A la sazón estudiante en París, testigo en primera línea de los acontecimientos de Mayo del 68, Félix Placer no los observa como algo concluido o extinguido el verano de aquel mismo año con el triunfo electoral de la derecha francesa, como muchos afirman. Para el autor, aquel espíritu liberador sigue vigente en los pueblos […]
A la sazón estudiante en París, testigo en primera línea de los acontecimientos de Mayo del 68, Félix Placer no los observa como algo concluido o extinguido el verano de aquel mismo año con el triunfo electoral de la derecha francesa, como muchos afirman. Para el autor, aquel espíritu liberador sigue vigente en los pueblos del mundo, Euskal Herria entre ellos, porque «Mayo del 68 fue la explosión del deseo de un mundo diferente».
Después de 40 años de aquel mayo francés del año 1968 rebrotan los recuerdos, interpretaciones, lecturas de los acontecimientos que conmovieron a la aburguesada Francia y a Europa y encendieron la alarma roja en el mundo occidental capitalista. ¿Qué ocurrió en aquellos días turbulentos en los que todo parecía posible y la imaginación reclamaba el poder para trasformar una sociedad de desigualdades sociales, económicas, culturales y revolucionar una política conservadora?
Como estudiante en aquellos años en París, me encontré sumergido en la vorágine de una ciudad conmocionada. La chispa de los acontecimientos se había encendido unas semanas antes en la Universidad de Nanterre, en marzo. El 3 de mayo, ocupada la Sorbona, los líderes del movimiento estudiantil (Cohn-Bendit, Suavageot, Krivine y otros) trasmitían el mensaje que desataba la contestación de los estudiantes. Grupos, reuniones, mítines… en todos los centros universitarios estábamos en asamblea permanente. El barroco teatro Odéon se convirtió en escenario simbólico del espíritu asambleario estudiantil. De las arengas se pasó a las manifestaciones. París ardía de nuevo, cercado por barricadas de resistencia activa y agresiva. Los adoquines de las pavimentadas calles de la ciudad del Sena eran lanzados contra la policía (CRS, calificada como SS), que con gases lacrimógenos asfixiaban calles y metro.
Lo que comenzó por parecer sólo una revuelta estudiantil -calificada por De Gaulle como chienlit (mascarada)- provocó la mayor crisis francesa después de la Segunda Guerra Mundial. Lo que muchos interpretaban como un deseo adolescente de reformas universitarias se convirtió en problema nacional de amplia hondura política y social, sobre todo cuando estudiantes y obreros -también el mundo rural y el sector terciario- se unieron y se declaró la gran huelga general del 13 de mayo que paralizó Francia.
H. Marcuse, el conocido filósofo de «El hombre unidimensional», uno de los más leídos entonces junto con W. Reich, teórico de la revolución sexual, entendía que «los estudiantes saben que la sociedad absorbe las oposiciones y presenta lo irracional como racional. Sienten que el hombre unidimensional ha perdido su poder de negación y su posibilidad de crítica. No quieren dejarse integrar en una tal sociedad», basada en el consumo, en la falsa libertad, en la explotación, esclava de la técnica, del poder y de la producción. Según escribía J. Le Veugle en «Le Monde», no se trataba sólo de una crisis de régimen sino de civilización, que tendía a una revolución cultural de sistema de valores donde las personas fueran sujetos de la evolución. Autonomía contra reformismos, autogestión obrera en las empresas, comunitarismo contra el falso comunismo del PCF, eran las palabras más pronunciadas, unidas a la revolución sexual, al feminismo, a la ecología, a la coeducación.
Encuadrada en los convulsos años de la guerra de Vietnam, del asesinato de M. L. King, de R. Kennedy, de los conflictos sociales y políticos en Alemania, Italia, Checoslovaquia, América, Japón, de la guerra fría, en los duros años del tardofranquismo que en Euskal Herria culminarían en el juicio de Burgos de 1970, la revolución de Mayo del 68 adquiría amplio significado a niveles internacionales. Sectores representativos de la misma Iglesia en Francia (el concilio Vaticano II acababa de concluir) entendían aquella revolución como una crítica radical a una manera de vivir, y monseñor Ancel, antiguo cura obrero, con varios obispos franceses, reconocía «la justicia de la profundas reivindicaciones de los jóvenes» de justicia, libertad, dignidad, responsabilidad y participación.
