Selección de Alexandre Carrodeguas
. ¿Qué es la democracia?
Babeuf, el primer político conscientemente socialista de la gran revolución, expuso su programa en una importante carta a su amigo Bodson escrita a principios de 1796. En esta carta Babeuf se declara absolutamente seguidor de Robespierre. Es más, se propone la tarea de resucitar a Robespierre.
«Resucita a Robespierre: significa resucitar a todos los enérgicos patriotas de la república y junto con ellos al pueblo […] El robespierrismo vive en toda la república, vive en la clase entera de los hombres capaces de juzgar y pensar con claridad y naturalmente en el pueblo. La razón es simple: el robespierrismo es la democracia, y estas dos palabras son absolutamente idénticas. Si se resucita al robespierrismo, se puede estar seguro de resucitar la democracia.»
Si en la actualidad se preguntara a un político medio o tan sólo a un hombre culto quién considera que es la personificación histórica de la democracia, sería totalmente improbable que respondiera: «Robespierre». El hombre del terror, el jefe de la sangrienta dictadura de 1793, no es ciertamente un demócrata para la generación de nuestro tiempo. Pero para Babeuf, el sistema de Robespierre y la democracia son absolutamente la misma cosa. Este pasaje de la carta dice también algo más. Nos revela que en 1796, Babeuf consideraba democracia no solo a Robespierre sino a sí mismo. En ese período, Babeuf preparaba la violenta insurrección del pueblo francés pobre para derrocar el corrupto gobierno capitalista del Directorio y para edificar en su lugar un nuevo orden estatal basado en el principio de la propiedad común. Para Babeuf y su tiempo, estos esfuerzos son democráticos.
Medio siglo más tarde, Marx y Engels publicaban el Manifiesto Comunista. En este documento no pretendían formular una construcción docta, sino expresarse de modo que todos los obreros los entendieran. En el Manifiesto comunista de 1848 se dice: «como ya hemos visto arriba, el primer paso de la revolución obrera es la elevación del proletariado a clase dominante, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá de su dominación política para ir arrancando gradualmente a la burguesía todo el capital.»
Para los autores del Manifiesto comunista, pues, «la elevación del proletariado a clase dominante» coincide con la conquista de la democracia. Marx y Engels podían escribir esto en ese entonces sin temor de provocar entre las masas equívocos o confusiones. La democracia es la conquista del poder político por parte del proletariado. Esto lo hubiera podido suscribir Babeuf sin ninguna vacilación.
Con todo, alrededor de 1848, la democracia y el socialismo no coincidían completamente para Marx y Engels. El proletariado puede ejercer ciertamente el poder político en el Estado; pero esto no basta todavía para poner en práctica la comunidad de bienes correspondiente. No obstante esto, para la generación de 1848 la democracia y el socialismo, eran fuertemente afines. En octubre de 1847, Engels escribía en un artículo aparecido en la Deutsche Brusseler Zeitung:
«Los comunistas, lejos de provocar, en las actuales circunstancias, inútiles encuentros con los demócratas, se comportan como demócratas en todas las cuestiones prácticas del partido. La democracia tiene como consecuencia necesaria en todos los países avanzados el poder político del proletariado, y el poder político del proletariado es la primera condición previa de toda iniciativa comunista. Mientras no se haya conquistado la democracia, los comunistas y los demócratas combatirán codo a codo, los intereses de los demócratas serán los de los comunistas. Hasta este momento, las diferencias de los dos partidos tienen una naturaleza teórica y pueden discutirse perfectamente en forma teórica, sin que la acción común se vea perjudicada de alguna manera. Puede haber acuerdo también en algunas iniciativas que deberán emprenderse sin ninguna demora para la consecución de la democracia en beneficio de las clases oprimidas, tales como la gestión por parte del estado de la gran industria, de los ferrocarriles, de lea educación de los niños por cuenta del estado, etcétera»
Más adelante se verá con mayor exactitud todavía la diferencia entre democracia y comunismo, tal como la veían los revolucionarios de 1848. Por ahora nos basta poner de relieve la estrecha afinidad y comunidad de intereses que las dos tendencias presentaban ante el gran público en 1847. La Deutsche Brusseler Zeitung no pretendían tampoco, por otra parte, dar una lección de derecho público, sino solamente usar, y discutir los conceptos políticos que estaban en boca de todos. Compárese ahora la relación entre democracia y socialismo propia de la generación actual. En Alemania, después de la revolución de noviembre de 1918 surgió un «partido democrático». Era el partido de los republicanos burgueses, al cual pertenecía entre otros el gran industrial y más tarde ministro Rathenau. El partido democrático alemán no tenía nada en común con los comunistas, y se consideró siempre como enemigo mortal del partido comunista alemán. En eses mismo período, el presidente Wilson, que también se consideraba un buen demócrata era, en Estados Unidos, el más encarnizado opositor de toda aspiración comunistas en el interior de la clase obrera.
