Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
El mundo antiguo tiene mucho que enseñarnos. Una de las lecciones clave es que la migración masiva -motivada por la guerra, el colapso social, y/o la extrema pobreza- es capaz de destruir incluso el más poderoso de los imperios.
En su apogeo, el imperio romano era grande y poderoso y funcionaba con base en la máxima: Roma locuta est. Causa finita est (Roma ha hablado. La causa ha terminado).
Los nombres de sus figuras más poderosas son tan familiares para nosotros como las nuestras actuales -Pompeyo, César, Augusto, Nerón, Adriano, Vespasiano, Constantino- hombres cuyo dominio sobre el mundo antiguo era tan preponderante que la única amenaza que enfrentaron vino desde dentro de la misma Roma. De hecho, habría sido una apropiada definición de la locura afirmar que un imperio que se extiende desde la península italiana, atraviesa todo el camino de Europa occidental y hacia abajo en el norte de África y Oriente Medio, custodiado por legiones cuya sola presencia en el campo de batalla inducía al terror a cualquier ejército que fuera lo suficientemente imprudente como para desafiar su mandato.
Aún así, en el año 476 de nuestra era, lo que era entonces conocido como el Imperio Romano de Occidente llegó a su fin después de un siglo de sucesivas invasiones bárbaras que, finalmente, tuvieron éxito en poner a Roma de rodillas. Los símbolos de su poder -en forma de inversiones del emperador imperial, sus diademas y su capa púrpura- fueron enviados a Constantinopla, la sede del poder de la mitad oriental del imperio, bajando el telón de sus 1.000 años de historia. Era la prueba de que ningún imperio, independientemente de su poder económico y militar, dura siempre.
Se percibió la desaparición de Roma mucho tiempo antes. Las contradicciones de un imperio funcionan sobre la base de la esclavitud, el tributo y el saqueo, que eran tan grandes que era inevitable que se convirtiera en insalvable a lo largo del tiempo. Bajo el gobierno de Roma, millones de personas vivían en la pobreza y la miseria, sustentando a una élite cuya riqueza y ostentación eran obscenas y cada vez más insostenibles.
Cualquier sistema económico que funciona sobre la base de la coerción, la dominación y la máxima explotación, da lugar a la resistencia. Esto a su vez conduce a más fuerza, más poder militar, teniendo que ser desplegados para mantener el statu quo. Sin embargo, esto sólo puede tener éxito en fomentar aún más la resistencia y con ella la desestabilización, que a su vez actúa como un catalizador para el movimiento de masas de personas que buscan refugio del caos resultante.
En definitiva, esto es lo que provocó la caída del Imperio Romano. Por otra parte, se trata de un proceso cuyas primeras etapas son evidentes hoy con la creciente crisis de migración que está empezando a hacer mella en los cimientos de la hegemonía occidental.
Tanto en Europa como en Estados Unidos el tema de la migración ya ha logrado producir una sensación de pánico dentro de los gobiernos y la clase política, al punto de que las formaciones políticas, los partidos y movimientos han traído a primer plano la situación en respuesta directa a los acontecimientos.
En los EE.UU. el magnate multimillonario Donald Trump es muy popular en las encuestas como el más probable ganador en la nominación republicana para las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2016. Se ha comprometido a construir un muro «mayor que la Muralla China», en la frontera entre Estados Unidos y México, si es elegido presidente, citando a la «inmigración ilegal» como el tema más importante que enfrenta Estados Unidos hoy.
Se podría pensar que el lenguaje que ha empleado tan liberalmente para deshumanizar a los migrantes del sur de la frontera -describiéndolos como violadores, criminales, asesinos, etc.- sería tan desagradable y ofensivo como para que sus posibilidades de ganar la nominación a cualquier cargo político, y mucho menos para presidente, se habrían terminado mucho antes. Por el contrario, con cada discurso y entrevista que da Trump, trepa más arriba que los demás candidatos, dejando a muchos rascándose la cabeza con incredulidad.
En Europa, por su parte, la migración de África y el Medio Oriente se ha traducido asimismo en una respuesta cada vez más irracional y beligerante por parte de las principales corrientes políticas. Gran Bretaña acaba de anunciar un acuerdo con Francia sobre el tema de los migrantes en Calais, personas atrapadas en campamentos improvisados en un limbo desde donde arriesgan regularmente sus vidas tratando de cruzar el Canal, en la parte trasera de camiones o incluso, en un caso, tratando de llegar al otro lado del túnel del Canal a pie.
Su desesperación por llegar a Europa no es de extrañar dado el caos del cual han salido. Siria, Libia, Eritrea, Somalia, Afganistán, Irak, y con cada año que pasa, más países en África en el Oriente Medio caen en el caos, en la carnicería y la desestabilización.
Las personas que huyen de estas condiciones son víctimas de una economía global en crisis, dejando al descubierto el hecho incontrovertible de que el desarrollo y la enorme riqueza del hemisferio norte se basan en el subdesarrollo y la pobreza agobiante del hemisferio sur. Todos los conflictos aparentemente inconexos de la crisis que estamos viviendo están conectados a este hecho indiscutible.
Como era de esperar, las clases políticas sentadas en la cima de esta realidad insostenible están en la negación y rechazan aceptar por un solo momento su rol de autores y arquitectos de un mundo que se arrastra cada más cerca del abismo. Es un trastorno congénito que comparten con sus antecesores romanos. Igual que ellos están unidos cada vez más para el despliegue de la fuerza y el poder duro para hacer frente a los síntomas de la desigualdad y la injusticia en las que se basa el sistema económico y político mundial. Al hacerlo continúan profundizando el problema en lugar de aliviarlo.
Como nos recuerda el filósofo romano Séneca: «Para la codicia, toda la naturaleza es demasiado poco».
Donald Trump no es Séneca. Es, en cambio, un monstruo creado por el sistema de la codicia y el individualismo desenfrenado que, si no se controla, conduce inexorablemente a su propia desaparición.
Las escenas de la humanidad desesperada que estamos presenciando en el puerto del canal de Calais y en Macedonia son el producto de un mundo para el cual la codicia y el poder están bien. No puede durar sobre esta base. Más aún, no lo merece.
John Wight es el autor de un libro de memorias de Hollywood políticamente incorrecto e irreverente – Dreams That Die – publicado por Zero Books. También ha escrito cinco novelas, que están disponibles como libros electrónicos. Lo puedes seguir en Twitter en @JohnWight1
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/08/28/learning-about-the-migration-crisis-from-ancient-rome/