Agradecimientos: A mi compañera, fuente de energía inagotable; inocente, al menos, de las implicancias prácticas del presente trabajo, aunque no así de sus líneas fundamentales de razonamiento. A Gonzalo Abella, maestro, historiador y revolucionario consecuente iluminador de oscuridades y desfacedor de entuertos. A Karl, viejo bandido y a Vladimir, viejo zorro; con sus permisos no manifiestos.
Un espectro se cierne sobre América…
«Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente. Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar .»
(Párrafo de cierre del Manifiesto Comunista de Marx y Engels)
A modo de preámbulo y enunciación sinóptica de la presente tesis
Los padres fundadores del movimiento comunista internacional, en el siglo XIX, contaban con una cultura enciclopédica, una inteligencia rayana en lo genial, un tesón pocas veces superado por los intelectuales y un posicionamiento de clase inconmovible e inamovible. En ese marco realizaron proezas teóricas y prácticas que hasta el presente nos iluminan y nos interpelan. Desde ellos, por ellos y por los proletarios y pueblos del mundo es que aportamos, y apostamos, este ramillete de ideas, dudas, preguntas y también, por qué no, algunas escasas certezas. Por tanto el presente trabajo, modesto y a vuelapluma, busca principalmente, aunque no tan sólo, repensar la teoría a la luz de los procesos acaecidos en el lapso de 1848 a 2006 en sus aristas más salientes y significativas. Éstas aportan -más allá de la miopía que produce la pasión, la mezquindad y la insuficiencia analítica (aisladas o combinadas), claves a desarrollar, ya no con la conceptuosa paciencia y metodología del anátomo patólogo que clasifica sin más objeto que la catalogación de la certidumbre rutinaria de lo sucedido, lo pasado, lo muerto, sino, -desde la optimista visión del artista, el loco o el revolucionario- en la dirección imprescindible de un amanecer mundial, colectivo e irreversible.
Desde lo teórico y lo concreto, las ideas rectoras de esta ponencia apuntan a retomar el que creemos «hilo conductor» del pensamiento de Marx y Engels, el cual creemos que, en rigor conceptual deberíamos denominar materialismo dialéctico en virtud de que extirpa -a la vez- a priori cualquier pretensión sesgada y permite hacer hincapié en lo sustantivo del «cuerpo» conceptual y metodológico. Este hilo conductor, desde la economía, la filosofía y la política, buscaba y busca (unísonamente) afirmar y negar; comprender lo dado para subvertirlo; aceptar los hechos para criticarlos. El materialismo dialéctico es un arma vigente en el siglo XXI, tanto a la luz de la caída del «socialismo real» como enfrentado a la vorágine tecnológica y científica; permeable a la adquisición de nuevos datos de la realidad en todas las áreas pero indemne, al fin, a sus implicancias. Ni los procesos económicos en la etapa imperialista analizada por Lenin, ni la actual etapa imperialista-mundializadora apoyada en el aparato jurídico-coercitivo mundial ni la posmodernidad vacua y relativista a ultranza en el campo de la filosofía han herrumbrado el corpus teórico materialista dialéctico. La ciencia y la tecnología han avanzado en campos inimaginables; la cuántica y la nanotecnología campean en un mundo que parece inabarcable y ajeno y, sin embargo, en el fondo y trasfondo de esa trama invisible, el núcleo duro del pensamiento plasmado en el «Manifiesto» permanece indemne, acusador, inquisidor y adolescente; pronto a madurar en la conciencia de los pueblos que, una vez más, demuestran en los hechos que la historia siempre comienza. En ella estamos, desde ella teorizamos y a ella y por ella vamos.
¿»Globalización» o mundialización? Tráfico de paradigmas
La clase dominante desde su poder económico y, fundamentalmente, desde la superestructura, maneja un conjunto de resortes operativos que, en el desarrollo de los procesos le ha permitido lograr, de manera articulada, prevalecer incluso en el terreno de lo ideológico. Esto se demuestra en el hecho incontestable que, casi a escala planetaria, los sectores objetivamente explotados y expoliados por el sistema carecen de paradigmas propios y, de manera alarmante, asumen como suyos los elaborados concientemente y con finalidad evidente de dominación por la intelectualidad funcional al capital y el imperio mundial. Estas nuevas cuentas de colores ofician entonces como primer barrera cultural de defensa proactiva del status quo.
