Fue una noche especialmente cálida en el Teatro «Teresa Carreño», de Caracas, aquella del 5 de diciembre del 2004. Un concierto de Pablo Milanés, uno de los fundadores del Movimiento de la Nueva Trova cubano, cerraba cuatro días de intensas discusiones y emociones. Intelectuales y artistas llegados de 52 países, en contacto con la Revolución […]
Fue una noche especialmente cálida en el Teatro «Teresa Carreño», de Caracas, aquella del 5 de diciembre del 2004. Un concierto de Pablo Milanés, uno de los fundadores del Movimiento de la Nueva Trova cubano, cerraba cuatro días de intensas discusiones y emociones. Intelectuales y artistas llegados de 52 países, en contacto con la Revolución bolivariana, acababan de aprobar el «Llamamiento de Caracas», punto final del Encuentro Mundial de Intelectuales y Artistas «En Defensa de la Humanidad».
Las palabras emocionadas de Hugo Chávez, pronunciadas minutos antes de que se escuchasen las canciones de Pablo, expresaban un sentimiento compartido: para las fuerzas progresistas del mundo había llegado el momento de retomar la ofensiva.
Atrás quedaban años de retroceso y derrotas, de confusión y desaliento, de deserciones y desmovilización, tiempos especialmente duros para pueblos o individuos, que no claudicaron, no se rindieron, no abjuraron de sus ideas y principios. Muchos de ellos, como un ejército de náufragos rebeldes, se encontraban aquella noche en el «Teresa Carreño». Artistas e intelectuales comprometidos, llegados de todos los continentes, no tenían reparo en suscribir las palabras que cerraban aquel encuentro:
«En esta hora de especial peligro renovamos la convicción de que otro mundo no sólo es posible sino imprescindible y nos comprometemos y llamamos a luchar por él con más solidaridad, unidad y determinación. En defensa de la Humanidad, reafirmamos nuestra certidumbre de que los pueblos dirán la última palabra.»
¿Qué extraordinario proceso comenzaba a sacudir al mundo globalizado, el mismo del pensamiento único, lo políticamente correcto y el fin de la Historia, gracias al cual retornaba a las discusiones ideológicas el protagonismo de los pueblos, factor imprescindible en los cambios y las revoluciones sociales? ¿Cómo tantos hombres y mujeres pertenecientes al universo de las ideas y la creación artística, por naturaleza, un mundo aislado y solitario, acataban la necesidad de la lucha colectiva, superando décadas de discusiones bizantinas que tan astutamente aprovecharon los enemigos del progreso?
El «Encuentro…» de Caracas, ¿marcaba acaso un hito modesto, pero visible, un prometedor punto de inflexión en la comprensión dominante de la ausencia de compromiso de los intelectuales y artistas con las causas justas de su época? ¿Se iniciaba de esta manera la superación de años de notable retroceso, de represión del verdadero disenso y del pensamiento crítico?. ¿Habrían los intelectuales dejado de ser, por fortuna, los redactores de la crónica social y los cheer leaders del establishment para reconstituirse en la conciencia crítica de la comunidad, los gestores de la memoria histórica y uno de los factores dinamizadores de los cambios sociales de su época?
La decadencia que se adivina tras la simple formulación de estas preguntas no había empezado sin anunciarse. A esta triste situación se había llegado por un camino tortuoso, alfombrado de errores, inconsistencias, abjuraciones, divisiones, renuncias y debilidades sabiamente explotado, y jubilosamente fomentado, por quienes siempre se benefician de un pensamiento social eunuco, encadenado y genúflexo. El panorama intelectual de la década del 80, por ejemplo, no podrá ser entendido sin recordar la extraordinaria represión de las ideas que precedió, acompañó y alimentó a la llamada «Revolución conservadora» de Ronald Reagan y Margareth Tahtcher, nueva fase de la contrarreforma mundial del capitalismo y el imperialismo, espantados y escarmentados por las décadas de los 60 y los 70. Cabe preguntarse, ¿puede preciarse de ser inexorable, natural y espontáneo un proceso que se planifica, se financia, se estimula, se provoca y se recompensa?
