(Ponencia defendida en la II Conferencia Internacional Por el Equilibrio del Mundo)
«Donde hay pelea injusta, allí está España»
José Martí 1893
1. PRESENTACION.
2. IDENTIDADES ENTRE CUBA Y EUSKAL HERRIA.
3. MARTÍ CONTRA ESPAÑA Y EL IMPERIALISMO.
4. ¿QUÉ DIRIA MARTÍ SOBRE EL PSOE Y EL PC DE ESPAÑA?
5. ¿QUÉ DIRÍA MARTÍ SOBRE LA UNIÓN EUROPEA?
6. SEIS INDEPENDENCIAS NECESARIAS EN EL SIGLO XXI:
1. PRESENTACION:
La convocatoria de la II Conferencia Internacional que celebramos ahora en La Habana sobre José Martí, aprovechando el 155 aniversario de su natalicio, tiene una importancia excepcional en estos momentos en los que los pueblos del mundo se enfrentan al imperialismo de múltiples maneras. Nunca antes en la historia de la especie humana, ésta se había encontrado en la dramática tesitura actual ya que, por un lado, el potencial creativo de las fuerzas productivas es gigantesco en sus capacidades latentes pero, por el lado contrario, la dominación capitalismo impide que se materialice en hechos esta capacidad asombrosa, que podría ser masivamente orientada hacia la rápida satisfacción de las necesidades urgentes de la humanidad. Nunca antes en la historia humana habían sido tan grandes las ansias de libertad y justicia y las necesidades de solución urgente de los problemas de toda índole pero, por el lado contrario, jamás había existido tanta variedad, cantidad y calidad de fuerzas destructivas fabricadas por el imperialismo, y que pueden acabar con la existencia de gran parte de las formas de vida que existen en el planeta.
Nunca antes se había producido la flagrante contradicción que humilla a la dignidad y capacidad de pensamiento racional de nuestra especie pues si, por un lado, las fuerzas productivas existentes sólo funcionan dentro de una total socialización e interacción a escala mundial, por el lado opuesto, es la minoritaria clase burguesas y sus respectivos Estados imperialistas, la que se apropia de esa producción a título privado por la fuerza de las armas y por el arma de la alienación, la que impide que dicha mundialización beneficie a la humanidad entera sino que al contrario, la hunde en la miseria absoluta y relativa. Es así que, como ya criticara el Manifiesto Comunista, la humanidad de muere de hambre en medio de la abundancia y la burguesía se parece al brujo que tras desencadenar fuerzas destructivas infernales no puede controlarlas.
En estas condiciones, las perspectivas de futuro son eminentemente dialécticas: será la acción humana racional y consciente, o egoísta e irracional, la que en pugna consigo misma como unidad y lucha de contrario, decidirá el futuro humano. Somos conscientes de ello y por eso nos preparamos para vencer, y en esta tarea el pensamiento de José Martí brilla de forma especial como demostraremos en la ponencia que sigue.
2.- IDENTIDADES ENTRE CUBA Y EUSKAL HERRIA:
¿Por qué y para qué se puede aplicar el método de Martí, fallecido en combate con el ejército español en mayo de 1895, desde Euskal Herria y en el convulsionado mundo capitalista de 2008? ¿Más aún, hay un método exclusivo de Martí o éste es parte del método general que la humanidad explotada ha ido creando a lo largo de los siglos de sufrimiento? ¿Es el concepto martiano de «Guerra necesaria», por citar uno sólo, una rareza exótica de este revolucionario o es parte de una reflexión y de una praxis mucho más amplia, prolongada y sistemática en la historia de las resistencias humanas a la injusticia?
Estas y otras interrogantes se nos amontonan a muchas vascas y vascos en estos momentos en los que todas las contradicciones capitalistas bullen al máximo de su capacidad destructiva, especialmente contra los pueblos oprimidos que carecemos de un Estado propio, soberano e independiente que nos ayude superar los problemas y a relacionarnos con los demás pueblos del mundo en base a los principios del internacionalismo socialista. En situaciones críticas como ésta, como la actual, es más necesario que nunca proceder a la doble y misma tarea de estudiar el presente y prever el futuro buscando en la experiencia pasada la corrección de nuestras herramientas revolucionarias. Tarea doble y una, dialéctica, porque, de un lado, la acción emancipadora se ejercita en el presente, en el ahora, pero mirando al futuro, buscando incidir en las contradicciones decisivas para orientar su desarrollo hacia la liberación humana, lo que a la fuerza y de otro lado, nos exige comprobar la practicidad material de nuestros conocimientos, su corrección científico-crítica, y esto sólo lo logramos buscando la ligazón objetiva entre las prácticas sociales anteriores de la humanidad oprimida y las nuestras, ligazón objetiva que por ello mismo, a la vez, es ligazón subjetiva, de y entre conciencias que se convierten en fuerzas materiales cuando prenden en las masas y se expresan en las luchas sociales de todo tipo. Tarea dialéctica que lleva a la creación de la verdad como elemento de la praxis. Martí estaba totalmente en lo cierto cuando escribió en marzo de 1892 en su texto sobre «El arte de la pelea» que: «Se pelea cuando se dice la verdad».
Fuerzas subjetivas que han prendido en los pueblos y que se han materializado en sus acciones revolucionarias. Esto lo sabía Martí, y él mismo estudió el desenvolvimiento de esas fuerzas a la vez subjetivas y objetivas no sólo en las Américas sino en otras partes del planeta, como luego veremos. Quedémonos, por ahora, en las Américas y veamos cómo Martí, con su prosa poética, analizaba la compleja dialéctica de la emancipación de los pueblos en su discurso sobre Simón Bolívar de finales de octubre de 1893:
«Pasa Antequera, el del Paraguay, el primero de todos, alzando de sobre su cuello rebanado la cabeza: la familia entera del pobre inca pasa, muerta a los ojos de su padre atado, y recogiendo los cuartos de su cuerpo: pasa Túpac Amaru: el rey de los mestizos de Venezuela viene luego, desvanecido por el aire, como un fantasma: dormido en su sangre va después Salinas, y Quiroga muerto sobre su plato de comer, y Morales como viva carnicería, porque en la cárcel de Quito amaban a su patria; sin casa adonde volver, porque se la regaron de sal, sigue León, moribundo en la cueva: en garfios van los miembros de José España, que murió sonriendo en la horca, y va humeando el tronco de Galán , quemado ante el patíbulo: y Berbeo pasa, más muerto que ninguno -aunque de miedo a sus comuneros lo dejó el verdugo vivo-, porque para quien conoció la dicha de pelear por el honor de su país, no hay muerte mayor que estar en pie mientras dura la vergüenza patria: ¡y, de esta alma india y mestiza y blanca hecha una llama sola, se envolvió en ella el héroe, y en la constancia y la intrepidez con ella; en la hermandad de la aspiración común juntó al calor de la gloria, los compuestos desemejantes; anuló o enfrenó émulos, pasó el páramo y revolvió montes, fue regando de repúblicas la artesa de los Andes, y cuando detuvo la carrera, porque la revolución argentina oponía su trama colectiva y democrática al ímpetu boliviano, ¡catorce generales españoles acurrucados en el cerro de Ayacucho, se desceñían la espada de España!»
Partiendo de este criterio, que también es el de Martí, como hemos visto, las vascas y vascos actuales encontramos una profunda identidad entre el contexto en el que el Apóstol sacrificó su vida en pos de la independencia de Cuba y el contexto en el que Euskal Herria dio un salto enorme en su autoconciencia nacional colectiva a finales del siglo XIX. En realidad, se trataba de una situación mundial caracterizada por el hundimiento definitivo del imperio español y ascenso del imperialismo capitalista bajo el dominio soterrado aún de los EEUU aunque, en la apariencia, todavía Gran Bretaña semejaba ser la potencia hegemónica. Lo más significativo es que Martí ya comprendió lo básico de la nueva etapa en la que entraba el capitalismo, al decir con sus palabras que éste se agitaba entre «escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo», en un texto escrito precisamente para denunciar la agresión española a los pueblos del norte de África, texto al que luego volveremos con más detalle. Un ejemplo muy ilustrativo sobre su capacidad de comprensión de lo que se avecinaba nos lo ofrece en la carta del 18 de mayo de 1895 a su amigo Manuel Mercado, en la que refirma su tesis estratégica según la cual la independencia de Cuba puede servir para frenar la expansión de los EEUU por «sobre nuestras tierras de América». En una primera fase, hasta su efectiva independencia revolucionaria a partir de 1959, la resistencia cubana a la efectiva ocupación yanqui sirvió para restar fuerzas al imperialismo norteamericano; en su segunda, decisiva y actual fase, la existencia de la Cuba revolucionaria es un freno a las agresiones yanquis a los pueblos de las Américas.
Desde luego que en 1893 ya existía en la teoría marxista una suficiente base como para comprender qué estaba sucediendo a escala mundial, pero aún no se habían producido los decisivos avances teóricos sobre el imperialismo que se lograrían unos pocos años después. Quiere esto decir que Martí era consciente de esas transformaciones y que su proyecto revolucionario independentista no estaba basado en la utopía pacifista sino en el conocimiento siquiera básico de lo que ya entonces era lo esencial del marxismo. Recordemos que ya en marzo de 1883, Martí quedó impresionado por el ambiente que reinaba en el homenaje a Marx celebrado en Nueva York a raíz de su reciente muerte. Su bello artículo concluye de este modo: «Karl Marx es llamado el héroe más noble y el pensador más poderoso del mundo del trabajo. Suenan músicas, resuenan cantos; pero se nota que no son los de la paz».
La debacle del imperio español no afectaba sólo a los dominios exteriores que aún seguía oprimiendo, Cuba, Filipinas y Puerto Rico, sino que también repercutía y muy brutalmente por cierto sobre las naciones que oprimía dentro del territorio estatal: los Països Cataláns, Euskal Herria, Galiza… Sin extendernos mucho ahora, es por esto que existe una muy profunda conexión entre la muerte en combate de Martí a manos de las tropas invasoras españolas, el asesinato a manos de las tropas invasores españolas del dirigente revolucionario filipino Rizal en 1896 y la situación de opresión nacional dentro del Estado español. Martí ya había constatado en 1882 la situación real en estado español al respecto de Catalunya, cuando en su texto «Cataluña contra España» escribió que «Más desamor que amor hay en Madrid para los catalanes. No quiere al resto de España Cataluña, ni es Cataluña querida del resto de España».
Martí, como Rizal, conocía muy bien la fiera mentalidad imperialista del poder español por haber residido en este Estado durante un tiempo. Había seguido con mucha atención los debates parlamentarios, las diversas propuestas reformistas y reaccionarias sobre qué medidas tomar para impedir la definitiva «desmembración de España», teniendo en cuenta que a finales del siglo XIX el bloque de clases dominante en el Estado seguía definiendo a Puerto Rico, Filipinas y Cuba como partes inherentes de España, al igual que la supuestamente «progresista» Constitución de Cádiz de 1812 seguía integrando en España a los pueblos que oprimía en los dos hemisferios, en otros continentes, mientras que no quería resolver ni la esclavitud ni el grado de derechos de sus habitantes. El conocimiento que Martí tenía del decrépito imperio español era tan exhaustivo como el que tenía del expansivo imperialismo yanqui, y en base a él pudo escribir este muy brillante análisis sobre «Los moros en España» de octubre de 1893:
«Y el triunfo puede ser reñido, aunque en contienda como ésta tenga aún España a su favor lo mismo que le cuelga y la roe, que es el carácter dominante y aventurero, agrio aún de las derrotas de Flandes y de Ayacucho. Donde hay pelea injusta, allí está España. De México salió, porque un catalán de corazón, Prim, tuvo de consejero a un varón angélico, el asturiano Anselmo de la Portilla: pero ¿dónde más fue justa, o peleó para el bien humano, o reconoció a tiempo su error? Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo. ¿Qué España nueva es esa que hoy ahogará en sangre al moro, a quien en cuatro siglos no ha dado más que una iglesia vieja, y mañana pretenderá, aunque en vano esta vez, ahogar en sangre la aspiración y cultura superior de Cuba? Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia. Reñido decíamos que puede ser el triunfo: porque en los rifeños no arde sólo ahora el agravio de ver profanada con un reducto español la tierra de su cementerio, ni la venganza por la guerra que tuvo su cantor en aquel Alarcón que aborreció tanto a América, ni el indómito afán de ver libre de extraños inútiles su peñasco; sino que por toda la gente mora, y por el Norte todo africano, cunde, más briosa a cada nuevo ímpetu, la idea, sólo para los privilegiados y cobardes apagada, de ligarse, con su fe a la cabeza, contra los pueblos que, del brazo de sus falsos señores, de los afrancesados e imperialista y olanos de la morería, se dividen y reparten, sobre el cadáver de la raza, las tierras donde de siglos atrás se vienen afinando su belleza y bravura. Es la nación lo que está detrás del Riff, y la fe, y la raza. Lo del Riff no es cosa sola, sino escaramuza del cambio y reajuste en que parece haber entrado el mundo. Seamos moros: así como si la justicia estuviera del lado del español, nosotros, que moriremos tal vez a manos de España, seríamos españoles. ¡Pero seamos moros!».
