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A propósito de las PASO y el triunfo de la ultraderecha

Argentina y la ofensiva capitalista

Fuentes: Adelante noticias

Las elecciones PASO (Primarias, Abiertas, Simultáneas y Obligatorias) del domingo 13/8 traen novedades políticas interesantes en la Argentina, las que se asocian a dinámicas similares en otras partes del mundo. Son resultados que merecen nuestra atención y reflexión de cara a una estrategia con perspectiva revolucionaria.

En efecto, una de las novedades fue la elevada abstención y voto en blanco, por lejos, la primera minoría en torno al 35% de la población en condiciones de votar. No es una cuantía homogénea, ya que son voluntades dispersas y no necesariamente expresan unidad de criterio, aunque puede imaginarse el descontento y el desánimo por las propuestas electorales. Pero asumiendo los votos positivos, el candidato ultra liberal, Javier Milei, se constituyó en la fuerza ganadora con el 30,04% de la votación, unos 7.116.352 votos, seguido muy de cerca por la coalición Juntos por el Cambio liderada por Patricia Bullrich y apadrinada por Mauricio Macri, que lograron el 28,27%, 6.698029 votos; en tercer lugar, el oficialismo, con el candidato y Ministro de Economía Sergio Massa, con el 27,27%, unos 6.460.689 votantes. Apenas 655.663 de diferencia entre el primero y el tercero, por lo que se alude a una elección de tercios, los que disputaran los dos lugares para el balotaje.

El resultado constituyó una gran sorpresa, no prevista por ninguna consultora o analista en la previa electoral. Por eso la novedad política es tema de discusión en todo el arco político de la Argentina, e incluso más allá. En su momento fue sorpresa Bolsonaro en Brasil, cuando nadie imaginaba el triunfo de la ultraderecha, del mismo modo que ahora la ultraderecha, que sumada a las opciones de derecha en la oposición (salió segunda) e incluso existe derecha integrada en la coalición gobernante, lo que presenta un consenso mayoritario. Es una realidad a contramano de una tradición de organización y lucha del pueblo argentino, que aparece ahora desafiado ante un consenso electoral volcado a la derecha, sea por cansancio en una trayectoria definida por los gobiernos de Mauricio Macri entre 2015 y 2019 y el actual de Alberto Fernández entre 2019 y 2023. Se debe indagar en el sentido del voto, ya que no solo “ricos” votan a la derecha, puesto que una cantidad muy elevada de votantes optaron por propuestas claramente alineadas a la derecha del arco político.

Por qué los pobres votan por sus verdugos es un interrogante difícil de responder. Puede pensarse que sectores muy afectados por años de ajuste y empobrecimiento social no sienten satisfacción con la propuesta política de la tradición local, sean peronistas o radicales, o coaliciones que ellos involucran. La búsqueda por terceros que ofrezcan dinamitar lo existente y colocando la responsabilidad de la miseria en la política tradicional, asumiendo un discurso ideológico intransigente y liberal, captó el interés de millones de votantes, sin con ello coincidir con los efectos que tendrá una política agresiva de liberalización, lo que augura conflictividad en alza e incluso, ingobernabilidad.

La inflación, el crecimiento de la pobreza y la precariedad laboral son quizás los datos relevantes de un impacto social acrecido en estos años, en un marco de estancamiento de mediano plazo. Argentina muestra un crecimiento ralentizado en la última década con deterioro de la calidad de vida y aumento de la desigualdad producto de la concentración del ingreso y la riqueza. Una parte muy importante de la sociedad empobrecida, trabajadoras y trabajadores, cercana a la mitad de la población, sin ninguna expectativa de resolver la cotidiana reproducción vital optaron por la ultraderecha y un discurso simplificador crítico del “orden” existente.

Ese “orden” es el capitalismo. Entonces, necesitamos discutir el capitalismo en sus manifestaciones locales y poder entender porque la primera minoría, de ultraderecha, pudo captar el consenso electoral. Eso nos lleva a discutir el capitalismo, su dominación política y la ausencia de alternativa de izquierda con posibilidad de disputar gobierno y poder. No es solo un problema nacional, sino de varios procesos en la región y en el mundo.

La opción por las derechas nos convoca a discutir desde las izquierdas por qué el descontento no se canaliza en perspectiva anticapitalista y por el socialismo.

