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Antirracismo y feminismo, bases para combatir al fascismo

Fuentes: Rebelión

La extrema derecha es una seria amenaza en todo el mal llamado primer mundo, con sujetos como Trump en EEUU a la cabeza del racismo, de la xenofobia y del autoritarismo, y con una Europa a la deriva en la que a veces, como en Italia, Hungría o Ucrania, se alcanza y hasta se sobrepasa […]

La extrema derecha es una seria amenaza en todo el mal llamado primer mundo, con sujetos como Trump en EEUU a la cabeza del racismo, de la xenofobia y del autoritarismo, y con una Europa a la deriva en la que a veces, como en Italia, Hungría o Ucrania, se alcanza y hasta se sobrepasa el totalitarismo de Trump. Mientras tanto en Sudamérica, como en la práctica totalidad del resto de países de la UE, la extrema derecha crece a pasos agigantados.

El Reino de España no es una excepción, es más, está a la cabeza de Europa en represión, torturas y juicios absurdamente arbitrarios. La deriva represiva y xenófoba del PP, contagiado tal vez por el populismo extremista de Europa y sus réditos electorales, está avalada por el Régimen del 78, heredero directo de los 40 años de fascismo genocida vividos en el Estado, lo cual ha abonado el terreno para que el discurso del odio sea asumido por la ciudadanía como algo dentro de lo normal.

El racismo es una de las piezas angulares del neofascismo, ese racismo moderno, camuflado y cargado de prejuicios que convence con facilidad y resulta casi imposible de eliminar. Ya dijo Albert Einstein que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio. Y es que el nuevo racismo ha propagado falsos rumores y estereotipos tras un proceso de camuflaje de su histórico discurso de razas inferiores y superiores, transformándolo en otro de incompatibilidad entre culturas y/o religiones.

El racismo moderno se ha preocupado de crear un «nosotros» (nacido aquí, blanco y católico) y un «ellos» (el resto), de tal forma que a cualquier persona perteneciente a ese «ellos» no se le vea como un vecino o vecina, sino como alguien ajeno que nada tiene que ver con ese «nosotros». A partir de ahí viene el resto, como la creación de colectivos de inmigrantes con supuestos objetivos comunes que atentan contra ese ficticio «nosotros», ya sea nuestra sanidad, nuestra educación, nuestro sistema de protección social, nuestra religión o nuestra seguridad, deshumanizando a las personas inmigrantes sin tener en cuenta su individualidad y metiendo en el mismo saco a diferentes personas que, dicho sea de paso, lo que les une es la búsqueda de la felicidad y no el color de la piel o su lugar de nacimiento.

Todo este invento de despropósitos entre el «ellos» y el «nosotros» lo vivimos muy de cerca, en Euskal Herria con Maroto en Gasteiz y en Catalunya con García Albiol en Badalona. Ambos ex alcaldes, lejos de ser castigados y apartados de la vida política por su irresponsabilidad a la hora de propagar prejuicios contra nuestras vecinas y vecinos, han sido premiados con cargos de relevancia dentro del partido, preludio de lo que se avecina teniendo en cuenta que el no menos xenófobo Pablo Casado preside ahora el PP.

Además, Rivera, Arrimadas y demás incendiarios de Ciudadanos, siempre hacen lo posible por situarse en un espacio político a la derecha del PP, hasta tal punto que en algunos medios de comunicación europeos ya califican a este partido como de extrema derecha.

El nuevo racismo, como fuente que alimenta a la extrema derecha es, quizás, lo primero que deberíamos combatir desde las izquierdas y desde los movimientos asociativos, y viendo que el discurso racista crece cada vez más entre la sociedad, que la extrema derecha sube en votos año tras año y que partidos en teoría no-fascistas asumen el discurso del odio para conseguir réditos electorales, es posible que no lo estemos haciendo demasiado bien.

Suscribo las palabras de Irantzu Varela en que añade la lucha feminista a una famosa frase de Angela Davis: «En una sociedad racista y machista, no basta con no serlo, hay que ser antirracista y feminista».

Hace falta ver al racismo como un sistema de dominación, igual que lo es el patriarcado, y deberíamos hacer el antirracismo más trasversal. Quizás no seamos del todo eficaces en la lucha contra el fascismo hasta que todas las izquierdas y movimientos sociales no nos pongamos de acuerdo en hacer un análisis objetivo de nuestra sociedad, hasta que no nos demos cuenta que por haber nacido aquí y tener la piel blanca gozamos, lo queramos o no, de derechos y privilegios que otros no tienen. Quizás la lucha contra el fascismo debería ser una lucha unitaria que arranque desde el antirracismo y el feminismo.

Toni Ramos – Alternatiba

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.