Como mínimo, de este párrafo debemos destacar ahora tres anotaciones fundamentales. Aunque las dos primeras las analizaremos más adelante, vamos a citarlas ahora. Una es la directa referencia al Estado español en su naturaleza de Estado explotador e injusto, con las exigencias revolucionarias que Martí plantea. La segunda es su igualmente directa referencia a la escisión clasista interna a los pueblos del Norte de África al sostener que sólo los «privilegiados», es decir, las clases propietarias, y los «cobardes», pueden no sentir el ideario de liberación nacional que recorre en esos momentos a sus pueblos. La tercera, es la consigna de «¡Pero seamos moros!», que nace y se basa en que los pueblos norteafricanos sufren la injusticia española tiene una valía universal e imperecedera porque refleja la solidaridad internacionalista que une a los pueblos. Martí está aquí adelantando de manera magistral el internacionalismo del Ché y de la revolución cubana. Pero este internacionalismo es a la vez una profunda llamada a la igualdad más elemental y democrática entre los pueblos y entre las culturas, por muy diferentes que semejen si nos limitásemos al color de su piel. Un poco más adelante volveremos sobre el contenido premonitorio de estas palabras, ya que para nosotros los vascos y vascas son de una actualidad sorprendente y en base a ellas, a su internacionalismo y a su corrección histórica sobre lo que es España, es por lo que nos arrogamos el derecho de explicar la situación que padecemos.
Fue esta capacidad de entender la naturaleza explotadora de España la que le permitió resolver tan pronto el problema presentado por el imperio español a los revolucionarios cubanos cuando el gobierno de Madrid reconoció formalmente los derechos de los negros en la Isla con el objetivo de ganarlos para su causa y oponerlos a la independencia de la Isla. Martí en su texto Mi Raza, de abril de 1893, que:
«En Cuba no hay nunca guerra de razas. La República no se puede volver atrás; y la República, desde el día único de redención del negro en Cuba, desde la primera constitución de la independencia el 10 de abril en Guáimaro, no habló nunca de blancos ni de negros. Los derechos públicos, concedidos ya de pura astucia por el Gobierno español e iniciados en las costumbres antes de la independencia de la Isla, no podrán ya ser negados, ni por el español que los mantendrá mientras aliente en Cuba para seguir dividiendo al cubano negro del cubano blanco, ni por la independencia que no podría negar en la libertad los derechos que el español reconoció en la servidumbre».
Los vascos sabemos mucho de las maniobras de los gobiernos españoles para dividir a nuestro pueblo, para hacer creer a los emigrantes que la independencia de Euskal Herria les traerá la desgracia y el dolor, y que la futura independencia vasca les obligará a abandonar nuestro país, al que han venido en busca de trabajo y mejor vida, para volver al atraso y a la pobreza. Cada vez que hay elecciones importantes, la prensa española airea ese mentiroso mensaje buscando movilizar contra el pueblo vasco a esos emigrantes y desprestigiar por «racista» a las reivindicaciones nacionales vascas. Los gobiernos españoles no han aprendido la lección bien pronto advertida por Martí y que fracasó en Cuba. No lo aprendieron entonces, desde luego, como tampoco supieron apreciar el contenido de las palabras escritas por Martí dos años después, en marzo de 1895. Nos estamos refiriendo al imprescindible Manifiesto de Montecristi redactado por Martí y firmado conjuntamente con M. Gómez:
«En los habitantes españoles de Cuba, en vez de la deshonrosa ira de la primera guerra, espera hallar la revolución, que ni lisonjea ni teme, tan afectuosa neutralidad o tan veraz ayuda, que por ellas vendrán a ser la guerra más breve, sus desastres menores, y más fácil y amiga la paz en que han de vivir juntos padres e hijos. Los cubanos empezamos la guerra, y los cubanos y los españoles la terminaremos. No nos maltraten, y no se les maltratará. Respeten, y se la respetará. Al acero responda el acero, y la amistad a la amistad. En el pecho antillano no hay odio; y el cubano saluda en la muerte al español a quien la crueldad del ejercicio forzoso arrancó de su casa y su terruño para venir a asesinar en pechos de hombres la libertad que él mismo ansía. Más que saludarlo en la muerte, quisiera la revolución acogerlo en vida; y la república será tranquilo hogar para cuantos españoles de trabajo y honor gocen en ella de la libertad y bienes que no han de hallar aún por largo tiempo en la lentitud, desidia, y vicios políticos de la tierra propia. Éste es el corazón de Cuba, y así será la guerra. ¿Qué enemigos españoles tendrá verdaderamente la revolución? ¿Será el ejército, republicano en mucha parte, que ha aprendido a respetar nuestro valor, como nosotros respetamos el suyo, y más sienten impulsos a veces de unírsenos que de combatirnos? ¿Serán los quintos, educados ya en las ideas de humanidad, contrarias a derramar sangre de sus semejantes en provecho de un cetro inútil o una patria codiciosa, los quintos segados en la flor de su juventud para venir a defender, contra un pueblo que los acogería alegre como ciudadanos libres, un trono mal sujeto, sobre la nación vendida por sus guías, con la complicidad de su privilegios y sus logros? ¿Será la masa, hoy humana y culta, de artesanos y dependientes, a quienes, so pretexto de patria, arrastró ayer a la ferocidad y al crimen el interés de los españoles acaudalados que hoy, con lo más de sus fortunas salvas en España, muestran menos celo que aquél con que ensangrentaron la tierra de su riqueza cuando los sorprendió en ella la guerra con toda su fortuna? ¿0 serán los fundadores de familias y de industrias cubanas, fatigados ya del fraude de España y de su desgobierno, y como el cubano vejados y oprimidos, los que, ingratos e imprudentes, sin miramiento por la paz de sus casas y la conservación de una riqueza que el régimen de España amenaza más que la revolución, se revuelvan contra la tierra que de tristes rústicos los ha hecho esposos felices, y dueños de una prole capaz de morir sin odio por asegurar al padre sangriento un suelo libre al fin de la discordia permanente entre el criollo y el peninsular; donde la honrada fortuna pueda mantenerse sin cohecho y desarrollarse sin zozobra, y el hijo no vea entre el beso de sus labios y la mano de su padre la sombra aborrecida del opresor? ¿Qué suerte elegirán los españoles: la guerra sin tregua, confesa o disimulada, que amenaza y perturba las relaciones siempre inquietas y violentas del país, o la paz definitiva, que jamás se conseguirá en Cuba sino con la independencia? ¿Enconarán y ensangrentarán los españoles arraigados en Cuba la guerra en que puedan quedar vencidos? ¿Ni con qué derecho nos odiarán los españoles, si los cubanos no los odiamos? La revolución emplea sin miedo este lenguaje porque el decreto de emancipar de una vez a Cuba de la ineptitud y corrupción irremediables del gobierno de España, y abrirla franca para todos los hombres al mundo nuevo, es tan terminante como la voluntad de mirar como a cubanos, sin tibio corazón ni amargas memorias, a los españoles que por su pasión de libertad ayuden a conquistarla en Cuba, y a los que con su respeto a la guerra de hoy rescaten la sangre que en la de ayer manó a sus golpes del pecho de sus hijos».
El imperio español no prestó atención a estas palabras, sino que se lanzó con una furia brutal y asesina a exterminar toda posible resistencia cubana, recurriendo a métodos tan inhumanos y salvajes como las deportaciones masivas de la población campesina que era amontonada en campos de concentración en donde morían a millares por enfermedad y hambre. Un método genocida que asesinó a decenas de miles de cubana y cubanos de todas las edades, destinado a cortar de raíz no sólo los contactos entre las masas campesinas y el ejército revolucionario impidiendo todo suministro y ayuda, sino a la vez buscaba paralizar por el terror y el miedo pánico el ascenso de la conciencia nacional cubana, independentista. Los ocupantes españoles fusilaban en el acto a quien encontrasen deambulando por el campo, aunque fuera un campesino andando en sus propias tierras. En realidad, la respuesta heroica del insurrecto pueblo cubano a las atrocidades españolas confirmaron lo que ya había adelante Martí en su texto «Tres héroes» nada menos que en 1889 al escribir que la:
«Libertad es el derecho que todo hombre tiene a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. En América no se podía ser honrado, ni pensar ni hablar. Un hombre que oculta lo que piensa o no se atreve a decir lo que piensa no es un hombre honrado. Un hombre que obedece a un mal gobierno, sin trabajar para que el gobierno sea bueno, no es un hombre honrado. Un hombre que se conforma con obedecer a leyes injustas, y permiten que pisen el país en que nació, los hombres que se lo maltratan, no es un hombre honrado».
Cuba es la honradez.
En Euskal Herria, como en aquella América, desde hace mucho tiempo se debe pagar un alto precio por hablar, pensar y ser honrado. Recientemente se están endureciendo las restricciones de todo tipo que encadenan la honradez, el derecho de expresión y el simple ejercicio del pensar. La sentencia del Proceso 18/98 con altísimas penas de cárcel contra muchas personas que no han realizado ningún acto violento, que sólo han ejercitado el derecho y la necesidad de pensar y practicar la honra y de defenderla con argumentos, hablando, muestra cómo el Estado español endurece sus leyes, amplía su arsenal represivo y pisotea los derechos humanos. El Proceso 18/98 va dirigido contra la demostrada capacidad de autoorganización desde la base que ha desarrollado el pueblo vasco para avanzar en su construcción nacional. El Proceso 18/98 no fue abierto contra militantes de ETA sino contra personas que no practicaban ninguna forma de violencia política de respuesta o defensiva, como queramos definirla, sino contra colectivos, grupos, movimientos y asociaciones pacificas. Los observadores internacionales que han asistidos perplejos y desconcertados a la farsa judicial han salido escandalizados por la total vulneración de los mínimos derechos admitidos hasta por el sistema judicial burgués.
Sin embargo, el Proceso 18/98 no es un acto aislado de venganza y rabia, sino un paso más en una doctrina represiva global en la que se insertan otras medidas dictatoriales como la Ley de Partidos Políticos –que permite la ilegalización de la honradez–, las leyes que amparan la tortura como vesania institucionalizada que se está multiplicando en los últimos tiempos, las leyes que prohíben actos públicos y, por no extendernos, la larga trampa oculta bajo la careta de una supuesta «negociación» entre el Gobierno del PSOE con ETA y simultáneamente entre casi todas las fuerzas sociopolíticas vascas a excepción de la derecha neofascista y fascista, del PP en suma. Definimos como una «larga trampa» estos contactos porque, efectivamente, lo que se ocultaba dentro de las promesas del PSOE no era otra cosa que el intento de división y derrota del independentismo vasco al llevarlo a un callejón sin salida. El Estado español pretendía generar grandes expectativas e ilusiones desbordadas en una amplia masa social que, según pensaba, debería estar al borde del agotamiento tras tantos años de represión implacable. Una vez acariciada la solución, de repente el PSOE empezaba a echarse para atrás, retrasando el cumplimiento de sus obligaciones pactadas, y, como los pescadores, daba cuerda al anzuelo, creyendo cansar y confiar aún más al oponente para, de súbito, volver a estirar con demoledora fuerza. Con este tira y afloja el Estado espera destrozar a ETA, a la izquierda independentista y sembrar el derrotismo en amplios sectores populares. Se equivocó al igual que antes se habían equivocado todos los gobiernos españoles.