Escuchemos ahora una voz del sector de los opositores de la revolución de 1848-1849. En noviembre de 1849, el diputado conservador von Bismark declaraba en la Dieta prusiana:
«Aspiran a la propiedad de la tierra no solo los que tienen temporalmente el usufructo de la misma, sino también los que no la tienen. Durante todo el pasado año las promesas de los demócratas agitaron a la numerosa clase de los jornaleros de las provincias orientales, de Pomerania y de Prusia, para formular esas exigencias. Las promesas de la posesión de la tierra hicieron posible, en las provincias que permanecían fieles, las elecciones, por ejemplo, del diputado Bucher y de sus amigos […]. Es un hecho deplorable que aumente la envidia de los jornaleros contra los campesinos poseedores, al ver que los frutos de la revolución son cosechados únicamente por los que gozan de una posición desahogada, sin ninguna ventaja para ellos. Las exigencias de los jornaleros no se limitan, de hecho, a que se les concedan los terrenos, cuyo uso constituye una parte de su salario, ya que ninguno vive solo de eso. Van más allá: pretenden la completa repartición no solo de los feudos sino también de las haciendas.»
El diputado von Bismark no quería tampoco, en ese momento, anunciar desde la tribuna de la Dieta prusiana ningún descubrimiento de derecho político. Utilizaba las expresiones políticas que todo el mundo comprendía. Para el Junker prusiano, los demócratas eran los hombres de la revolución agraria, los agitadores, rojos, que alborotaban a los trabajadores de la tierra para que se dividiera no solo la propiedad feudal sino también las propiedades más grandes. Para el Junker von Bismark, el diputado Lothar Bucher era un ejemplo típico de rebelde agrario. La historia dispuso más tarde que el Junker von Bismark se convirtiera en el canciller del Reich, en el conde Bismark y el comunista Bucher, en el consejero real de Prusia y en el colaborador más fiel y valioso de Bismark.
Una generación más tarde, Friedrich Engels escribiría en una carta de diciembre de 1884:
«En cuanto a la democracia pura y a su función en el futuro, soy de la opinión de que desempeña una función muchísima más secundaria en Alemania que en países de desarrollo industrial más antiguo. Pero esto no impide la posibilidad de que, cuando llegue el momento de la revolución. Adquiera una importancia pasajera en cuanto al más avanzado de los partidos burgueses como pretendió hacerlo en Francfort (en el partido alemán de Francfort de 1848-1849) y en cuanto última table de salvación de la economía totalmente burguesa e incluso feudal. En momentos como éste, toda la masa reaccionaria se aferra a ella y la refuerza. Todo lo que era reaccionario pasa ahora por democrático […]. En todo caso, nuestro único adversario el día de la crisis y el siguiente, será toda la reacción agrupada alrededor de la democracia pura y creo que no debe perderse de vista eso.»
Es importante que Engels no hable aquí de la «democracia» sino siga refiriéndose a la democracia «pura». Considera evidentemente un estado burgués en el que rige ciertamente el sufragio universal, pero en la que no se ha tocado la propiedad privada. Se podría decir que ya en 1847 Engels había señalado la diferencia entre democracia y comunismo. Sin embargo, es evidente el cambio en el concepto político desde la época del artículo publicado en la revista de Bruselas hasta la carta de 1884. Para expresarlo en una forma muy sencilla: en 1847 los trabajadores socialistas y la democracia estaban del mismo lado de la barricada; en cambio en 1884, ya no. El Engels de 1884 ya no escribiría que la democracia, aun la no comunista, coincide con el poder político del proletariado. Ahora considera la posibilidad de que la democracia pueda ser baluarte de defensa desde la cual todas las corrientes de la burguesía e incluso del feudalismo impiden juntas el poder político del proletariado.