Breve recorrido histórico

El desorden político a fines de los 80 del siglo pasado, expresión de la crisis, se hizo manifiesto en la renuncia de Alfonsín (1989) antes de finalizado su mandato, sobre la base de un deterioro de las condiciones de vida de millones empobrecidos, una inflación creciente y una deuda pública heredada de la dictadura genocida que actuaba como condicionante de la política económica, todo lo cual había generado inmensas movilizaciones de resistencia y demanda de soluciones de trabajo e ingreso.

La “resolución” transitoria de la crisis provino bajo el liderazgo de Menem (1989-1999) y su capacidad de disciplinar desde el peronismo a la burocracia política, sindical, social, periodística e intelectual; y con su régimen de convertibilidad (1 peso igual a 1 dólar), que logró la estabilización de precios a costa de un fuerte ajuste en los ingresos populares. Era el tiempo de la caída del muro y el comienzo del fin de la experiencia socialista en el este de Europa y con ello el deterioro en el imaginario mundial de la posibilidad del socialismo.

La “estabilidad” de precios lograda durante el menemismo fue considerada un “valor”, pese al regresivo impacto social, algo que se sostuvo hasta la rebelión popular del 2001 y la salida devaluatoria de inicio del 2022, con un saldo inmediato del 57% de pobreza y el 21,5% de desempleo, según datos oficiales, en el marco de la miseria extendida en los sectores trabajadores e incluso de micro y pequeños empresarios a ellos vinculados. La estabilidad monetaria resolvió los conflictos por arriba, en el poder económico, aun cuando el debate de época se resolvía entre unos que pretendían la total dolarización de la economía y otros más vinculados al mercado interno pugnaban por una devaluación.

El modelo productivo y de desarrollo, continuador del inaugurado por la dictadura genocida, sustentado en la inserción subordinada del capitalismo local, promoviendo la producción primaria y sus exportaciones, bajo dominación de capitales locales y transnacionales, por ende, reduciendo el ingreso popular para favorecer la apropiación de ganancias, constituía el marco de acuerdo a la estabilidad de precios lograda y habilitaba un debate vía competencia entre capitales por la dolarización o la devaluación.

La rebelión popular definió el fin de la convertibilidad, volcando la dinámica del poder en condiciones de una salida del 1 a 1 vía devaluación. Con la devaluación del 2002 volvió el desorden en la cúpula del poder, afectando intereses de capitales concentrados del exterior y del país, asentados en empresas privatizadas de servicios públicos, al tiempo que reactivó la economía local favoreciendo ganancias, empleo e ingresos populares, reanimando consenso para el peronismo en el gobierno (Duhalde 2002/03) y su emergente líder con Néstor Kirchner desde el 2003/07 y Cristina Fernández de Kirchner en dos periodos entre 2007 y 2015.

Un nuevo tiempo emergió en 2002, que en este trayecto de dos décadas explicitó novedades políticas, entre ellas, el surgimiento del kirchnerismo, liderando al peronismo y a otros sectores políticos del centro izquierda y la izquierda (tres periodos presidenciales). Pero también al macrismo, constituyendo una alianza que arrastró al radicalismo y a otras formaciones políticas para constituir una coalición identificada con las propuestas liberalizadoras de la derecha. En rigor, ambas coaliciones integraron peronismo y radicalismo. Se había terminado un ciclo histórico de disputa hegemónica electoral entre peronismo y radicalismo desplegado entre 1945 y 2001.

Esas dos nuevas coaliciones son las que acaban de perder la primera minoría a manos de la ultraderecha, por eso la “novedad”. En la Argentina de hace poco, todo se dirimía en la “grieta” entre kirchnerismo y macrismo, ahora apareció una opción que les quitó la punta en el último tramo de la disputa electoral. La incógnita es si esto se mantiene y se transforma en nuevo ciclo de liderazgo político. Es parte del debate actual hacia la elección de octubre e incluso la segunda vuelta en noviembre.

