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Ante el nuevo año académico: audacia, audacia y más audacia

Fuentes: La Chispa

Se abre nuevamente el año académico, luego de un verano que le dio muy poca sombra al gobierno y que le sacó trote hasta el último minuto. La lucha social parece no irse y aunque sus expresiones sigan siendo elementales, sin trastocar los cimientos del modelo, ni romper aún su paraguas ideológico, da muestra de […]

Se abre nuevamente el año académico, luego de un verano que le dio muy poca sombra al gobierno y que le sacó trote hasta el último minuto. La lucha social parece no irse y aunque sus expresiones sigan siendo elementales, sin trastocar los cimientos del modelo, ni romper aún su paraguas ideológico, da muestra de pequeños retazos de esperanza. No es que tengamos que sentarnos a esperar que el cadáver maloliente de esta sociedad injusta pase por frente de nuestras facultades, con la esperanza de que alguna vez triunfaremos; pero tampoco podemos negar que nos alegra ver al pueblo en las calles, expresando un malestar que, hasta hace un par de años, era algo que seguía sin cuestionarse los hitos de negociaciones institucionalizadas y claudicantes que aún dan forma a la acción política de la burocracia izquierdista.

Nuestro optimismo es el propio de los que hoy intentamos dar un poco de brío desde nuestro humilde puesto de batalladores de las ideas, pero que pretende posicionarse en los cimientos de un análisis de la situación que refleje todas las variables y no sólo la óptica de los que de alguna u otra forma se sienten ganadores de una batalla que en realidad aún no se libra en sus dimensiones reales. Es la paciencia que se desarrolla al estar en la cotidianidad de la experiencia y las luchas de nuestros compañeros el único método que nos da el criterio motor para leer correctamente la realidad, porque la verdad, que es siempre revolucionaria, no se comprueba por la bravuconería de los que hoy se sienten en la arena de la «gran política», sino que en el obrar mismo, obrar que siempre será político, y política que siempre será práctica.

Y es así como también le damos un nuevo impulso a nuestro proyecto este 2012, intentando abrir una batalla de las ideas dentro de la izquierda (para encontrar el camino correcto y calibrar la puntería), pero que pone su objetivo en este modelo de miseria e injusticia. Esta tarea se hace hoy urgente, ya que las leves fisuras que muestra el modelo, por su propio desenvolvimiento contradictorio, sólo se profundizarán y se harán crisis si es que la decisión del pueblo organizado se traduce en organizar y fortalecer estos atisbos de lucha elemental, y no encerrarlas con las formas y herramientas que el propio sistema, con aire humilde pero intención sarcástica, impone.

El paro portuario que mostró unidad en acción y puso a la organización clasista como criterio rector, las protestas de Aysén que demostraron que a pesar de lo difuso de la lucha y del carácter del movimiento (¿Ciudadanos, multitudes enardecidas, o pueblo que comienza a hacerse camino?) se puede dejar sin tregua a un gobierno, la emergencia de ciertos conflictos comunitarios que superan los estrechos límites que la ideología progre ha intentado imponer (para luego cooptar por medio de ONG’s o Concejales buena onda), son sólo algunos hechos que muestran una coyuntura política particular, que se acompaña a la vez por los movimientos aún errantes de un modelo que muestra signos de agotamiento, fenómeno propio de la madurez de un sistema neoliberal efectivo en su tarea de reproducir la miseria y la desorganización de la clase que le da sustento a la riqueza de unos pocos. El malestar es producto de estos movimientos orgánicos, pero la protesta social tiende también a profundizar esas pequeñas fisuras que dejan al descubierto algunas injusticias, las que, claro está, aún no logran ser procesadas desde un código político independiente. Hay que marcar por tanto un contrapunto: aún no existe un proceso ascendente de reorganización, ni menos un cambio real en la conciencia de la gente que apunte a un cuestionamiento del modelo que produce sus condiciones de vida.