En los años ochenta, Engels se ocupó profundamente, como lo indican sus cartas, del problema de si – en caso de que se diera un proceso revolucionario en Alemania- era posible, después de la caída de la monarquía feudal y militar de los Hohoenzollern, construir directamente un estado socialista o si se llegaría antes del gobierno del estado una democracia pura, es decir, una republica burguesa capitalista. Engels, creyó que la decisión estaba en manos del ejército prusiano. Los socialistas debían tratar de conquistar al proletariado del campo con la consigna de la expropiación de las grandes propiedades y de sus transferencia a cooperativas de trabajadores de la tierra. Los reclutas de los regimientos prusianos de la guardia provenían del este del Elba. Con la consigna de una expropiación de la gran propiedad, se podían poner en crisis los regimientos en los que se apoyaban el prusianismo y el dominio de la casa Hohenzollern, en cuyo caso se podría evitar, en Alemania, la etapa intermedia de la democracia pura. Es sumamente significativo que la propuesta «expropiación de la gran propiedad y transferencia de la tierra a los peones rurales» tuviera en 1848 un valor típicamente democrático, y en cambio, la consigna debía servir ahora para evitar la «democracia pura» en Alemania.
En la guerra mundial las potencias aliada, sobre todo los Estados Unidos y el presidente Wilson aseguraban que combatían por la victoria de la democracia. Ya para entonces se acostumbraba considerar como estado democrático un estado burgués, regido con el método del sufragio universal. Se utilizaba como táctica democrática el camino de la reforma que debía alcanzarse en forma pacífica mediante la persuasión de la mayoría del pueblo, contra toda tentativa de violencia revolucionaria. Como es sabido también, después de 1918 los elementos radicales y activistas, insatisfechos con las condiciones existentes, empezaron a despreciar la democracia en todos los países. Baste recordar la propaganda bolchevique y fascista contra la democracia.
En 1923, se llegó, en Hamburgo, a una insurrección de los obreros comunistas contra el orden estatal vigente, la república democrático-burguesa. Más tarde fue sometido a juicio el secretario del partido comunista Urbhans bajo la acusación de haber provocado la insurrección. Éste se defendió con un discurso eficaz que terminó con las palabras: «Las masas dirán: es mejor arde en el fuego de la revolución que reventar en el estercolero de la democracia».
¡Qué cambio en la evaluación de la democracia desde Babeuf hasta Urbhans! Se esgrimía en ese entonces el supuesto evidente de que una revolución violenta era un hecho democrático, sin importar el derramamiento de sangre y el terror que entrañara. En la actualidad, existe el desprecio profundo, el odio del socialista radical contra la democracia, que se le presenta como encarnación de la condición capitalista con todos sus defectos. En el transcurso de los últimos ciento cincuenta años, el concepto de democracia cambió profundamente y es preciso señalar el viraje ocurrido en el período comprendido entre 1850 y 1880.
Nuestra investigación se propone aclarar la relación entre democracia y marxismo. Existen muchas definiciones contradictorias de marxismo. Para los fines de este libro adoptamos la más simple e irrefutable: la teoría y la práctica política de Marx y Engels mismos. Éstos empezaron su actividad alrededor de 1845. Engels murió doce años después de Marx, en 1895. El problema consiste, entonces, en la relación entre democracia y marxismo durante los cincuenta años comprendidos entre 1845 y 1895.
Como se verá en forma detallada más adelante, la política obrera de Marx y Engels constituyó un enfrentamiento incesante con la democracia. Los movimientos democráticos proporcionaron siempre los fundamentos sobre los que Marx y Engels debían construir su política; por otra parte, Marx y Engels trataban constantemente de influir en los partidos y en las tendencias democráticas y de transformarlas de acuerdo a su orientación. Sería necesario, por esta razón, hacer una rápida descripción del movimiento democrático de 1845 a 1895 y en consecuencia comprobar que relación guarda el marxismo con cada una de las fases de la democracia. En el siglo pasado Francia fue el campo más importante de la lucha de clases en Europa. Marx esperaba constantemente de Francia el impulso inicial para los cambios decisivos. Por lo mismo seguiremos, de acuerdo con la concepción de Marx, de una manera más amplia la historia de las luchas de clase francesas durante estos cincuenta años.
