzan a entender. Marx nunca llegó a conocer el triunfo de sus sueños, nunca llegó a ver cómo el proletariado bolchevique encarnaba el sujeto histórico que emprendía la revolución y se hacía dueño de sus ideas y los principios por él establecidos en el Partido Comunista. Todo pasó cuando él ya había muerto. Sin embargo, el legado de Marx al mundo fue algo imponderable. Su activismo político a lo largo de su vida y su excelsa inteligencia le llevaron a impulsar la constitución de la Primera Internacional, la organización de la izquierda a nivel europeo y la creación de una nueva forma de ver el mundo, mas todo eso no le sirvió en su tiempo sino para quedar profundamente decepcionado con los conatos revolucionarios que hubo en su época, todos fracasados. A partir de aquel momento Marx, perseguido por todos los flancos, se enclaustró e intentó recomponer toda aquella teoría suya que había dado al traste con la realidad que se había encontrado, dejando al mundo la mayor obra económica, política y social de la historia reciente: El Capital. Todo su trabajo fue retomado por el bolchevismo ruso para emprender un cambio histórico que aún tiene fuertes resonancias en el mundo político actual. Lenin se convirtió a la postre en uno de los mejores conocedores de la obra de Marx, como así lo atestiguan todos sus libros sobre el marxismo.
El caso es que si Marx no llegó a ver cómo sus teorías tenían eco en las asambleas bolcheviques que emprenderían la revolución rusa, tampoco hoy los partidos de izquierda encuentran ese sujeto histórico que pueda llevar a cabo su revolución, si bien se sienten portadores de una verdad que no ha brotado de la humillación de una clase, ni del análisis científico económico profundo de la realidad social que vivimos. Los partidos de izquierda de nuestro tiempo se encuentran lejos de ser la construcción natural de un sujeto revolucionario, se ven desprovistos de esa fuerza que les debe brindar su razón de ser, y por tanto no les queda otro medio de subsistencia que la de bajar a la realidad e intentar hacer suyo el descontento de los distintos colectivos, un método ajeno a la naturaleza del proceso revolucionario.
Desde otro punto de vista, en la última década, la pérdida del referente comunista soviético, por un lado, y la resignación al estado de bienestar, por otro, han hecho redirigir las miradas de las vanguardias ideológicas de izquierda de occidente hacia Sudamérica y el despertar bolivariano que brotó de Venezuela. La globalización nos ha llevado a pensar globalmente, a ser todos partícipes de los problemas y de las injusticias que brotan en cualquier parte del mundo, y en ese sentido el sentimiento de izquierda sí brilla por sí mismo, porque el sentimiento de izquierda brota en esencia de la solidaridad. Sin embargo los partidos de izquierda que hacen propios los triunfos externos, internamente se siguen manejando sin un referente social, anclados en unos dogmas que no responden a las necesidades de ese sujeto histórico que tiene la posibilidad de emprender la rebelión.
Pero no pensemos que el hecho de que ese sujeto histórico revolucionario no esté definido al día de hoy quiere decir que no existe una necesidad social de expresar un sentimiento de indignación. En nuestro país, el sentimiento de injusticia se encuentra en todas partes. Los obreros, los desempleados, los contribuyentes, los jóvenes, las mujeres, los inmigrantes, todos tienen algo por lo que denunciar a este neoliberalismo de crueldad infinita que no es capaz de controlar la barbarie que él mismo desató, con los gobiernos populistas que nos dirigen desde hace décadas, que hacen oro con la sangre derramada en la periferia del mundo. Podemos sentir pues que la semilla del descontento ya se ha depositado. Ahora bien, si de todo eso surgirá una revolución o no, si de ella brotará una lucha que se oriente y desencadene el pronto ocaso del neoliberalismo, es algo que no podemos vislumbrar a corto ni a largo plazo, pero para saberlo sin duda se necesitan aún muchos tomos de análisis, de creatividad, de inteligencia y, sobre todo, de honestidad ideológica, elementos que, a mi juicio, no parecen encontrarse en su mejor momento.
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