El arte soviético en el período de los años 20 y hasta el primer quinquenio de los 30 del pasado siglo XX es un ejemplo único de cuánto de quimera irrealizable se puede hacer realidad artística y viceversa, de cómo la historia reflejó aquel momento sumamente significativo cuando se cambió la relación entre el arte […]
El arte soviético en el período de los años 20 y hasta el primer quinquenio de los 30 del pasado siglo XX es un ejemplo único de cuánto de quimera irrealizable se puede hacer realidad artística y viceversa, de cómo la historia reflejó aquel momento sumamente significativo cuando se cambió la relación entre el arte y la vida en el notable intento de lograr que se diluyeran el uno en la otra.
El público cubano tiene ahora la posibilidad de ver ese momento artístico relevante de la historia del arte, donde se perfiló el concepto actual que tenemos del diseño industrial y gráfico, mas no a través de imágenes digitales, documentales (por la televisión) o de videos, sino directamente en una muestra que se exhibe en las salas del Museo de Arte Universal titulada Vanguardias soviéticas en la colección del IVAM. De la formulación abstracta a la utopía humanística.
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Una curaduría del presidente del Consejo Nacional de Artes Plásticas de Cuba, Rubén del Valle Lantarón y de la editora Isabel Pérez Pérez que ha contado con el apoyo del Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM) que es el museo más importante de Valencia, ya que cuenta en sus fondos con diez mil 500 obras del siglo XX, y como parte de aquellos, de una relevante colección de las vanguardias artísticas de la pasada centuria.
En la muestra de este verano de 2011 en Cuba, puede apreciarse el diseño gráfico, el fotomontaje y la fotografía que conforman uno de sus fondos más valiosos, además de exhibirse, en pantallas, películas del cine soviético de Eisenstein y de Dziga Vertov.
Y aunque se percibe -por la condensación de exponentes de fotografía, fotomontaje y diseño gráfico y editorial-, el espíritu de una época tan singular desde nuestra mirada de hoy, se extraña -y es lógico, suceda dadas las dificultades que entrañaría el traslado de piezas- la presencia de otras manifestaciones que ejemplificarían esa integración de las artes que propició una puesta en escena de impacto en lo sociopolítico de aquellos años.
En Cuba, por ejemplo, ese arte vanguardista halló una influencia a fines de los años 60, que algunos habaneros recordamos sobre todo en el Pabellón Cuba de la capital habanera, donde se disfrutaron muestras que alcanzaban la calle, en un diseño urbano que integraba el sonido, los lumínicos, las vallas y las proyecciones.
Como ha sucedido en otras etapas de la historia de la cultura, a ese período increíblemente fértil en ideas e imágenes artísticas extendido a una amplia gama de expresiones culturales, desde la literatura hasta el urbanismo y el vestuario, y que hizo que el centro del interés del arte mundial se desplazara en unos años de París a Rusia, correspondió la realidad de la situación del país menos industrializado de Europa y que lograra solo una década después transformarse en la tercera potencia económica del planeta.
Arte revolucionario, vanguardista, que pretendía abolir todo lo anterior, y que respondió a un clima complejo en la sociedad rusa y a una situación «dura» en términos económicos, si se piensa en aquella Rusia zarista que salía del feudalismo -Revolución de Octubre y nuevas tecnologías mediante-, nación donde muchos artistas jóvenes incluso creaban en condiciones de penuria y cuyas creaciones que pretendían inyectarse de funcionalismo contenían una estética en sí mismas y algunas eran tan utópicas que permanecieron como proyectos artísticos nunca ejecutados.
Estudiosos (véase la valiosa contribución del crítico de arte cubano Gerardo Mosquera con su libro El diseño se definió en Octubre, publicado por la Editorial Arte y Literatura en 1989) han relacionado esta irrupción insólita en el arte universal por parte de los soviéticos a hechos y momentos de una tradición rusa anterior, por ejemplo, los Pintores Ambulantes y las teorías artísticas de los demócratas revolucionarios del siglo XIX – sin dejar de mencionar por su relieve, el papel desempeñado en la práctica por personalidades muy excepcionales que desarrollaron con optimismo, tenacidad e ideales, un arte en un marco signado por avances tecnológicos, la voluntad de modernización y, a la vez, la lucha denodada en medio de las contradicciones por contrarrestar el atraso feudal de la Rusia zarista.
El catálogo, escrito por los curadores de la exhibición, enfatiza en la importancia para el concepto de diseño actual de «la lección extraordinaria que significaron las creaciones desarrolladas por los artistas rusos de la llamada vanguardia estética, tanto dentro de la mayakovskiana agencia denominada Ventanas de Rosta (Agencia Telegráfica Rusa) como de la escuela de VKhUTEMAS (Talleres Técnico-Artísticos de Grado Superior/Instituto), donde de alguna manera se asumieron conceptos entonces nuevos de la física y de la óptica, entendiéndolos como vínculos de carácter preceptivo entre el emisor y su destinatario».
VKhUTEMAS, además, ha sido comparada con la peculiar escuela taller Bauhaus que se desarrolló en Alemania, y donde, con un espíritu menos radical que la rusa, también se enseñaba la integración arte e industria, con el objetivo de unir lo artesanal con los procesos tecnológicos modernos y en una aspiración conjunta de formar al diseñador y artista con un enfoque moderno.