Los acuerdos de Grenelle introdujeron algunas mejoras salariales y sindicales que no sofocaron el fuego reivindicativo de los trabajadores y continuaron las huelgas. De Gaulle, apoyado por J. Massu, general en jefe del Ejército francés en Alemania, disolvió la Asamblea y convocó elecciones generales que consiguieron el triunfo de la UDR (partido gaullista). Para muchos, en especial para la derecha francesa, todo había terminado con el triunfo del orden establecido: «Los estudiantes a estudiar, los obreros a trabajar», fue la arenga final del presidente francés. París recuperó su arrogancia turística y el verano del 68 pareció que todo quedaba atrás.
Pero ¿había terminado efectivamente la ardiente explosión de Mayo del 68? No fue esta nuestra experiencia en aquellos días ni posteriormente. Su memoria, manipulada con frecuencia, se mantuvo viva y continúa hasta hoy. En contextos distintos, en movimientos sociales, resistencias populares y luchas el mayo francés ha tomado otros nombres y sujetos en un mundo que sigue ardiendo en muchos lugares. Los Foros Sociales Mundiales han recogido la antorcha de otro mundo diferente contra la globalización neoliberal. La guerra de Vietnam terminó con la derrota de USA, Irak está siendo un nuevo fracaso de la política imperialista invasora denunciada ya hace años y su afán dominador continúa planificando nuevas invasiones en Irán. El planeta tierra está siendo abocado por el desarrollo tecnológico hacia la catástrofe ecológica a pesar de denuncias generalizadas.
También en Euskal Herria la memoria histórica mantiene vivas y activas permanentes reivindicaciones políticas, sociales, culturales, educativas, ecológicas que movilizaron el mayo francés y que entre nosotros tenían ya su específica expresión y adquieren hoy una actualidad ardiente. El 3 de marzo en Gasteiz, fue una demostración asamblearia de solidaridad obrera y popular que permanece en la exigencia de justicia contra las masacres de aquellos días, a pesar de las presiones para olvidar y echar tierra sobre tantas víctimas de la injusticia empresarial y política. Sectores juveniles reclaman la autogestión e independencia. Y en estos días, ante un nuevo juicio de carácter claramente político contra las Gestoras Pro Amnistía, se reaviva una especial memoria histórica de quienes hasta hoy mantienen la exigencia de libertad, de igualdad y respeto para todos los pueblos y de los derechos humanos, sobre todo para quienes sufren de manera más directa su conculcación en las cárceles. En el mayo francés se rechazaban las falsas amnistías que sólo -decía un eslogan- son olvido para los crímenes del poder establecido. No se aceptó la llamada ley de amnistía de octubre de 1977 porque las injusticias denunciadas continuaban vigentes. Por ello en Euskal Herria se ha seguido reclamando por los grupos ahora encausados por la Audiencia Nacional española y en los sectores populares, ahondando su significado más profundo: Una amnistía que parta del reconocimiento íntegro de las personas y de los pueblos, de sus derechos individuales y colectivos al desarrollo de su propia identidad, que reconozca las causas y raíces políticas del conflicto y supere todas sus consecuencias, donde la economía pueda pensarse y ejercerse en función de la igualdad contra toda discriminación y precariedad, donde la convivencia con la naturaleza se rija por sus principios ecológicos, donde el euskara sea el vínculo común de intercambio comunicativo.
Mayo del 68 no fue un comienzo, sino la explosión del deseo de un mundo diferente. Aquel fuego no se ha apagado. Luchas y trabajos imparables siguen reavivando en las personas, en Euskal Herria y en todos los pueblos la llama incombustible que ilumina caminos de libertad, justicia y solidaridad.