Este status quo -que no es nunca una congelación del desarrollo de los procesos sino una constante adaptación a nuevas condiciones en donde lo único y fundamental que permanece incambiado son las relaciones de producción- con astucia e inteligencia innegables, toma para sí cuestiones caras al campo popular que en su momento significaron verdaderas conquistas obtenidas con sangre por los sectores combativos. Una vez superadas determinadas condiciones donde la lucha de clases observa agudizaciones crecientes, el sistema se apropia de lo que hasta ese momento era revulsivo y tomándolo lo neutraliza, le quita el verdadero sentido subversivo y lo ofrece (como «nuevo» paradigma devaluado) a la clase que dio todo por esa nueva calidad en las relaciones sociales en un contexto histórico determinado. Así la democracia, el voto, la representatividad, la organización sindical, los derechos humanos, las reivindicaciones económicas, sociales y políticas son siempre manejadas con esa capacidad de amortiguación y freno. Para la burguesía todos los derechos son sagrados y deben garantizarse siempre y cuando su supremacía (la de la clase dominante) no se vea afectada. De tal suerte, toda una cadena de reclamos populares que, en diversos momentos se arrancaron por la fuerza en determinado marco concreto, terminan siendo una panacea que a la clase dominante le significa una ínfima pérdida en comparación con su máxima ganancia: la preservación del sistema de relaciones económico-sociales de explotación; «París bien vale una misa» se ha dicho y bien vale entonces otorgar unas libertades que apaguen el fuego de los irredentos o, al menos, lo calme hasta nuevos estallidos que poner en juego «al rey», o sea la propiedad de los medios de producción. Históricamente, salvo excepciones de importancia singular, la lucha de clases ha observado dos tipos de contiendas radicales, unas que han logrado arrancar a las clases poderosas aspectos parciales y conquistas concretas en diferentes planos y otras que han logrado arrancarle el poder y transformar las sociedades en un giro de ciento ochenta grados. Sucede que muchas veces en las primeras de las condiciones, es decir en el terreno de las reformas y no en el de las revoluciones, la nueva correlación surgida luego de conquistadas ciertas cuestiones de importancia para el campo popular y la situación de reflujo de la lucha permiten que la burguesía se recomponga y no siempre sucede lo mismo en el campo que nos interesa pararnos desde estos análisis. Hemos visto en las últimas décadas, y vemos hoy, a amplios sectores populares llevar el ascenso de la lucha a situaciones de aparente «ruptura» reivindicando aspectos estrictamente imbricados con la democracia burguesa representativa, defendiendo el sistema, privilegiando el marco jurídico y legal y haciendo suyos paradigmas que en otras etapas históricas eran reivindicaciones radicales y cuasi revolucionarias pero que, en la nueva coyuntura, son solamente interés vital de las oligarquías, burguesías y pequeño-burguesías en ascenso jugadas a la preservación del sistema. En nuestro continente hemos observado recientemente, verdaderos alzamientos populares en distintos países, quizá el más significativo en Argentina a comienzos del milenio con consignas de escaso o nulo contenido de clase, como el famoso «que se vayan todos» que, en unas acciones de carácter táctico y eminentemente «activistas» y no articuladas desde los conceptos clásicos de la estrategia y la acción partidaria revolucionaria organizada, logró corromper el sustento de gobernabilidad (junto con la propia impericia y niveles de corrupción mayúsculos de dichos gobiernos) de varios presidentes en pocas semanas. Estas luchas populares se dieron de manera sostenida, frontal y valiente; hubo muertos, heridos, presos y reprimidos en la vereda del pueblo y, en última instancia, el paradigma sobre el cual se apoyaban estas movilizaciones y luchas era (concientemente o no) el de la democracia representativa burguesa. Cayeron los gobiernos, se mantuvo el régimen y el sistema jamás estuvo en riesgo. Las clases dominantes salen fortalecidas en el nuevo marco de descompresión social y política y «dejan» a nuevos funcionarios «funcionales» la tarea de gobernar en un marco de hipnosis colectiva, de frustración y de descontento. Escasa organicidad surge de este tipo de combates y no se educa a las masas en ideas revolucionarias. Muchas veces líderes sociales y políticos de estos movimientos populares administran la «presión» del descontento de masas y lo encaminan tacticistamente en función ya no de los intereses de los procesos sino en el sentido de las necesidades pasajeras, coyunturales y muchas veces mezquinas y de proyección de ciertos aparatos e individuos. Bolivia y la guerra del agua, la caída del gobierno, el papel jugado por algunos dirigentes y la apuesta al paradigma democrático representativo otra vez prevalece. Hoy Bolivia se encuentra en un proceso donde deben tomarse definiciones en aspectos que hacen a la esencia del sistema y de las relaciones de clases. Hasta ahora, y fundamentalmente con la cuestión de los hidrocarburos, todo indica que la situación es de inercia a favor del sistema.
Afirmamos que carecemos de paradigmas, que cuando en el marco de ascenso de la lucha de clases se logra un estandarte conceptual que signe la tarea del pueblo esta lucha es, casi siempre, menos visible pero más efectiva; los procesos más lentos pero, en ese marco de luchas prolongadas, la posibilidad de escapar a la hipnosis es mayor si conservamos ese paradigma propio de la clase explotada y expoliada. Ese paradigma debe ser el socialismo, la abolición de la explotación del hombre por el hombre, la revolución.
Hace ya casi dos décadas que se ha filtrado en el campo popular, producto de la tenaz propaganda imperialista, la «idea» de que esta sociedad tiende a la globalización y que este es, por tanto, un proceso inclusivo, democratizador y que amortigua o anula las contradicciones y que, en esta etapa, se logrará idílicamente una mejora de la calidad de vida de miles de millones en un marco de paz, igualdad y fraternidad. El correlato objetivo, material y concreto a este cuento de hadas paradigmático es la brutal militarización del imperio mundializador y una acción guerrerista y aniquiladora cada vez más creciente y desvergonzada por parte del Departamento de Estado. En zonas crecientes del planeta se muere por hambre a pocos metros de sembradíos y ganado, o de sed y enfermedades que en Europa y los países capitalistas y desarrollados hace décadas o siglos que no provocan una sola baja. CNN nos muestra guerras sin muertes, «democracias» nacientes sobre cadáveres informes, al tiempo que la autopista de la información es cada vez más un camino marginal atiborrado de basura y pornografía, mientras la verdadera información es censurada incluso en las metrópolis del «primer» mundo y la cultura es un lujo sofisticado para unos pocos elegidos en algunas naciones.
