El 23 de marzo de 1942, Primo Levi bajó desde Balangero hasta Turín a toda prisa: su padre estaba muriendo. Cuando llegó a su casa, ya había muerto.
Como si fuera una siniestra premoniciòn, tres días después los primeros trenes con deportados llegaban al campo de exterminio de Auschwitz, adonde Levi llegaría también preso en febrero de 1944. En 1941, un año antes de la muerte de su padre, se ve en una fotografía de familia a Levi recorriendo en bicicleta los lagos alpinos, cuando ya se había iniciado la guerra. Se temían bombardeos, las leyes raciales de Mussolini imponían precaución y la policía fascista ya detenía a judíos extranjeros en Turín, pero él no podía imaginar que le esperaba el horror de Auschwitz. Primo Levi tenía tatuado en el brazo izquierdo el número 174517: estuvo casi un año internado en el campo de exterminio.
Muchos años después, en otra fotografía de septiembre de 1986, se ve a Primo Levi y Philip Roth hablando, reunidos en la habitación donde el escritor italiano había nacido, en ese mismo edificio turinés de Corso Re Umberto, 75, donde vivió toda su vida. Los dos escritores se habían conocido durante una gira de Levi en Inglaterra, en abril de ese año. En esa escena ambos hablan relajadamente y Levi, unos meses antes de morir, parece argumentar algo relevante al norteamericano. Ambos se despidieron llorando, y Roth tenía muy presente a Levi cuando escribió su Operación Shylock, publicada seis años después del suicidio del escritor italiano. Roth había relacionado a Levi con Sherwood Anderson por su común trabajo dirigiendo fábricas de pintura, y el turinés añadió al grupo a Italo Svevo, que también bregó con barnices y tinturas.
Tras el desgarro y la profunda herida de Auschwitz, Levi vivió prisionero de los recuerdos y de la ansiedad en muchas etapas de su vida y tuvo grandes decepciones: la primera, la escasa venta de su primer libro. Otra, el triunfo de la Democrazia Cristiana en las elecciones de 1948 arrebatando la victoria al Partido Comunista gracias a la manipulación y la campaña sucia de la CIA y el Vaticano. Entonces, Levi se dio cuenta cuenta de que Italia quedaba en manos de un partido corrupto, de mafiosos, de devotos católicos dispuestos a robar hasta la última lira del presupuesto. Levi era antifascista y un hombre moderado, socialista discreto aunque consideraba que Mao Zedong era «la persona más importante del siglo XX». Levi viajó a Alemania e Inglaterra, y también a Estados Unidos en 1985, y antes hizo varios viajes a la Unión Soviética, uno de ellos a Togliatti, donde en 1966, gracias a un acuerdo con la FIAT, se había abierto una fábrica para producir el modelo italiano 124 con algunas mejoras. También le conmovió, en 1968, durante su único viaje a Israel, la visión de los palestinos sin hogar en su propia tierra. La invasión del Líbano por el Tsahal lanzada por el presidente Begin y por Ariel Sharon fue duramente rechazada por Levi y le llevó a escribir una carta pública a Begin que firmaron muchos intelectuales judíos, desde Natalia Ginzburg hasta Rita Levi-Montalcini, condenando las colonias israelíes en los territorios palestinos, como hizo después con las matanzas de Sabra y Chatila. Hasta veinte años después, no se publicó en Israel un libro suyo, cuando ya había muerto.
El manuscrito de su primer libro, Si esto es un hombre, fue rechazado en 1947 por Cesare Pavese y Natalia Ginzburg, que oficiaban como lectores en Einaudi, y por otras editoriales italianas. Era un libro estremecedor, donde además del horror frío del nazismo es inevitable relacionarlo con Dostoievski y con el Conrad de El corazón de las tinieblas. Finalmente, un editor antifascista, Franco Antonicelli, lo publicó ese mismo año, aunque previamente un periódico comunista que imprimía varios miles de ejemplares, El amigo del pueblo, de la pequeña ciudad piamontesa de Vercelli, lo hizo público por entregas. Levi no podía imaginar entonces que, muchos años después, en 1975, una corresponsal suya, Hety Schmitt-Maas, entregaría el libro a Albert Speer, el arquitecto del Reich que vivía tranquilo en Heidelberg, pese a haber sido uno de los más importantes dirigentes nazis y un hombre muy cercano a Hitler.