2. Contribución a una crítica de la democracia
La democracia como una cosa en sí, como una abstracción formal no existe en la vida histórica: la democracia es siempre un movimiento político determinado, apoyado por determinadas fuerzas políticas y clases que luchan por determinados fines. Un estado democrático es, por tanto, un estado en que el movimiento democrático detenta el poder. La democracia como movimiento político se descompone en democracia socialista y democracia burguesa. La democracia social apunta al autogobierno de las masas, en el que los medios de producción socialmente importantes deben estar en manos de la colectividad. Los representantes de ese movimiento son los partidos socialistas de los siglos XIX y XX. La democracia socialista no ha sido, sin embargo, hasta ahora todavía capaz de apoderarse del poder en un estado.
La democracia burguesa apunta igualmente al autogobierno de las masas populares pero manteniendo el principio de la propiedad privada. La democracia burguesa, a diferencia de la socialista ha conquistado en los tiempos modernos el poder en una serie de estados. La democracia burguesa no es homogénea en sí misma, sino se presenta históricamente bajo cuatro formas diversas. Por una parte está la democracia social: el movimiento que pretende mantener el principio de la propiedad privada, pero apunta al poder de las masas trabajadoras en el estado, en lucha con los estados superiores feudales y capitalistas. Los estados en los que prevaleció la democracia social fueron la Francia de la época de Robespierre y los Estados Unidos bajo la presidencia de Jefferson. En el pasado reciente, una formulación clásica de la democracia social ha sido proporcionada por Lenin entre 1903 y 1914 con su doctrina de la dictadura democrática de los obreros y de los campesinos.
En antítesis con la democracia social -y naturalmente con la socialista- las otras tres formas de la democracia burguesa rechazan la lucha de clase y apuntan a un acuerdo entre el estado superior poseedor y las masas trabajadoras. Este compromiso debe buscarse en la forma imperialista y en la liberal. La democracia imperialista se propone crear, con la ayuda de una política de gran potencia e imperial, los medios para hacer posible el acuerdo entre empresarios y trabajadores. El país modelo de la democracia imperialista fue Gran Bretaña a partir de Disraeli. La democracia liberal se propone, en cambio, precisamente con el abandono de la política de potencia y de fuerza, con la paz y la libre competencia, asegurar el progreso económico y cultural de la humanidad y junto con esto encontrar los medios para el compromiso entre clases. La democracia se desarrolló en el mejor modo posible en las naciones pequeñas, como Suiza y Noruega.
La democracia colonial es, finalmente, la forma particular de la democracia burguesa en países de ultramar, en que la inmigración blanca encuentra para su colonización gigantescos espacios completamente libres o sólo escasamente habitados. El compromiso de clase se vuelve aquí posible a causa del territorio libre. Los Estados Unidos hasta 1890 aproximadamente y Canadá hasta la primera guerra mundial nos proporcionan ejemplos de democracia colonial.
La diversidad de los distintos tipos de movimientos democráticos modernos es extraordinariamente grande. Pertenecen a la historia de la democracia moderna los bolcheviques de Lenin y los republicanos progresistas de Th. Roosevelt y el movimiento para la reforma aduanal de Chamberlain. Los movimientos democráticos Gobiernan en los cantones serranos suizos, en los poblados de pescadores de la costa de noruega y en los distritos industriales de Lancanshire. Esto permite ver la poca utilidad que tiene dar una formulación uniforme y universal de la democracia. Sólo la investigación individual precisa del tipo particular de democracia en cuestión puede facilitar la comprensión histórica y política de la misma.
Un estado democrático es, por consiguiente, una colectividad en la que una de las formas mencionadas de democracia burguesa moderna detenta el poder. Si se quiere evaluar correctamente la realidad social de un estado, no basta observar la constitución escrita o tradicional vigente, sino es preciso observar cómo funcionan realmente las instituciones del estado, cómo se relacionan entre sí las distintas clases y quién detenta verdaderamente el poder del estado en un momento dado. Aristóteles describió la forma clásica de semejante investigación del estado. No se contentó nunca con explicar simplemente que un estado es oligarquía o democracia, monarquía o república, sino indagó de la manera más precisa posible en cada uno de los casos, las condiciones sociales reales y comprobó quién tenía realmente el poder.