El capitalismo, como sistema, no ha tenido escrúpulos en cegar la fuente del pensamiento crítico que liberase y estimulase en sus ya remotos orígenes revolucionarios, no importa sin con ello ha condenado a toda la sociedad a vegetar en la mediocridad y la aquiescencia, requisitos insoslayables de lo que cree es su oportunidad de derrotar a sus enemigos de clase y garantizar su propia perpetuación. Su relación con las ideas y los intelectuales es esquizofrénica y ambivalente: los necesita desesperadamente: sin ellos, no es capaz de lograr una reproducción del capital y las utilidades con la aceleración necesaria y de manera siempre creciente, ni puede prescindir de ellos a la hora de construir y vender sus justificaciones y exégesis; por otro lado, les teme, desconfía como de siervos ladinos y levantiscos que traman permanentemente su perdición, por lo que no duda en sobornarlos, adocenarlos, vigilarlos, humillarlos y reprimirlos, eso si, de manera muy peculiar.
Con semejante telón de fondo no es de extrañar que, una vez concluida la etapa clásica de la Guerra Fría con la desaparición de la URSS y el campo socialista, alcance su etapa dominante y su apogeo esta concepción acerca de los intelectuales y su papel social, la negación de una tradición de compromiso que arranca, en su versión contemporánea, en el Siglo XVIII, el Siglo de las Luces. No es casual tampoco que en el encuentro de Caracas se haya convocado, entre otras cosas, para desmentirla, combatirla y superarla.
La tradición de los intelectuales comprometidos que son convocados, reunidos y movilizados por peligros latentes o inminentes; que discuten colectiva y abiertamente las amenazas que se ciernen sobre la cultura, y los pueblos del mundo, tuvo importantes hitos en el Siglo XX, llamado por algunos, con razón, el Siglo de las Revoluciones. Estas estaciones intermedias estuvieron siempre vinculadas a períodos de ascenso del militarismo, el racismo, las guerras de expansión y el fascismo, rostros finales del imperialismo y del gran capital, sepultados bajo sucesivas máscaras de benevolencia, democracia, libertades y derechos ampliamente pregonados, pero jamás garantizados a las mayorías trabajadoras de las naciones desarrolladas, y mucho menos, a los pueblos «periféricos».
Los congresos de intelectuales celebrados en el Paris de 1935, y el que tuvo por sede itinerante a las ciudades de Madrid, Valencia, Barcelona, y Paris, en 1937, son apenas dos de los antecedentes ilustres de esta tradición. Otras formas similares de declaración de principios, toma pública de partido y movilización ante los males de la época deberán ser inscritas en esta misma lucha, aún cuando no se hayan concretado en una reunión o congreso, como es el caso, por ejemplo, del Tribunal Internacional convocado por Bertrand Rusell para juzgar los crímenes de guerra cometidos por los Estados Unidos en Vietnam, o los manifiestos y cartas abiertas que han circulado desde siempre, motivados por las más disímiles causas, desde aquel inolvidable «Yo Acuso», de Emile Zolá.
¿Qué lleva a algunos intelectuales a abandonar momentáneamente su creación y salir a la luz pública mediante declaraciones, marchas y manifestaciones que a veces entrañan hasta peligros físicos? ¿Cuál es el motor secreto de esta costumbre que se expresa en la asunción de responsabilidades sociales, de crítica frontal a los poderes constituidos injustamente, y que, por sólo citar el caso francés, entre los Siglos XVIII y XX tuvo en Voltaire, Victor Hugo y Sartre tres exponentes señeros?
El I Congreso Internacional en Defensa de la Cultura se celebró en el Palais de la Mutualité, de Paris, entre los días 21 y 25 de junio de 1935. Como es obvio, no fue convocado para estimular el arribo de turistas a la ciudad, sino por el creciente peligro que representaba el avance del fascismo para la Humanidad, y en primer lugar, para la cultura.
Los antecedentes del Congreso están condicionados por las necesidades de la lucha antifascista, y por el destacado papel jugado en ella por pensadores, escritores, periodistas y artistas, en general. Todo lo que de totalitario, represivo y espiritualmente asfixiante portaba esa ideología, y su plasmación por parte de los regímenes de Alemania e Italia, motivaba un vivo rechazo en los hombres más avanzados de la época. Como siempre, la conflagración que se avecinaba, que se precipitaba a pasos agigantados, estaba precedida por la más feroz batalla en el terreno de las ideas y la cultura.
