Recomiendo:
0

Presentación de "La observación de Goethe". La linterna sorda, Madrid 2015

Aristas de la militancia de un filósofo, epistemólogo y lógico, herido en letra, en el partido de la lucha antifranqusita

Fuentes: Rebelión

Cuando llegó la hora de la famosa frase -debe de estar en el reglamento porque todos dicen lo mismo-, la frase «nos tendrá que acompañar, coja una manta por si acaso», la portera se puso a llorar. Me dijo que no me preocupara por mis hijos, que ella los cuidaría. En el año 1973, para […]

Cuando llegó la hora de la famosa frase -debe de estar en el reglamento porque todos dicen lo mismo-, la frase «nos tendrá que acompañar, coja una manta por si acaso», la portera se puso a llorar. Me dijo que no me preocupara por mis hijos, que ella los cuidaría. En el año 1973, para una persona que acaba de venir del exilio, que recibe a la policía al amanecer… bueno, esas cosas no se olvidan nunca. Aquella buena mujer no tuvo ocasión, afortunadamente, de ocuparse de mis hijos, porque mis hijos sabían ocuparse de ellos mismos y lo que les preocupaba era si me tendrían mucho tiempo encerrada. Se lo preguntaron. «Eso no se sabe».

Teresa Pàmies (1996), «La madrugada que me detuvieron»

 

Describir, comentar y criticar las informaciones, mil veces repetidas, y reflexionar sobre el verdadero papel del autor de Sobre Marx y marxismo y traductor de El Capital en los, digamos, casos de Gabriel Ferrater, Jaime Gil de Biedma y Manuel Vázquez Montalbán, con el PSUC -y el PCE y la tradición comunista hispánica e internacional- en el fondo del escenario, son las finalidades básicas de este libro que el lector/a tiene entre sus manos.

Con un poco más de detalle.

Durante sus últimos cursos de Derecho y Filosofía, Manuel Sacristán Luzón (1925-1985) participó de manera muy activa, junto a compañeros y amigos como Juan Carlos García-Borrón, Jesús Núñez, Josep Maria Castellet y Esteban Pinilla de las Heras, en la creación y edición de las revistas Qvadrante y Laye. Farreras Valentí, Gómez de Santamaría, también Pinilla de las Heras, García Borrón y él mismo, fueron los colaboradores de «la inolvidable» con mayor vocación político-pedagógica. Después de la «muerte» de Laye, tras conseguir una beca de la Deutscher Akademischer Austauschdienst, el que sería traductor de Adorno y Marcuse partió a estudiar lógica y filosofía de la ciencia, entre 1954 y 1956, en el Instituto de Lógica Matemática y Fundamentos de la Ciencia de la Universidad de Münster (Westfalia). El Instituto alemán, probablemente el centro de lógica más importante en la Europa de aquellos años, estaba dirigido por Heinrich Scholz, teólogo, filósofo, lógico, y uno de los maestros que el autor de Introducción a la lógica y al análisis formal nunca olvidó y a quien dedicó un sentido artículo tras su muerte (Sacristán 1984: 56-89).