Al cerciorarse de su fracaso estrepitoso y hasta ridículo, la socialdemocracia española ha hecho lo único que saber hacer con alguna eficacia: detener, torturar, instaurar la cadena perpetua de facto, endurecer todavía más las ya muy duras condiciones carcelarias que llegan a ser en muchos casos sistemas de exterminio psicológico colectivo e individual. Del mismo modo en que tras cuatro años de gobierno «socialista» en el Estado español ha aumentado la distancia socioeconómica entre las clases, la distancia en derechos prácticos y concretos, ha aumentado la pobreza relativa y han disminuido todos los indicadores de asistencia social y pública en beneficio de las privatizaciones que enriquecen aún más a la burguesía, de esta misma manera, en cuatro años se ha retrocedido manifiestamente en los derechos de las naciones que oprime el Estado español, se ha recortado mucho la descentralización administrativa y se ha recentralizado burocráticamente el Estado dominante, con su nacionalismo español imperialista, el mismo que mató a Martí y a decenas de miles de cubanos. Donde más crudamente se ha materializado el retroceso en estas cuestiones decisivas, ha sido en la parte del pueblo vasco bajo dominación española, en donde se ha recrudecido la tortura, las ilegalizaciones y prohibiciones de todo tipo.
Para comprender más en profundidad las perspectivas de futuro no solamente para Euskal Herria y el resto de naciones oprimidas, sino también para el propio Estado español y, de hecho, para todos los Estados que anclan buena parte de su estructura en la dominación de otros pueblos, además de en la explotación de su propia clase trabajadora, para avanzar en este imprescindible «camino de verdad», el método y el pensamiento de Martí nos ofrece enormes posibilidades. Antes de seguir, recordemos que una de las características del capitalismo desde su origen es la del papel central que cumplen los Estados asegurando las condiciones de reproducción ampliada de capital; que una de las condiciones para esta acumulación ampliada es la de disponer de un espacio material y simbólico en el que pueda asentarse físicamente la realización del beneficio, es decir, el marco estato-nacional burgués; que la opresión, dominación y explotación de otros pueblos ha sido y es imprescindible para el desarrollo capitalista y que de no ser por ella, muy difícilmente se hubiera producido el salto del capitalismo comercial al industrial, y del colonialismo mercantil al colonialismo financiero y al imperialismo; que este proceso de saqueo mundial sistemático y creciente desde la segunda mitad del siglo XV en adelante, ha ido unido a la formación simultánea del nacionalismo burgués eurocéntrico y racista, esencialmente unido a su marco estatal y a la mitificación tanto de la ideología burguesa del progreso como a la de la civilización occidental y que, para acabar, el imperio español hasta finales del siglo XIX ha sido una de las piezas claves en esta dinámica, bien en su forma expansiva, bien en su momento de auge, bien en su decadencia irreversible, y que en la actualidad el bloque de clases dominante en el Estado español, o sea el poder efectivo y real, decisorio, ha impuesto al PSOE y al PP, tanto da, la tarea de recuperar en lo posible el status del imperialismo español dentro de la jerarquía mundial del imperialismo capitalista.
3. MARTÍ CONTRA ESPAÑA Y EL IMPERIALISMO:
Debemos recordar estas cosas porque a nivel mundial el capitalismo no tiene otra opción que extender la explotación imperialista de los pueblos y el saqueo suicida de la naturaleza. Frente a esta dinámica ciega e irracional en grado sumo, las clases y pueblos trabajadores del mundo no tienen otra alternativa que, por un lado, acelerar el proceso que conduce a la revolución en sus países para instaurar un poder popular, un Estado obrero y una democracia socialista que multiplique exponencialmente las fuerzas emancipadoras y, por otro lado, a la vez, acelerar la liberación nacional, de clase y de sexo-género de las naciones oprimidas, para que creen su propio Estado obrero independiente, asegurado por el poder popular. Sin la independencia socialista de los pueblos, es decir, sin una solidaridad humana basada en la libertad y en el control colectivo de las fuerzas productivas a escala planetaria, es imposible acabar con el imperialismo y detener y revertir la catástrofe ecológica que está llamando a la puerta.
Según el marxismo, en este proceso tienen una responsabilidad enorme las fuerzas revolucionarias de los Estados opresores, colonialistas e imperialistas, que obtienen buena parte de sus ganancias de la explotación de los pueblos que han invadido y que dominan. Según el marxismo, los revolucionarios de las naciones opresoras han de luchar activamente contra la opresión nacional que ejerce su burguesía y, simultáneamente, por la construcción de la «patria socialista» en base al «patriotismo obrero», que no tienen nada que ver con la patria burguesa y el patriotismo interclasista. Únicamente simultaneando esta doble y misma praxis, se podrán sentar las bases para el desarrollo del socialismo internacional. La construcción de una sociedad nueva es algo mucho más difícil y complejo de lo que muchas izquierdas creían ingenuamente en la primera mitad del siglo XIX e incluso a finales de dicho siglo Martí era plenamente consciente de ello, como luego veremos.
Lo que acabamos de decir es incuestionable en el plano teórico-genérico, pero, siguiendo el método marxista, debemos plasmarlo en análisis teórico-concretos en cada caso. Lo primero que debemos hacer es ubicar el marco preciso de análisis y aquí, de nuevo, recurrimos a Martí releyendo parte de las palabras arriba vistas en el texto sobre los moros en el Estado español:
«Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo (…) Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia».
Debemos contextualizar estas palabras porque así descubriremos que tienen un alcance teórico muy superior al que aparentan tener tras una simple lectura superficial. Martí las escribió en un texto dedicado a la resistencia de los pueblos del norte de África al imperio español en 1893. Formalmente, Martí no tenía por qué extender su análisis crítico a la interioridad opresora de España, sino que podía haberse limitado a salir en defensa de los pueblos africanos agredidos por el Estado español. ¿Por qué contradijo el método clásico de la «neutralidad», el de la sociología burguesa, y se metió en problemas de mayor calado? ¿Por qué aplico precisamente el método marxista que exige analizar todas las partes del problema, analizarlas en su interacción, en su movimiento y en sus contradicciones? Pues porque al sufrir el mismo como cubano la opresión imperialista española, al conocer desde dentro al monstruo que le oprimía –como llegó a conocer al monstruo yanqui que luego oprimirá a Cuba hasta la revolución socialista de liberación nacional y que no cejará nunca de agredirla e intentar sumirla en la barbarie burguesa–, tomó conciencia teórica, que no sólo política, de que no podía existir garantía de seguridad e independencia para los pueblos oprimidos por el Estado español si éste Estado, si España, no cambiaba cualitativamente en su esencia interna, si no cambiaba de ser una nación burguesa opresora a ser una «nación justa». Es innegable que aquí, como en otras cuestiones, Martí es marxista en el sentido de que piensa en marxismo.
Se puede objetar a esta afirmación nuestra diciendo que en el marxismo no cabe argumentos exclusivamente moralistas y eticistas como los tan frecuentemente empleados por Martí, poniendo el ejemplo de la contundente frase de que «La nación empieza en la justicia», cuando, según esta crítica dogmática, la nación empieza en la dialéctica entre la clase y la identidad cultural. Sin entrar aquí en la fácil contestación de que en el marxismo lo ético y lo económico forman una unidad que a su vez integra a lo cultural, histórico, social, etc., hasta formar la teoría en sí, como sistema dialéctico, y basta leer El Capital para confirmarlo, sin perder el tiempo en estas respuestas y yendo a la segunda parte de la respuesta, debemos dar la palabra al propio Martí que en un texto anterior al que estamos usando, concretamente «Nuestra América», escrito en 1891, dice tajantemente que:
«El problema de la independencia no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu. Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores. (…) Los gobernadores, en las repúblicas de indios, aprenden indio (…) Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad».
Por cambio de formas entendemos la continuidad de la dependencia hacia el anterior ocupante, sin cambiar la esencia cualitativa, sin obtener la independencia real y efectiva, sino sólo una independencia formal y aparente que oculta la subsistencia de cadenas explotadoras internas e invisibles y por ello incluso más efectivas a medio y largo plazo. «El cambio de espíritu» es precisamente esa transformación revolucionaria cualitativa, que crea una esencia nueva inexistente hasta ese momento, y que constituye la independencia nacional del pueblo anteriormente oprimido. Que se trata de una realidad nueva viene confirmado de inmediato cuando Martí asume la «causa común» con los oprimidos, con las clases explotadas que no tenían antes ningún poder efectivo en la nación burguesa, y menos aún cuando esa nación estaba ocupada por otra potencia invasora. Esta tesis clasista fundamental no es fortuita sino que reaparece muchas veces en su obra general, y, como hemos visto arriba, será reafirmada en el texto de 1893 al sostener que sólo los «privilegiados» y los «cobardes» pueden permanecer al margen del aumento de la conciencia de los pueblos del Norte de África. La causa común con las masas explotadas cambia cualitativamente la identidad de clase, la decisiva, de la nueva nación ahora ya independiente. Más aún, escribiendo y pensando en las condiciones de la liberación de los pueblos de las Américas a lo largo del siglo XIX, Martí avanza un paso de gigante cuando exige que la nueva nación –los gobernadores– ha de asumir y practicar la lengua y la cultura de las naciones anteriores, las originarias e indígenas, las aborígenes, los indios en sus repúblicas indias.
Con esta contundente afirmación, Martí se adelanta a muchas de las reflexiones actuales y plantea el meollo de un problema estructural decisivo para la emancipación socialista y comunista de la humanidad: ¿cómo asegurar la (re)construcción de las antiguas culturas nacionales preclasistas y precapitalistas en el proceso de extinción del capitalismo y de las clases sociales? La respuesta de Martí –vital para todas las naciones oprimidas pero especialmente para las «originarias», entre la que está la nación vasca– es plenamente marxista: aprendiendo a hablar y a usar esas culturas, no reduciéndolas a guetos de especialistas académicos en «lenguas muertas». Además de esto, el reconocer la existencia de «repúblicas indias» –¿y de una «república vasca»?– indica, primero, que se reconoce su existencia plena como tales y, segundo, con ello mismo se plantea otra reflexión crucial: ¿qué relaciones tienen que existir entre la forma-Estado y las repúblicas indias en el proceso de avance al socialismo que, por ello mismo, ha de ser el proceso de autoextinción histórica del propio Estado obrero?
No podemos profundizar ahora en esta vital reflexión que adquiere mayor trascendencia conforme pasan los años y se agudizan todas las contradicciones imperialistas. Sí podemos imaginarnos algunas de sus derivaciones teóricas y prácticas al volver a las últimas palabras de la cita: «Los pueblos han de tener una picota para quien les azuza a odios inútiles; y otra para quien no les dice a tiempo la verdad». Odios inútiles son los provocados deliberadamente entre las clases trabajadoras para fortalecer la explotación, opresión y dominación en cualquiera de sus expresiones. Martí está defendiendo la existencia de un poder popular capaz de reprimir a quienes manipulan la conciencia colectiva en todos los sentidos de la palabra, especialmente cuando no se dice la verdad al pueblo. ¿Dictadura del proletariado encubierta y democracia socialista descubierta? En el fondo sí, porque en todo régimen burgués la manipulación y la mentira tienen absoluta impunidad siempre que se usen para fortalecer la explotación social, y sólo son controladas y reprimidas aunque no siempre cuando se usan en querellas intestinas a la clase dominante, poniendo en riesgo su dominio. El imperialismo tiene absoluta libertad para manipular y mentir sobre todo lo que quiere, y el pueblo cubano es uno de los que más padecen esta estrategia sistemática y global aplicada por los EEUU. Euskal Herria también padece esa misma presión imperialista por parte española y francesa.