Sin embargo el paradigma de la «globalización» está fortalecido y muchas veces intelectuales progresistas lo propagan alegremente, señalando que es una etapa que está «llegando» y que debe esperarse con paciencia.
Mientras se nos pide paciencia y se nos «inoculan» paradigmas desde la rosca oligárquica mundial y sus medios de desinformación masiva, se avanza en el saqueo de las materias primas en todo el planeta, se destruye el ambiente a escala apocalíptica y se divide el mundo en zonas estratégicas en vinculación con distintos niveles de división del trabajo, la rapiña y la contaminación. Toda esta articulación imperial-mundial es salvaguardada con su necesario correlato superestructural, pseudo jurídico y militar donde en última instancia este aspecto (el militar) define.
¿ «Hegemonía» o simple imperialismo económico
y político-militar?
Tal lo que venimos desarrollando en relación con la sustitución de verdaderos paradigmas por otros falsos a ser «adoptados» por la clase desposeída en aras de su empantanamiento y las falacias a modo de eufemismos que se elaboran con carga anestésica y disuasoria para ser lanzadas al campo popular, se ha venido afirmando una tendencia marcada en el sentido de expresar que, en el imperialismo actual en tanto estadio de desarrollo, su fuerza principal -en tanto expresión de poder concreto-, cuenta con una superioridad en el actual escenario producto de una «hegemonía» sobre otras fuerzas imperialistas y también sobre (claro está) los pueblos y países que no se encuentran en una etapa de consolidación de un capitalismo y un desarrollo fuerte.
Este concepto de hegemonía pretende, por una parte, mostrar una pretendida superioridad anclada en las propias virtudes, capacidades y potencialidades de la fuerza principal imperialista, es decir los Estados Unidos; por otra parte, al hablar de hegemonía, se oculta (voluntaria o involuntariamente) el hecho incontrastable y evidente de la supremacía militar, factor que, hasta mejor opinión, ha sido primera y última salvaguarda del actual estado de dominación mundial. Hablar de hegemonía significaría adjudicar a los Estados Unidos una superioridad económica y una fortaleza de su desarrollo industrial y productivo; implicaría hablar de un grado de superioridad de su cultura en tanto nación y asumir que posee una superioridad en campos vinculados con el conocimiento, el pensamiento, la innovación tecnológica y otras cuestiones fundamentales. Estos aspectos, de ser así y ciertos -que por evidentes razones de espacio no podremos desarrollar aquí en el sentido de demostrar que no son tales- nos hablarían sí de una hegemonía, es decir de un posicionamiento de superioridad asumida por sí y con la aceptación tácita de terceros (en este caso Europa, los países asiáticos desarrollados y todos los pueblos explotados del planeta). En los campos vinculados con el desarrollo económico, productivo, tecnológico y del pensamiento, hace mucho rato que Estados Unidos ha perdido la delantera con respecto a otras potencias imperialistas y capitalistas; en lo que atañe con los pueblos de los países capitalistas y dependientes ha existido y existe una fuerte resistencia al accionar de la potencia imperial mundial, su gobierno y sus marines. Hablar de hegemonía es un dislate infundamentado y por tanto una «nueva» traficación de conceptos.
Volviendo a párrafos anteriores y, si bien es cierto que los pueblos y la clase obrera muchas veces asimilan paradigmas que le son ajenos en tanto no reflejan los intereses ni el necesario posicionamiento que una clase «para sí» debiera asumir, esto no significa ni por asomo que el actual estado de dominación responda a una concepción cultural, aspecto que subyace en la línea de pensamiento que se desprende de la aceptación de dicha «hegemonía».
La prevalencia y predominancia de los Estados Unidos de América en el actual concierto de naciones imperialistas, capitalistas y desarrolladas ha sido, es y todo indica que por un buen tiempo será, debida y sustentada en el poder militar y la disposición (probada en los hechos hasta el hartazgo) a usarlo en todos los continentes, en todos los escenarios y contra diversos «enemigos». De esta forma y al mismo tiempo, se reprime a los focos de resistencia, se extermina a los adversarios más decididos y se disuade a otras potencias que, en un marco de mayor fortaleza económica, industrial, financiera, tecnológica, científica y cultural, no han podido o han optado por no poner en pie una maquinaria militar como la que ha desplegado por todo el planeta el «puño de acero» del capital norteamericano, el ejército de los Estados Unidos. [1]
Afirmamos que no es correcto hablar de hegemonía de los Estados Unidos y que lo que existe (y sufrimos en el planeta) es una dominación del capital en su estadio imperialista y en una etapa mundializadora de profundo contenido militar y de rasgos guerreristas y fascistoides donde predomina el poder de la maquinaria de guerra del Tío Sam. Nada más ajeno al concepto de hegemonía.