Su estancia en el Instituto de Münster fue decisiva para su evolución cultural, política y filosófica. No sólo por la formación lógica y analítica que allí adquirió sino porque fue también entonces, tras varios intentos frustrados de aproximación a la oposición activa contra el franquismo en ámbitos libertarios (según Pinilla de las Heras (1989: 87), hacia 1952 o 1953, Castellet, García Seguí, Sacristán y él mismo se hallaban ya entonces en una búsqueda político-intelectual «que concluiría, para unos, cerca del marxismo y para otros, no muchos años después, en la integración en la clandestinidad, en un partido que se definía (entonces) como marxista y leninista»), fue en Münster, decía, cuando Sacristán se vinculó a la tradición marxista-comunista, al Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC) y al Partido Comunista de España (PCE). Su inusual renuncia a una plaza de profesor-ayudante en el Instituto alemán, como hiciera años después tras su expulsión de la Universidad de Barcelona en 1965 por orden del rector fascista Francisco García Valdecasas renunciando a un generoso ofrecimiento de Mario Bunge de quien había traducido La investigación científica, estuvo motivada por un compromiso poliético que nunca vivió de manera insustantiva, como marco externo, asumido puntual y epidérmicamente tras un estudiado cálculo de rentabilidad personal. El compañerismo, la amistad de Ettore Casari, estudiante de postgrado como él en el centro alemán de lógica y militante del PCI, el Partido de Palmiro Togliatti, fueron decisivos para su toma de posición. Su larga, arriesgada y, en ocasiones, agotadora militancia en el partido por excelencia de la lucha antifranquista durante más de dos décadas y su interés teórico y praxeológico por un marxismo documentado, sin ismos, sin dogmas, informado, atento a las novedades y a los desarrollos artísticos y científicos, abierto a otras tradiciones y en diálogo crítico y no sectario con ellas, sin corpus inalterables, sin postulados indiscutibles ni afirmaciones oscuras e incomprensibles, «conciencia crítica del esfuerzo por crear un nuevo mundo humano», nunca se enmarcaron en una aceptación cegada, seguidista y acrítica de todos los vértices y aristas de una cosmovisión talmúdicamente vivida, practicada y cultivada.

El papel de Sacristán fue decisivo en la difícil reintroducción, consolidación y desarrollo en España de la tradición marxista. Él fue responsable de la edición, presentación y traducción, con el título de Revolución en España [1], de los primeros textos de Marx y Engels publicados legalmente en nuestro país después de la guerra (in)civil. Él fue autor del prólogo, un clásico del marxismo hispánico, a su propia traducción del Anti-Dühring, un texto que enseñó y dejó profunda huella en numerosos ciudadanos obreros, intelectuales y universitarios de la época y de generaciones posteriores. Sacristán fue también uno de los más destacados estudiosos y divulgadores de la obra de Antonio Gramsci. Su Antología del revolucionario sardo, editada en México en 1970 (y en 1974 en España), tuvo una enorme repercusión en el conocimiento de la obra gramsciana en Latinoamérica (Cuba no excluida: José Luis Aranda en Torres y Machado Pasuch 2013: 150). y en nuestro país. La traducción de los dos primeros libros de El Capital (dejó por la mitad el tercero), sus rigurosas y originales aproximaciones a Marx, siguen siendo hoy, varias décadas después, excelente material de estudio para aproximarse o adentrarse en el núcleo central de la obra del gran clásico de la tradición. Sumado todo ello a sus artículos, presentaciones y ediciones de las obras de György Lukács, constituyen un amplio arco de trabajo creativo, sólido conocimiento y reflexión nada usual, a los que habría que añadir sus prólogos, comentarios, notas y traducciones de, por citar sólo algunos nombres, Labriola, Zeleny, Heller, Adorno, Luxemburg, Markús, Marcuse, Togliatti, Korsch, Abendroth, Meek, Pigou, Meinhof, Thompson, Harich, Benjamin, Dutshcke, Lasch y Bertrand Russell.

La militancia del traductor y anotador de Gerónimo, historia de su vida en el Partido de los comunistas catalanes y en el PCE fue un punto esencial de su biografía política, filosófica y humana. Sacristán, que inició su prolongado activismo en la primavera de 1956 [2], el mismo año en que el Partido Comunista alemán era ilegalizado en la República Federal de Alemania, asistió al primer Congreso del PSUC en el verano de ese mismo año y fue miembro de los comités centrales del PSUC y el PCE durante unas dos décadas (la tercera parte de su vida) y del Comité Ejecutivo del PSUC durante cinco de esos años, en la segunda mitad de la década de los sesenta. Su dimisión de este segundo comité [3] no interrumpió su militancia, intervención e influencia en la organización hasta finales de los setenta (e incluso en años posteriores). Tampoco su llamada a una necesaria renovación de la cultura, los procedimientos, las categorías y nudos de las finalidades de la tradición emancipatoria, objetivos que él mismo abonó con artículos, conferencias e intervenciones políticas. Dentro del PSUC o en sus proximidades, alejado críticamente de algunas de sus tesis, posiciones políticas e intervención institucional durante los años de la transición-transacción, nunca considerada Inmaculada, modélica o indiscutible por él, Sacristán fue un intelectual militante atípico, un combatiente político revolucionario, como su compañero y amigo Francisco Fernández Buey, hasta el final de sus días. Además de todo lo anterior, fueron también decisivas, por sólidas y originales, Michael Löwy ha hecho justa referencia a ello, sus aportaciones en el ámbito, entonces poco atendido, del ecologismo político, científicamente documentado y socialmente orientado, así como en el de la lucha antimilitarista y el combate antinuclear, junto a su amigo y compañero, el gran científico franco-barcelonés republicano, Eduard Rodríguez Farré.