El estado feudal medieval era unívoco en cuanta tipología. Del mismo modo, un estado socialista debería ser una forma unívoca. Los estados democráticos modernos, en cambio, tienen en común con las otras formas del estado burgués el hecho importantísimo de la propiedad privada. No es pues de ninguna manera sencilla establecer en los estados que coinciden en este principio económico fundamental dónde termina la democracia y dónde empieza la oligarquía. El desarrollo social moderno produjo conexiones y fenómenos de compromiso tan complicados, que no siempre es fácil emitir un juicio. Las fuerzas sociales cambian incesantemente, aun cuando los incisos de la constitución sigan siendo los mismos. La constitución de los Estados Unidos es igual, salvo pocos cambios, a la época de Washington, pero ¡qué número tan grande de cambios se ha producido en la sociedad americana y por lo mismo en la constitución real americana desde entonces!
Los estados en que domina la democracia social se pueden examinar de una manera relativamente fácil. La guillotina de Robespierre y las medidas económicas de Jefferson contra el capital financiero son bastantes unívocas. Es mucho más difícil el problema de los otros tres tipos de democracia burguesa, que se basan todos -o por lo menos intentan basarse- en el compromiso entre capital y trabajo, entre ricos y pobres.
¿Qué cosa tienen en común estos tres tipos entre sí, y con la democracia social? Una definición que se apoye sólo en los datos empíricos del desarrollo histórico podría ser más o menos la siguiente: también en el estado burgués democrático la propiedad privada capitalistas, sin embargo, establecen un compromiso político con los obreros y la libre voluntad de las dos partes y la concepción de la necesidad económica sostienen este compromiso. No existe sin embargo ninguna constricción física determinante, fuera de la libre voluntad y del juicio sobre las necesidades económicas, que obligue a las masas al compromiso, Cuando los estratos superiores ponen en la mesa de las discusiones también un prepotente fuerza militar y policiaca, deja de existir el compromiso. Entonces la preponderancia de los estratos superiores es tan fuerte que las masas trabajadoras ya no pueden esperar una participación equilibrada.
No es ciertamente casual que todos los países que pudieron desarrollar formas estables de democracia burguesa, como los Estados Unidos, Inglaterra y sus dominios, Suiza y Noruega, tengan puntos en común. Antes de 1914 y durante el período de paz todos tenían únicamente una modesta fuerza militar de paz todos tenían únicamente una modesta fuerza militar permanente y una administración descentralizada altamente desarrollada. Si se comparan los Estados Unidos con la Francia de la generación anterior a la guerra, las dos repúblicas presentan una mezcla de elementos democráticos y antidemocráticos. Si se piensa en la gestión corrompida de varias ciudades americanas y en lo que sucedía durante algunas huelgas en los Estados Unidos, Se compuerta entonces el predominio absoluto de las fuerzas antidemocráticas. No obstante, en ese período la situación de los Estados Unidos era totalmente distinta de la francesa. En una ciudad americana los políticos corruptos podían llegar al poder sólo porque la masa de los habitantes era indiferente a los acontecimientos públicos. Pero tan pronto como la corrupción y la mala administración económica llegaban y a ser exageradas, la mayoría de los obreros, de los comerciantes, etc., se sublevaba. Nacía un movimiento de reforma: en las siguientes elecciones se expulsaba a los políticos corrompidos y empezaba un nuevo período de rigurosa » limpieza» para librar la ciudad o el estado de la corrupción. Esto sucedía hasta que las energías de la burguesía se adormecían nuevamente y los politiqueros salían adelante. En todo caso, ninguno podía contraponerse, en Norteamérica, a la decidida voluntad de la mayoría de los ciudadanos, si éstos se unían y atacaban al enemigo. En esto no juega ningún papel el ejército federal americano.
