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Apuntes sobre la canción popular, la educación sentimental de los pueblos y otras yerbas

Fuentes: Rebelión

Desde hace algún tiempo en el Estado Español se habla de la «Canción de Autor» como un fenómeno asociado a la lucha contra el franquismo y, como tal, sin razón de ser en nuestros días. Este maniqueísmo se ha extendido de tal forma que algunos jóvenes cantautores (y no tan jóvenes) reniegan de su condición […]

Desde hace algún tiempo en el Estado Español se habla de la «Canción de Autor» como un fenómeno asociado a la lucha contra el franquismo y, como tal, sin razón de ser en nuestros días. Este maniqueísmo se ha extendido de tal forma que algunos jóvenes cantautores (y no tan jóvenes) reniegan de su condición de tales y reivindican ser cantantes «pop».

El concepto de «Canción de Autor», nombre que viene de Italia, como la palabra «cantautor» (por cierto, ésta fue introducida entre nosotros por el barcelonés Salvador Escamilla), se crea paralelamente al de «Cine de Autor», en un intento de diferenciar lo meramente comercial de los logros artísticos de quienes intentaban dignificar su oficio de creadores. El periodista italiano Enrico De Ángelis dice ser el que la acuñó.

Antes se bautizó a la canción popular como «Canción Protesta», «Canto Popular», «Canto del Pueblo», «Canción Revolucionaria», «Cantos de Gesta» y más nombres que ahora se me escapan, en un intento de diferenciar el metier de los cantantes nacidos al calor de las luchas reivindicativas de los años sesenta de los autores al uso… Pero la canción tiene su propia y centenaria historia…

Todos los movimientos reivindicativos, transgresores, revolucionarios, a lo largo de la historia de la humanidad, han sido acompañados por canciones. Se puede hacer, por ejemplo, una historia de Europa en general y de cada pueblo en particular, de sus costumbres, de su vivir diario, a través de la temática de sus cantos.

Un tema recurrente en la edad media es el de la «malcasada» (la «malmaridada» en catalán y occitano) donde, en primera persona, la doncella se duele de que su padre la obligue a casarse con quien no quiere y, de alguna manera, se revela contra ese hecho. Desde esa época, hay muchos temas que se repiten por toda la geografía europea, tales como la gleba, lo injusto de las guerras, el incesto, los amores interclasistas imposibles y, por supuesto, la inmortal temática amorosa de las fidelidades e infidelidades. Los amores correspondidos o no. La amistad sincera o traicionada. La integridad moral o el desapego. La belleza del paisaje. La añoranza de lo perdido… Y en muchísimos casos con reivindicación implícita.

Como vemos, la inspiración de los «cantautores» del Medioevo, del Renacimiento o el Barroco, respondía a los mismos cánones temáticos que hoy en día mueven a nuestros compositores. Como bien decía, filosofando, el roquero Oriol Tramvía, ya está todo inventado. Johon Dowlan o Claudio Monteverdi podrían hacer pasar sus bellísimas composiciones como «Canción de Autor» si viviesen hoy en día. Y ni qué hablar de los Trovadores Provenzales, a cuyo amparo e influencia se alimentó el acervo de la canción europea durante siglos, además de haber creado la hoy tan cacareada «fusión», al dejarse influir a su vez por la música que venía del sur. Los payadores rioplatenses contaban historias y «sucedidos» emparentados temáticamente con los «Pliegos de Cordel» de los ciegos castellanos. Ya en el Martín Fierro, José Hernández lo tenía claro: hay que cantar opinando.

Las canciones son aladas y no conocen fronteras. Podemos encontrar temas cantados en un país que se interpretan como propios en las antípodas, a veces como consecuencia de la esclavitud (como en toda América con respecto a la música africana), en ocasiones porque los inmigrantes llevan sus cantos a donde van y allí toman carta de ciudadanía, como el folklore irlandés en particular y británico en general en Norte América, Australia y Nueva Zelanda, y ciertas facetas de cantos peninsulares en América Latina, centro europeos en la Mesopotamia argentina, Paraguay, sur de Brasil y Uruguay o azorianos también en el sur de Brasil. Podemos citar decenas de casos más, pero baste una reflexión: ¿quién puede negar la influencia italiana o francesa en el tango? ¿y el parentesco de la temática y del paisaje que lo puebla de éste con el fado, el shoro, el rig time o el danzón cubano?

Hay veces que un mismo nombre puede designar ritmos que no tienen que ver entre si, como por ejemplo la «ranchera» rioplatense, hija de la mazurca, no se parece en nada a la «ranchera» mexicana. Así, la polca paraguaya sólo se parece en el nombre a la de sus vecinos de Argentina, Uruguay y Brasil, de clara procedencia centro europea.