Nunca antes, como en aquellos años, los intelectuales del mundo se habían visto obligados a pronunciarse y tomar partido de manera tan clara y apremiante. Y no podía ser de otra manera: estaba en juego la supervivencia de las civilizaciones y las culturas que se habían acumulado durante siglos, amenazadas por fuerzas bárbaras que planteaban su demolición para sustituirlas por un Nuevo Orden basado en la aniquilación de pueblos enteros, a los que consideraban inferiores, y la esclavización de otros a los que consideraba «asimilables».
Ni la Revolución francesa, ni las guerras napoleónicas, ni las revoluciones del 48, ni la Comuna de Paris, ni el affaire Dreyfuss, ni la I Guerra Mundial, ni las aventuras coloniales, ni otras contiendas locales lograron la polarización, la toma de conciencia y la activación política de pensadores y creadores de todos los continentes, como la que resultó del avance del nazi-fascismo en Europa, y muy especialmente, de la defensa de la República española.
Unidos por amenazas y peligros comunes, los mejores hombres de la época, los creadores de vanguardia, dejaron a un lado todo lo que podía separarlos (credos religiosos, ideas estéticas, pertenencia a escuelas filosóficas diversas, militancia política, intereses nacionales, lenguas diferentes), para construir un frente común en defensa de la cultura amenazada. Nunca antes, y escasamente después, se dio semejante conjunción de las vanguardias políticas y las vanguardias artísticas alrededor de la causa de los pueblos, y contra sus más feroces enemigos.
La cultura nazi surgió sobre la base de la satanización y demolición de toda la cultura precedente, especialmente, de la que se consideraba ajena a las tradiciones del pueblo alemán. Se afincó en una sólida tradición nacional de pensamiento irracionalista, reaccionario, militarista y xenófobo que caracterizó a diversos pensadores, especialmente, como reacción espantada ante la Revolución francesa, primero, la sociedad capitalista, después, y finalmente, las revoluciones proletarias y el avance del comunismo.
El miedo a la razón es el punto de partida de la cultura del Nazismo. A la pequeña-burguesía arruinada, que formaba en sus filas, le aterraban las sociedades surgidas del Siglo de las Luces, en primer lugar, la sociedad capitalista, con sus crisis, sus guerras, su afán de internacionalización, su constante movimiento, su culto materialista al dinero y las ganancias, su irreverencia en materia religiosa, su rechazo de lo local, de lo nacional, de los valores y de la placidez de lo tradicional. Más adelante se sumaría a esta fobia el avance de la cultura proletaria que intentaba también transformar radicalmente a la sociedad burguesa, por medios revolucionarios, con el objetivo de construir una nueva sociedad.
En el seno del movimiento intelectual comenzado en París, dos años antes, España y el Congreso de 1937 actuaron como lo haría el fiel de una balanza, sopesando la verdadera constitución de los cuerpos; separando las apariencias de la realidad, los hechos de las palabras, las verdaderas intenciones de las rimbombantes declaraciones: España de 1937 fue, sencillamente, la hora de la verdad para los intelectuales y artistas del momento, el Rubicón de la razón y la inteligencia sometida a prueba por la barbarie, la irracionalidad y el fascismo. Nadie escapó a este examen, ni siquiera los más famosos y encumbrados, ni los más exitosos o geniales.
Claude Aveline, delegado francés, intervino en el Congreso para destacar porqué la causa española había logrado unir a tantos intelectuales de todo el mundo:
«Si consideramos las guerras que han estallado en el mundo desde principios de siglo, no veremos una sola en la que uno de los adversarios haya podido motivar la adhesión total del espíritu… (La guerra española, por el contrario), ha trastornado todos los principios. Una guerra tan simple, tan pura, que ha obligado al intelectual a intervenir, que ha exigido de él que intervenga…»
Juan Marinello, delegado cubano, destacó la importancia de España, de su lucha, de su victoria o derrota para las naciones latinoamericanas y sus pueblos:
«Esta adhesión hispanoamericana significa la más grave responsabilidad profesional y humana… porque España es nada menos que nuestro mañana… La derrota del pueblo español, derrota imposible, sería el inicio de una terrible Edad Media hispanoamericana: nuestras dictaduras se darían la mano en una alegría satánica, bendecidas por terratenientes, clérigos, soldados del pillaje y escribas traidores…»
La exigencia a los escritores que deseaban entonces defender la cultura era muy concreta, en opinión del poeta Antonio Machado, y así lo expresó a los delegados: «O escribimos sin olvidar al pueblo, o sólo escribiremos tonterías… Para nosotros defender y difundir la cultura es una misma cosa.»