En Francia, en cambio, el ejército permanente hasta 1914 constituyó siempre la gran incógnita en todas las luchas políticas por el poder. Todas las crisis de la Tercera República, desde su comienzo hasta la guerra mundial, estaban ligadas al ejército: la crisis de Mac Mahon, la crisis de Boulanger, el asunto Dreyfus, y finalmente también la lucha por el pacto de tres años. Para Francia la conservación de un fuerte ejército permanente era una necesidad frente al vecino alemán, tan poderoso desde el punto de vista militar. Los Estados Unidos, en cambio, estaban en la situación afortunada de no tener que temer en su continente a ningún enemigo. La situación distinta de los Estados Unidos y de Francia, desde el punto de vista militar, acarreó necesariamente consigo también una diversa constitución de las fuerzas sociales. Añádase a esto la diferencia entre el blando federalismo que rige a los Estados Unidos y el duro centralismo tradicional de la máquina estatal francesa. Ciertamente el capitalismo americano anterior a 1914 estaba mucho más fuertemente concentrado y era mucho más poderoso que el francés. Pero el gran capitalismo francés, fuera de la economía en sentido estricto, tenía aliados de los que carecía el gran capital americano. Por esto, a pesar de los múltiples rasgos negativos individuales de la vida pública americana, la democracia burguesa de los Estados Unidos era mucho más sólida y segura que la francesa.
Se descubre cierta afinidad entre la democracia y el tipo de estado que puede describirse como «comunal». En los breves períodos de guerra abierta o de guerra civil también un movimiento democrático tiene necesidad de un fuerte poder centralizado, del mismo tipo que el de 1793, para consolidarse. En cambio en los períodos mas largos -como enseña la experiencia histórica- una colectividad democrática solo se mantiene si los elementos locales de la autoadministración tienen el predominio. Surgen notorias dificultades prácticas cuando se deben unir el principio democrático de la autonomía local con las exigencias de un gran estado moderno y el de la organización unitaria de la gran economía moderna. El desarrollo del imperio británico y de los Estados Unidos muestra, sin embargo, que estas dificultades no son insuperables.
Una cuestión muy debatida es la relación de la democracia con la llamada legalidad. ¿La democracia en cuanto tal es una forma de estado que garantiza más que ninguna otra un desarrollo pacífico?¿Es lícito hablar de un método democrático. Todo estado, cualquiera que sea su constitución, se presenta como garante de la legalidad. Exige que sus leyes sean respetadas por todos los ciudadanos y persigue como traidor a cualquiera que pretenda modificar las leyes de una manera violenta. Esto es válido tanto para el estado democrático como para cualquier otro. Una monarquía absoluta o una oligarquía capitalista pueden conservar por largos períodos una legalidad ordenada en la misma forma que una democracia. La monarquía absoluta de Prusia, por ejemplo, tuvo durante siglo y medio , desde su fundación hasta la revolución de 1848, un desarrollo interno absolutamente imperturbado y pacífico dentro del espíritu de la legalidad. Las reformas necesarias fueron introducidas por el monarca absoluto bajo la forma de nuevas leyes. Del mismo modo, Inglaterra tuvo un desarrollo legal absolutamente tranquilo, desde 1688 hasta 1867, bajo el poder de la minoría capitalista. El estado democrático no puede, por consiguiente, aducir ninguna pretensión de superioridad en lo referente a la legalidad, sobre las demás formas de estado. Dígase lo mismo de la solución de cuestiones controvertidas no por medio de la violencia sino con la votación y la decisión de la mayoría. Esto vale tanto para la democracia como para cualquier otro estado que tengo un cuerpo represivo gobernante. Inglaterra, que fue la primera en convertirse en democracia burguesa, estuvo regida en tiempos de paz por deliberaciones mayoritarias de las cámaras altas y baja. Del mismo modo, Suiza gozó de un desarrollo pacífico durante cuatrocientos años gracias a las decisiones de voto de una asamblea de los órdenes feudales, que después se transformó orgánicamente en un parlamento moderno. Los opositores de una forma de estado existente tienden siempre a poner en duda su legalidad. Cuando el estado es atacado con violencia debe defenderse también con violencia. Esto vale tanto para el estado democrático como para cualquier otro, y desde este punto de vista no existe una peculiaridad de la democracia.