Convengamos que la ultraderecha se expresó históricamente con los golpes militares entre 1930 y 1976/83 para restaurar el poder oligárquico y del capital externo, que se sustentaba históricamente bajo el “fraude electoral”. Todo indica que esa restauración ya no proviene bajo los tradicionales golpes militares. En efecto, ya en 2015 ganó la presidencia Mauricio Macri, siendo el primer presidente constitucional que no accede al cargo desde las dos tradiciones que ocuparon el poder ejecutivo, desde Irigoyen en 1916 hasta Cristina Fernández en 2015. El gobierno Macri no pudo cumplir su papel restaurador del poder oligárquico imperialista y transnacional, aun con el apoyo de un préstamo gigantesco del FMI por 45.000 millones de dólares, incumpliendo el Fondo las normas estatutarias y a sabiendas acreedor y deudor la imposibilidad de la Argentina para cancelar esa odiosa deuda.

Ante el fracaso del gobierno actual, que asumió con la expectativa del voto popular de retrotraer la situación en una perspectiva favorable a los intereses de la mayoría social empobrecida, la ultraderecha aparece con la posibilidad de disputar con éxito la renovación presidencial en la votación de octubre. El gobierno de Alberto y Cristina perdieron la oportunidad de denunciar el préstamo con el FMI ni bien asumieron en 2019, y al contrario se embarcaron en una negociación que incluyó a los acreedores privados, grandes fondos de inversión, que solo trajo miseria al pueblo, y con ello el descontento que hoy se castiga electoralmente con la opción de la ultraderecha.

Elecciones presidenciales

La elección de octubre se discute entre 5 fórmulas, 3 de ellas con posibilidades de disputar, incluso en segunda vuelta (noviembre) la presidencia del país. Milei, Bullrich y Massa lideran esos tres espacios. Muy lejos se encuentran Juan Schiaretti, actual gobernador de la provincia de Córdoba, con un 3,83% captado en las PASO, unos 907.437 votos, y Myriam Bregman, única opción de izquierda con menos del 2,65%%, unos 628.893 votos.

El resultado electoral es incierto y cualquiera de las tres opciones puede quedarse con el gobierno para el próximo periodo que inicia en diciembre del 2023, por lo que buscan que voten aquellos que se abstuvieron y se orientan a la búsqueda de los votos de quienes no ingresan en la disputa presidencial. El resultado es motivo de discusión diversa y tiene como trasfondo la crisis del capitalismo y sus manifestaciones locales. En efecto, el capitalismo en la Argentina presenta problemas específicos, entre ellos la inflación y sus regresivas consecuencias sociales.

Argentina reconoce una inflación anualizada del 114%, muy lejos de los registros de los países de la región e incluso del mundo. Mucho se discute sobre esa especificidad. En el capitalismo rige la ley del valor explicada por Marx. Por ende, el interrogante es qué tiene de específico la economía local que no logra, aun con tendencia a la suba de los precios en todo el planeta, especialmente de alimentos y energía, registros aminorados tal como se manifiestan en otras economías capitalistas vecinas o del mundo. Cada país tiene sus especificidades de expresión de la crisis del capitalismo, siendo la inflación el fenómeno principal a considerar, en tanto mecanismo de redistribución del ingreso producido socialmente.

Nuestra hipótesis apunta al desorden en la dominación y que se manifiesta en la tendencia a la exportación del excedente económico local, lo que se designa como fuga de capitales. La burguesía hegemónica no logra estabilizar un ciclo político que favorezca la dinámica de acumulación capitalista con mínima satisfacción y consenso de la población. No solo se confronta en la cúpula de la burguesía hegemónica, sino entre estos y el conjunto del pueblo trabajador, en tanto expresión compleja y concreta de la lucha de clases local.

En los 90 del siglo pasado pudo estabilizarse el orden capitalista sobre la base de la convertibilidad y el disciplinamiento social con el peronismo en el gobierno, algo que subsistió hasta 1999. La coalición liderada por el radicalismo entre 1999 y 2001 no pudo sostener el “orden” pese a sostener la “convertibilidad”, signo de la estabilización de precios, y sobrevino la rebelión popular, sustentada en un ciclo de luchas populares desplegadas con movilizaciones y resistencias diversas en los años previos. Un tiempo de construcción de subjetividades e identidades de organización y lucha popular para sustentar un programa de profundas transformaciones, pero que no cristalizó en una propuesta política revolucionaria.

