El realizador de Río arriba aborda un relato coral, con múltiples voces y testimonios, que dan cuenta del exterminio de los pueblos originarios iniciado con la Campaña del Desierto. «Se impone una reparación masiva», dice De la Orden
En una foto, detrás de una mesada de laboratorio, asoma un hombre semicalvo, de anteojos y guardapolvo que mira atento a la cámara, posando, rodeado de gabinetes donde se apilan calaveras, esqueletos, lo que fueran cuerpos con una historia. En el museo de La Plata están depositados, catalogados y ordenados, miles de restos de una masacre. Son la otra cara de la imagen triunfal que habita en todos los billetes de cien pesos. La foto es parte del material de archivo presente en Tierra adentro, el segundo film de Ulises de la Orden, después de la exitosa Río arriba.
Fue hace cinco años cuando De la Orden conoció a Marcos O’Farrell, músico y descendiente de Eduardo Racedo, uno de los generales que lideraron la expansión de fronteras allá por fines de 1870. La historia de O’Farrell operó como disparador para lo que terminó siendo Tierra adentro, que se viene exhibiendo desde hace un par de semanas en el Malba y que desde ayer se puede ver también en el Artecinema de Constitución, en Burzaco y en La Plata, con próximas paradas en el Espacio Incaa 0km – Gaumont y, a partir de septiembre, también en salas de la Patagonia.
Después de la odisea que implicó realizar Río arriba, De la Orden tenía la intención de ser más pragmático en el siguiente proyecto, pero, como la primera vez, «me terminó agarrando y me metí de cabeza en esa historia, que es la más negra de todas. Es la fundación del Estado argentino a través de un genocidio».
Si bien la Revolución de Mayo es el estallido festejado, para muchos el nacimiento de la Argentina como nación se ubica en el proyecto fundacional de la llamada Generación del ’80, con Julio Argentino Roca y su Conquista del Desierto como símbolos. El modelo agroexportador explota en ese contexto y se comienza a plasmar el proyecto de poblar al país con inmigrantes europeos. Es en esa misma época en que se sanciona la ley 1420 (que establece la educación primaria gratuita, obligatoria y laica) y se consolida el Ejército Argentino.
En Bariloche, Pablo, un chico que, como muchos otros, va a la escuela pública, asiste también a la Ruca Mapuche (en mapuche, «casa»), organización donde realiza talleres y actividades que lo ponen en contacto con sus raíces ancestrales, donde puede recuperar la identidad que le fue negada. En ese doble transitar, se encuentra heredero de las contradicciones nacidas de la masacre lejana sólo en el tiempo: la escuela le enseña que es argentino; la reconstrucción de la historia de los suyos, que el país que lo alberga quiso exterminarlo (literalmente primero, estigmatizándolo desde entonces).
Del otro lado de la frontera, desde Chile, Alfredo Seguel -quien se autodefine como comunicador y pertenece a la agencia de noticias Mapuexpress- parte hacia Buenos Aires, siguiendo el trayecto del Wall Mapu. «El Wall Mapu, el espacio ancestral territorial mapuche -explica el director- iba de océano a océano, y de hecho muchas familias mapuches tienen miembros a ambos lados de la cordillera. Aún hoy se usan pasos ancestrales, que no son los pasos por donde va la ruta. Además, está la historia de la Pacificación de la Araucanía: no me quería quedar sólo con la Conquista del Desierto, porque era limitarse a una mitad de la historia. De entrada, yo pretendía tener un historiador argentino y un historiador mapuche.» La contraparte argentina de Seguel, Mariano Nagy, realiza desde Buenos Aires su propia investigación.
En Buenos Aires, Marcos O’Farrell -que también compuso la música de Tierra adentro- inicia literalmente un viaje de reencuentro con su historia familiar, un poco como hiciera el propio De la Orden en Río arriba, cuando volvía a las tierras salteñas donde su bisabuelo había sabido llevar adelante un ingenio azucarero. Como en aquel viaje iniciático del cineasta, acá el tataranieto del general Racedo recorre el camino para encontrarse con ese pasado con el cual su historia personal y familiar se entrelaza de manera directa.
La idea de museo atraviesa el documental: el pasado como algo congelado, definido y hasta legitimado científicamente. La viruela que diezmó a las poblaciones, los campos de concentración en que fueron depositados, el robo de sus niños, no como una limpieza étnica planificada, sino como la consecuencia natural de su inferioridad; la decadencia y destrucción del indio era lógica y necesaria para el avance del progreso y de la economía. Como algo del pasado, a su vez, era necesario estudiarlos, catalogarlos y exhibirlos. «Los mismos documentos del Estado argentino demuestran el genocidio», resalta De la Orden. «No hace falta más que las notas de los militares mismos, la cartografía, ahí está todo.»
Todos los personajes de Tierra adentro realizan un viaje tanto exterior como interior, impulsados por la necesidad de dialogar o debatir sobre el pasado. La pregunta (de la entrevista formal, del encuentro informal) desarma y expone las percepciones cristalizadas que buscan justificar el crimen fundacional. La pregunta, sin embargo, también es la que abre la posibilidad de encontrarse con la raíz perdida.
En un encuentro que ocupa apenas unos minutos del documental, es entrevistado Raúl Zaffaroni, juez de la Corte Suprema. «Era fundamental tener tipos como Nagy o Walter del Río (otro de los historiadores que participan del film)», dice De la Orden con respecto a su búsqueda de brindarle un plus de legitimidad académica a su relato. «Para mí era importante que el discurso histórico estuviera en boca de historiadores o de los mismos mapuches, y que al final alguien lo pusiera en caja jurídica, en el marco de la Filosofía del Derecho. ¿Y quién mejor que un juez de la Corte, que además es el representante de uno de los tres poderes del Estado? Entonces, hay uno de los tres poderes del Estado que, a través de uno de sus representantes, reconoce el genocidio. Un paso enorme.»
Zaffaroni prefiere, para desarrollar su exposición, reemplazar el término «genocidio» por el de «masacre estatal». Elaborando ese concepto, describe entre sus características la búsqueda de la neutralización de una heterogeneidad en función de construir una homogeneidad determinada. Por eso, Zaffaroni extiende la duración de la influencia ideológica de aquel proceso iniciado por la Generación del ’80 hasta la última dictadura militar incluida.
La cámara se detiene en rutas que se extienden y en la belleza de los paisajes, así como en rostros, marcas de la piel que cuentan historias, en miradas recelosas y doloridas, viejas y jóvenes, a la defensiva y amables. Están también otros signos que dan identidad, como el vestuario o el omnipresente mate, como los nombres y la manera de nombrar. Para el realizador, «tarde o temprano, la república entera se va a tener que encaminar hacia una reparación masiva, y que tiene que ver con la propiedad de la tierra». En las palabras del winka, del blanco, el otro era y sigue siendo, en muchos casos, la indiada, el malón, el indio borracho, bruto e improductivo. En Tierra adentro convive lo brutal con lo poético y viceversa.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-22637-2011-08-19.html