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Argentina, tiempos de interrumpir, resistir y cambiar

Fuentes: Rebelión

Entendemos… en Argentina, son tiempos de campaña. Pero como los tiempos de campaña coinciden con el ejercicio del gobierno de quienes se definen como conductores de lo imparable y nos quieren confundir con esa categoría sugiriendo sus supuestas virtudes, nos obligamos a escribir. Imparable: se dice de lo que no se detiene ante nada; lo […]

Entendemos… en Argentina, son tiempos de campaña. Pero como los tiempos de campaña coinciden con el ejercicio del gobierno de quienes se definen como conductores de lo imparable y nos quieren confundir con esa categoría sugiriendo sus supuestas virtudes, nos obligamos a escribir.

Imparable: se dice de lo que no se detiene ante nada; lo que una vez en marcha embiste sin consideraciones; lo que en ejercicio del movimiento no aceptará contradicción, ni criterio de realidad, desconocerá toda otredad… (por instantes la intención parece volverse sinónimo de necedad a fuerza de tanta presunción de «verdad» auto-adjudicada).

Imparable: se dice de lo que no admite límite (quizás tampoco Ley ni ley); lo que avanzará sin detenerse, con indiferencia a lo que acontezca, lo que produzca como efecto. Para volverse imparables hay que andar anestesiados o insensibles a lo que acontezca con los que se han designado como sacrificables.

¿Sacrificables? ¿Quienes? Dirán sorprendidos los imparables. Obvio, jamás admitirán que esto es lo que están produciendo. Los imparables no admitirán que en este país lo único que parece prosperar eficazmente es la fabricación de los sacrificables. Sin embargo, la realidad está ahí, constatable, desgarradora. Los sacrificables son nadie menos y nadie más que todos los hambreados y menospreciados, los mismos a los que se quiere convencer de «juntarse» con los imparables, es decir, con los que no pueden parar de tomar de manera compulsiva créditos que empeñan las vidas de las próximas generaciones. Porque los imparables, seguros de sí, en nombre del «es por tu bien» aplastan futuros.

Juntos imparables. ¿Juntos? El paisaje pone en primera plana a algunos de los «rejuntados», ansiosos de micrófono y tiempo de pantalla, voraces de poder de decisión sobre vidas que ignoran y mutilan (alcanza con eso para no querer juntarse con los imparables).

Imparable: creo recordar que la pulsión tiene esas características, ese empeño testarudo y perseverante que no atiende consideraciones.

Para que haya posibilidades de vivir con otros, entre otros, de tener y hacer algo que se parezca a un mundo común, creo recordar que la pulsión debe renunciar a lo «imparable«, debe incorporar la ética del reconocimiento a la alteridad, aceptar un límite, dejar de lado toda omnipotencia, respetar el más de uno, más de un modo de decidir, más de una opción, más de un camino…

¿Imparables….?

  • La pobreza creciente parece imparable. Los cierres de las fuentes de trabajo parecen imparables.

  • El sufrimiento creciente de sectores cada vez más importantes de población parece imparable. El incremento del poder de decisión de los dueños de las cosas y su usufructo de lo común (cada vez más expropiado) parece imparable.

  • El desprestigio que han logrado instalar gracias a opinólogos enaltecidos y soberbios sobre lo público busca, en estos tiempos, ser imparable.

  • La soberbia de los imparables parece imparable aunque se disimule con la supuesta modestia del reconocimiento de poquitos errores («no calculamos bien», «no nos dimos cuenta de cómo estaban las cosas», «no ponderamos los tiempos»,…habría tanto para señalar…).

Los imparables parecen estar realizando una fuerte apuesta. Apuestan al cansancio, al conformismo, a la renuncia a la reflexi a losn lugar, sin acceso (por mucha carretera inaugurada y metrobus que agilice el transito)los que mueren de frio, los que enf ón, apuestan fuerte a odios y resentimientos y podrían ganar esa apuesta a menos que muchos y muchas, a la vez, consideren que ya está bien, que ha sido suficiente, que ya basta y que ya es hora de que PAREN.

No es no, suele decirse. Los que no queremos que el estado de cosas de la actualidad empeore, no nos juntaremos con los imparables. Es más, entendemos que sería bueno que se detengan, que no continúen imparables.

Soy simplemente una educadora. No me identifico con ningún fundamentalismo y definitivamente no quiero «imparables» gobernando. Quisiera que pare, que se detenga la erosión sistemática material y simbólica de la educación pública.

En efecto entendemos que hay que parar la inculcación de ignorancia, la adjudicación de «pobreza intelectual» que manifiestan los imparables, dirigiéndose a todos como si toda una sociedad debiera contentarse con frases publicitarias huecas, sin darse por enterada de los que duermen en la calle, ni de los que comen de la basura, ni de los que mueren de frío, ni de los que enferman por no tener acceso a las vacunas, ni de los que sufren la crueldad del desprecio que sobre ellos se ejerce… Hay que parar de ignorar a los sin lugar, sin acceso (por mucha carretera inaugurada) a los territorios de bienestar y dignidad, por más estratégico metrobus que agilice el tránsito… Una parte de la sociedad sabe que en las escuelas, explosiones de desidia han matado. No alcanzará que decreten obligatoria la educación emocional para contener la indignación por lo injusto de muchos, de muchas, con deseos de igualdad.

Sabemos de la importancia de la confianza como gesto habilitador, seña de identidad propia a cierto modo de entender las relaciones pedagógicas y su potencial emancipatorio. Sin embargo, henos aquí llevados a sugerir que a veces es oportuno desconfiar. Es el caso cuando se nos presentan discursos que se embanderan en lo ilimitado, en lo que no tiene freno, después de que sus enunciantes han dado pruebas de menosprecio, apelando a la hipocresía de aludir a la igualdad de oportunidades, sin hacer lo necesario para que no se reproduzcan, profundicen y multipliquen las desigualdades.

No es difícil comprender que, en tiempos de «campaña», cada quien busque una frase que sirva como carta de presentación de su aspiración. Las frases están hechas de palabras, las palabras producen efectos, encierran más de un sentido, despiertan asociaciones múltiples y resultan esclarecedoras por lo que dan a entender. En estos tiempos donde las palabras se han desvalorizado, polarizado, en épocas donde sus usos las vacían, hay sujetos, ciudadanos y ciudadanas sensibles a los sentidos de las palabras, no dispuestos a la indiferencia, ni proclives a dejarse seducir sin más por publicidad alguna, dispuestos a pensar y a cambiar.

Frente a los imparables, seguramente, no estaremos todxs, pero alcanzará si somos un suficiente y nutrido gran número.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.