En realidad, lo que aquí está diciendo Martí es que dentro de toda nación existe una lucha por la verdad en su sentido pleno, por el derecho a conocer lo que sucede, a debatir y a pensar colectivamente para esclarecer todas las problemáticas evitando así la manipulación y la mentira. Martí está defendiendo en la práctica la misma concepción del hecho nacional que la marxista, cuando ésta sostiene que dentro de toda nación hay dos naciones, la de los explotadores y la de los explotados. La primera, la nación explotadora y dominante, se base en la mentira y la manipulación sobre la nación explotada y dominada que, para defenderse, debe instaurar un sistema que le permita reprimir a los mentirosos y manipuladores, es decir, a las clases poseedoras. La justicia es inseparable de este proceso de autodefensa popular para hacer triunfar la verdad colectiva.
La nación verdadera es así la nación justa, la que lucha contra la injusticia que está siempre fortalecida por la manipulación y la mentira. Aunque Martí no habla de dos de los problemas cruciales para el marxismo como son el Estado y la propiedad privada, tampoco tiene mucha necesidad de hacerlo porque la lógica de su discurso lleva implícita la solución de ambos problemas ya que, por un lado, sin un poder estatal propio, el pueblo nunca puede asegurarse de los suficientes medios de prensa, de leyes y sistemas penales –«la picota»– como para hacer respetar la justa libertad y necesidad colectivas de conocer la verdad; y, por otro lado, sin el control colectivo de los medios de producción, nunca dispondrá de la prensa suficiente para facilitar esos debates y para ejercitar materialmente la verdad descubierta con ellos en contra de las mentiras y manipulaciones imperialistas.
Partiendo de esta concepción tan sorprendentemente actual y radical, tan imprescindible, podemos analizar más en detalle las implicaciones prácticas que tienen sus tesis sobre el Estado español, sobre España. Recordémoslas un instante: «Pierda España cuanto posee sin honor, y entre al trabajo propio, sin la colocación del ejército para sus segundones inútiles, su gentuza traviesa, y la quinta infeliz: que por ahí y por el gobierno descentralizado de las tercas nacionalidades de su origen, podrá España vivir a nivel con el mundo (…) Mientras los españoles tengan cómo vivir del rancho del ejército y del barato de las colonias, no habrá nación en España. La nación empieza en la justicia». Primero, Martí afirma que España posee cosas obtenidas mediante la violencia, la explotación y la mentira, y que debe «perderlas», debe devolverlas a sus propietarios anteriores, a los pueblos y clases a quienes se las arrancó sin honor.
Pero no se trata sólo de devolver lo que saqueó sino que debe limitarse a vivir de lo que obtenga únicamente con su «trabajo propio», es decir, ha de renunciar al saqueo imperialista. La pregunta que surge entonces es: ¿ya se van a resignar las clases dominantes españolas a ver cómo merman sus ganancias al renunciar al saqueo imperialista, y al ver su «orgullo nacional» reducido a la nada tras perder el imperio? La respuesta histórica que será que no, que desde finales del siglo XIX hasta comienzos del siglo XXI el bloque de clases dominante se ha negado a perder esas sobreganancias extraordinarias obtenidas mediante el saqueo imperialista, y que ahora mismo, con la «democracia», una de las obsesiones de todos los gobiernos españoles, sean del PP o del PSOE, es la de «recuperar el lugar que a España le corresponde en el mundo», es decir, aumentar su fuerza imperialista.
Además, Martí exige que ha de acabarse con un ejército que sólo sirve para dar sueldos a los segundones de las clases ricas, esa «gentuza traviesa», y para enrolar a la fuerza a un pueblo infeliz. La pregunta que surge entonces es: ¿puede resignarse el Estado español a debilitar de esa forma su decisivo instrumento de opresión como es el ejército, teniendo en cuenta además que con ello, por un lado, deja sin trabajo a los más inútiles de entre las clases ricas, y por otro deja libres a las clases explotadas, sin poder adoctrinarlas intensamente en la ideología dominante pues esta es otra de las tareas del ejército? Sucedió todo lo contrario. Tras la derrota en Cuba y Filipinas, el desaparecido imperio español hizo redoblados esfuerzos por modernizar su ejército aun a costa de endurecer la explotación de las clases trabajadoras y de los pueblos oprimidos dentro del Estado para obtener capitales suficientes para el rearme.
La burguesía española no dudó en pedir la urgente ayuda militar francesa para poder vencer al pueblo amazig o berebere que volvió a rebelarse a partir de 1909 de forma intermitente y que humillaría en 1921 al ejército español en la batalla o «desastre de Annual», generalizándose una guerra en la que los invasores españoles bombardearon con bombas de gases químicos –prohibidos por la legislación internacional que había firmado también España– a las poblaciones civiles indefensas. Más tarde, la burguesía española aceptaría el masivo apoyo militar, financiero y en petróleo del imperialismo nazifascista, británico y yanqui, así como el apoyo indirecto del francés en 1936. Con estos ejemplos elementales queremos decir que en ningún momento el bloque de clases dominante español aceptó reducir su ejército, tema al que volveremos.
Si hasta aquí, el Estado español se esforzó al máximo para recuperarse de la pérdida de su imperio, también hizo un esfuerzo desesperado en contra de la exigencia de Martí de que avanzase en la «descentralización» de las «tercas nacionalidades de su origen». Hay que decir que el revolucionario cubano, independentista, entendía por «descentralización» algo muy diferente al actual sistema de mera descentralización administrativa del Estado español mediante el traspaso de algunas burocracias y prestaciones estatales no decisivas a las «regiones» españolas. Desde que Martí escribiera estas palabras, la historia de las «descentralización» ha oscilado entre el extremo dictatorial de la negación de todo derecho con la represión sistemática, y el centro-derecha con tintes reformistas de algunas concesiones que no ponen en peligro la «unidad nacional española» por ser simples cesiones administrativas temporales supeditadas al poder del Estado, cesiones acompañadas con la represión de las izquierdas independentistas.
Quiere esto decir que en este siglo pasado el Estado español nunca ha dejado de recurrir a la violencia represiva en mayor o en menor grado para defender su dominación nacional e internacional. Las «tercas nacionalidades» que han insistido en reivindicar sus derechos no han disfrutado de un solo momento de respiro democrático. La represión en múltiples formas e intensidades, ha sido la constante definitoria en estos decenios, mientras que las concesiones descentralizadoras otorgadas por los gobiernos centrales han sido meras tácticas transitorias destinadas a obtener el apoyo de las burguesías regionales y autonómicas, dividir a los pueblos trabajadores ocupados y adquirir una legitimidad superior a la que se obtiene con la simple represión a mansalva. Dicha legitimidad tiene la función de ocultar el sistema práctico de explotación nacional que se ejerce bajo la apariencia descentralizadora.
4. ¿QUÉ DIRIA MARTÍ SOBRE EL PSOE Y EL PC DE ESPAÑA?
Por último, Martí termina afirmando que no existirá nación española mientras se mantenga la explotación de otros pueblos. Esta tesis es una especie de resumen de todo lo visto hasta ahora y completa una visión estratégica que coincide plenamente con la marxista pero que es inaceptable por la llamada «izquierda» española, es decir, por el PSOE, el PCE e IU. La socialdemocracia española fue una fuerza nacionalista e imperialista desde su formación histórica, aunque en algún momento quisiera dotarse de una aureola descentralizadora y autonomista. En lo que concierne a Euskal Herria, se ha caracterizado por un desprecio activo o pasivo a la cultura e identidad vasca, a su lengua y a su historia. Desprecio activo en una primera y larga fase que abarca desde su fundación a finales del siglo XIX hasta la década de 1970, fase en la que repetían con terrible frecuencia ataques racistas y xenófobos realizados desde la supuesta «superioridad cultural española» contra todo lo vasco, especialmente contra nuestra lengua, el euskara, de la cual ha llegado a pedir su desaparición para desactivar así el independentismo vasco.
En la segunda fase, que dura algo más de un tercio de siglo, el PSOE no ha tenido más remedio que suavizar exteriormente sus expresiones españolistas y antivascas tradicionales debido al prestigio alcanzado por la lucha antifranquista de Euskal Herria y al aumento de la identidad de nuestro pueblo. En estas condiciones, exteriorizar sin ambages su nacionalismo chauvinista y racista sólo puede traerle serios problemas sociales y electorales. Sin embargo, en la práctica diaria no ceja en su empeño de recortar las pequeñas cotas descentralizadoras concedidas hace un tercio de siglo, a la vez que endurece la represión en todas sus formas. Mediante las infinitas triquiñuelas legales que un Estado puede realizar día a día en las oscuridades de sus aparatos burocráticos inaccesibles a la luz del conocimiento público, la burguesía española está recortando y limando la descentralización administrativa que no tuvo más remedio que conceder a finales de la década de 1970.
La historia del PC de España en lo que concierne a la práctica de la teoría marxista de la cuestión nacional, requiere una explicación algo más detenida porque el PCE lleva mucho tiempo siendo un pilar esencial de la dominación española. En sus primeros años, el PCE se guiaba por las tesis oficiales de la III Internacional al respecto, que defendía el derecho de autodeterminación de los pueblos oprimidos incluido el de separación e independencia. Pero fueron desarrollándose dos distintas líneas conforme pasaban los años y conforme crecía el poder de la burocracia en el interior de la URSS y del PCUS, hasta su triunfo definitivo y absoluto en la mitad de la década de 1930. Una línea era la aún oficial en la III Internacional, representada en sus momentos álgidos por José Díaz en cuanto Secretario General, y la otra línea era la nacionalista española que iba creciendo en el interior del partido y que se expresaba abiertamente al comienzo de la guerra de 1936.
Podemos decir que al inicio de este conflicto en el PCE existían dos corrientes enfrentadas al respecto. Además, existía otro problema muy serio ya que el PC de Euskadi defendía tesis contrarias en lo esencial a las oficiales en la III Internacional en un año crucial como el de 1935, cuando era ya incontestable el poder de la burocracia stalinista. El PC de Euskadi, por ejemplo, tenía una definición de nación que chocaba frontalmente con la de Stalin de 1913; asumía en la práctica la independencia de Euskal Herria, la defensa de la cultura vasca y, entre otras cosas, no tenía ningún problema en reivindicar la figura de Rosa Luxemburgo, declarada traidora y antileninista por la III Internacional.
Según se prolongaba la guerra de 1936 y entraba en una creciente tensión interna entre las fuerzas revolucionarias y las burguesas dentro del bando republicano, el PC de España, siguiendo las directrices del PCUS, fue optando por el nacionalismo español que ya existía en su interior y abandonando el internacionalismo que había sostenido oficialmente hasta esa fecha. El momento crítico del retroceso del internacionalismo al nacionalismo español se produjo entre finales de 1937 y comienzos de 1938. Para entonces y desde mayo de 1937, la guerra no se hacía para ganar la revolución socialista sino para asegurar la democracia burguesa. Sobre esta base, a partir de comienzos de 1938 la guerra no se hacía tampoco para resolver en términos marxistas la opresión nacional sino para defender «la independencia nacional española» amenazada por la invasión nazifascista apoyada por la reacción interna. Los pueblos no españoles debían luchar por una autonomía, pero no por su independencia porque sólo España tiene derecho a la independencia nacional, el resto, las llamadas «provincias y pueblos de España» deben mantenerse en su interior. Más aún, pretender salirse de ella, de la «madre patria» amenazada por el invasor nazifascista, es contrarrevolucionario.