De esta forma la coyuntura permanece aún latente en sus proyecciones. Alardear sobre un nuevo período político de lucha ascendentes es sólo demagogia que sirve para confundir o adaptar al movimiento a las tareas mediocres que hablan de democratizar el capitalismo y mejorar en algunos puntos las inequidades económicas: es decir cambiarle la forma a la explotación y la exclusión material de la mayoría, pero lo sabemos, aunque el rico se vista de seda, como la mona queda. Las frases rimbombantes sobre «un nuevo modelo desarrollo», «sobre la crisis del neoliberalismo» o la necesidad de «cambiarle la forma al carácter del Estado capitalista» no son más que consignas de sectores de la izquierda que ponen sus límites nuevamente, como si la historia fuese una ironía constante, en aceptar con un cuestionamiento tibio las reglas que el sistema de dominación impone y que con una gran cuota de desfachatez le llaman: «superar los límites de lo posible».

No es que no apostemos a que el neoliberalismo caiga, ni que se instale un modelo de desarrollo y un Estado distinto (sólo si esa distinción es sustancial, en cuyo horizonte esta el desenvolvimiento integral del desarrollo productivo y humano). Creemos que pueden ser horizontes tácticos en un escenario cerrado como el de hoy, pero sólo si es que esas tareas son conducidas por el pueblo organizado, capaz de darle a esos pasos un sentido diametralmente opuesto al que hoy le da el progresismo ciudadanista. Porque ese horizonte, limitado por lo demás, tendrá como sentido los intereses de las clases laboriosas y el bienestar generalizado de los que producen la riqueza y no el mero ajuste de modelo que estos grupos políticos intentan imponer. El llamado «nuevo ciclo de luchas» aún es un objetivo a cumplir, que sabemos no estará dado por un desenvolvimiento de etapas cumplidas, donde primero hay que organizar y luego luchar, ya que entendemos que son tareas que se potencian mutuamente; pero ante esta figura, para nosotros obvia, siempre la tarea de tareas debe estar puesta en construir eso que la teoría llama fuerza social, a la cual, desde hoy, y como forma de prefigurar batallas futuras, le debemos dar el apellido de revolucionaria. Y es esa tarea la que se pone en peligro ante la actitud claudicante de los sectores otrora activos, que con su arrogancia nos incitan a ser moderados y «responsables».

El salto político, rimbombante consigna, no parece ser más que el encuadre de la protesta social en los marcos institucionales que el sistema impone, ya lo dijo el autonomista Boric: «Ahora, ¿cómo va a ser la relación con el gobierno? Yo quiero ser muy claro en esto. Nosotros queremos llegar a acuerdos. No somos un movimiento que viene a acumular descontento inorgánico, sino que nos interesan las soluciones» (Sentido comunes, diciembre 2011). La tarea parece ser crear propuestas densas y técnicamente infalibles para ir paseándolas en los despachos de los diputados y senadores, de la mano con algún político amigo; o para presentarla en algún recital o evento que se organice para «hacer como que nos movilizamos»; y yendo aún más lejos, estos mismos protagonistas deberían llevar el sentir de malestar a los puestos institucionales desde donde se construiría una especie de contra-poder: concejalías, municipios y ¿por qué no? algún puesto parlamentario.

No llamamos a la protesta social como un mero fetiche, sabemos que primero se construyen los objetivos y que los medios deben ser los más eficaces y efectivos para lograr estos, pero tampoco podemos aceptar que a los estudiantes se nos intente dar lecciones de madurez cuando lo único que se quiere es demostrar un buen comportamiento ante esa «clase política», que otrora atacaban, pero que ahora pretenden utilizar. Desde esta trinchera somos responsables y planteamos que la tarea está en recomponer una fuerza que aún es sólo protesta y malestar, pero que no expresa un sentir antagónico. Institucionalizar al movimiento, como pretenden reformistas y progresistas, es cerrar una vez el escenario y abrirle al mismo tiempo la cancha a un enemigo que mira atento las ansias de integración de un movimiento que se hizo llamar «la primavera de chile», pero que puede terminar en un «otoño marchito» a la medida de los poderosos.

Un genio de principios del siglo XX decía que existen tres virtudes básicas: «paciencia, paciencia y más paciencia», las que deberían aplicarse en los momentos de retroceso y estancamiento, que en nuestro contexto, aún no se superan, pero que comenzarán a hacerlo si es que a estas tres virtudes agregamos otras tres más: «Audacia, audacia y más audacia». Esa es la tarea y esa es la consigna.

– Fuente: http://www.lachispa.cl/2012/03/14/audacia-audacia-y-mas-audacia/