Estados Unidos es el único país que ha pasado de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización (Óscar Wilde)
Dicen los portavoces del Covid-19 que la actual pandemia es la peor tragedia que sufren “los países avanzados” desde la II Guerra Mundial. Para encontrarse con algo tan devastador -agregan- hay que remontarse a la gran depresión del 29. El Imperio del águila bicéfala, dirigido por el tonto con más éxito del planeta, ha comparado los estragos del “enemigo invisible” con los bombardeos sobre Pearl Harbor o los atentados contra las Torres Gemelas del 11-S y, además, Trump dice que hay que inyectarse lejía en los pulmones para matar al “bichito mutante” que “vino del murciélago herradura”.
Otra vez Occidente, el “omphalos” del mundo, vive de espaldas a la realidad e ignora (o intenta borrar de su memoria “saturada de efímera actualidad”) que las incursiones de la OTAN y sus sicarios contra los insurrectos del “Eje del Mal” (aquí incluyo al menos doce países) dejaron decenas de millones de muertos o desplazados (muchos civiles, hombres, mujeres y niños) así como innúmeras ciudades y pueblos reducidos a escombros (a esqueletos de hierros retorcidos, vigas, muros) donde sólo proliferaban los buitres, las larvas que se cebaban con los cadáveres, los perros que buscaban, hambrientos, miembros mutilados. Y los cuervos que comían ojos volados, sin dueño.
En la otra orilla pululan millones de fantasmas que intentan comunicarse con sus hijos o amigos, como en la novela “Pedro Páramo” de Juan Rulfo. Los espectros que dejaron EEUU, la UE, Rusia y “sus lacayos” siguen- mediante sus parientes descarnados- en tierra de nadie, en campos de refugiados para leprosos y llamando a las puertas de una Europa que ahora está tan vacía como la conciencia de algunos líderes de la insolidaria derecha, que espera el desplome de la izquierda para traernos una dictadura, con esvástica blanqueada, para llevarnos por el camino recto y correcto, lo que incluye el sacrosanto mandamiento de ¡no muerdas la mano que te da de comer! ¡Espera, ármate de valor! ¡Volverá el capitalismo y volverás a adorar a los dioses que te alienaron o esclavizaron!
¿Qué futuro espera a todos los Estados fallidos, (repletos de muertos, mutilados, mujeres y niñas aterradas, vendidas o violadas) que dejaron los Señores de la Guerra, “como un siniestro legado”, a este planeta acéfalo comandado con “puño de hierro” por el “dios del dinero”? ¡Y encima, el espanto del emperador Trump! Ya decía Oscar Wilde que “EEUU es el único país que ha pasado de la barbarie a la decadencia sin pasar por la civilización”. ¡Qué razón tenía! ¡Cuánto desprecio destilan ese 666 y su guardia pretoriana que incluye, entre otros, al príncipe heredero de Arabia Saudí, Mohamed bin Salmán, reino represor y criminal que ostenta para más “Inri” la presidencia del G-20!
¿Algunos de ustedes escucharon por casualidad los aplausos y las canciones que salían de los balcones de Saigón, Bagdad, o Alepo (la foto de cabecera de este artículo es de esa tercera ciudad) que saltaban por los por aires cuando las bombas impactaban en su vientre dejando en pocos días más muertos que la pandemia que golpea al mundo desde diciembre del 2019? ¿Es para esos pueblos el Covid-19 lo peor que les ha pasado desde hace un siglo?
¿Algunos de ustedes aplaudieron a las enfermeras y médicos que recibían en miserables hospitales o en cuchitriles ajironados a millones de heridos, mutilados o a zombis con el cerebro averiado que acudían a raudales buscando ayuda, huyendo de matanzas, limpiezas étnicas y “apartheids” que al Occidente le importan un bledo?
¿También para los nacidos en Irak, Líbia, Siria, Somalia, El Sáhara, Afganistán, Sudán, Palestina, Yemen, Vietnam, para el pueblo kurdo, los rohingyas y todos los nadies que han caído en un pozo cubierto de alquitrán y guadañas móviles, el Covid-19 es su mayor pesadilla desde que Alá esposó a las mujeres de las tropas USA que controlan La Meca?
¿Acaso en esos pueblos y en muchos más (en América Latina persisten unos niveles de pobreza seculares, que pronto mutarán en hambruna, “heredados de las dinastías de los colonizadores”) se considera la actual pandemia como el mayor azote que sufre el planeta desde que el Tío Sam impuso un nuevo orden internacional con descargas eléctricas, bloqueos y bombas de napalm?
En Occidente lo estamos pasando muy mal (España va a quedar gravemente herida debido a un pasado de extrema corrupción y abandono de la sanidad, educación, I+D etc.) pero la mayoría de la gente vive en ciudades intactas, tiene acceso a lo esencial (con todas las críticas que se puedan hacer) y sabe que, aunque nada volverá a ser igual, renacerá la esperanza, las ganas de vivir y que la economía, ya sea a marchas forzadas o a paso de tortuga, recuperará con el tiempo su velocidad de crucero.
El Papa sigue pidiendo a Dios que mate al virus y que deje de castigar “a los pecadores” (entre ellos sodomitas, transexuales y lesbianas) -pues algunos creen que vivimos una especie de plaga bíblica- y espera, cual santurrón, una señal del cielo. Pero en el mundo “no cristiano”, el pagano y el islámico, la bóveda celeste se ha cerrado y “dios y los ángeles” han sido sustituidos por cazabombarderos rusos y americanos (de ellos o vendidos al mejor postor) y la guadaña cainista ha pulverizado todo atisbo de esperanza.
Cuando el Sol salga de nuevo en Occidente (para los ricos saldrá antes o ya ha salido) tal vez guardemos la distancia social por un tiempo y luego volvamos a los abrazos, pero también a las puñaladas, pues la condición humana es dual, bifronte, y en el corazón del hombre el bien y el mal libran una lucha eterna que, cuando anula la razón, abre las puertas del infierno donde salen en estampida todos los monstruos.
Si cuando el coronavirus se haya ido, no empezamos a ver el mundo -como diría Aute- con ojos de mosca, desde una conciencia intercultural, podremos salir a la calle y volver a nuestras playas, pero quizás, sin saberlo, nos contagiaremos de otra pandemia: de la ceguera blanca, esa que se alimenta del egocentrismo y nos pone vendas en los ojos que, “impregnadas de LSD”, nos producen una frágil, superficial y cuestionable felicidad.
Blog del autor Nilo Homérico