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Antonio Gramsci: La «filosofía de la práctica»

Fuentes: Rebelión [Imagen: Fotografía y firma de Antonio Gramsci en la ficha policial de 1933]

En esta nueva entrega del Centenario Manuel Sacristán reproducimos un texto de Manuel Sacristán sobre la la filosofía de la práctica en Gramsci.


Nota del editor.-  Este texto fue publicado en la ‘voz’ Corrientes principales del pensamiento filosófico incluido en la Enciclopedia LABOR (vol X) titulado ‘Avances del saber’ (pp. 797-799).


La «filosofía de la práctica» es la comprensión del marxismo que tiene su representante principal en un autor ya clásico en la historia de la literatura italiana y en la de la filosofía universal: Antonio Gramsci (1891-1937), Algunos filósofos italianos, como Cesare Luporini, deben situarse dentro de esa tradición. La cual tiene en común con la anterior la concepción básicamente clásica o tradicional de la filosofía, pero se diferencia de ella por la acumulación dada al principio de la práctica, común a todo marxismo.

La «filosofía de la práctica» de A. Gramsci no es un pragmatismo, sino un modo de pensar que historiza los problemas teóricos al concebirlos siempre como problemas de cultura, de hegemonía de las clases en la sociedad y de la consiguiente vida global de la humanidad a través del tiempo. «Lo que interesa a la ciencia», escribe Gramsci, «no es tanto […] la objetividad de lo real cuanto el hombre que elabora sus métodos […], que rectifica constantemente sus instrumentos materiales […] y lógicos (incluidos los matemáticos); lo que interesa es la cultura […], la relación del hombre con la realidad por la mediación de la tecnología. Incluso en la ciencia, buscar la realidad aparte de los hombres […] [no es sino] una paradoja». «Para la filosofía de la práctica el ser no puede separarse del pensamiento, el hombre de la naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto: si se practica esa separación, se cae […] en la abstracción sin sentido».

La filosofía ha de entenderse en la práctica de la humanidad, o, como escribe Gramsci, «concretamente, es decir, históricamente». Gramsci alude alguna vez a los precedentes de la filosofía de la práctica que cuajará en la obra de Marx: Tomás de Aquino, aún en línea con los griegos, pero con mayor énfasis, ha enseñado que «el entendimiento especulativo se hace práctico por extensión». Leibniz y Vico se han visto, en el otro extremo, arrebatados por un activismo del pensamiento: «Las cosas más especulativas son las más prácticas» (Leibniz); «Lo verdadero es el hecho mismo» (Vico). Hegel, por último, ha enseñado que «todo lo real es racional». La filosofía de la práctica ha de poner esos atisbos en un terreno nuevo: no es que la especulación se haga práctica por extensión, o que sea paralela de ésta, o la disuelva en sí, sino que la realidad humana es práctica, hecha por el hombre, y conocerla es hacerla. Por eso el tema del hombre es «el problema primero y principal de la filosofía de la práctica».

En la concepción marxista de Gramsci la cuestión «¿qué es el hombre?», entendida como cuestión filosófica, no pregunta por la naturaleza biológica de la especie, sino por otra cosa que puede formularse, con palabras suyas, del modo siguiente: «¿Qué puede llegar a ser el hombre? Esto es, si el hombre puede dominar su propio destino, si puede hacerse, si puede crearse una vida». Piensa Gramsci que todas las filosofías han fracasado hasta ahora en el tratamiento de esa pregunta porque han considerado el hombre reducido a su individualidad. Pero la humanidad del individuo comporta elementos de tres tipos: primero, el individuo mismo, su singularidad histórico-biológica; segundo, «los otros»; tercero, «la naturaleza». El segundo el tercer elementos son de especial complejidad: el individuo no entra en relación con los otros con la naturaleza mecánicamente, sino «orgánicamente» (con los otros) y «no simplemente (con la naturaleza) por ser él mismo naturaleza, sino activamente, por medio del trabajo y de la técnica» (incluyendo en este último concepto también los «instrumentos mentales», esto es, la ciencia y la filosofía). Gramsci formula a este respecto una categoría –«centro de anudamiento»– que es seguramente una de las respuestas conceptuales marxistas más claras a la problemática existencialista: «[…] esas relaciones […] son activas, conscientes, es decir, corresponden a un grado mayor o menor de inteligencia de ellas que tiene el hombre. Por eso puede decirse que uno se cambia a sí mismo, se modifica, en la medida misma en que cambia y modifica todo el complejo de relaciones del cual él es el centro de anudamiento». En ese punto puede considerarse ultimada la reelaboración por Gramsci del concepto de naturaleza humana de Marx: «que la naturaleza humana es el complejo de las relaciones sociales [como ha dicho Marx] es la respuesta más satisfactoria, ya que incluye la idea de devenir […]. Puede también decirse que la naturaleza del hombre es la historia».

Los temas que en los filósofos marxistas de corte tradicional componen partes principales del «materialismo dialéctico» (o sea, los temas procedentes de la «filosofía de la naturaleza» prerromántica y romántica), no se presentan prácticamente en la obra de Gramsci. El pensamiento de éste presenta, por otra parte, un punto que lo distingue característicamente de la filosofía marxista de orientación crítica; aún por examinar: se trata de su doctrina de las ideologías. Gramsci ha percibido que el hacer filosófico de Marx es sustancialmente crítica de las ideologías. Pero, por otra parte, Gramsci piensa que todo pensamiento relacionado con la práctica, como es el marxismo, ha de concluir construcciones más o menos ideológicas, mitos, como decía él mismo en sus escritos juveniles. En su edad madura no se decide ya a emplear esa palabra, pero tampoco a desideologizar completamente su concepción del marxismo. Esto le obliga a distinguir entre «ideología históricamente orgánicas, que son necesarias para una determinada estructura, e ideologías arbitrarias, racionalistas, queridas. En cuanto históricamente necesarias, tiene una validez que es validez psicológica, porque organizan las masas humanas, forman el terreno en el cual se mueven los hombres y adquieren conciencia de su posición, luchan, etc.». Con esa distinción Gramsci recoge su manera de leer a Marx desde su juventud. En 1918 había escrito: «Marx se burla de las ideologías, pero es ideólogo en cuanto hombre político actual, en cuanto revolucionario. La verdad es que las ideologías son ridículas cuando son pura charla, cuando se destinan a crear confusión, a ilusionar y a someter energías sociales, potencialmente antagónicas, a una finalidad que les es ajena».

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.