Como recomendación final al Congreso, Machado apuntó la necesidad de que los escritores dirijan sus obras al hombre concreto, y no a masas abstractas:
«A las masas (que es un concepto capitalista) no las salva nadie, en cambio, siempre se puede disparar sobre ellas… Si os dirigís a las masas, el hombre que os escuche no se sentirá aludido y necesariamente, os volverá la espalda.»
María Teresa León hizo uso de la palabra a nombre de la delegación española. Sus conceptos fueron exactos, sin medias tintas, sin remilgos, como demandaba la situación:
«Ser intelectual no es otra cosa que un motivo más para ser militante de la cultura, pero militante, si es preciso, con el fusil al hombro… Camaradas, vosotros habéis traído a mi patria el mensaje de que aún quedan hombres íntegros en el mundo.»
La intervención de la danesa Karin Michaelis confirmó que, después de la barbarie que vivía España, era imposible para los intelectuales del mundo mantener una neutralidad a ultranza:
«Hoy tengo la firme convicción de que cada uno debe decidirse, que cada uno debe afirmar abiertamente: «¡estoy de este lado o del otro!…No digo que sea preciso empujar a todas las personas hacia un partido, que sea necesario obedecer ciegamente. No es necesario. El partido de los combatientes de la libertad es hasta tal punto grande que puede contener a todos los grupos diferentes.»
La Resolución Final del Congreso de Valencia declaraba, en nombre de los delegados:
«1) Que la cultura que se han comprometido a defender tiene por enemigo principal al fascismo.
2) Que están dispuestos a luchar, por todos los medios de que disponen, contra el fascismo (o sea),… contra los factores de la guerra.
3) Que en la guerra efectiva que el fascismo ha abierto contra la cultura, la democracia, la paz, y en general, la felicidad y el bienestar de la Humanidad, ninguna neutralidad es posible
Por los referidos motivos hacen este llamamiento solemne a los escritores del mundo… a fijar su posición, sin tardanza, ante la amenaza que se cierne sobre la cultura y la Humanidad…»
Transcurridos casi setenta años de que estas palabras fueron pronunciadas, los artistas e intelectuales del mundo, unidos en la red de redes «En Defensa de la Humanidad», la misma que convocase al encuentro de Caracas en el 2004, creemos que la Humanidad y la cultura se encuentran amenazadas por peligros inmensos, tanto como lo fueron los provocados por el ascenso del nazismo y el fascismo en la década de los años 30 del siglo pasado, a los que se adicionan los derivados del ascenso y expansión del movimiento neoconservador norteamericano y su asalto y secuestro del gobierno y las instituciones democráticas de esa nación. Nuevas concepciones culturales, filosóficas, económicas, tecnológicas y políticas, más alarmantes aún, se promocionan e imponen mediante la difusión de un pensamiento único totalitario e imperialista, ante el cual se anula toda posible neutralidad o indiferencia. Esto se confirma teniendo a la vista sus expresiones más recientes, especialmente la llamada «Guerra contra el terrorismo», el ascenso del racismo y la xenofobia, la expansión imparable de la pobreza , el subdesarrollo, las epidemias y las injusticias, el comercio desigual, el analfabetismo, la violencia, la marginalidad y la exclusión, el irracionalismo y la manipulación de la información, la suplantación de la democracia y la libertad por remedos carnavalescos e inofensivos, el amordazamiento del pensamiento crítico, la liquidación de la espiritualidad y la verdadera cultura mediante la difusión permanente de una pseudos-cultura banalizante, la destrucción del medio ambiente, los intentos neoliberales de privatizar todo lo existente entre el cosmos y el ADN, la impunidad con que se desafía a la Humanidad mediante el uso flagrante contra los pueblos de armamento ilegal, asesinato de civiles no combatientes, de heridos, y de combatientes prisioneros, la aplicación de medidas coercitivas extraterritoriales, el secuestro y la tortura, la invasión de la privacidad , el espionaje ilegal de los ciudadanos, y la destrucción y saqueo del patrimonio cultural de la Humanidad.