Se produce aquí un choque frontal con las tesis bolcheviques llevadas a su máximo grado de coherencia en 1918, sólo veinte años antes, y en un contexto idéntico en el fondo y en la forma al que se estaba dando en el Estado español. Recordemos que en 1918 los ejércitos imperialistas y contrarrevolucionarios estaban a punto de ganar. A comienzos de ese año, sólo algo más de tres meses después de la insurrección victoriosa, los bolcheviques hablaban entre ellos de la existencia de una patria rusa diferente a la patria zarista anterior, burguesa, y la definían como «patria socialista». Bajo las tremendas amenazas de aquellos meses, en verano los bolcheviques llaman a las armas al pueblo trabajador bajo la consigna de «La patria socialista en peligro», creando desde la nada el nuevo Ejército Rojo.
Sin embargo, a pesar del peligro inmenso, los bolcheviques no retroceden un solo milímetro en su internacionalismo garantizando los derechos absolutos de las naciones que había oprimido el zarismo; más aún, llevaron el internacionalismo al grado máximo porque mientras negociaban con los alemanes, por ejemplo, ayudaban a crear batallones internacionalistas rojos formados por prisioneros de guerra alemanes que se preparaban para hacer la revolución en Alemania, y mientras intentaban negociar vitales ayudas en alimentos y armas por parte de los aliados, potenciaban la revolución mundial mediante la recién creada Internacional Comunista o III Internacional, que se celebraban públicamente en Moscú. Simultáneamente, del mismo modo que llevaron su internacionalismo al máximo, también avanzaron sin miedo en la revolución socialista, no se plegaron a las exigencias burguesas con la excusa de aunar fuerzas interclasistas para vencer al invasor extranjero.
A partir de 1937 el PC de España hizo todo lo contrario de lo que solo veinte años antes habían hecho los bolcheviques. No merece la pena entrar ahora a demostrar cómo seguían actuando las mismas contradicciones irreconciliables en ambos períodos. Lo que nos interesa es dejar constancia de una ruptura tajante con la teoría marxista en dos cuestiones esenciales para la revolución: la lucha de clases y la lucha de liberación nacional. Podemos añadir una tercera traición: el abandono por el PCE de la lucha antipatriarcal, también decisiva, cuando exigió e impuso casi desde el principio que las mujeres se quedasen en la retaguardia. A partir de este retroceso en toda regla de la revolución a la reforma, el PCE se lanzó ya por la cuesta abajo del nacionalismo español. En diciembre de 1945 se celebró en Toulouse, Estado francés, una decisiva reunión en la que la dirección fiel a Moscú, españolista a tope, desplazó a quienes pretendían seguir con la lucha armada contra el franquismo, entre los que se encontraban muchos vascos pertenecientes al PC de Euskadi. En 1957 el PC de España adoptó definitivamente la tesis reformista y nacionalista española de la «reconciliación nacional», reafirmada un año después, modernizada y actualizada según envejecía el dictador con el nombre de «eurocomunismo». El acto de fe nacionalista gran española se consumó con la presentación pública oficial del PCE recién legalizado: los dirigentes históricos y los nuevos dirigentes aparecían fotografiados bajo una gran bandera monárquica española. Poco tiempo después defenderían desesperadamente la Constitución que sanciona la opresión nacional dentro del Estado en nombre de la monarquía impuesta por el dictador Franco, y protegida por un ejército que nunca ha sido depurado por sus incontables crímenes.
Desde entonces hasta ahora, el PC de España e Izquierda Unida han sido y son, como hemos dicho, piezas claves en la legitimación del nacionalismo español tanto a nivel estatal interno, contra los derechos independentistas de los pueblos oprimidos, como a nivel internacional, espacio en el que defienden los argumentos del Estado español, desacreditan las reivindicaciones de los pueblos e intentan por todos los medios impedir que la presencia de la izquierda independentista vasca en los todos los foros internacionales. José Martí se revolvería furioso en su tumba si viera cómo las «izquierdas» españolas apoyan por activa o por pasiva la represión española en Euskal Herria, especialmente la tortura y los malos tratos. Tendría que comprender que estos partidos no están dispuestos a seguir sus muy correctas tesis sobre la necesidad de que España, si quiere existir como nación, es decir, si quiere ser justa, debe desprenderse de todas sus conquistas exteriores e interiores, debe reconocer el derecho a la independencia de los pueblos que sigue oprimiendo y a la vez debe hacer una revolución social que permita a sus clases oprimidas desarrollar los recursos estatales necesarios y recuperar la propiedad colectiva de las fuerzas productivas, requisitos imprescindibles para que el proletariado internacionalista español pueda instaurar su «picota» con la que defender la verdad y la justicia.
5. ¿QUÉ DIRÍA MARTÍ SOBRE LA UNIÓN EUROPEA?
Martí se revolvería igualmente en su tumba si viera cómo esas mismas «izquierdas», especialmente el PSOE, son agentes muy activos en la legitimación activa o pasiva del nuevo euroimperialismo en las Américas. ¿Qué nos puede aportar el pensamiento martiano sobre este tema que suscita tantas falsas e imposibles esperanzas en sectores sociales de las Américas, que creen ingenuamente que la Unión Europea puede ser una «fuerza democrática» que de algún modo frene las barbaridades del imperialismo norteamericano contra los pueblos amerindios? Pues su pensamiento, su método de análisis, ofrece un instrumental teórico muy rico y vigente, aunque como es habitual en él su forma de expresión puede llevar a más de un lector a despistes.
Martí era internacionalista hasta la médula porque era independentista hasta lo más profundo de su conciencia. De la misma forma en que condenaba sin piedad las atrocidades españolas en su Cuba querida, y en todas las Américas, advertía también de los enormes riesgos que para la humanidad americana suponía la muy próxima presencia del «gigante del norte», de los EEUU. Pero no se detenía aquí. No podía detenerse ahí. Guiado por su conciencia independentista e internacionalista, había gritado una vez en 1893, como hemos visto, que todos debemos ser moros para defender a los moros ante los ataques españoles. Pero no fue un llamado espontáneo, sin referentes anteriores, sino que su visión radical sobre los problemas que el imperialismo europeo estaba causando contra los pueblos musulmanes venía de muchos años antes. Ya en septiembre de 1881, nada menos que doce años antes, había escrito en «La revuelta en Egipto» lo que sigue:
«Uno es el problema, dicho brevemente: se tiende a una gran liga muslímica, y a la supresión del poder europeo en la tierra árabe. Arranca de Constantinopla, invade el Istmo, llena a Trípoli y agita a Túnez, la ola mahometana, detenida, no evaporada al fin de la Edad Media.
Inglaterra y Francia tienen vencido a Egipto: sus representantes manejan, por acuerdo con el jedive, y en representación y garantía de los tenedores de bonos egipcios en Europa, la desmayada hacienda egipcia. A los contratos fraudulentos, para la tierra del fellah, ruinosos y para Europa muy beneficiosos, ajustados en el tiempo infausto del jedive Ismaél, seguía una esclavitud poco disimulada, en todo acto nacional, asentida y servida por Riasz Pachá el primer ministro del actual jedive.
De súbito estalla un formidable movimiento, con ocasión de una orden de cambio de residencia de un regimiento, expedida precisamente para evitar el motín que se entreveía. El motín ha triunfado: el ministerio llamado europeo ha desaparecido: el primer ministro deseado por el ejército ha reemplazado al primer ministro expulso. La victoria ha sido rápida, imponente y absoluta para el partido nacional. Este partido representado por la milicia de Egipto, y triunfador en toda tentativa, acepta sumiso toda ley que de Turquía le venga; mas resiste, como si agitara a quince mil pechos un sentimiento mismo, todo desembarque de tropas cristianas, toda intervención europea; y principalmente, toda intervención inglesa».
Este párrafo tiene, como mínimo, dos grandes aportaciones metodológicas que facilitan el correcto estudio tanto de las tendencias imperialistas de la UE como la tendencia al alza de las resistencias nacionales de los pueblos musulmanes ante las agresiones imperialistas. Ambas forman una unidad de contrarios enfrentados a muerte cuyo remoto origen podemos encontrar en las primeras resistencias de los pueblos norteafricanos preislámicos a la invasión romana, sobre todo la tenaz guerra de resistencia nacional precapitalista de los pueblos bereberes a las órdenes de Yugurta (-160 a -104) desde -117 a -105. Después, sin extendernos ahora, nos encontramos con las luchas contra las invasiones europeas significativamente llamadas «cruzadas» entre los siglos XI y XIII, cuando en realidad eran verdaderas campañas de saqueo y expolio dirigidas por ladrones y salteadores pertenecientes a las clases feudales europeas, que movilizaban a masas de asesinos hambrientos desesperados por el botín, las violaciones y los perdones papales, y seguidas a muy poca distancia por comerciantes sin escrúpulos. Todos ellos protegiéndose del sol bajo la sombra de la cruz y de la virgen, dejando tras de sí ciudades arrasadas y lagos de sangre en los que flotaban miles de cadáveres degollados. Por esto, Martí nos remite al final de la Edad Media.
La primera aportación consiste en advertir la hondura de los sentimientos de resistencia de los pueblos, sobre todo cuando están unidos por una creencia común. La movilización de masas antieuropea traspasa las fronteras estatales y aunque puede encontrar una resistencia interna por el posicionamiento a favor de los invasores de sectores egoístas y colaboracionistas con el invasor, aunque es así, la marea reivindicadora puede superarlos, desbordarlos en un avance que sólo puede ser detenido por la violencia injusta. La experiencia histórica posterior dará la razón a Martí, porque el sentimiento musulmán no ha desaparecido, se ha ido adaptando y resistiendo progresivamente a las agresiones imperialistas. Recordemos cómo los bolcheviques reconocieron los derechos nacionales y culturales de los pueblos islámicos ganándolos para la revolución.
En líneas generales, el Islam es menos dictatorial y autoritario que el cristianismo, está mucho más abierto a la libertad de pensamiento, experimentación y exploración de lo nuevo, tiene mucha menos dependencia que el cristianismo hacia la mística del dolor, del sufrimiento, del sacrificio y del infierno, y rechaza toda la imaginería cristiana de las torturas y suplicios. Históricamente, y en contra de la actual mentira del fundamentalismo cristiano yanqui y católico, el Islam ha resistido más que el cristianismo a las opresiones, e incluso en la mediáticamente manipulada cuestión de la opresión de la mujer por el Islam, tendríamos primero que contextualizar históricamente muchas cosas antes de derivar hacia la propaganda eurocéntrica y cristiana.
La segunda aportación se basa en parte en la anterior pero aporta una perspectiva más amplia, porque indica que el euroimperialismo, ya operativo entonces, nunca se ha caracterizado por andar con concesiones democráticas excepto cuando éstas le han convenido para dividir a las naciones que expoliaba. Los pueblos amerindios que sufrieron el primer ataque español a finales del siglo XV y comienzos del XVI conocieron en su propia carne la sabia táctica europea de dividir para vencer, de enfrentar entre sí a los atacados prometiendo a unos cosas maravillosas para que ataquen a los otros, para luego incumplirlas fría y metódicamente. Exceptuando la conveniencia táctica de esas maniobras, casi siempre el euroimperialismo ha preferido recurrir primero a la guerra. Los pueblos de las Américas han padecido brutalmente esta constante europea que, en la actualidad, está aparentemente desaparecida por una razón muy simple: porque a las transnacionales monopolísticas europeas que roban en las Américas, les es más rentable aparecer como «democráticas» para distanciarse formalmente de la cruel rapiña norteamericana.
Conscientes del desprestigio de los EEUU, los europeos, los españoles en concreto, han intentado mantener una fachada de menor agresividad predadora. La Unión Europea está interesada en mantener esta ficción para lograr que sus tentáculos imperialistas no sean vistos tan fácilmente. Uno de los instrumentos actuales preferidos por las burguesías son las ONGs u otros grupos –aunque no todos– que bajo la bandera de la «ayuda humanitaria» cumplen ahora la misma función que siempre han cumplidos las organizaciones religiosas: la caridad como instrumento de penetración, de destrucción del tejido social, del saber productivo acumulado, de las relaciones de identidad y de autodefensa. La caridad imperialista, en cualquiera de sus formas, busca destruir la independencia de los pueblos a los que «ayuda», y en vez de enseñarles a producir por su cuenta, respetando su propiedad y sabiduría, les destruye primero ésta y luego les arrebata aquella.