Poco después de la aparición de su libro, Levi se casó con Lucia Morpurgo, y en mayo de 1948 Italo Calvino escribió una elogiosa reseña en l’Unità, el periódico del Partido Comunista Italiano. Después, ambos se convertirían en amigos, y la muerte de Calvino en 1985 lo afectó mucho. Levi siempre quiso ser escritor: aunque se ganó la vida como químico, en los años setenta era ya un reconocido autor, celebrado por todos. Aficionado al montañismo, tímido y apocado con las mujeres, con tendencia a la depresión, encontró en Lucia Morpurgo una mujer que lo quiso, y con quien tuvo dos hijos, Renzo y Lisa, y que lo mantuvo aferrado a la vida hasta el final.
Vástago de una familia de judíos sefarditas, con solo cinco años, al niño Primo lo apuntaron a los Figli della lupa, un movimiento del partido fascista, y después a Balilla donde enrolaban a los chicos hasta los catorce años. También lo hicieron miles de judíos, que se apuntaron al fascismo. En esos años, los judíos apoyan a Mussolini: el poeta de Cuneo, Arturo Foà, escribió entonces su Italia en movimiento exaltando al Duce, lo que no impediría su detención más de una década después, en febrero de 1944, ni la deportación a Auschwitz, como Levi. Foà no sobrevivió: murió en el campo de exterminio veintiún días después de su detención en Torino, según documentó Liliana Picciotto. Levi tuvo así una infancia envuelta en Giovinezza, con niños de la escuela que se reían por su condición de judío. Con trece años hizo su Bar Mitzvah, en 1932, cantando del Libro de Isaías. Para la comunidad israelita ya era un hombre: llevaba dos años acudiendo a la escuela hebraica de Turín para instruirse en el judaísmo. Pero tras esos años, se inició la persecución a los judíos, con la monarquía saboyana convertida en cómplice del fascismo. En Turín, el escritor Pitigrilli (Dino Serge), infiltrado en los círculos antifascistas, dio información a la policía de Mussolini que sirvió para detener, en mayo de 1935, a más de doscientas personas en la ciudad, entre ellas Cesare Pavese y Carlo Levi. Pocos meses después, el régimen nazi aprobó las Leyes de Núremberg.
Mussolini fascinaba a los italianos con la campaña de Etiopía, mientras el joven Levi memorizaba obligatoriamente la Divina Comedia, llenando su cabeza de cultura clásica (que le ayudaría a escribir el capítulo «El canto de Ulises» de su primer libro, donde recuerda al deportado Jean Samuel), con el país debatiéndose entre Gentile y Croce. Levi rechazaba la desconfianza de Croce ante la ciencia, y con dieciocho años inició sus estudios de química en la universidad de Turín, y se reúne en el Grupo universitario fascista, que dispone de un club para estudiantes. Pese a todo, son unos años felices, de estudio, de amistad; se relaciona con otros judíos, aunque no da relevancia a esa circunstancia: hace amistad con Luciana Nissim, estudiante de medicina y partidaria del fascismo, y con Vanda Maestro, alumna de química. Las dos serían deportadas a Auschwitz, con Levi, en 1944. Levi traba amistad también con Clara Moschino, a quien retratará en la Rita de El sistema periódico. Pero, seis años antes, en 1938, muchos judíos italianos seguían siendo fascistas (Iam Thomson calcula que una tercera parte de los judíos italianos adultos pertenecía al partido de Mussolini: unas diez mil personas) pese a que ese mismo año se activa una campaña contra los judíos en la prensa y la radio italianas.
Ese mismo año de 1938, un nutrido grupo de científicos fascistas publica un Manifiesto dando cuenta de la existencia de la «raza italiana», donde estaban excluidos los hebreos, y el régimen inicia la elaboración de un censo de judíos italianos; después los excluye de universidades y escuelas y los profesores judíos son expulsados. Es un momento difícil. Pueden echar a Levi del Instituto de Química, pero consigue eludir la expulsión. En noviembre, estalla en Alemania la Kristallnacht, yel padre de Levi,Cesare, es expulsado del Partido fascista. Levi mantiene ya una clara aversión hacia el fascismo. En Turín, se abre un registro para los italianos que no son «arios»: quien no se apuntaba, arriesgaba la cárcel.