Si bien el kirchnerismo reactivó la dinámica económica sin cambiar sustancialmente el modelo productivo y de desarrollo, de acumulación asociado a la fuga de capitales, y aun recomponiendo empleo e ingresos no pudo evitar la reaparición del fenómeno inflacionario desde el 2006, en proceso ascendente, habilitando la disputa inter-capitalista (competencia por la apropiación de la plusvalía) y del capital en contra del trabajo. Esa dinámica de lucha de clases es el trasfondo de la aparición de una derecha electa por el voto en 2015 (Macri) y que ahora resumen las dos primeras minorías en las PASO (Milei y Bullrich), claro que la opción gubernamental también disputa desde una lógica asociada al ajuste y a la regresiva reestructuración, especialmente condicionada por el acuerdo con el FMI.

La resolución está abierta y se juega en la disputa electoral hasta el 22 de octubre, para ver si ahí se resuelve, lo que requiere que el ganador obtenga el 45% de los votos, o 40% y una diferencia de 10 puntos sobre el segundo. De no ser así, habrá segunda vuelta el 19 de noviembre. La campaña está en proceso y las especulaciones y operaciones de todo tipo proliferan en el debate mediático, incluso si el gobierno termina el mandato. Las propuestas ultra-liberales de Milei, que incluyen la dolarización, previa eliminación del BCRA y un violento ajuste del gasto público genera temor en sectores del poder asociado al presupuesto público, incluso la política exterior definida hacia occidente, privilegiando a EEUU y a Israel, pone en discusión la realidad de acercamiento económico de Argentina con sus principales socios comerciales, Brasil y China. Existe el desafío para discutir con el voto a Milei sobre las consecuencias de ese programa ultra liberal, que es probable que sea ampliamente resistido en su intento de ejecución.

Bullrich está desafiada a diferenciarse y el propio Macri parece más cercano al ultra-liberal que, a su propia creación, aun cuando sostiene a la presidenta de su partido. Señala que ahora hay condiciones para avanzar en el sentido que él propuso y no pudo en su tiempo del 2015 al 2019. No solo se alude al ajuste, sino a las reformas estructurales, especialmente las regresivas reformas laborales y previsionales, para generar mejores condiciones a la apropiación de ganancias para favorecer un ciclo de reactivación inversora para el desarrollo capitalista. El perdón a los genocidas es parte de la propuesta sustentada por la aspirante a la vice presidencia.

El gobierno, condicionado por el acuerdo con el FMI respondió al día siguiente de las PASO con una devaluación que aceleró la suba de precios y con ello elevó las condiciones sociales de miseria y empobrecimiento, al tiempo que esboza algunas medidas paliativas complementarias, de dudoso éxito en la colecta del voto descontento.

Hay incertidumbre sobre el futuro cercano y cualquier resultado bajo estas condiciones supone profundización del ajuste y la reestructuración regresiva del capitalismo local.

La izquierda puede intentar alguna representación electoral, que con los números actuales no logra, y está presionada para orientar la preferencia electoral presidencial en contra de la ultraderecha. Lo acumulado, pese a lograr el mínimo requerido legalmente para disputar la elección, la coloca en situación compleja. Una amplia izquierda existente en la Argentina demanda la ampliación política para disputar el descontento más allá del proceso electoral. Esa articulación es un desafío para el presente y el futuro, dejando de lado sectarismos y habilitando ante la nueva situación de alza del consenso electoral en la ultraderecha para convocar a la más amplia unidad de las izquierdas, incluso de sectores que renuevan su rechazo a la dinámica electoral, pero que nutren la lucha cotidiana en contra el capitalismo.

Es un dato la novedad de la ultraderecha encabezando las opciones electorales en el país, claro que existen dudas que su proyecto liberalizador a ultranza puede encaminarse sin lucha y resistencia del pueblo. Sería especular sustentar un resultado desde hoy, pero sin duda, evidencia la ausencia de una alternativa política popular con perspectiva emancipadora, que, en rigor, trasciende la realidad local y se presenta como un desafío para la izquierda mundial en su totalidad. La caída de la experiencia socialista en el este de Europa hace más de tres décadas desafía la reconstrucción de una estrategia por transformar revolucionariamente la sociedad.

Julio C. Gambina. Doctor en Ciencias Sociales de la UBA; Profesor Titular de Economía Política en la Facultad de Derecho de la UNR; integrante de la Junta Directiva de la Sociedad Latinoamericana y caribeña de Economía Política y Pensamiento Crítico, SEPLA y militante de la Corriente Política de Izquierda, CPI, en: https://corrientepoliticadeizquierda.org/

Fuente: https://adelantenoticias.com/2023/08/22/argentina-y-la-ofensiva-capitalista/