«Centro y periferia» o desarrollo sostenido
sobre las espaldas del insostenible subdesarrollo
En el mismo marco de análisis que hemos desarrollado convencidamente en las líneas precedentes, cabe incluir otros aspectos que consideramos oportunos en esta etapa donde vuelve a darse, al menos en el continente americano, un nuevo aire «progresista», «desarrollista», «nacionalista» en abierta o latente oposición a los intereses del Departamento de Estado pero con (en algunos casos) «guiños» hacia la Comunidad Económica Europea u otras naciones de mayor fortaleza económica relativa y con recursos abundantes en áreas estratégicas, en un contexto donde los conflictos ínter burgueses y extranacionales están a la orden del día en tanto se pretenda «tocar» alguna ventaja relativa y cuestionarla. Hidrocarburos, agua, contaminación ambiental, salidas al mar, protección arancelaria, etc.
Se ha sostenido ya desde casi medio siglo que una contradicción a superar es la vinculada con la pugna de intereses entre los países centrales y los periféricos, vinculando a esto el «conflicto» norte-sur y la lucha entre los países desarrollados y los subdesarrollados y, por tanto, la necesaria estructuración de estrategias desarrollistas, nacionalistas y/o de «bloques» como forma para revertir esta brecha y lograr una «vía» al desarrollo. Por esta vía se lograría «salir» de esa periferia e ingresar al círculo de países centrales, o sea los capitalistas y desarrollados. Se ha «invitado» entonces, tácitamente, a seguir una vía de desarrollo capitalista.
Esta disquisición antojadiza, carente de posicionamiento de clase una vez más, ha colocado como furgón de cola a los pueblos de América y a sus verdaderos intereses de emancipación. Esta relegada -a través de los siglos- aspiración redentora está tan alejada de una «vía» capitalista como de lograr salir del subdesarrollo sin atacar el desarrollo, lo que es igual a decir que resulta imposible comprender la situación si no se la analiza orgánicamente como un todo relacionado. No existe el desarrollo de unas naciones sin el necesario subdesarrollo de otras. No existe por tanto una contradicción entre centro y periferia sino, una vez más, una contradicción entre capital y trabajo que refleja en el hecho «nacional» ciertos aspectos de la misma. De igual modo no existe un desarrollo a escala nacional que sea ajeno a este análisis abarcador y sistémico; nadie duda que si existe una clase enriquecida se debe a que hay unas relaciones de producción que permiten el despojo de otra clase. Aceptar que hay países centrales y países periféricos sería tan contra natura como aceptar que es natural que existan ciudadanos de primera y marginales de segunda o tercera categoría. Lo que existe es un estado concreto de situación y relación a escala mundial que, en la actual etapa del desarrollo de los procesos, convierte a países ricos en recursos naturales, minerales, culturales y humanos en dependientes; y existen a su vez condiciones al interior de cada país, en su relación con lo regional e internacional, que convierten a los poseedores de la única riqueza verdadera que radica en la fuerza del trabajo, en pordioseros en su propia tierra que caminan hacia una triste tumba.
Algo debe cambiar y la vía no se encuentra trazada por un desarrollo dentro de los marcos que nos ofrece el capitalismo. Ningún desarrollo en este marco garantizará las necesidades de los millones de niños, mujeres y hombres de América. Ninguna inteligente acción desarrollista-nacionalista que no ponga en juego la cuestión del poder para la clase obrera y el pueblo y la sustitución del capitalismo por el socialismo, garantizará esas necesidades.
Clase, fuerzas motrices y vanguardia política
Las estrategias que se han llevado adelante en nuestro continente a lo largo de los últimos siglos, tanto en la lucha contra los imperios colonialistas, principalmente en los siglos XVIII y XIX y contra el imperialismo capitalista en el XX y lo que va del XXI, han adolecido de algunas cuestiones principales, recurrentes y sistemáticas que ya resultan, tristemente, banda sonora y «leit-motiv» de la película de la derrota de la clase trabajadora en nuestras comarcas.
La historia de las luchas continentales contra los imperios de España y Portugal en la subregión latinoamericana, nos han mostrado que los tres aspectos del subtítulo (centrales para cualquier elaboración estratégica y programática de intención revolucionaria) existieron, accionaron, se relacionaron dialécticamente y propiciaron, en contradicción con las fuerzas antagónicas en un marco concreto de correlación de fuerzas, un resultado determinado. Este resultado en todo el continente determinó y significó un triunfo de las posiciones independentistas acaudilladas por los patriciados acomodados y liberales de incipiente carácter de proto burguesía. Estos sectores, en los hechos columna vertebral de la «vanguardia política independentista» de la época (logias), contaron para sus luchas con un abanico de fuerzas motrices dentro de las cuales no significaban (ellas mismas) ni por asomo fuerza principal, aunque sí hegemónica producto de su formación cultural y poder económico en relación con los otros estamentos sociales que participaron de las revueltas y montoneras en suelo americano. Los pueblos originarios, los esclavos negros, los campesinos, los trabajadores rurales y los marginados de la época revistaron en las filas de los ejércitos populares que, armas en mano, combatieron a españoles, portugueses y también a ingleses, franceses y otros. La clase soporte de la estructura económica en ciernes de esa época, de escaso desarrollo identitario aún, era difusa, balbuceante y diversa; lo que es innegable es que sí existían sectores de esa sociedad, dividida en clases, que objetivamente defendían un proyecto de emancipación que, en lo más avanzado del corpus teórico de la época, se sustentaba en la tenencia de la tierra por parte de quienes la trabajaban, en la autodeterminación de los pueblos y en el reconocimiento de sus autonomías y en la concepción federal y de Patria Grande Americana. Este proyecto fue derrotado momentáneamente producto de la traición de sectores que, especulando con su adaptación a las condiciones emergentes de desarrollo capitalista que propiciaba la concepción británica triunfante en la época, favorecieron la estrategia de «independencia» del poder español y se sujetaron a una salida a la vida republicana independiente de espalda a los sectores que llevaron la lucha hasta las últimas consecuencias, que eran y resultaban ser, herederos de los pueblos originarios de América, que representaban a los desposeídos de toda raza, credo, cultura y condición y que defendieron consecuentemente los ideales revolucionarios de esas luchas.