La Unión Europa responde a la necesidad ciega del capitalismo continental impelido por el accionar de la ley de concentración y centralización de capitales, por la ley de la competencia interna y externa, por la ley tendencial de la caída de la tasa media de beneficios, etc. No son razones humanitarias y civilizadoras las que impulsan al avance en la unificación europea a no ser que se reconozca que hablamos del humanismo burgués y de la civilización del capital, enemigos irreconciliables de la humanidad en su conjunto. Si las burguesías europeas más poderosas tuvieran la oportunidad de acelerar el proceso unificador y centralizador mediante la guerra, lo harían sin dudarlo, sin remordimiento alguno. De hecho, cuando pueden iniciar guerras parciales e indirectas, o intervienen en ellas de forma simulada con tal de acelerar el proceso europeo. También buscan todos los medios posibles, o los crean al margen de la voluntad de los pueblos afectados, para sortear incluso contra su propia ley las negativas de las masas europeas al respecto. Si proceden así dentro de Europa ¿qué no harán fuera? Las Américas han de saber qué es el monstruo europeo, cómo funciona y piensa, qué está dispuesto a hacer para aumentar sus beneficios y cómo se esconde detrás de la demagogia propia y de la ferocidad los EEUU para avanzar sigilosamente.
Hay que decir, para comprender en su profundidad todo el problema de la UE, que ésta es la cuarta fase histórica de reordenación, concentración y centralización de las jerarquías burguesas internas, con los cambios correspondientes en las dinámicas de explotación, modernización y desarrollo del capitalismo a nivel europeo y mundial. Las tres anteriores supusieron nuevas potencias y Estados dominantes, nuevas fracciones burguesas en auge en detrimento de otras, y nuevas oleadas de expansión capitalista, pero las tres fueron tan efectivas porque se basaron en implacables y muy crueles guerras internas y externas, verdaderas guerras mundiales que abarcaron a todos los continentes entonces conocidos por las burguesías europeas, porque también se luchó allí en donde podían extraer algún beneficio por nimio que fuera. Los momentos cumbre de las tres fases fueron: el Tratado de Westfalia de 1648; el Congreso de Viena de 1815 y los acuerdos de Yalta y Potsdam al final de la guerra de 1940-45. Lo que ocurre es que ahora, en la fase abierta definitivamente a comienzos de 1990 con el Tratado de Maastricht, las burguesías europeas más fuertes no pueden recurrir a otra guerra y han de contentarse con avanzar «pacíficamente» a la sombra de los EEUU hasta que puedan desplazarle en muchas cuestiones. Mientras tenga que hacerlo así, seguirá manteniendo esa careta bonachona que ha llegado a engañar y cautivar a algunas izquierdas de las Américas.
José Martí comprendió perfectamente la dinámica interna de los procesos de concentración y centralización de las jerarquías imperialistas que se estaban produciendo en su mundo. Recordemos en la Europa de la segunda mitad del siglo XIX se habían vivido varias situaciones idénticas en el fondo pero a escala más reducida, es decir, procesos de formación de modernos Estados burgueses creados a partir de centralizar y unificar grandes espacios regionales hasta entonces regidos por obsoletas mezclas de leyes tardo feudales en retroceso y leyes burguesas en ascenso. Muy destacados por sus repercusiones mundiales fueron los procesos alemán e italiano, e incluso de la modernización de la Rusia zarista, por no hablar de otras potencias europeas como Austria. Fuera de Europa, y aparte de los EEUU, tenemos la experiencia de Japón. Una de las constantes que recorre a todos estos procesos es el de la creación de nuevas monedas oficiales, más poderosas que las anteriores, protegidas por nuevos Estados en formación y por nuevos Bancos Centrales, así como del resto de sistemas burocráticos y jurídicos necesarios. Llegados aquí, conviene leer lo que dice Martí sobre esta misma cuestión en su escrito «La Conferencia Monetaria de las repúblicas de América», fechado en mayo de 1891, centrándose en la propuesta yanqui de crear una única moneda para todas las Américas, Martí advierte que:
«A lo que se ha de estar no es a la forma de las cosas, sino a su espíritu. Lo real es lo que importa, no lo aparente. En la política, lo real es lo que no se ve. La política es el arte de combinar, para el bienestar creciente interior, los factores diversos u opuestos de un país, y de salvar al país de la enemistad abierta o la amistad codiciosa de los demás pueblos. A todo convite entre pueblos hay que buscarle las razones ocultas. Ningún pueblo hace nada contra su interés; de lo que se deduce que lo que un pueblo hace es lo que está en su interés. Si dos naciones no tienen intereses comunes, no pueden juntarse. Si se juntan, chocan. Los pueblos menores, que están aún en los vuelcos de la gestación, no pueden unirse sin peligro con los que buscan un remedio al exceso de productos de una población compacta y agresiva, y un desagüe a sus turbas inquietas, en la unión con los pueblos menores. Los actos políticos de las repúblicas reales son el resultado compuesto de los elementos del carácter nacional, de las necesidades económicas, de las necesidades de los partidos, de las necesidades de los políticos directores. Cuando un pueblo es invitado a unión por otro, podrá hacerlo con prisa el estadista ignorante y deslumbrado, podrá celebrarlo sin juicio la juventud prendada de las bellas ideas, podrá recibirlo como una merced el político venal o demente, y glorificarlo con palabras serviles; pero el que siente en su corazón la angustia de la patria, el que vigila y prevé, ha de inquirir y ha de decir qué elementos componen el carácter del pueblo que convida y el del convidado, y si están predispuestos a la obra común por antecedentes y hábitos comunes, y si es probable o no que los elementos temibles del pueblo invitante se desarrollen en la unión que pretende, con peligro del invitado; ha de inquirir cuáles son las fuerzas políticas del país que le convida, y los intereses de sus partidos, y los intereses de sus hombres, en el momento de la invitación. Y el que resuelva sin investigar, o desee la unión sin conocer, o la recomiende por mera frase y deslumbramiento, o la defienda por la poquedad del alma aldeana, liará mal a América (…)
Ni el que sabe y ve puede decir honradamente;-porque eso sólo lo dice quien no sabe y no ve, o no quiere por su provecho ver ni saber que en los Estados Unidos prepondere hoy, siquiera, a aquel elemento más humano y viril, aunque siempre egoísta y conquistador. de los colonos rebeldes, ya segundones de la nobleza, ya burguesía puritana; sino que este factor, que consumió la raza nativa, fomentó y vivió de la esclavitud de otra raza y redujo o robó los países vecinos, se ha acendrado, en vez de suavizarse, con el injerto continuo de la muchedumbre europea, cría tiránica del despotismo político y religioso, cuya única cualidad común es el apetito acumulado de ejercer sobre los demás la autoridad que se ejerció sobre ello, Creen en la necesidad, en el derecho bárbaro, como único derecho: «esto será nuestro, porque lo necesitamos». Creen en la superioridad incontrastable de «la raza anglosajona contra la raza latina». Creen en la bajeza de la raza negra, que esclavizaron ayer y vejan hoy, y de la india, que exterminan. Creen que los pueblos de Hispanoamérica están formados, principalmente, de indios y de negros. Mientras no sepan más de Hispanoamérica los Estados Unidos y la respeten más,-como con la explicación incesante, urgente, múltiple, sagaz, de nuestros elementos y recursos, podrían llegar a respetarla,- ¿pueden los Estados Unidos convidar a Hispanoamérica a una unión sincera y útil para Hispanoamérica? ¿Conviene a Hispanoamérica la unión política y económica con los Estados Unidos? (…)
Mostrarse acomodaticio hasta la debilidad no sería el mejor modo de salvarse de los peligros a que expone en el comercio, con un pueblo pujador y desbordante, la fama de debilidad… La cordura no está en confirmar la fama de débil, sino en aprovechar la ocasión de mostrarse enérgico sin peligro. Y en esto de peligro, lo menos peligroso, cuando se elige la hora propicia y se la usa con mesura, es ser enérgico. Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos?».
Las advertencias de Martí han resultado confirmadas por la historia. Pero sus palabras valían y valen también para todos los pueblos que se enfrentan a la tesitura de tener que claudicar o rechazar proyectos idénticos en el fondo aunque diferentes en la forma, y no tanto. Volvemos a insistir en que las leyes tendenciales del capitalismo son inalterables en cuanto a la vigencia de sus contradicciones irreconciliables. Son contradicciones genético-estructurales que se expresan en formas histórico-genéticas. Martí plasmó su crítica profunda en lo primero, en lo que permanece, en lo genético-estructural, mientras que nosotros, un siglo después, vivimos en otras circunstancias histórico-genéticas que reflejan, pese a todo, esas mismas leyes esenciales. Aunque divido entre dos Estados imperialistas, el francés y el español, el Pueblo Vasco pudo rechazar abiertamente mediante dos referéndum diferentes el proyecto entero de la UE. Pero al carecer de un Estado propio independiente, que garantice el cumplimiento de la voluntad popular mayoritaria, las vascas y vascos estamos a la fuerza en esa estructura imperialista que es la Unión Europea.
Siendo muy mala, desastrosa, esta impotencia para realizar lo que la mayoría del pueblo quiere, lo peor es que la opresión nacional nos impide a las vascas y vascos defendernos convenientemente de las medidas que casi a diario se están decidiendo en las altas burocracias europeas y que nos afectan negativamente. La mayoría inmensa de tales decisiones son desconocidas para la población que las padece. Además, los Estados español y francés multiplican los efectos negativos inherentes a la «integración» –desintegración– en la UE con dos iniciativas propias: una, la de utilizar a las naciones que no tenemos sistemas de defensa internacional como simples monedas de cambio en las negociaciones burocráticas a la hora de aplicar negativamente cupos, descuentos, disminuciones en la producción de lo que sea, etc. Es muy común que los Estados protejan más los intereses de su propia nación, que los de los pueblos que domina, y se pueden poner múltiples ejemplos. La otra medida es justo la contraria: los Estados condicionan las ayudas externas para que se beneficien más las naciones dominantes que las dominadas, además de las clases explotadoras que las explotadas. ¿Qué alternativa tenemos los pueblos sin Estado propio frente a todo esto? Una vez más recurramos a José Martí.
No hay duda que, siguiendo a Martí, la forma más efectiva de evitar los enormes peligros que suponen los «abrazos de oso» de las grandes potencias a las pequeñas e indefensas, es la de obtener nuestra independencia nacional, nuestro propio Estado y, luego, aplicar una política interna y externa adecuada. La pregunta que sabiamente nos hace Martí se responde por sí misma: «Sobre serpientes, ¿quién levanta pueblos?» . Sin entrar ahora a las opuestas simbologías que las culturas han dado a la serpiente, pues para algunas es signo de sabiduría y para otras de maldad y perfidia, está claro que Martí, que se mueve en esta segunda, ofrece además una respuesta doble ya que, por un lado, plantea la urgencia de vences a las serpientes pero ¿cómo? Lo veremos a continuación. Por otro lado, al que volveremos en el siguiente y último apartado, la lucha contra las serpientes también es la lucha contra la alienación dentro del pueblo oprimido, contra los efectos destructores que en su interior ha generado la existencia de la esclavización material y moral aplicada por el poder extranjero. Volviendo a la primera parte de la respuesta, Martí escribió en el artículo sobre «Exposición de artículos americanos» de abril de 1884, que:
«Acaso los asiduos lectores de LA AMÉRICA recuerden cómo, hace cosa de un año, abogábamos porque se establecieran en Europa y los Estados Unidos exhibiciones permanentes, u ocasionales a lo menos, de nuestros productos del Centro y Sur de América. (…) En todos los mercados activos, en todas las ciudades comerciales y manufactureras de Europa y Norte América, debieran sostener los países americanos una exhibición permanente de sus productos. (…) Podían todos los Gobiernos en común contribuir al mantenimiento de esas pequeñas exposiciones permanentes».