Mussolini ya había participado en la guerra civil española, conflicto que a Levi le quedaba muy lejos entonces. En abril de 1939, el Duce invade Albania seis días después de la entrada de Franco en Madrid, y en septiembre Hitler entra en Polonia. Mussolini esperó hasta junio de 1940 para declarar la guerra a Francia e Inglaterra. 1940 llegó con Levi en las Dolomitas, y en la escuela judía de Turín escucha después a Theodor Herzl, el iniciador del sionismo y de la idea de una nación judía que, en ese momento, le interesaba, aunque de forma intelectual, sin considerar en absoluto la posibilidad de establecerse en Palestina. El 12 de junio de 1940, Italia llevaba dos días en guerra, y los británicos bombardearon Turín causando una matanza, y Levi pasa el verano refugiándose en sótanos cada vez que caen las bombas. Ese verano termina con una larga excursión de Levi en bicicleta, de casi mil kilómetros por el norte de Italia, que recorre con su amigo Alberto Salmoni.
La guerra lo cambia todo. Turín vive esos meses entre sacos de arena para limitar el efecto de los bombardeos, y las dificultades aumentan: algunos habitantes empiezan a comer ratas. A finales de 1941, Levi entra a trabajar como químico, con apellido falso para evitar las leyes contra los judíos, en una mina de asbesto del Piamonte. En marzo de 1942 su padre agoniza en la casa del 75 de Corso Re Umberto, y en junio Levi obtiene la más alta calificación en la licenciatura de química: en su diploma, los funcionarios estamparán «Miembro de la raza judía». Dos meses después, Levi hacía trabajos forzosos impuestos por el gobierno fascista en las calles de Turín: todos los judíos estaban obligados a ello, aunque el régimen fascista intenta ocultar la realidad. Curzio Malaparte, corresponsal del Corriere della Sera en la Unión Soviética, había visto el ghetto de Varsovia ese invierno, pero el periódico no publicaba noticias sobre las matanzas de judíos. En julio, Levi empieza a trabajar en una empresa farmacéutica de Milán, y soportará los bombardeos británicos y estadounidenses que causaron casi dos mil muertos y la destrucción de la tercera parte de los edificios de la ciudad, con daños en el Duomo y en la Scala. En Turín, también bombardean la ciudad centenares de aviones: el 19 de julio de 1943, los escuadrones norteamericanos arrasan la ciudad, causando una matanza de centenares de personas, y ese mismo año estallan huelgas en el norte de Italia. Levi hace tareas de correo con propaganda clandestina, pero no considera la posibilidad de unirse a la resistencia: en septiembre viaja al valle de Aosta, cuando los alemanes están ocupando el norte de Italia. El general Badoglio, que había firmado el armisticio, seguía siendo primer ministro.
Escondido con su madre y su hermana en un balneario, St Vincent, en el valle de Aosta, y más tarde en el refugio de Amay, en Colle di Joux, Levi se une a la resistencia en octubre de 1943, pero su grupo ligado al Partito d’Azione apenas tiene actividad. Infiltrados en la resistencia dan cuenta de los refugios donde se esconden y el 13 de diciembre varias decenas de fascistas llegan con sigilo al albergue de Amay. Detienen a Levi y a tres personas más alojadas allí, y los llevan en un camión a Aosta. Reconocer que era un partisano podía llevarle al paredón, por lo que Levi opta por declararse judío; es enviado al campo de Fossoli, lleno de hebreos italianos, que estaba dirigido por un corrupto y amable comisario napolitano.