Ante tales desafíos, y a la vista de las imágenes televisivas de la barbarie en tiempo real; ante las ciudades milenarias que arden, como Bagdad, y con ella las primeras manifestaciones de la escritura y el arte humano, como ocurrió con Guernica, en su momento, es que surgió en el 2003 el movimiento «En Defensa de la Humanidad», inicialmente promovido por un pequeño núcleo de intelectuales comprometidos de Cuba y México, y que por estos días, ya ha sido capaz de propiciar la firma de miles de intelectuales de todo el mundo del manifiesto «Cese la hipocresía de Estados Unidos en el tema de los derechos humanos», entre ellos diez premios Nóbel.
La Red es heredera natural y continuadora de los grandes movimientos intelectuales que se pusieron en marcha en Europa y el mundo, ante el siniestro avance del fascismo, y después de 1945, por la paz, la independencia, la libertad y la soberanía de los pueblos, contra el imperialismo, la reacción y el neocolonialismo, pero, a la vez, es un hecho inédito. Se caracteriza por su carácter amplio, plural, horizontal y democrático, sin predominio de ninguna de las tendencias o grupos que la conforman, en parte por el conocimiento y superación de una historia anterior, y también porque las nuevas tecnologías lo facilitan. Ha atravesado exitosamente las etapas de gestación, difusión de sus objetivos y articulación, gracias al trabajo permanente de un reducido grupo de sus miembros trabajando en equipo, y la identificación de focos de resistencia ética y cultural, que como un hecho lógico y natural, se le han ido incorporando, aportándole las causas por las que luchan y sus enfoques y variadas maneras de luchar. No está constituida sólo por intelectuales y artistas del mundo, sino también por luchadores sociales que representan diversos movimientos en sus respectivos países. Debe recordarse que Evo Morales, actual Presidente de Bolivia, participó desde sus inicios en actividades y encuentros promovidos por la Red.
Podría hacerse una extensa relación de acciones que ha organizado o en las que ha participado la Red «En Defensa de la Humanidad», en estos tres años, entre ellas, la creación de la página web del mismo nombre con una lista de distribución que incluya a más de 40 mil destinatarios, la Enciclopedia virtual contra el terrorismo de Estado, la Videoteca «Contracorriente», el Premio de ensayo anual «Pensar a Contracorriente», que ya entra en su cuarta edición, la convocatoria al premio de ensayo «Libertador», que tuvo este mes su primera premiación, los acuerdos del fondo cultural del ALBA, firmados recientemente por Fidel Castro y Hugo Chávez, el canal televisivo «Telesur», que ya transmite una programación durante las 24 horas del día, la coordinación para la creación de una red de emisoras de radio comunitarias, el Tribunal Internacional de los Pueblos «Benito Juárez», el Tribunal Permanente contra el terrorismo, la redacción de la Enciclopedia «Libertad», que se acomete en estos momentos, la convocatoria y celebración del Encuentro Mundial de Caracas, la participación y organización de foros y paneles en el seno de los Foros Sociales Mundiales, la participación en la Cumbre anti-Bush de los Pueblos, que tuvo lugar en Mar del Plata, Argentina, en noviembre del 2005, etc.
El trabajo realizado por la Red forma parte de un proceso global, mucho más amplio, de movilizaciones sociales y de enfrentamiento ideológico y cultural contra el imperialismo, el neoliberalismo, la guerra, la exclusión, la pobreza y las injusticias, que podría resumirse, con las palabras que Noam Chomsky expresase a una periodista de Radio Habana Cuba, en entrevista concedida en Boston, el pasado mes de febrero:
«Hasta la fecha han surgido varios foros sociales mundiales que han dado lugar a otros foros regionales. Estos son movimientos de masa muy poderosos, de un tipo sin precedente en la historia: las verdaderas internacionales. Todo el mundo ha hablado siempre de las internacionales de izquierda, pero jamás hubo una. Este es el comienzo de una.»