Klucis. «Con el esfuerzo de millones» |
En la exposición, abunda la obra de diseño gráfico, léase carteles, cubiertas de libros, revistas, impresos en general; pero también fotografía, novedosos fotomontajes, que hasta hoy nos impactan por su atrevimiento formal, en su concepción constructivista, como en el cartel de Klucis o en la cubierta de reconstrucción de la arquitectura de Lissitzky de una abstracción geométrica tan pura. Además, la inclusión de maquetas y reproducciones en gran formato producen, ciertamente, una ambientación capaz de transmitir una etapa cultural plena de polémicas, de un súper dinamismo en todas las esferas de la vida sociocultural: todo bajo un signo común de solidaridad, de ímpetu por lograr eficiencia en la comunicación social con las masas. Y que ahora nos llega mediante una sensación de trascendencia enfática de lo nuevo que obra desde el interior de las fuerzas en que fueron creados estos diseños por diez artistas: Alexander Rodchenko, El Lissitzky, Gústav Klucis, Valentina Kulágina, Várvara Stepánova, Liubov Popova, Nathan Altman, Vladimir Roskin, Borís Ignátovich, Solomón Telíngater.
Teligater. «La construcción en Moscú» |
Artistas, entre otros muchos, que enfrentaron un momento de ideales en un país que trabajaba por superar las diferencias culturales con las masas campesinas representativas del mayor porcentaje de la sociedad rusa, creadores que acometieron una tan emprendedora como peculiar relación pasado-presente que se torna enfática hacia el futuro en sus obras.
El propio hecho de que la muestra sea contentiva de diseño gráfico y fotografía, nos habla de la importancia que los artistas otorgaron a la creación artística como una actividad relacionada con lo técnico, productivo y utilitario, a semejanza del valor que también otorgaron los rusos vanguardistas al periodismo y la propaganda política, géneros que recibieron más realce y dedicación que la literatura misma. Como es el caso de Rodchenko, de quien podemos apreciar diseños en la muestra, y deja la pintura para trabajar el diseño gráfico, el industrial y la fotografía.
En las palabras al catálogo, por cierto, que resumen en una clara síntesis los principales móviles del tema expuesto, se explicita cómo los creadores » fueron capaces de ajustar y modelar el instrumental artístico más inédito y experimental concebido hasta ese momento e igualmente de germinar nociones y prácticas fundacionales de lo que más tarde hemos convenido en denominar diseño».
Incluso hoy, si nos detenemos en algunos diseños, resulta impactante lo experimental de su ejecución si se piensa que se realizaron en los años 20.
De cualquier modo y como era de esperar por la dialéctica propia de la crítica cultural, el movimiento vanguardista ruso recibió ataques a mediados del siglo XX, ya sea por parte de los que le acusaban por normas que persistían en una modernidad grandilocuente y unidireccional, o luego por la corriente posmoderna que señaló cómo estas tendencias constructivistas y productivistas eran excesivamente funcionales, puristas, y en su altisonancia no asumían contenidos de las convenciones locales o tradicionales.
Sin embargo, lo cierto es que el arte ruso de las vanguardias emergió con una fuerza experimental inédita y al mismo tiempo fue fragua del concepto que hoy asumimos como diseño. Tal y como los autores explican en su texto al catálogo: «…se trata de un período crucial que modeló muchas de las nociones contemporáneas sobre el diseño, pues al conciliarse los intereses de algunos de los principales representantes de aquellas vanguardias altamente experimentales con las exigencias de la comunicación masiva se fraguó una síntesis reveladora de las artes, emergieron nuevas morfologías y se hicieron evidentes y perdurables múltiples hallazgos de lenguaje».
Etapa álgida de la cultura universal que los estudiantes de diseño, arte y humanidades no debieran dejar de ver en la oportunidad de esta exhibición de vanguardias soviéticas organizada por el IVAM de España y el Museo de Bellas Artes de Cuba que -como señaló María del Mar Palacios, ministra Consejera de la Embajada española en Cuba, va más allá de la frontera de nuestros dos países.
Arte que luego declinara, lamentablemente, a fines del primer lustro de los 30, debido a la imposición del realismo socialista como única forma de expresión artística. Si Lenin le había escrito a Clara Zetkin: «…Todo artista tiene derecho a crear libremente según su ideal, sin depender de nada», ya para 1934, aquella orientación muere con el advenimiento de una época de culto a la personalidad, con Stalin en el poder. Entonces la legitimidad de los dogmatismos laceró cualquier indicio de arranque de una imaginación enaltecida, asimismo secó la fuente viva que significaba la actividad de muchos creadores rusos que se desarrollaron allí donde emergió aquella renovadora irrupción de tendencias artísticas en los 20 e inicio de la década de los 30.
Sería interesante, algún día, que pudiésemos, además de ver una muestra más amplia donde accediéramos a la integración de otras artes del período de las vanguardias históricas soviéticas, contrastar con estas otras imágenes que deificaron el amargo contraste de didactismos innecesarios propios del realismo socialista.
Por el momento, sin duda, tenemos en la actual que se exhibe en Bellas Artes esta cita inestimable con las vanguardias soviéticas del arte del siglo XX.