La fragmentación nacionalista y de ulterior desarrollo capitalista que propició el desenlace de esas luchas en siglos pasados no era la única alternativa de desarrollo posible ni el único proyecto sustentable. Ejemplo de esto, claro, sintomático y vigente en sus enseñanzas aún hoy, es la epopeya del pueblo del Paraguay contra quienes se propició la Triple Alianza; el pueblo paraguayo y sus dirigentes lograron el más alto grado de desarrollo económico, social, cultural, integrador e inclusivo que haya conocido América hasta la revolución cubana. Por ello la estrategia de la diplomacia británica fue la de dividir para reinar; por eso la llevaron adelante los patricios de la época, pequeños aprendices de virreyes, peores americanos.
Las postrimerías del siglo XIX, todo el XX y lo que va del nuevo milenio nos invitan a «especular», mirarnos al espejo de aquellas luchas prometeicas, analizar rasgos vigentes, situaciones semejantes, generalidades que permitan esbozar una teoría revolucionaria para el siglo que comienza. Las luchas de intención revolucionaria en el continente americano (en el marco capitalista) y de intención socialista han conocido avances y retrocesos, flujos y reflujos; han sucedido «momentos», han surgido hallazgos y han fracasado la mayoría de los intentos, salvo excepciones honrosísimas, en primer lugar Cuba. En otro plano y en diferentes niveles, podríamos analizar las generalidades de los procesos llevados adelante tanto en una geografía como en otra, tanto por determinadas concepciones de la lucha como por otras.
A nadie escapa que la década del sesenta marca y define por mucho tiempo la historia de la revolución en el continente, no en vano Cuba, mencionada líneas arriba. En ese entonces, y a riesgo de esquematizar demasiado, (otra vez la premura y la limitación producto de la extensión a priori definida del presente trabajo y nuestras propias insuficiencias nos compelen a abreviar) dos concepciones predominaron y «compitieron» por erigirse en vanguardia de los procesos; la concepción de los Partidos Comunistas pro-soviéticos con su estrategia de Frentes Populares por un lado, privilegiaron una lenta acumulación de fuerzas en el marco legal en alianzas policlasistas amplias a escala nacional con autonomía trazada a calco sobre las fronteras de los estados nacionales. Al mismo tiempo y por otra parte, la concepción de la guerrilla (rural o urbana) (foquista o entrelazada con acciones políticas de masas) llevó la lucha armada al pináculo del método contra el sistema y, muchas veces, coordinó regionalmente más allá de fronteras. Nos atrevemos a afirmar que, salvo rarísimas excepciones, que no vamos a analizar en el presente trabajo, ninguna de estas concepciones de lucha, ninguna de estas estrategias y ninguna de estas metodologías logró extirpar de su seno los elementos mencionados párrafos arriba en relación con las luchas contra los imperios coloniales. Nos referimos a la necesidad de una relación dialéctica entre clase, fuerzas motrices y vanguardia política que permita diseñar una estrategia continental anclada en los intereses de clase, que imbrique todas las formas de lucha y que sea hegemonizada por lo más comprometido y no por lo más iluminado; que persiga el objetivo final como único objetivo posible, que vea la liberación de los trabajadores como tarea a realizar por los trabajadores.
Las estrategias de acumulación policlasista han fracasado; las estrategias de confrontación aislada han fracasado. ¿Por qué triunfó el proceso cubano? ¿Por qué se extinguió la revolución Sandinista luego de una epopeya popular como pocas en América Latina?
Si aislados e individualmente pudiéramos desentrañar estas cuestiones, contestar estas preguntas, seguro estaríamos haciendo algo muy diferente a escribir estas líneas. A lo sumo arriesgaremos algunos párrafos, como hemos arriesgado los que anteceden.
Acerca de la «Liberación Nacional»
La Liberación Nacional en tanto «etapa de un proceso revolucionario hacia el socialismo» y la liberación nacional en tanto proceso inscripto en una geografía, una historia y una tradición acotada por factores económicos, sociales, superestructurales y culturales específicos y determinados, creemos que debe ser objeto de crítica. Intentaremos la nuestra.
Lenin (y los bolcheviques por tanto), sobre todo en «Imperialismo, fase superior del capitalismo» consideran que es necesario apoyar procesos de Liberación Nacional de países atrasados y que de esta manera se propiciarán, tácitamente, unas condiciones más favorables para el proceso revolucionario en Rusia, Europa y la construcción del socialismo en ese continente «avanzado». Comprendemos y aceptamos que países bajo el yugo del colonialismo (que a esos casos hace mención Lenin, no a otra cosa) requieran de procesos de Liberación Nacional; admitimos que esos procesos puedan requerir de estadios de desarrollo y por tanto, deben ser «administrados» esos tiempos, con inteligencia táctica. El propio Lenin habla de las dos tácticas de la revolución a operar por su pueblo y el partido bolchevique.