Martí está defendiendo el embrión en una alianza centro y suramericana para la autodefensa económica, una autodefensa activa, ofensiva, porque consiste en entrar en los mercados de las grandes potencias para anunciar sus productos, promocionarlos y declarar así la «guerra económica» a dichas potencias. La contribución en común de esos gastos por parte de los Gobiernos centro y suramericanos podría ser así el inicio de un futuro acercamiento más próximo e intenso en lo económico frente a las potencias exteriores. José Martí estaba proponiendo el comienzo siquiera remoto de una posible alianza centro y suramericana, concretando algo más el sueño bolivariano y ampliando el debate sobre qué hacer frente a las serpientes que esperan agazapadas o preparándose abiertamente para atacar. Por tanto, su crítica a la propuesta yanqui de unificación monetaria no era pasiva sino activa: los pueblos de las Américas debían avanzar en su unión frente al monstruo en vez de quedar parados, divididos e indefensos ante él. De hecho, esta segunda línea ha sido la impuesta por las alianzas locales entre la burguesía yanqui y las respectivas burguesías centro y suramericanas. Volvemos al divide y vencerás.
6. SEIS INDEPENDENCIAS NECESARIAS EN EL SIGLO XXI:
Sin poder desarrollar aquí todas las vías de futuro latentes en la obra martiana, sí vamos a limitarnos a seis planteamientos de este revolucionario que llegan al meollo de la independencia de los pueblos frente al imperialismo y que han cobrado una necesidad imperiosa a comienzos del siglo XXI. Todos coinciden en algo esencial: los pueblos oprimidos han de desarrollar seis estrategias independentistas concretas en otros seis problemas estructurales como son, primero, superar la mentalidad esclava; segundo, desarrollar la independencia educativa; tercero, independizarse del idealismo; cuarto, independizarse del consumismo; quinto, independizarse del imperialismo y, sexto, obtener la independencia alimentaria.
La primera concierne a la imperiosa lucha por superar la dependencia servil y esclava hacia el poder opresor, como requisito para el desarrollo de toda nación libre. Como hemos dicho, en su pregunta sobre qué nación puede levantarse sobre un suelo de reptiles, además de la respuesta basada en la necesidad de la unión solidaria, existe también una segunda respuesta, o primera, o una versión específica de la misma respuesta, como se quiera interpretarlo. Se trata de su profunda, crítica y autocrítica consciencia de que una cultura aviesa y reptil –en su mala acepción– sólo crea espíritus viles y serviles, amos y esclavos, hienas y bestias de carga. El revolucionario cubano era muy consciente de las enormes dificultades que acarrea dar vida a una sociedad nueva. Lo había dicho así de claro en el artículo 4º de las Bases del Partido Revolucionario Cubano, redactadas en 1892:
«El Partido Revolucionario Cubano no se propone perpetuar en la República Cubana, con formas nuevas o con alteraciones más aparentes que esenciales, el espíritu autoritario y la composición burocrática de la colonia, sino fundar en el ejercicio franco y cordial de las capacidades legítimas del hombre, un pueblo nuevo y de sincera democracia, capaz de vencer, por el orden del trabajo real y el equilibrio de las fuerzas sociales, los peligros de la libertad repentina en una sociedad compuesta para la esclavitud»
En la extensa obra teórica de Marx y Engels podemos encontrar sin dificultad alguna, palabras que vienen a del pasado, las cadenas de la opresión, obturan y alienan el cerebro de los vivos. Sabían que toda «sociedad compuesta para la esclavitud» tiende a comportarse como esclava. Marx definía como bueyes a los mismos que Martí llama esclavos. Por tanto, lo primero y fundamental es elaborar y practicar una política libertadora en todos los sentidos de la palabra. Hacerlo con mucha antelación, desde el inicio mismo de la lucha independentista, porque no puede haber independencia alguna allí en donde subsiste la dependencia del esclavo. Si el pueblo está embrutecido por la esclavización física y espiritual, si piensa y siente como su amo, nunca luchará decididamente por la independencia, en todo caso se dejará llevar por unos dirigentes oportunistas predispuestos a pactar con el invasor.
Pero incluso cuando es el pueblo trabajador el que dirige la lucha de liberación nacional y social, incluso entonces también se ha de prestar especial atención a su emancipación personal, moral, vital, a su desalienación, en suma. En las palabras de Martí está anunciada una parte de la causas que llevaron a la revolución bolchevique al fracaso un tercio de siglo más tarde, y Lenin y otros muchos revolucionarios y revolucionarias se cercioraron de ello bien pronto. Su titánico y desesperado esfuerzo por ganar tiempo al tiempo para poder avanzar en urgentes medidas sociales y democráticas que impulsaran una «revolución cultural» dentro de las clases trabajadoras, iba destinado precisamente a luchar con más bríos e instrumentos contra la esclavización moral, contra la incultura, el atraso, el egoísmo.
Llegamos así a la segunda independencia, la educativa. En efecto, la esencial identidad entre el marxismo y el pensamiento martiano en esta crucial cuestión aparece de nuevo reflejada en la siguiente cita extraía de sus tesis sobre la educación popular expuestas en el tomo 19 de sus obras completas:
«A un pueblo ignorante puede engañársele con la superstición, y hacérsele servil. Un pueblo instruido será siempre fuerte y libre. Un hombre ignorante está en camino de ser bestia, y un hombre instruido en la ciencia y en la conciencia, ya está en camino de ser Dios. No hay que dudar entre un pueblo de Dioses y un pueblo de bestias. El mejor modo de defender nuestros derechos, es conocerlos bien; así se tiene fe y fuerza: toda nación será infeliz en tanto que no eduque a todos sus hijos. Un pueblo de hombres educados será siempre un pueblo de hombres libres. -La educación es el único medio de salvarse de la esclavitud. Tan repugnante es un pueblo que es esclavo de hombres de otro pueblo, como esclavo de hombres de sí mismo».
Si volvemos a cometer el error de leer estas palabras en su literalidad superficial, separadas de la obra entera de su autor y del contenido que éste daba a sus expresiones, creeremos que se trata de una simple tesis basada en el socialismo utópico al dar tanta importancia a la cultura en abstracto. Sin embargo, recordemos que Martí exige que el pueblo, que las clases oprimidas, tengan instrumentos coercitivos –la picota antes vista– que imposibiliten toda mentira y manipulación por parte de las clases opresoras; si a la vez recordamos que Martí exige que los dirigentes, la política justa del pueblo, utilicen las lenguas de las naciones indias y si, por no extendernos, exige una drástica reforma de aparatos centrales del poder burgués como es el ejército, veremos entonces que su modelo de educación popular no tiene nada de utópico, sino que ancla sus raíces en su régimen radicalmente democrático y factible desde la seguridad que ofrece el pueblo movilizado en defensa de sus derechos.
La tercera independencia surge del hecho de que la actualidad de esta propuesta de independencia educativa no radica sólo en su denuncia de la alienación del esclavo y de la bestia a la que es reducida la persona condenada a la ignorancia, sino en la crítica atea que estructura su mensaje. Una de las características del capitalismo actual es el devastador ataque reaccionario contra la capacidad de pensamiento racional de nuestra especie. Desde el fundamentalismo cristiano que está atacando los pilares del método científico al intentar resucitar la teoría del creacionismo, negando la validez científica de la teoría de la evolución de las especies, del movimiento de la materia y de su capacidad de creación de lo nuevo a partir de ella misma, hasta la proliferación de toda clase de sectas esotéricas y mistéricas que son verdaderos fraudes para incautos que ocultan auténticos negocios, pasando por la potenciación de los irracionalismos más insospechados, bajo toda esta ofensiva, se oculta un objetivo preciso cual es el de reforzar la lógica de poder reaccionario del imperialismo sobre toda la humanidad. La obsesión cristiana de perseguir sanguinariamente el pensamiento científico-crítico tiene su supuesta razón en la condena bíblica que prohíbe al ser humano comer del árbol de la ciencia del bien y del mal porque, al hacerlo, el ser humano aprenderá todo sobre su condición pasada, presente y futura, y llegará a ser «como dios», lo que es pecado mortal.
En la cultura judeo-cristiana se desarrolló una mentalidad servil y perruna hacia la autoridad de una minoría selecta designada por dios como la única que puede interpretar sus designios y luego darlos a conocer a la masa creyente e ignorante. Esta mentalidad recorre toda la estructura conceptual de Occidente mostrándose especialmente activa en sus momentos de auge como son el Renacimiento, la Ilustración y el desarrollo de las llamadas por la burguesía «ciencias sociales». Su cemento cohesionador no es otro que el desprecio absoluto hacia la capacidad de pensamiento crítico y creativo del pueblo trabajador, y la creencia de que éste debe ser guiado desde las instancias superiores del saber mundano y/o religioso. Por esto, Marx planteó desde el inicio de su obra que la crítica de la religión era la crítica de la política, y por esto, en El Capital, la crítica de la mercancía es también realizada como crítica de la religión. La teoría marxista del fetichismo de la mercancía es, junto con la dialéctica materialista que le sustenta, la esencia del ateísmo comunista. Sin llegar a estos niveles de exquisitez y sofisticación científico-crítica, Martí dice exactamente lo mismo que Marx al defender la necesidad de que la especie humana sea como dios, o sea, dialécticamente dicho, supera a dios mediante su praxis material humana y con ello condene a dios al museo de la historia.
Hemos dicho que Martí no llegó a la sofisticación de Marx y de Engels, pero sí se acercó a lo básico de la dialéctica de la naturaleza en, como mínimo, dos cuestiones decisivas en la actualidad. En su texto «La ley de la herencia» de enero de 1884 afirma que: «Todo se vierte y convierte; pero todo en acuerdo con cada uno de los seres y objetos, y con todos». Aquí Martí alude indirectamente a la dialéctica del aumento cuantitativo y del cambio cualitativo, al afirmar que todo se vierte y convierte; y también alude a la ley de la interacción permanente entre todos los objetos y seres. Sin duda, fue el potencial teórico que tiene este método el que le permitió comprender y exponer todo lo que estamos analizando en esta ponencia, aunque no citara explícitamente a la filosofía dialéctica. De cara a las transformaciones que se están produciendo en la actualidad, este método sigue manteniendo su potencial sobre todo cuando es reforzado por las aportaciones del marxismo.
Llegamos así a la cuarta independencia que se basa, además de en otras razones obvias, también en las implicaciones lógicas que se extraen de esta última cita. Que esta frase no fue una afirmación aislada, extraña en su obra general, sino una parte de una totalidad, queda demostrado por sus palabras escritas en el artículo «El carbón», de noviembre de 1884, afirma que:
«Al ver el inmenso consumo que de él se hace pudiera temerse que se llegara a agotar, si no supiésemos que la naturaleza no es más que un inmenso laboratorio en el cual nada se pierde, en donde los cuerpos se descomponen, y libres sus elementos vuelven a mezclarse, confundirse y componerse, pudiendo, en el transcurso de los siglos -que son instantes en la vida del mundo- volver a su antiguo ser, a colmar los vacíos que el hombre haya causado, por otra parte imperceptibles en los inconmensurables depósitos del globo. (…) Y bien sabemos que el movimiento es fuerza, el movimiento es calor, el movimiento es vida».
Podríamos calificar de «optimistas» algunas de las conclusiones de este párrafo en el sentido de que las reservas de carbón son inagotables al ser «inconmensurables» sus depósitos. Pero cometeríamos un error grave ya que no contextualizamos el párrafo, enormemente válido en la actualidad. Hace algo más de un siglo, estas palabras de Martí sólo podían ser dichas por las mentes mejor formadas y preclaras entonces existentes, aunque a la fuerza debían moverse dentro de los límites objetivos de la síntesis social entonces alcanzada. De entrada, Martí es consciente del problema que subyace al «inmenso consumo» de los recursos energéticos, algo inconcebible en aquella época para el grueso de la intelectualidad crítica y para la totalidad de la burguesía. A partir de este primer triunfo del revolucionario cubano, todo lo que sigue, excepto ese breve «optimismo», es un puro planteamiento materialista, dialéctico y ecologista de la naturaleza y de la materia. Su última frase según la cual «el movimiento es vida» es digna de Engels y de Marx, y está absolutamente confirmada por toda la ciencia en este último siglo.