Conocemos una gran parte de los escritos (informes, notas, artículos, cartas) por él elaborados durante sus dos décadas de militancia, además de por el tercer volumen –Intervenciones políticas– de sus «Panfletos y Materiales», por la paciente y difícil labor investigadora de Miguel Manzanera, Giaime Pala, María Francisca Fernández y José Sarrión. Han sido ellos quienes se han sumergido con éxito en el Archivo Histórico del PCE y el PSUC, en el Archivo Militar de Catalunya, y en instancias complementarias de documentación como el imprescindible y monumental archivo de Francesc Vicens, buscando pacientemente y encontrando finalmente lo que no era fácil hallar. El gran número de los documentos que debían manejarse, no siempre ordenados, y los nombres de la militancia clandestina en el Partido de la resistencia añadían más dificultades a la ya de por sí compleja tarea.

En esos informes internos, en esas ponencias para seminarios de trabajo y formación, pueden comprobarse también el rigor y alcance del pensamiento y la autenticidad política del hacer de Sacristán, su concepción del marxismo como una tradición revolucionaria emancipatoria, su no-intelectualismo al uso, la profundidad de su apuesta política, la veracidad de sus posicionamientos, los múltiples riesgos contraídos y, como característica esencial, el pensar siempre (y actuar en consecuencia) con su propia y abierta cabeza sobre numerosos asuntos político-culturales.

Fue importante, decisiva en ocasiones, su aportación al Partido en asuntos como el debate Semprún-Claudín y sus inferencias políticas; en la configuración de la potente y exitosa política universitaria del PSUC; en las renovadoras posiciones críticas de la organización, excelentemente recogidas por Josep Serradell a pesar de sus desacuerdos, tras la invasión de Praga por países del Pacto de Varsovia; en la profunda y no siempre comprendida crítica del estalinismo y el neoestalinismo; en la consideración política equilibrada y en absoluto seguidista del entonces denominado «socialismo real»; en el debate abierto en la organización tras el más que singular abandono carrillista de la definición leninista del Partido; en la constitución, en contra de las posiciones de la dirección (destacadamente, de Nicolás Sartorius), de la federación de enseñanza de CCOO; en la apertura y discusión de lo que él mismo denominó problemas post-leninianos; en la defensa -en difícil y, en ocasiones, en casi desolada minoría al lado de Francisco Fernández Buey- del derecho (documentado, bien informado) de autodeterminación de las nacionalidades de Sefarad y, a un tiempo, de la unión fraternal, federal y voluntariamente deseada de sus pueblos; en la postulación de una política socialista de la ciencia a la altura de los nuevos tiempos, las informaciones más recientes y las nuevas y peligrosas circunstancias; en las fundadas críticas a una transición demediada nunca idolatrada por él (especialmente, en los casos de los «Pactos de la Moncloa» y la Constitución, que no apoyó, de 1978), o, por finalizar en algún punto, el estudio, la teorización, el apoyo y trabajo práctico en los entonces llamados «nuevos movimientos sociales».

