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Animales canoros: Luis Eduardo Aute

Fuentes: Insurgente

Se ignora si su primera luz fue la que vio en algún cuadro de Dalí o en una de las obras maestras de Van Gogh. No sabemos si comenzó a cantar como homenaje a Chagall o enamorado de las sugerentes canciones del París del diecinueve. Impresionista, realista, clásico, romántico, qué más da si lo que […]

Se ignora si su primera luz fue la que vio en algún cuadro de Dalí o en una de las obras maestras de Van Gogh. No sabemos si comenzó a cantar como homenaje a Chagall o enamorado de las sugerentes canciones del París del diecinueve. Impresionista, realista, clásico, romántico, qué más da si lo que cuenta es su pasmosa distancia de lo habitual y cotidiano. La belleza…

Fue diseñando su dolor y su felicidad en medio del fragor de una permanente batalla contra todo tipo de formulismo, cuando el término burgués era casi tan despreciable como durante la revolución francesa.

El rostro de Luis, de Eduardo para muchos amigos, de Aute para la inmensa mayoría, está plagado de puntos y aparte, de comas y paréntesis que le dan un aspecto de lector impenitente, siempre con el rotulador en una mano, el pincel en la otra, una mirada puesta en la cámara y el oído atento a las canciones de Brel mientras saborea un whisky para digerirlo todo. Chasca la lengua y entorna los ojos. Su nariz rectilínea se quiebra levemente en un promontorio idóneo para colgar las lentes que la ayudan a seguir devorando palabras. Con barba de tres días, permanente y deliberada, su aspecto de frágil constructor de canciones, de enfermizo poeta clandestino, ha despertado decenas de amores irrealizables, cientos de romances silentes arropados bajo la inteligente voz del artista enamorado de… la belleza.

Le hiere la cobardía, aquella que logra llevarse al amigo de siempre, y supo encontrar en la trova cubana uno de sus más firmes soportes. Pablo, Silvio y Luis Eduardo fueron mosqueteros que pusieron en marcha la cubanización de la música española, la españolización de la canción cubana, en un continuo viaje por el atlántico repleto de idas y venidas, de sonrisas, cigarros y guitarras. La belleza…

Lejos queda la finísima ironía, como sus labios cerrados suavemente, con la que fustigaba incluso a sus colegas más reacios a la autocrítica. Le espanta el panfleto, huye de los tópicos como de la peste, se aferra a un certero encuentro con la palabra exacta, con la nota precisa, con el día perfecto. La belleza…

Fustiga la mediocridad con un carboncillo que dibuja sensualidad entre cabellos ensortijados, rizando el erotismo, rozando la pornográfica condición del solapado voyeur que esconde, bajo cientos de velos árabes, una colección de huríes dispuestas a la danza. Enmarca su óvalo bajo la finísima capa del cabello luengo, abandonado a su suerte, que ya no se arraiga con firmeza sobre su cráneo semidespejado, permitiendo al tiempo que pinte de blanco su delicado mentón que jamás fue agresivo a pesar de la su firmeza. La belleza…

Reposa como un personaje del Greco en cualquier esquina de Toledo, cubierto con el discreto ropaje del que no busca otra mirada que la de un niño que juega a las canicas. Esos impagables dedos, esas voluptuosas manos que han paseado las yemas sobre pieles prohibidas, provocan canciones solidarias que siguen peinando el viento de un Madrid teñido de sangre de inmigrantes, pulsan las cuerdas del tiempo deshojando el almanaque de la vida con la parsimonia del arquero seguro de su triunfo. La belleza…

Se mantiene a flote rechazando el manifiesto fácil, la reprimenda inoportuna que se apresuran a firmar sus colegas más descorazonados, dejando claro que quiere mantenerse a la distancia adecuada, lejos de la mediocridad en la que pastan muchos de sus compañeros, avejentados prematuramente por mor del abandono de las utopías. Los últimos acontecimientos que sacuden el orbe, con sus guerras, invasiones, fealdades, torturas, injusticias, amoralidad, mentiras y traiciones, parecen no hacerle mella. Como Simeón el Estilita, contempla el desastre con la mirada puesta en ese atardecer rosicler que Góngora cantara en el condado de Niebla. La belleza…

Su perro llamado dolor ladró en los albores del siglo veintiuno, mas su protesta no halló el eco deseado y se perdió en la noche de la indiferencia. ¿Será capaz de rebelarse, de lanzar un grito desgarrado, de romperse las cuerdas a golpes de rabia incontenible?. No, no es su norma. La ley que le detiene es también la que mantiene a raya al universo: la armonía interna. Un caso raro el de este caballero andante que jamás derribó molinos, ni atravesó los odres para matar sus fantasmas. La belleza…