El 22 de febrero de 1944, 650 judíos de Fossoli son llevados a punta de metralleta a la estación de Carpi y hacinados en doce vagones de ganado; uno de ellos tenía un pequeño letrero donde estaba escrito el destino del tren a un desconocido lugar. Tras cinco días de viaje en condiciones inhumanas, en la noche del 26 de febrero el tren se detuvo en Auschwitz. Las unidades de la calavera de las SS aporrearon las puertas de los vagones, con los perros atemorizando a los deportados y los focos y los gritos de los soldados creando una atmósfera de horror, mientras separaban a golpes a hombres, mujeres y niños, insultando a los presos, burlándose de ellos, crueldad que relató una amiga de Levi, Luciana Nissim, que tras la guerra publicó su desolador Memorias de la casa de los muertos, el primer libro italiano que, en 1946, dio cuenta del infierno de Auschwitz.
Llevaron a Levi y los hombres al campo, los raparon completamente y les dieron unos uniformes de rayas de deportados, con la estrella de David, que tenían que atarse con una cuerda; después les tatuaron el número en el brazo: ya no tenían nada, eran esclavos del Reich. La mayoría de los deportados del tren murieron durante su primera semana en el campo de exterminio. Levi estuvo en el que se hallaba junto a la fábrica de Monowitz. Como si Auschwitz mostrase el sosiego del mundo, mientras los prisioneros desfilaban en formación una pequeña orquesta tocaba Rosamunde, una polka que había compuesto el músico checo Jaromír Vejvoda y que sonaba en todos los bailes de Europa e interpretaban incluso Billie Holiday y los músicos de la banda de Glenn Miller.
Levi tuvo que sobrellevar la repulsión que sentía por los musulmanes, los más desgraciados del campo, cadáveres vivientes, la actividad de los hornos crematorios, que funcionaban día y noche. Estuvo en la enfermería del campo, en un comando que trasladaba productos químicos, y en otro de albañilería, soportando el duro maltrato de las SS. La ayuda de un albañil italiano, Lorenzo Perrone, que le proporcionaba platos de sopa y enviaba cartas a la familia de Primo, fue providencial. Perrone había ido a Auschwitz contratado por la empresa italiana Boetti: no era un prisionero. Levi estaba convencido de que le debía la vida y nunca lo olvidó: puso a su hija el nombre de Lisa Lorenza, y a su hijo el de Renzo. Después, Levi ayudó a Perrone en la posguerra y le buscó el hospital donde murió en 1952: es recordado por su nombre en su libro de Auschwitz y en otros relatos, a diferencia de lo que Levi hizo con el químico alemán de la BASF, Ferdinand Meyer, que le había dado un par de zapatos y con quien se escribiría más de veinte años después del final de la guerra, y con el joven Paul Steinberg, un judío berlinés que convirtió en el astuto estafador Henri de Si esto es un hombre. Cincuenta años después, Steinbergescribiría poco antes de morir sus recuerdos de Auschwitz, Crónicas del mundo oscuro.
Para borrar las huellas del crimen, a finales de octubre de 1944 los nazis empezaron a destruir documentos y a derribar los hornos crematorios de Birkenau: el Ejército Rojo se aproximaba cada vez más. Pocos días después, Levi fue seleccionado para trabajar en un laboratorio del campo, donde pudo comer algodón hidrófilo y robar algunos materiales para vender en el mercado negro de Auschwitz mientras realizaba pequeños sabotajes: allí empezó a pensar entonces las páginas de Si esto es un hombre. En ese enero helado de 1945, Levi cogió la escarlatina y con menos de cuarenta kilos de peso parecía a punto de morir. Cuando los nazis abandonaron el campo de exterminio huyendo ante el avance soviético, el caos de su dominio durante las últimas semanas siguió imperando. Los presos fueron obligados a marchar por la nieve en las marchas de la muerte, y muchos murieron de un balazo porque no podían caminar o fueron masacrados por los lanzallamas nazis. Levi consiguió zapatos de los cadáveres de prisioneros ejecutados, y después de la guerra recordaría la víspera de la liberación: «Yacíamos en un mundo de muertos y de larvas.» Y un sábado, llegaron a caballo jinetes que llevaban una estrella soviética en la gorra. La guerra seguía en los frentes, pero Auschwitz había sido liberado.