Los casos que se recogen en este volumen, estos tres momentos de la historia del Partido de los comunistas catalanes y de la propia biografía política de Manuel Sacristán, no tocan directamente aspectos centrales de la historia del PSUC. Ni el caso de Gil de Biedma y su solicitud de militancia o de mayor compromiso en el partido [4], del que mucho se ha hablado a lo largo de los años con claras y en absoluto inocentes finalidades políticas, fue un momento destacado de esa historia ni lo fue tampoco la breve detención (sí, claro está, las circunstancias de represión que la causaron) de Gabriel Ferrater, felizmente resuelta, y el comportamiento de él mismo con ocasión de ella. Tampoco fue asunto trascendente las relaciones organizativas, tensas, con algunas desconfianzas en determinados momentos, entre los dos «Manolos», entre Manuel Vázquez Montalbán y Sacristán, que, como en los dos casos anteriores, tiene que enmarcarse en una época de dura, difícil y arriesgada clandestinidad, de malentendidos casi inevitables dada la imposibilidad de informaciones y discusiones abiertas, y de fuertes y necesarias medidas de seguridad, tiempo de resistencia y difíciles conquistas en el que no siempre era fácil ni siquiera posible, como señaló Brecht, y gustaban recordar Sacristán y Francisco Fernández Buey, la afabilidad y confianza con los propios compañeros. Los topos no sólo eran viejos, también en este caso, sino que gozaban de una generosa nómina policial y practicaban, con éxito muchas veces, estudiadas y diseñadas actuaciones de travestismo político. La complejidad de todo aquel mundo «grande y terrible» incrementaba, ad nauseam y casi inexorablemente, los recelos, los potenciales errores, los pasos en falso, las meteduras de pata, los distanciamientos injustificados, los abismos en las relaciones interpersonales, los dogmatismos, las separaciones, el sectarismo y las inconsistencias con compañeros y compañeras de lucha y organización.

Este ligero peso político, esta levedad, no ha sido obstáculo para que dos de estos asuntos (el tercero, el de Vázquez Montalbán, en mucha menor medida, más recientemente y con guadiana trayectoria) hayan sido usados una y otra vez contra el PSUC y el Partido Comunista de España, pero, sobre todo, de manera insistente, como eficaz y oportuna falacia ad hominem, contra la trayectoria política, ética e incluso filosófica de Sacristán, contra un luchador comunista democrático clandestino que ha sido señalado (incluso estigmatizado) por cómodos, bien instalados e inmaculados dedos acusadores, y caracterizado, sin apenas matices, como político cerril, dogmático, inflexible, estalinista, irresponsable en el caso de Ferrater; homofóbico en el caso de Gil de Biedma; cegado y puntilloso en el caso de Vázquez Montalbán; quimérico (en aspectos y consideraciones que lo enlazan con la poesía de Alfonso Costafreda); también españolista en algunas ocasiones, a pesar de que sus posiciones sobre el tema y su amistad y admiración por la obra de Salvador Espriu (y por la de autores como Brossa y Martí i Pol) desmientan radicalmente esa afirmación. Y, por supuesto, sin ningún tacto, sabiduría, cintura flexible para la acción política real, para la praxis transformadora. Se ha hablado de él reiteradamente como si se tratara de un activista político escasamente útil y en absoluto dúctil, alocado en ocasiones y ultraortodoxo en otras, un militante en el que la pseudorrealidad, la dogmática bíblico-marxista, librescamente vivida, y la ensoñación delirante se fundían en una única (y peligrosa) entidad, de la que se llegó a conjeturar en algún momento, el desprósito no tiene parangón, que mantenía contactos con jerarcas y responsables de la brigada política-social del franquismo.

Los casos analizados en este ensayo enseñan, pueden enseñarnos, sobre los procedimientos de valoración y actuación en el mundo político, mediático e intelectual, y en ámbitos próximos, sobre todo eso que, en otro tiempo, era conocido como lucha de clases en el ámbito de la teoría y, también, sobre aquel hermoso lema, tan del gusto de Gramsci que habla de verdad y revolución y enlaza ambas consistente y fraternalmente.