La historia objetiva y concreta de los procesos en nuestras comarcas nos permite obtener enseñanzas, siempre y cuando sepamos distinguir entre los verdaderos paradigmas a ser asumidos por la clase obrera y el pueblo y los que, otra vez devaluados, son absorbidos por la clase dominante y devueltos a la masa para empantanarla en procesos sin salida.
Hoy, en América Latina casi sin excepciones, en virtud del grado de desarrollo capitalista de las relaciones de producción, del estadio de desarrollo de las estructuras económicas productivas, del avance de los procesos tecnológicos, de la vastísima extensión de cultivos alimentarios, del desarrollo de la ganadería, de la minería, de existencia de infraestructura, de desarrollo de formas «democrático-institucionales», de acerbo cultural de nuestro pueblos, de interrelacionamiento de nuestras geografías y de comunicación inmediata de los sucesos, a la vez que de la omnipresente presencia e ingerencia imperial, ¿es la Liberación Nacional una etapa a transitar necesariamente?
La Liberación Nacional ha requerido, en tanto estrategia (tanto por parte los Partidos Comunistas pro-soviéticos, como de fuerzas político militares guerrilleristas), programas que expresaran intereses de clase y de sectores de clase proclives a desarrollar una lucha contra el yugo imperial, yugo que, para algunos actores significa un enemigo antagónico y que para otros significa, tan sólo, un adversario momentáneo y en el futuro un aliado comercial necesario. En ese terreno se propiciaron procesos nacionalistas, cargados de reivindicaciones en dicho plano en los cuales la existencia (cabe analizar a la luz del desarrollo económico actual su mentada existencia) de «burguesías nacionales» permitirían avanzar en ese terreno de relativa autonomía frente a la ingerencia extranjera. Dicha autonomía sólo es posible es un marco acordado por una instancia policlasista donde conviven sectores de clase (al menos) y clases, siempre, cuyos intereses son antagónicos. El proceso de liberación nacional es ante todo un proceso de desarrollo económico; los procesos de desarrollo económico son: capitalistas o socialistas, siempre y cuando descartemos, a priori, el feudalismo, el esclavismo y el comunismo primitivo, cuestión que al menos quien esto escribe, ha saldado para sí.
¿Cómo es posible articular hoy en el continente americano una lucha por la liberación nacional que no derive, reitere y repita, esta vez como farsa, los mismos conflictos que en décadas pasadas?
Procesos militaristas de impronta nacionalista se han observado en los setenta en Perú y Bolivia; procesos hacia el socialismo inmersos en el marco jurídico democrático-burgués representativo se han observado en el Chile de Allende. Procesos en América, hoy, están caminando sobre la estrecha cornisa sustentada en estas concepciones. ¿Qué tiene para decir acerca de estos procesos la clase obrera, los trabajadores, los marginados por el sistema, los pueblos originarios, los negros, los mestizos, las minorías, las mujeres y toda la «corte de los milagros» del pueblo que espera, insumisa e irredenta, una estrategia de revuelta que la redima? ¿La Liberación nacional puede ser su estrategia?
Si de algún modo -y de alguna manera- cabe un margen para la duda acerca de la validez de esta estrategia hacia el socialismo, afirmamos que debe ser saldada a la luz de una estrategia en un plano continental. La Liberación es de América, del pueblo, de la clase explotada y expoliada, de los marginados y ninguneados. Un socialismo que «especule» en la lucha de los pueblos en los siglos pasados contra el imperio colonial alumbrará la estrategia redentora hacia el socialismo del siglo XXI, que será tal si es continental y que llegará a puerto si en su ruta se trazan pocas escalas. Confiemos los mapas de las rutas de navegación a los más infelices y apostemos para que ellos sean los privilegiados.
Estrategia proactiva contra el capital y el imperio
Sin considerar de elegancia el autorreferenciarnos, creemos necesario citar algunos párrafos ya escritos a modo de contexto teórico imprescindible. En este sentido aportamos algunas líneas de dos trabajos ya elaborados y que intentan navegar, teóricamente, en torno a la necesidad del perfilamiento de una estrategia regional asumida colectivamente por las vanguardias sociales-políticas del continente.