Levi ingresó en un hospital soviético, y en marzo lo llevaron a Katowice, y después fue andando hasta Cracovia, y de nuevo a Katowice donde pasó meses en un campo soviético que acogía a los refugiados en medio del caos de Polonia. A finales de junio de 1945, en un tren militar soviético, Levi partió hacia Odessa, pero el convoy se detuvo doscientos kilómetros antes de llegar. Después, arribó a Minsk, y al campo de Starye Dorogi, donde estuvo dos meses. El 15 de septiembre inició el retorno a casa: el 6 de octubre llegó a Budapest, y el 8 a Viena, destruida por los bombardeos angloamericanos. Una semana después estaba en Múnich, y el 17 en Verona. Por fin, el 19 de octubre llegó a Turín, vestido con un uniforme del Ejército Rojo. Empezaría entonces a preguntarse por qué él se había salvado y los otros deportados no, algo que torturaría siempre a quienes pudieron salvarse del infierno nazi. En los dos años siguientes a su retorno escribió Si esto es un hombre.
Muchos años después, escribiría La tregua, y anunció que ya no volvería a trabajar sobre los campos de exterminio nazis; se dedicaría a asuntos de química: así surgió El sistema periódico, aunque su trabajo profesional en la fábrica había dejado de satisfacerle. El libro, aunque se vendió bien en Italia, fue rechazado por unas treinta editoriales británicas y más de veinte en Estados Unidos, donde después tendría un éxito abrumador. Ya era un autor reconocido en su país, celebrado, y traducido a otras lenguas, pero en los años sesenta empezó a padecer frecuentes depresiones. El 11 de abril de 1965 volvió a Auschwitz, invitado por el gobierno comunista polaco. Levi fue a conmemorar el vigésimo aniversario de la liberación por el Ejército Rojo del campo de exterminio. Acudieron más de cuarenta mil personas, paseó entre los cobertizos sin sentir angustia y llegó al lugar donde estuvo prisionero, Buna-Monowitz (o Auschwitz III): los barracones habían desaparecido, pero quedaba la planta para caucho sintético de la I. G. Farben donde trabajaban los esclavos del Tercer Reich. Volvió al campo de exterminio en junio de 1982.
En la precaria novela de desastrado título Si ahora no ¿cuándo?, publicada pocos años antes de su muerte, Levi imagina a los partisanos judíos (e incluso a sí mismo en el personaje del relojero Mendel, que tiene algunos rasgos suyos) en los caminos de la retaguardia durante la Segunda Guerra Mundial. Poco antes de su suicidio, Levi se sumergió en el espanto de la escritura de Los hundidos y los salvados, que publicó en 1986, para intentar comprender la naturaleza humana y el peso que seguía agobiando a quienes sobrevivieron, indagando en el sombrío mundo de los prisioneros que colaboraron con los nazis en los campos de exterminio.
Algunos afirman que Levi estaba cansado de la vida, deprimido, en el momento de su suicidio. Su abuelo Michele también se arrojó por la ventana en Turín, suicidándose en 1888. De hecho, Levi siempre había padecido depresiones, más o menos graves, y ansiedad en momentos tensos, como en los procesos a que fue sometido por envenenamientos de trabajadores en la fábrica donde él era responsable, o por la grave crisis política italiana con el «asunto Moro», y sufría un vacío existencial cuando terminaba cada uno de sus libros. Woody Allen hizo, en Delitos y faltas, que el filósofo Louis Levi se suicidase como el escritor turinés, en un discreto homenaje.
Levi hizo más de veinte viajes a Alemania. En julio de 1954 (cuando solo había ido dos veces, una a la República Federal, en 1953; la otra a la República Democrática, en abril de 1954, para el aniversario de la liberación de Buchenwald, en la vieja Weimar), acudió de nuevo a Alemania. Muchos nazis seguían con normalidad sus vidas, en las empresas, en los ministerios, en la judicatura, en el ejército: Estados Unidos y el gobierno de Bonn habían integrado a todos los nazis en los nuevos organismos de la República Federal. Levi fue a comprar productos químicos a la compañía Bayer, la empresa de la I. G. Farben que participó en el programa nazi y se aprovechó de la esclavitud de decenas de miles de deportados. En la sede de Bayer en Leverkusen, junto a Colonia, uno de los ejecutivos de la empresa le dijo a Levi que era raro que un italiano hablase alemán. Primo contestó: «Me llamo Levi; soy judío, y aprendí su lengua en Auschwitz.»
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