El movimiento es vida y la quietud es muerte. Semejante principio elemental de la dialéctica materialista está en la base de la necesidad de que la especie humana llegue a superar a dios siendo como él, conociendo la realidad interna del espacio y del tiempo, de la materia y del movimiento, en un proceso en espiral infinita e inacabable. Detener este ascenso, pararlo en la quietud eterna, es condenar a la especie humana a la opresión más salvaje. El dominio de la ciencia, que no es otra cosa que el conocimiento de las contradicciones en su permanente devenir, en sus transformaciones internas e interacciones con lo circundante, es aquí vital para comprender el peligro inserto en el «inmenso consumo» de las reservas energéticas. Vemos así como van acoplándose las diferentes partes de una concepción radical y revolucionaria sobre el futuro del pueblo independizado de la potencia ocupante.
En un primer momento, Martí sostiene con toda la razón que no puede haber pueblo libre con mentalidad de esclavo, por lo que es imprescindible que ese pueblo esclavizado en sí mismo, en su identidad, que no sólo en sus formas, se autoemancipe mediante el desarrollo de un conocimiento crítico que le libere de toda ignorancia, de toda dependencia al que saber. La vigencia de este objetivo es fundamental ahora mismo, cuando el imperialismo hace esfuerzos desesperados para mantener sumidos en la más inhumana ignorancia a la mayor parte de la humanidad, cuando las potencias burguesas saquean intelectualmente a los pueblos indefensos, arrancándoles sus mejores cerebros, técnicos, científicos, médicos, trabajadores cualificados, para explotarlos dentro de sus empresas selectas que nunca están en los países empobrecidos sino en el seguro y superarmada núcleo imperialista. Ahora, cuando las grandes corporaciones capitalistas registran milímetro a milímetro las escuelas y universidades de las naciones empobrecidas e indefensas para arrebatarles sus mejores cerebros, para robarles sus conocimientos y saberes ancestrales incorporándolos a la industria burguesa de la salud, por ejemplo, ahora es más imprescindible que nunca esta exigencia martiana. Y lo que más si cabe teniendo en cuenta la marea de irracionalismo provocada por la burguesía internacional.
En un segundo momento, o simultáneamente, Martí advierte con sus palabras de la urgencia del problema del sobre consumo energético, de los problemas a corto plazo que eso acarrea, y a corto plazo quiere decir aquí que una cosa es la reducida temporalidad humana y otra es la duración de la materia en movimiento a nivel cósmico. La temporalidad cósmica puede recomponer los estropicios humanos, pero las generaciones actuales y futuras padecerán las nefastas consecuencias del sobre consumo incontrolado. El mensaje subyacente a esta visión es también de una total actualidad, teniendo en cuenta los incontrovertibles datos aportados por la ciencia sobre la catástrofe medioambiental y ecológica que ya está llamando nuestras puertas. Incuestionablemente, late en Martí una concepción muy rica sobre la manera de intervenir a la vez y en diferentes niveles –siempre en un contexto de radical justicia social– para lograr que las naciones empobrecidas y saqueadas no cometan el error de intentar imitar el modelo norteamericano de desarrollo, que actualmente es el dominante a escala mundial.
La quinta independencia surge precisamente de esta necesidad. Nos referimos a que los pueblos han de tener una estrategia global de desarrollo propio. Hablando en su artículo «Invenciones recientes», de mayo de 1884, sobre las quinientas patentes concedidas en un solo día –el 15 de abril– en los Estados Unidos, Martí comenta que:
«En América, pues, no hay más que repartir bien las tierras, educar a los indios donde los haya, abrir caminos por las comarcas fértiles, sembrar mucho en sus cercanías, sustituir la instrucción elemental literaria inútil, -y léase bien lo que decimos altamente: la instrucción elemental literaria inútil,- con la instrucción elemental científica, -y esperar a ver crecer los pueblos. Van a dar gozo, por lo desinteresados y brillantes. No nos apresuramos; y como que estamos seguros de estas glorias, no renegamos de nuestras tierras: ¿quién de su hijo reniega, porque le oye balbucear en la cartilla?: lo que no quiere decir que no le hierva al niño un Hamlet o un invento pasmoso en el cerebro, que a su tiempo y sazón saldrán a la tierra».
«Repartir bien las tierras» quiere decir impedir el latifundio terrateniente. «Educar a los indios» quiere decir, en el contexto de la obra martiana, asegurar su independencia práctica, su no dependencia para con los blancos. «Abrir caminos para las comarcas fértiles» quiere decir, entre otras cosas, racionalizar la producción agraria, hacer que el pueblo trabajador tenga acceso a la tierra fértil e impedir que ésta sea acaparada por la clase dominante. «Instrucción elemental científica» quiere decir poner los adelantos científicos a disposición del pueblo trabajador para aumente la productividad de la tierra. «No nos apresuramos» quiere decir que hay que planificar racionalmente el desarrollo productivo en vez de dejarlo en manos del egoísmo cegato de una minoría que sólo busca enriquecerse cuanto antes sin tener en cuenta los efectos negativos a medio y largo plazo. «No renegamos de nuestras tierras» quiere decir que ni se entregan a la propiedad privada ni al invasor imperialista. Luego, bien afincado el pueblo, la nación justa, en sus raíces profundas, empezarán a producirse los adelantos en otras áreas de la vida.
Por último, la sexta independencia no es otra que la expuesta en la siguiente cita, ya que si leemos con atención el texto «La América grande» de agosto de 1883, comprobamos que si bien Martí defiende en aquella época la importancia de la agricultura como único recurso económico, lo que en realidad está defendiendo es la independencia alimentaria de los pueblos como requisito elemental para su supervivencia e independencia, para no caer en la peor de las dependencias, la más esclavizadora, que no es otra que la sujeción paralizante por el hambre:
«Se entrevé la América grande; se sienten las voces alegres de los trabajadores; se nota un simultáneo movimiento, como si las cajas de nuevos tambores llamasen a magnífica batalla. Salen los barcos cargados de arados: vuelven cargados de trigo. Los que antes compraban tal fruto en mercados extranjeros, hoy envían a ellos el fruto sobrante (…) Pero el resultado primero de esa invasión magnífica de los arados, ha sido este: -el Uruguay importaba antes toda su harina de trigo de este país:- y ahora, produce en casa toda la que consume, y manda el sobrante afuera. El dinero que a otros pagaba, queda ahora en su bolsa, o le es pagado».
Una de las batallas decisivas para la humanidad que se van a librar en los próximos años, que en realidad se está librando desde siempre pero que se va a agudizar al extremo, es la que enfrenta de forma antagónica, por un lado a la clase burguesa mundial que quiere imponer su propiedad privada sobre las industrias básicas, alimentaria, sanitaria, energética, acuífera, etc., sobre la naturaleza en su conjunto, incluida la especie humana, en suma; y por otro lado, a la humanidad trabajadora, a los pueblos oprimidos, a las clases explotadas, a las mujeres, y a todos los sujetos colectivos e individuales dominados que quieren instaurar la propiedad pública, social, cooperativista, etc., de estos mismos recursos vitales. El agua y la comida, por este orden, y la salud después, han sido siempre en un mundo marcado por la dictadura de la necesidad y del insuficiente desarrollo de las fuerzas productivas, codiciados bienes objeto de lucha. Pero el capitalismo está llevando todo ello a su más alto nivel de antagonismo porque las dificultades crecientes a la acumulación ampliada de capital le obligan a buscar todos los recursos para privatizarlos y mercantilizarlos, y con ello a abrir nuevas ramas productivas con sus correspondientes mercados y consumidores, buscando con todo ello revertir durante un tiempo la caída tendencial de la tasa media de beneficios.
Además de estos recursos vitales, de entre los muchos ejemplos más a los que podemos recurrir, vamos a centrarnos en dos de ellos para confirmar la actualidad de las tesis de Martí. Uno es el de los nuevos mercados de los biocombustibles, que suponen riqueza, gula y comodidad para una mínima parte de la población mundial y pobreza, hambre y dureza para la mayoría inmensa. Otro es el de la bioindustria transgénica en su totalidad, una de cuyas partes fundamentales es la explotación capitalista del genoma humano, aunque se extiende a la esencia misma de la vida sobre este planeta Tierra. Frente a esta definitiva subsunción de la vida en sí misma en el capital, para llevar la crítica de Marx a su pleno sentido, la humanidad trabajadora sólo tiene como arma la independencia general, es decir, acabar con el capitalismo mediante el avance a la sociedad socialista como antesala del comunismo. Pero en este avance imprescindible, la independencia concreta de los pueblos con respecto al imperialismo, es un paso decisivo e ineludible si se quiere avanzar en ese objetivo. No hay otra alternativa. ¿O se aceptará que la comida, el agua, la tierra misma y sus recursos esenciales, la biodiversidad y la diversidad cultural, la vida en sí, todo esto sea privatizado por la burguesía y, luego, vuelto contra los pueblos y las clases?
La obra entera de José Martí sostiene la necesidad de que los pueblos oprimidos obtengan la independencia nacional para, entre otras cosas, ser ellos los propietarios de sí mismos e impedir que otros se apoderen de lo que no les pertenece, que lo que sólo pertenece al pueblo trabajador que las ha creado. Del mismo modo, Martí sostiene que los pueblos pequeños han de aliarse entre ellos para hacer frente a los grandes, a las serpientes. La suya no es una visión aislacionista y autárquica, sino que su independentismo se refuerza con un internacionalismo activo.
Frente a los proyectos que quiere imponernos el capitalismo, el pensamiento de Martí nos aporta una serie de pautas interpretativas que han sido confirmadas por los hechos acaecidos desde su muerte hasta ahora. Pocas veces ha ocurrido que, a excepción de los marxistas, hayan sido tan confirmadas por la historia las tesis básicas de su revolucionario que no pudo desarrollar del todo los contenidos socialistas y marxistas ya existentes en su interior. Una de ellas es la de José Martí.
Para Euskal Herria sus ideas son de una valía innegable pese a que existan tantas diferencias entre la Cuba insurgente de finales del siglo XIX y la Euskal Herria insurgente de comienzos del siglo XXI, sobre todo el hecho de que Cuba ya es independiente y se encamina al socialismo, mientras que Euskal Herria está oprimida, dividida y troceada entre dos potencias imperialistas. Ahora bien, siendo apreciables las diferencias, la identidad de fondo es decisiva e innegable, como hemos afirmado al comienzo de esta ponencia. Somos pueblos pequeños en comparación a los gigantes que nos oprimen. Nuestra identidad nacional, nuestra historia, nuestros respectivos complejos lingüístico-culturales, nuestros referentes simbólicos, etc., son muy diferentes a los Estados que nos asfixian en la actualidad. Nuestros pueblos han sufrido lo indecible a manos de las potencias atacantes para seguir manteniendo viva su identidad. El criminal cerco yanqui a Cuba es el responsable de sus dificultades, mientras que la dominación que sobre Euskal Herria ejercen los imperialismos español y francés, son los responsables de nuestros problemas. Además, si dentro de Cuba y sobre todo fuera, existen grupos de colaboracionistas con el imperialismo, gusanos, en Euskal Herria existen un bloque social liderado por la burguesía y por las fuerzas unionistas que colaboran activamente con los Estados ocupantes. Estas y otras identidades de fondo, que surgen todas ellas de la naturaleza explotadora del capitalismo mundial, exigen a los pueblos cubano y vasco una activa solidaridad internacionalista, militante y revolucionaria, y en esta bella y hermosa tarea, el pensamiento de José Martí es un soporte insustituible.