En la sociedad capitalista el trabajo se especializa y requiere mayor conocimiento generando que la distinción entre intelectuales y no intelectuales se refiera a la profesionalización.
Durante siglos el intelectual ha ocupado un lugar privilegiado en la sociedad, justamente por eso, su responsabilidad es mayor, aunque en los últimos años, su imagen y papel se ha puesto en entredicho con el surgimiento de las nuevas tecnológicas y el supuesto “fin de las ideologías”. En este panorama, el pensamiento del marxista Antonio Gramsci, adquiere relevancia para el replanteamiento de la función social de los intelectuales, obras como La formación de los intelectuales y Cuadernos de la Cárcel, son referencias indispensables, que, al cumplirse 130 años de su natalicio en Ales, Italia, el 22 de enero de 1891, adquieren vigencia.
Para Gramsci “todos los hombres son intelectuales, pero no todos tienen en la sociedad la fusión de intelectuales”. La formación de los intelectuales responde a las necesidades de los grupos sociales con una función esencial en el mundo de la producción económica. Menciona que todo grupo en el poder necesita producir y reproducir su hegemonía y para ello se vale de los intelectuales, quienes están “encargados de elaborar y difundir mediante los más diversos tipos de organizaciones e instituciones las relaciones económicas, jurídicas, políticas, filosóficas, artísticas, científicas, ideológicas y religiosas”. Son ellos los que construyen la hegemonía, un concepto fundamental en su legado filosófico.
Los intelectuales llevan a cabo la instrumentación del carácter dirigente de la clase dominante, contribuyendo a crear las condiciones políticas e ideológicas que le posibilita conseguir la aceptación de la clase y sectores oprimidos. Pero, al mismo tiempo, son ellos los que construyen las ideas y organizan a los grupos sociales para liberarse de la hegemonía del otro, y, para desarrollar sus propios sistemas hegemónicos. Gramsci habla de dos tipos de intelectuales: el orgánico y el tradicional. No concibe la existencia de intelectuales independientes, ya que según los vínculos que tengan con las distintas categorías actúan a favor de los intereses de una o de otra clase social. No se olvide que en su artículo “Odio a los indiferentes” escribió: “Vivir significa tomar partido […] La indiferencia es apatía, es parasitismo, es cobardía, no es vida. Por eso odio a los indiferentes”.
Los intelectuales orgánicos tienen la función de asimilar y conquistar ideológicamente a los intelectuales tradicionales para beneficio de la clase social que quiere ser dominante y dirigente. Esto con el fin de crear y expandir la hegemonía de la clase que representa, pero además busca evitar que otras clases desarrollen sus propios dirigentes y, en consecuencia, sus proyectos de hegemonía. El intelectual tradicional es aquel que por lo general esta enlazado a una clase que, pudiendo no haber dejado de ser esencial, ya ha sido desplazada de la dirección estatal. Los intelectuales tradicionales tienen experiencia en la organización y dirección política e ideológica de los grupos sociales.
El capitalismo busca incorporar a los tradicionales como intelectuales subordinados y obtener el consenso de los grupos sociales a los que se encuentran ligados. Por ello, la organización de los intelectuales y su consecuente conversión en “educadores nacionales” es, según Antonio Gramsci, una de las necesidades básicas para la lucha contra la hegemonía capitalista.