El movimiento democrático, exactamente como cualquier otra tendencia política, utiliza los medios más variados para realizar sus fines. La historia de la democracia francesa desde 1789 hasta 1871 está escrita literalmente con sangre. Los demócratas de Norteamérica llevaron a cabo la guerra civil mas grande de todos los tiempos para consolidar su forma de estado. Los demócratas de Suiza se impusieron antes de 1847 con el uso de la fuerza sin miramientos tanto en los cantones como en la federación. La democracia de Noruega debe su existencia a la revolución de 1905, que puedo llevarse a cabo sin derramamiento de sangre, pero que no obstante representó una ruptura radical y unilateral de la legalidad constitucional. En Gran Bretaña finalmente los protestantes del Ulster permanecieron de 1912 a 1914 firmemente decididos a rechazar una decisión parlamentaria mayoritaria, que les parecía inaceptable, y se prepararon para rechazar con las armas las consecuencias de una ley británica sobre la autonomía de Irlanda. Los obreros, agricultores y comerciantes de Ulster, que se reunieron bajo la dirección de Carson, estaban orgullosos de las tradiciones democráticas británicas, sin embargo estaban convencidos de que no había otra salida que la violencia armada y la mitad de la población inglesa simpatizó con ellos. La historia enseña que la democracia ha utilizado, de acuerdo con las circunstancias de un determinado país o de un determinado período métodos violentos o no violentos, exactamente como cualquier otro movimiento político. El error de que la democracia sea la encarnación de la no violencia surgió en tiempos mas recientes porque se confundió la democracia en general con un tipo particular de democracia, o sea con la democracia liberal del último siglo.
Para un observador histórico es imposible hablar de la ruina de la «democracia» en sí, en nuestros tiempos, por que no existe una «democracia» en sí. Sólo se derrumbó una forma particular de democracia, débil desde el principio, que en este libro se describió como democracia liberal. Para evitar cualquier equivocación, hay que señalar una vez más que con esto no se entiende el pensamiento liberal en su esquema general de valores. En cuanto tal -si se prescinde de cualquier política particular de partido- expresa el derecho del individuo a su libre desarrollo, y pertenece al patrimonio más precios de la civilización humana.
Pero en cierto modo se trata de una forma absolutamente determinada y limitada de democracia burguesa que esperaba , junto con la paz, la libre competencia , la libertad de comercio y la legalidad parlamentara para resolver todos los conflictos de la época. Esta forma particular de democracia ha llegado definitivamente a su fin. Como lo señala, sin embargo, la historia, a partir de la derrota de una tendencia democrática renacen siempre otras formas de autogobierno de las masas. No existe ningún motivo para que esto no suceda en el futuro. La masa trabajadora, o la gran mayoría de la humanidad, deberá darse cuenta gradualmente, en todos los países, de que su autogobernó es la condición previa necesaria para alcanzar un digno nivel de existencia. Se puede comparar en la actualidad la situación de las masas trabajadoras de las ciudades y del campo, por ejemplo de Suiza y de Australia, con la condición de las masas de Italia y de Polonia para comprender el valor de la democracia.
La investigación histórica enseña, finalmente, que ninguna de las colectividades democráticas que existían antes de 1914 ha desaparecido en la crisis actual. Y muestra una gran fuerza de resistencia ahí donde la autodeterminación democrática no ha sido decretada mecánicamente por la proclamación de la república o por el sufragio universal, sino ha surgido históricamente de la vida del pueblo trabajador. En nuestra época una democracia que sea verdaderamente tal, no ha caído hasta ahora en la ruina.
[1] Publicada en 1926 por Revista de Occidente. También se lo puede encontrar digitalizado en Espai Marx.
[2] Recientemente traducido al castellano por la editorial española El viejo topo, con un excelente prologo de Joaquin Miras. El prólogo también se lo puede encontrar en Espai Marx
[3] Número 70º de la colección de Pasado y Presente, editado en 1981 y traducido por José Aricó. Acompaña una introducción de Ernesto Ragionieri
[4] Publicado por ed. Martinez Roca como: «Fascismo y Capitalismo», Autores Varios, compilación de Wolfang Abendrtoth. En el año 1976
[5] Conocemos tres ediciones distintas. La primera de ed. Claridad en el año 1966, traducido por Emmanuel Suda. Pasado y Presente vuelve a presentarlo, en una edición ampliada(nº86), en el año 1981, con traducción de Alfonso García Ruiz y una introducción de Gian Enrico Rusconi. Será editado próximamente por ed. El Viejo Topo con una completa introducción de Antoni Domènech.