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A propósito del proceso de Bouygues*

Apunte sobre el concepto de sabotaje

Fuentes: Pajol.eu

Traducido para Rebelión por Caty R.

«El término ‘sabotaje’, ignorado durante mucho tiempo, y que ahora conoce un éxito sorprendente, tiene significados muy variados. No significa necesariamente la acción de destruir (en cuyo caso caería bajo el Código Penal), sino cualquier acto que consiste en volver improductivo el trabajo, bien por negligencia, por ralentización o por la meticulosa observación de los reglamentos (como la huelga de trenes en Italia), y que tiene como resultado que el servicio se vuelva imposible. Bajo estas formas diversas el sabotaje, obviamente, escapa de toda represión».

Esas líneas, tomadas del Curso de Economía Política de Charles Gide (II, 351), señalan claramente la pluralidad de significados de la palabra sabotaje y la imposibilidad de identificar el concepto con una acción violenta de destrucción. En realidad, cualquiera que consulte un diccionario de la lengua francesa del siglo XIX se verá sorprendido por no encontrar esta idea entre las diversas acepciones del término que incluyen, entre otras, la acción de fabricar zapatas, la de asegurar las láminas con zapatas o la de fijar los cojinetes a las traviesas de las vías. El Diccionario de Littré data en 1938 la aparición de una nueva acepción: la noción de hacer mal el trabajo. Lo que quiere decir, por ejemplo, que las prácticas destructivas que llevaron a cabo los «luditas» ingleses que se oponían a la introducción de las máquinas no se califican como sabotaje. Y los sindicalistas revolucionarios que lanzaron en Francia a finales del siglo XIX las prácticas de lucha obrera importadas de Inglaterra en absoluto ponían en primer lugar los objetivos de destrucción material. Emile Pouget lo señala en su célebre folleto de 1987 sobre el sabotaje. El sabotaje consiste, en primer lugar, en oponerse a la patronal según su propia lógica: puesto que el patrón considera el trabajo como una simple mercancía intercambiable por otras por un precio, los trabajadores deben tomar ese principio al pie de la letra y proporcionar un trabajo equivalente al precio recibido, así pues, un mal trabajo por una mala paga.

La aplicación de este principio puede tomar diversas formas, incluidas las del deterioro. Pero estas formas no tienen nada que ver con las prácticas violentas contra las personas que llevaban a cabo en aquella época los anarquistas con sus atentados. Precisamente los trabajadores anarquistas que militaban en los sindicatos oponían a esas prácticas individuales las prácticas colectivas de la lucha de clases. La ampliación del sentido del término sabotaje está determinada por esto.

Si la identificamos, en primer lugar, con un principio de respuesta económica a una dominación económica, la palabra viene a calificar a toda acción dirigida a obstaculizar la actuación de aquél contra quien luchamos. Lo que significa que el componente simbólico del golpe que se da al adversario es más importante que el daño que se provoca en sus bienes. Lo que se sabotea es un poder, una autoridad, una imagen. La idea implica que la empresa contra la que se lucha es, por sí misma, una pieza de un sistema de explotación económica del trabajo, de opresión política sobre los individuos y de sometimiento ideológico de los espíritus. Se comprende fácilmente que la noción se emplee con toda naturalidad con respecto a una empresa de construcción que construye por cuenta del Estado los centros de retención destinados a quienes vienen a un país a pedir el trabajo, vende servicios telefónicos y posee una televisión cuyos vínculos con el poder político son evidentes. Es significativo, para cualquiera que piense sobre la campaña de «sabotaje» de Bouygues, constatar que dicha campaña no se lanzó contra una empresa de construcción corriente, sino contra un imperio económico que es inseparable de un imperio político e ideológico. Por eso la propia noción de sabotaje debe recibir su sentido más amplio de lucha contra un orden dominante que se ejerce también por vías más inmateriales.

También es significativo que ciertas empresas pretendan aniquilar las críticas de las que son objeto negando su carácter simbólico y las lleven a actuaciones cualificadas penalmente. La retórica de aquéllos que se oponen al orden dominante siempre ha apelado, y siempre apelará, a nociones como la destrucción, el sabotaje u otras. La vida pública y el debate de las ideas viven de la utilización de esas nociones que sobrepasan las calificaciones jurídicas. Perecerán si se impone la práctica que consiste en transformar las palabras y las fórmulas de la lucha política, económica e ideológica en incitaciones al crimen y a la delincuencia. La historia reciente, con la utilización de las nociones de sabotaje o terrorismo, por ejemplo, muestra una desviación en ese sentido, una tendencia a criminalizar el lenguaje de la lucha política, social o ideológica radical que no puede dejar de inquietar tanto al ciudadano como al filósofo o al historiador. Para que el debate democrático viva debe seguir existiendo la posibilidad de llamar a la «destrucción» del aparato del Estado o al «sabotaje» de un poder económico sin que nos metan en la categoría de los incendiarios y terroristas.

Nota de la traductora:

* En diciembre de 2004 apareció un texto que denunciaba la participación de la empresa Bouygues en la construcción de centros de retención de inmigrantes y llamaba al lanzamiento de un movimiento de sabotaje contra dicha empresa en el marco de la campaña contra las retenciones que se desplegó de noviembre de 2004 a abril de 2009 y se publicó en las webs CNT, indymedia, pajol y réseau anti-pub.

En enero de 2005 la sociedad Bouygues presentó una demanda contra la publicación de dicho texto.

No solamente se persigue a los que luchan por la clausura de los centros de retención sino que, cinco años después, la campaña contra las retenciones, el escándalo de los centros y de las expulsiones se ha extendido.

Actualmente, después de cinco años de instrucción, cuatro personas, entre ellas los administradores de las webs indymedia, pajol y réseau anti-pub, tienen que comparecer ante un tribunal por haber cometido el delito de «provocación directa, seguida de efecto, para la destrucción, degradación y deterioro peligrosos para las personas».

Jacques Rancière es profesor emérito del Departamento de Filosofía de la Universidad París VIII.

Fuente: http://pajol.eu.org/article1040.html