Citamos:
«En las sociedades a escala nacional, las burguesías en el proceso de concentración del capital y monopolización de los resortes económicos financieros devienen en oligarquías que, en los momentos de crisis pasan a dominar los resortes políticos (superestructurales) y militares (coercitivos) de forma evidente, cuestionando incluso las formas democrático-burguesas que han articulado como marco de dominación de clase. Desde las potencias imperialistas esta misma dinámica, en una instancia superior en calidad e intrínseca al sistema y necesaria, por tanto, genera la misma situación a escala planetaria; por tanto afirmamos que existen oligarquías mundiales que han devenido en «rosca mundial». Existe un poder imperial-mundial, más allá de las contradicciones que conlleva en su seno. Esta situación marca la necesaria construcción y desarrollo orgánico del polo antagónico desde el campo popular a nivel mundial con su necesario correlato regional y local.» [2]
«Afirmamos que estamos en condiciones, en la sub región y en la región, de establecer estrategias por el poder en función de una visión clasista y desde la perspectiva de la construcción de economías proto-socialistas aún en los casos de menor desarrollo de las condiciones materiales básicas indispensables. La clave para esto es repensar, desde una perspectiva de Federación Americana, la estrategia continental para articular las luchas tácticas regionales y locales (desiguales y combinadas) y, de igual manera, desarrollar gérmenes de poder y de relaciones de producción no capitalistas a partir de las geografías y experiencias históricas de nuestros pueblos. Un socialismo sustentado en el aprendizaje de las luchas históricas contra los viejos imperialismos parirá la victoria contra el imperio mundializador. Si el imperio mundializa, la lucha debe mundializarse y nuestra tarea es regionalizarla.» [3]
Volvamos la vista atrás, al proceso colonial, a lo ya mencionado en relación con los procesos abortados de emancipación popular en nuestro continente en siglos pasados y también en el estadio capitalista imperialista; ¿qué observamos? El proceso emancipador americano (el verdadero, el de clase) murió cuando se le quitó el contenido clasista y cuando se lo disgregó en cuestiones nacionales. Los procesos revolucionarios del siglo XX empantanaron en el marco de opciones de alianzas policlasistas o de visiones estrechas en el marco de la apuesta al proceso «en un solo país». Creemos que en esta hora americana, donde se observa una lenta pero sostenida salida de un largo periodo de reflujo, es necesario repensar la teoría por la revolución socialista americana tanto a la luz del «Manifiesto Comunista» de Marx y Engels como de las luchas contra los imperialismos coloniales en el siglo XIX y, sobre todo y ante todo iluminada con la sabia paciencia y con la inquebrantable resistencia de sus pueblos originarios. La lucha consecuente del pueblo americano en esta fase guerrerista, brutal y criminal del imperio mundializador debería estar sustentada en estrategias proactivas a corto, mediano y largo plazo que atendieren a todos los aspectos de la lucha y a todas las variantes tácticas; como ya hemos dicho en algunas líneas que andan por ahí: «La victoria depende de una estrategia acertada y unas variantes tácticas estudiadas. La derrota depende de casi nada y, sobre todo, de nuestra improvisación.»
Si asumimos que la estrategia debe ser proactiva, continental y por el socialismo, se desprende necesariamente de estos preceptos, que deben darse las instancias de debate y elaboración necesarias para tales fines; si bien se vislumbran algunas líneas de trabajo en este sentido, creemos que son insuficientes y que adolecen, muchas veces, de carencias comunes al movimiento en su conjunto en todas las épocas. Muchas veces los marxistas hemos debatido en foros públicos, o al menos amplios, con lecturas preconcebidas preparadas con semanas de anticipación; hemos debatido antidialécticamente, lo cual significa que hemos rehuido el debate. La síntesis teórica que debemos buscar en esta hora americana los revolucionarios, surgirá de la verdadera síntesis dialéctica del pensamiento y la acción; surgirá también del análisis de la historia y su desarrollo y surgirá, necesariamente, de la cruda y arriesgada participación de la obra de los pueblos. Mas sin debate teórico y sin teoría revolucionaria podrán existir revueltas, estallidos y acciones heroicas de diverso tenor pero nunca una revolución continental y mundial, a la cual aspiramos y, desde los maestros fundadores del Movimiento Comunista Internacional, se perfila hace ya siglo y medio, al menos en la teoría. En nosotros está el hacer la práctica.
Acerca de la táctica
En el marco de coyuntura que atraviesa el continente y en relación dialéctica con la necesaria estrategia, visualizamos algunas cuestiones de importancia a atender en lo inmediato y analizamos el «cómo» desarrollar dicha acción en dicho terreno.
Si asumimos que la estrategia consiste en desarrollar una serie de herramientas sociales-políticas para imbricar todas las formas de lucha de manera dialéctica hacia un objetivo final asumimos que: en este sentido no debemos hablar de «tácticas lineales» ni de «tácticas sinuosas» o de otras variantes de dudoso rigor a la luz del análisis de clase. En el desarrollo de los procesos, las contradicciones deben resolverse a partir de la lucha de contrarios en un sentido de superación.
Cada coyuntura específica particular deberá analizarse desde un posicionamiento de clase y en función de los intereses del proceso revolucionario; los factores que se visualicen como «polos» de la contradicción serán objeto táctico de la acción popular continental; dicha acción deberá lograr superar dialécticamente, en un sentido ascendente, las condiciones actuales en favor del proceso revolucionario.
Desde esta concepción puede sí, en determinados momentos del proceso, hablarse de repliegues tácticos (táctica defensiva) o de avances tácticos (ofensiva táctica). Estas opciones deberán considerarse a partir de una justa valoración de la correlación de fuerzas en cada momento y lugar, mas, en esencia la táctica debe estar en función de aportar al desarrollo de la estrategia desde el plano histórico concreto particular en cada caso. Podrá, al mismo tiempo, en algún frente de lucha operarse con una ofensiva táctica y en otro frente a partir de una táctica defensiva. Lo fundamental, para acertar a la hora de decidir qué táctica desarrollar, es una justa valoración de las fuerzas en pugna sobre el terreno específico (análisis concreto de la situación concreta).