Las siguientes páginas intentan arrojar algo de luz sobre el compromiso político de Sacristán y sobre la foma de entenderlo en el caso de otros intelectuales, y también sobre el papel real del traductor de El Capital en esos «momentos» de la historia del Partido Comunista catalán, páginas que intentan relacionar a un pensador muy ausente de las Facultades de Filosofía, que nunca consideró el marxismo como un filosofar tradicional, con grandes nombres de la intelectualidad barcelonesa de aquellos años como los cinco citados y, dadas las relaciones y diversidad de todos estos nombres y escenarios, con otras figuras no menos destacadas y relevantes como Carlos Barral, Josep Fontana, Joan Ferraté, Jaume Ferran, Juan, José Agustín y Luis Goytisolo. No es necesario recordar, por sabido, el reconocimiento intelectual y artístico que Sacristán tenía de la obra poética de Ferrater y Gil de Biedma, y su cercanía al trabajo periodístico, artístico y político del autor de Asesinato en el Comité Central.

La presentación del historiador Jordi Torrent Bestit no sólo es, siéndolo, un hermoso regalo para los lectores sino un gran honor para mí, un generoso y fraternal detalle que deseo agradecer y destacar especialmente. El historiador Giaime Pala me ha ayudado en varios nudos centrales de la investigación. José Luis Martín Ramos, con la solidez e inmenso saber que le caracterizan, me ha hecho ver cosas básicas que me habían pasado desapercibidas. José Sarrión, una vez más, me ha regalado ideas, sugerencias y su generosa amistad. Manuel Martínez Llaneza me ha señalado, críticamente, dos puntos básicos que me han obligado a revisar el texto casi en su totalidad. Manuel Monereo, Alejandro Andreassi, Carlos Valmaseda. Xavier Juncosa, María Menéndez y Joan Benach me han ayudado a mejorarlo. Jordi Mir, Jorge Riechmann, Miguel Candel e Iñaki Álvarez Vázquez han estado cerca, como siempre, haciéndolo todo más fácil y más entrañable. Mercedes Iglesias Serrano y Daniel López Martínez me han ayudado en lo más esencial, me ayudan siempre. Está en su afable y singular naturaleza, como diría el amigo Héctor Illueca.

 

Notas:

[1] Señala J.R. Capella (1988: 79) que tras la publicación de este volumen en Ariel y la detención de su editor tras manifestarte contra el asesinato de Julián Grimau, C. Robles Piquer, entonces Director General de Infomación, presionó a Labor para que no diera trabajo a Sacristán. Por este motivo, no llegó a publicarse Lógica elemental, póstumamente editada por Vera Sacristán en Vicens Vives.

[2] Sobre los primeros momentos de esa militancia, puede verse la entrevista de X. Juncosa a Santiago Carrillo para los documentales sobre la vida y obra de Sacristán (Juncosa 2006). Sacristán fue nombrado miembro del nuevo Comité Central del PSUC que contaba con 23 miembros efectivos y 7 suplentes. Los nuevos cuadros estaban vinculados al trabajo político en «el interior». Entre ellos, Cipriano García, F. Vicens y Solé-Tura.

[3] Nadie hasta la fecha como Giaime Pala ha estudiado este nudo de la biografía política de Sacristán. Pueden verse al respecto su tesina de licenciatura y su tesis doctoral «Teoría, práctica militante y cultura política del PSUC (1968-1977)», presentadas ambas en la Universidad Pompeu Fabra, y dirigida esta última por Francisco Fernández Buey.

[4] Tampoco, desde un punto de vista próximo al poeta barcelonés, en la aproximación biográfica de varios estudiosos como Andreu Jaume (véase la cronología de este último en Gil de Biedma 2010: 451-458) y en otros ensayos histórico-literarios. No hay tampoco referencia a ninguno de estos casos en Shirley Mangini (1987), amiga de muchos de los miembros de la generación de los cincuenta, estudiosa de la Universidad de Yale, una reconocida investigadora que, por ejemplo, conocía bien la revista Nuestras Ideas. Habla de ella, por ejemplo, en la página 107 de su libro.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.