El compositor de canciones se deja influir por su entorno y a éste le canta con el lenguaje y los tópicos de sus coetáneos. El gaucho le canta al caballo, a las faenas del campo que le son propias y quienes beben de sus fuentes siguen sus pasos. Es inimaginable un Atahualpa Yupanqui cantando al Subte de Buenos Aires, de la misma manera que no encaja Sabina cantando a la trilla o al ordeñar vacas. El fado le canta a la noche de Lisboa o a la vida estudiantil de Coimbra, la valse musette a lo parisino y las canciones de trabajo a cada oficio en particular.

Cada movimiento popular tiene su propio canto y aquí tenemos que hablar de lo «panfletario» y reflexionar al respecto. Cuando se quiere minimizar, ridiculizar a algún cantante se le anatemiza: panfletario. Y ya no hay discusión. Pero panfletario viene de panfleto y los hay muy bien escritos. Como dicen que alguien dijo: la música se divide en dos, la buena y la mala y ese debe ser el parámetro que debe regir. La mexicana Judith Reyes, el cubano Carlos Puebla, el venezolano Alí Primera pueden ser considerados cantantes panfletarios por el contenido político y partidista de sus canciones, pero eran grandes intérpretes y excelentes compositores que han dejado verdaderas obras de arte en la memoria colectiva. Otra cosa es que, alguien por moda o pancismo componga panfletos para congraciarse con determinada corriente. Pero ya sabemos que se atrapa a un mentiroso antes que a un cojo (en nuestro país hay varios ejemplos).

La Revolución Francesa generó,, en forma de canción, verdaderas joyas, la Comuna de París legó al mundo decenas de canciones, entre ellas «Le temps des cerices» de J. Darcier yA. Bouvier, la más hermosa, tierna y optimista canción revolucionara de la historia. La guerra por la Independencia en cada país de América ha transmitido cientos de canciones, así como la Guerra de España, la Revolución Mexicana, las luchas obreras de las minas en muchos países, los Partisanos franceses, italianos polacos o rusos. Hoy en día el Movimento dos Sem Terra de Brasil o la guerrilla colombiana tienen sus propios cantores.

Se acusa a los cantautores de políticos, cuando en realidad la política, per se, ocupa una parte ínfima de su producción (¿cuántas canciones con esta temática concreta tienen Serrat, Aute, Labordeta o Mikel Laboa?) sin analizar que, tal vez su postura política es verdaderamente estética frente a una sociedad vacua y zafia y el gran trabajo de los cantautores ha sido reivindicar en letra y música la belleza y dignificar el canto popular. La solidez literaria de la poesía de Pablo Guerrero sólo es comparable a la de Miguel Hernández o Machado. Por otra parte, hay periodistas que desprecian a los cantautores pero a los que no les duelen prendas cuando alaban a Sting por «estar comprometido con su tiempo». Aunque a los fariseos y sus coros los dejaremos para otro día…

Hay cantautores que la dimensión de su obra les trasciende de tal manera que todo el mundo conoce sus canciones y no saben de quien son. El caso paradigmático es el del recientemente fallecido Chicho Sánchez Ferlosio, hombre culto y finísimo poeta, alejado de todo tipo de pompa y boato, cuyas canciones son cantadas en Europa y América como de «autor anónimo» (Gallo Rojo, gallo Negro, A la huelga…) desde hace muchísimos años.

Decía antes que las canciones son aladas, en realidad no es exacto, porque no vuelan, las lleva el viento y hay canciones que toman derroteros inesperados: L’Estaca, considerada por su propio autor, Lluis Llach, como pueril y primeriza, adquirió la importancia que otras excelentes obras del mismo autor no han conseguido (Llach, radiante, se complacía que los seguidores de Walesa la adaptasen al polaco. No sé que cara pone hoy, ya que sigue siendo la canción del equivalente al PP de Polonia y Aznar la tarareaba complacido en un congreso de ese partido en Varsovia al que fue fraternalmente invitado)

Las canciones republicanas españolas y las antifascistas italianas son conocidas y cantadas por la gente de izquierda de Latinoamérica, en compensación, no hay progresista que se precie en este país que no sepa canciones de Yupanqui o de Quilapayún. El gran José Afonso, Fausto y otros notables cantantes portugueses deben no poco de su acento a Mozambique y Angola. Cesária Évora, cavoverdiana universal, no cantaría si no hubiese conocido el fado. La Cumparcita, el tango de los tangos fue compuesto por el montevideano Mattos Rodríguez. El Himno Uruguayo por un húngaro y un gallego. De la música popular brasileña no sólo aprendió Vilalobos sino también Darius Millau y Stravisnky (que, por cierto, también coqueteó con el jazz). El bandoneón, instrumento clave del tango, lo creó un predicador alemán, Band, buscando un órgano portátil para cristianizar cantando. En el Congo hay magníficas orquestas de música cubana (jugando el mismo papel que las canciones de ida y vuelta en el flamenco) ¿cuántos pueblos de la Península reclaman como propia la Jota? ¿Y la Malagueña, el Bolero, la Milonga? Las canciones no saben de fronteras.

Sirva todo lo precedente como simples apuntes para que algún día podamos debatir a fondo todas estas cuestiones, mientras tanto, que vuelen los cantos por el mundo