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Anticorreismo y correismo en el paralelo 0

Fuentes: Rebelión

Hay un aire malo que se respira en determinados espacios sociales

– Si quiere, le puedo ayudar a empezar una nueva vida.

– ¡Pero es que aún no he acabado con la antigua!

Grouchorías, humor a lo Marx

Tony Giménez[1]

            Este revuelto de correísmo y anticorreísmo que se pretende un tema político y que a juicio de este jazzman es un tema glandular. Endocrino, para aproximar la idea. Acontece en una ciudad-nación llamada Springfield. No es un lugar geográfico, más bien es una idea disparatada, esas deplorables ocurrencias que en ciertos instantes se apoderan de las sociedades. Pónganle paralelo 0, para referenciar. En serio, pero no tanto. En el Springfield de esta breve jam-session  estamos en este laberinto que muchos no entendemos (y no por bajo IQ, por favor), pero que circula con rapidez y contundencia por donde usted lo busque, en redes sociales, en medios corporativos o la conversación más sencilla se vuelve un melao problemático. Ahí están con ese venenillo infame que daña reuniones de jodederas, mortifica conversaciones futboleras y hasta fastidia la risa necesaria de un simple chiste político. Es eso que un sector social llama correísmo. Me dirán que es raro y les respondo: ¡ecuajey! (Gracias, Ismael Rivera). Alguien con sus lecturas concluía que es un Macondo de este siglo, fui de los descontentos radicales, ni realismo mágico ni maravilloso, esto es una auténtica pendejada visceral e insensata. No hay sustancia ideológica, todo es al braveo. Y no sé si tiene componte este bilongo de destrucción masiva.         

            ¡Historia con cafeína y tal, por favor! Ahí va. Esta vaina peleona de contrarios comenzó el mismo día que se definió quiénes era justos y su cantidad era inmensa. Quizás, la intención era otra y se consiguió el efecto contrario. Acuérdense: “los buenos somos más”. Comprensible neuromarketing, damas y caballeros, del liderazgo de la Revolución Ciudadana. Ese chininín de religiosidad separativa trajo estos fanatismos de bajo calibre. Reconozcamos, antes también se aplicó esta divisoria caliente a algunos grupos, opositores o no. Eras de los buenos (favorable a la RC) o de los malos (opositor). O simplemente hacías tu crítica como Dios manda. Cierto es, los revolucionarios-ciudadanos  la ponían difícil, aunque lo de estos años es mucho más intenso. Mucho más, sin dudas. Además es una combinación de odiosidades que para qué les cuento.

            Lógico nadie quiere estar en el círculo dantesco de los chicos malos. Es así: todos somos de los buenos, aun si pagar las cuotas. En el Ecuador de hace un lustro, la Revolución Ciudadana estaba punto caramelo. Aquello que se inició como una retórica buscabullas para desafiar a la oposición unos años después se convirtió en inverso mandato talibán con tal ferocidad que hasta la sopa se agría en el almuerzo familiar cuando empieza esa clasificación atroz de correistas y anticorreistas. Es como si Mr. Montgomery Burns, del otro Springfield, presidiera la mesa de comensales. La alegría de algún encuentro cambia a un sufrido intercambio de bufidos, cuando algún agencioso se ampara en esta ley de contrarios. Muchos queremos que pare un chance ese disparatado mundo para bajarnos por un respiro.

            ¡Cuidado! Hay un aire malo que se respira en determinados espacios sociales y el flow de los diálogos interpersonales o intergrupales enrarecidos como la atmósfera dañada de Springfield por las descargas radiactivas de la planta eléctrica del señor Burns. ¡Cuidado con decir dos o tres cosas buenas de alguien clasificado como ‘correista’! Sea quien sea, importa más el chorro de denuestos. Ese deseo de los líderes de la Revolución Ciudadana de partir a la sociedad ecuatoriana en un Springfield de bondades mayoritarias involucionó a esta insoportable aridez de injurias. Parafraseando a Bart Simpson: “¡ojalá se multipliquen por cero!” Un pedido del hastiado corazón popular ecuatoriano.

            En este Springfield andino-pacífico, que del inconsciente colectivo de la serie gringa se nos volvió real, funcionando con las leyes de Murphy, empezando por la primera: “si algo puede salir mal, saldrá mal”. Uno quisiera que se alcance un mínimo de tolerancia (si no hay otra razón) para darle a la vuelta a este periodo jurásico. Encabrona, ver, oír y sentir como se estropea una mínima armonía comunicacional para alcanzar cierto objetivo simple de desacuerdo o acuerdo en paz. Una vez que se es procesado como correista (como antes se era de anticorreista) estás en el bando de los malos, peor si te clasifican en las redes sociales, se comparte de manera tribal la enemistad y quedas inhabilitado de alguna mínima valoración argumentativa para mínimos consensos. Conclusión: la venganza ciega del anticorreismo a escala virtual. Y en la realidad dura y peluda.

            Esto es cierto, la derecha liberal no es la autora del arquetipo franqueado como correista. Ella defiende lo suyo ideológico con teorías librescas o con descalificaciones a experiencias socialistas gubernamentales, pero se impone algunos límites. Aquí no se las santifica, no hay por qué; solo es buscarle origen a esta agresiva anti política dentro de la política, a este inventado Springfield malhumorado y ostensiblemente rabioso. Y el destino tiene dos fines: Rafael Correa y el progresismo (con el nombre cambiado). Por supuesto, que por ahí están los autores ideológicos de este fiero enjambre, chamullando medias verdades, cuenteando a quienes quieren ser cuenteados (o que les hace falta ese opio másico), esos respetables de la comunicación carboneando, largo y tendido, por si la entropía del resentimiento se reduce y está el Gobierno ecuatoriano consumiendo tiempo útil en promocionar odiosidades. Y con todo eso, este sabor y olor social a comida agria que, presumo, está en el ambiente nacional.

            ¡Esa es la nota turra por acá! Turrísima políticamente hablando e hiperturra porque no nadie está para bromas y sí para estos indigestos embutidos de agravios. De esos embutidos se hacen refritos de mentiras y dudosas certezas. A la larga o a la corta a cualquier ciudadano (o ciudadana) convertido, por elección irracional de motivos, en objetivo deseado se le construyen catedrales insólitas de aversiones.

            ¿No será que ya es tiempo de buscar explicaciones freudianas a esta vaina? No por precariedad memorística, pero no recuerdo una época porfiadamente dañina, al menos a un nivel tan primario. Y no se trata de batallas de ideas como en las euforias anticomunistas del Gobierno de León Febres Cordero, en los años ’80 del siglo pasado. Ahora es por un mínimo adjetivo favorable a cualquiera que cumplió funciones estales en los Gobiernos de Rafael Correa. ¡Así de elemental es esta obstinación a lo Springfield! Ese es el tamaño y la forma. Milimétrico y como una gota. No se trata de socialistas y capitalistas en disputa o de progresistas y conservadores, para nada, es simple “ajustes de cuenta” o venganza entripada por alguna acción que (supuestamente) padeció en la gestión gubernamental correista. O solo por joder.

            ¿Recuperaremos la condición de asertividad social? Sí, estoy convencido, pero por ahora la peste del anticorreismo fastidia fuerte y casi sin excepción.  


[1] Grouchorías, humor a lo Marx, Tony Giménez Fajardo, Barcelona-España, Editado por el autor, 2017, p. 21.