En estos momentos, la Red «En Defensa de la Humanidad» se encuentra enfrascada en la identificación de nuevos focos de resistencia ética y cultural, de pensamiento alternativo, de causas y luchas susceptibles de apoyo y que han de ser invitadas a incorporarse a este movimiento, sin perder su identidad propia, partiendo de la divisa de que no hay amigo pequeño, y que se debe escuchar y trabajar con los no convencidos, con los que han abandonado la lucha por desilusión o cansancio, o por divergencias de cualquier índole. Ampliar su alcance y radio de acción, cuanto sea posible, es su tarea del momento, sin perder de vista que ella es un vehículo primordial y vivo en la inmensa batalla de ideas que tiene lugar en estos momentos, ante la necesidad de garantizarle un futuro a la Humanidad. Ante este apremio, todas las discrepancias tácticas, todos los matices secundarios, todas las miserias humanas, todos los sectarismos ideológicos, todas las estrechas miras partidistas, todos los pequeños intereses nacionales, deben ser rebasados y quedar al margen de este esfuerzo.
El pasado mes de febrero se cumplieron 40 años del momento en que se reunieron en La Habana luchadores de 82 países, respondiendo al llamado de la «Conferencia Tricontinental de los Pueblos», un intento por coordinar la lucha de los excluidos, ofendido y humillados del capitalismo y el neocolonialismo, y de aquellos que, como el pueblo de Vietnam se hallaban en la primera línea de resistencia contra la despiadada agresión imperialista. En aquella ocasión Fidel dio lectura a un mensaje del Che, quien se encontraba en las selvas bolivianas dirigiendo un frente guerrillero por la liberación de América Latina. Ese texto, que pasaría a la historia como «Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental» merece ser releído hoy, cuando otros pueblos, como el afgano, el palestino y el iraquí, han venido a sustituir con su cuota de sangre, dolor y sacrificio, el lugar que ocupase entonces el vietnamita; otras revoluciones, como la cubana y la bolivariana se yerguen ante las amenazas, en busca de un futuro mejor, y se ponen en marcha naciones, como Argentina, Chile, Brasil, Bolivia y Uruguay, por sólo citar algunas, mientras se palpa la recuperación de la voluntad de lucha, y se avanza, en Perú, El Salvador, Nicaragua y México. Merece ser releído también a la luz de las masivas protestas estudiantiles y sindicales que agitaron Francia en protesta por las políticas neoliberales del actual gobierno derechista de Chirac, y también, de las enormes protestas contra los intentos por criminalizar la inmigración, que han puesto en movimiento a millones de latinos y de personas de otras nacionalidades, en el seno de los propios Estados Unidos.
«Hay que tener en cuenta-apuntaba hace 40 años el Che, en su mensaje-que el imperialismo es un sistema mundial, última etapa del capitalismo, y que hay que batirlo en una gran confrontación mundial. La finalidad estratégica de esa lucha debe ser la destrucción del imperialismo… El elemento fundamental de esa finalidad estratégica será, entonces, la liberación real de los pueblos… Nos empujan a esa lucha; no hay más remedio que prepararla y decidirse a emprenderla… Es la hora de atemperar nuestras discrepancias y ponerlo todo al servicio de la lucha…En nuestro mundo en lucha, todo lo que sea discrepancia en torno a la táctica, (o) método de acción…debe analizarse con respeto. En cuanto al gran objetivo estratégico, la destrucción total del imperialismo por medio de la lucha, debemos ser intransigentes… No podemos eludir el llamado de la hora. Nos lo enseña Vietnam con su permanente lección de heroísmo… ¡Cómo podríamos mirar el futuro de luminoso y cercano, si dos, tres, muchos Vietnam florecieran en la superficie del globo…!»
A esa lucha, la de crear dos, tres, muchos Vietnam en el terreno de la cultura y las ideas, se consagra hoy la Red de redes «En Defensa de la Humanidad». A ella invitamos a todos los luchadores sociales aquí presentes.