Desde hace unos meses, los medios de comunicación generalistas han publicado cada día un buen número de artículos de pensadores actuales, algunos más interesantes que otros, planteando un futuro diferente tras la crisis. Los textos han sido compartidos por las redes, acompañados por diferentes lemas de movimientos sociales. Podríamos decir que los medios y la sociedad están volcados, por fin, con la idea de un cambio.
Sin embargo, si vemos las cifras de ventas online de corporaciones que explotan diariamente a sus trabajadores, parece que ese cambio no va a llegar todavía. Mientras se comparten mensajes sobre un consumo sostenible, se explota al vecino del portal de al lado, a esa familia que describe Ken Loach en Sorry We Missed You. Con un clic se difunde un artículo de un filósofo antisistema y con otro se compra en cualquiera de esas plataformas que pisotean a personas a las que ellos llaman autónomos, repartidores de paquetes o comida rápida, y que en realidad son simples esclavos.
La principal diferencia con la esclavitud que hemos conocido hasta ahora, la que sale en las películas que ganan en los Óscar y hacen llorar a todo Hollywood, es que ahora los esclavistas comparten su culpa. Ya no son solo terratenientes o tipos gordos fumando puros, son “emprendedores”, ídolos del capitalismo, que se enriquecen mediante un pacto con cualquier infeliz con una aplicación móvil. A estos últimos, los vemos en Sorry We Missed You tras cada puerta a la que debe llamar el protagonista. En el fondo, el ciudadano tiene gran parte del poder, también de la culpa.
No hay nada en Loach que nos lleve a ese futuro de cooperación y solidaridad que nació de modo artificial cuando al egoísmo se le obligó a quedarse en casa. Ese vecino que aplaudía contigo, mañana quizá tenga un accidente porque tú exijas que tu teléfono móvil nuevo llegue en dos días en vez de en cinco. Han conseguido poner los caprichos por encima de los derechos, haciendo que los miembros de una misma clase se exploten entre ellos.
Por eso, al final de En guerra, Stéphane Brizé muestra al personaje de Vincent Lindon prendiéndose fuego. Solo un grito de esas características puede hacer despertar a una masa adormecida. No son simples producciones en las que el espectador se siente impotente ante la injusticia, aquí el público puede decidir cambiar sus hábitos y la vida de muchas personas.
Loach y Brizé no van a poder salvar el mundo. Es posible que pronto no haya sitio para su cine. Pero, por ahora, tienen la posibilidad de seguir gritando. Y se agradecen unos cuantos buenos gritos que impidan escuchar durante un rato tanta música comercial.