No hay entonces una «receta» táctica y por ende, toda decisión de este nivel, debe ser tomada con cierta autonomía por las fuerzas del campo popular que estén en el terreno de operaciones en condiciones de incidir en los procesos; estas decisiones (de carácter esencialmente político) deben visualizarse en función del conjunto y no de la parte. La táctica es un «arte» de particular importancia y desde ésta se logrará desarrollar, de manera superadora, cada momento en función de la estrategia en la medida de los aciertos, o se operará en desmedro del conjunto desde el punto de vista estratégico cuando los errores tácticos incidan negativamente.
Nos atrevemos a afirmar entonces que sin teoría revolucionaria no habrá práctica revolucionaria; que la estrategia revolucionaria signará el proceso pero que sin aciertos tácticos articulados la estrategia es una ilusión. La praxis revolucionaria desde el método dialéctico se articula a partir de la afirmación, la negación y la negación de la negación. La síntesis creadora y conciente es la base del método. La estrategia es continental y la táctica debe ser autónoma aunque no aislada de una justa valoración sistémica.
En relación con nuestras debilidades
y cómo superarlas
(A modo de corolario y propuesta)
Si comparamos la potencialidad combativa del campo popular en el terreno material y político-militar con el del capital y el imperio, surge rápidamente una sensación de pesadumbre. Si observamos la historia combativa (y triunfante muchas veces) de los pueblos que han enfrentado con convicción, inteligencia y objetivos estratégicos al enemigo, el optimismo nos alumbra. Al decir de Gramsci nos encontramos entre «…el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad». Proponemos armarnos de ambas cuestiones y hacer de ellas herramientas de combate. Si limitáramos nuestras cavilaciones en el estrecho marco de la actual correlación de fuerzas nos sumiríamos en una parálisis preocupante. El sistema siempre favorece correlaciones adversas a sus enemigos y sin embargo, muchas veces (siempre si analizamos a través de la epopeya humana) ha sido derrotado.
Una forma de superar insuficiencias es asumirlas y desde dicha asunción reparar en que dicha debilidad puede ser fuerza verdadera si se la explota con astucia. David pudo derrotar a Goliat; la tortuga arribó a la meta antes que la liebre. ¿Táctica o estrategia? Mejor preguntamos: ¿táctica? o ¿estrategia?. Sugerimos: estrategia y táctica. Si la coyuntura define la táctica y el objetivo final la estrategia, analicemos qué tenemos en la coyuntura y qué debemos tener en dicho desarrollo de la necesaria estrategia. Construyamos las herramientas o planes necesarios: como David, como la tortuga.
Nuestra debilidad histórica, en tanto pueblo del continente, ha radicado principalmente en la división artificial de marco nacional burgués y pro imperialista. Las estrategias que se han diseñado han respondido en casi todos los casos a este contexto marco; en algunas eventualidades esta visión ha intentado superarse pero no se ha sabido -o no se ha podido- salvaguardar a las fuerzas consecuentes de la infiltración de sectores oportunistas y arribistas que verán -siempre- con buenos ojos, el emparentamiento con las bondades y mieles que el capital les ofrece como canto de sirena. Hay paradigmas para todos los gustos; podemos tomarlos o dejarlos. Por todo lo expresado creemos que ha llegado la hora de visualizar las carencias, repensar nuestras estrategias, y de poner manos a la obra en la ímproba tarea de generar los espacios de debate y síntesis que nos permitan estar a la altura de la hora, en tanto americanos, marxistas y revolucionarios. Llamamos a un gran debate de las organizaciones de nuestro continente para poner en pie la organización de vanguardia regional, que enfrente al imperio en una estrategia por la revolución socialista americana. En eso estamos y no estamos solos.
NOTAS AL PRESENTE TRABAJO:
[1] En el año 1999, Madeleine Albrigth, por entonces Secretaria de Estado en el primer gobierno de G. W. Bush, afirmó: «Para que la mundialización funcione, Estados Unidos no debe tener temor en actuar como la superpotencia invencible que en realidad es. La invisible mano del mercado no funcionará jamás sin su puño invencible. McDonald’s no puede expandirse sin McDouglas. El puño invisible que garantiza la seguridad mundial de las tecnologías de «Silicon Valley» se llama Ejército de los Estados Unidos de América».
[2] Fragmento del trabajo titulado: «APUNTES PARA UN DEBATE DE LOS MARXISTAS REVOLUCIONARIOS EN AMERICA LATINA» versión íntegra en AMAUTA DIGITAL: (www.amauta.inf.br )
[3] Fragmento del trabajo titulado: «El Imperialismo post «11/9″ y el papel de la izquierda revolucionaria latinoamericana» Ponencia presentada al Seminario organizado por Universidad Popular Joaquín Lencina y Semanario 7/7 los días 22 y 23 de julio de 2006 en el Salón de Actos de la Facultad de Humanidades de Montevideo, Uruguay. (UDELAR) Universidad de la República Oriental del Uruguay.
En Red La Haine (www.lahaine.org ); En Foro Mundial de Alternativas ( www.forumdesalternatives.org) en Amauta digital ( www.amauta.inf.br) en Actividad Siglo XXI ( www.actividadonline.com.ar)
CONSULTIVO DE DIRECCION DE LA COLUMNA ARTIGUISTA DE LIBERACION trinchera electrónica: www.gratisweb.com/cal1971 correo electrónico: [email protected]