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Articular fuerzas para el asedio a la fortaleza del régimen político neoliberal

Fuentes: Rebelión

La principal tarea del periodo para quienes aspiran a una transformación sustantiva de la sociedad en Chile es desplazar la hegemonía del neoliberalismo y de los grupos neo-oligárquicos que lo sostienen, cuya trenza cruza transversalmente el mundo empresarial, la clase política, el aparato del estado. En cuanto a la coyuntura actual, ésta es de una […]

La principal tarea del periodo para quienes aspiran a una transformación sustantiva de la sociedad en Chile es desplazar la hegemonía del neoliberalismo y de los grupos neo-oligárquicos que lo sostienen, cuya trenza cruza transversalmente el mundo empresarial, la clase política, el aparato del estado. En cuanto a la coyuntura actual, ésta es de una progresiva erosión de la legitimidad del régimen político forjado en la transición para gobernar un orden neoliberal en Chile, y su búsqueda -hasta ahora no exitosa- de formas de regenerar o reconstituir una estabilidad que evite la constitución política del descontento. Desarticular el régimen político de la transición y desplazar quienes lo han hecho posible es en este caso el frente de lucha principal para ensanchar las posibilidades de la democracia y cambiar el rumbo del país hacia otro proyecto de sociedad.

El régimen político se encuentra en una posición debilitada, en una táctica de ganar tiempo para regenerarse y enfrentar en mejores condiciones situaciones de crisis económica o desafección de sectores sociales de su aparato de gobernabilidad. En ese sentido, hoy por hoy el desafío más importante del régimen no es consolidar ya un nuevo ciclo post-transición, sino evitar la constitución de fuerzas que amenacen el carácter de la política como asamblea inter-burguesa. Todo lo demás puede ser administrado y contenido, desde estallidos sociales hasta la abstención. Que duda cabe que es allí, en el flanco más débil del contrincante, donde se deben concentrar ahora los esfuerzos de oposición al modelo. El régimen de la transición se juega en los próximos años -medidos en meses- su proyección, y sus cabezas más lúcidas lo saben. ¿Lo saben también los grupos con vocación transformadora?

Evidentemente las tareas del periodo suponen constancia y serenidad para cultivar múltiples procesos de crecimiento y acumulación de fuerza social y política. Pero la coyuntura demanda una respuesta más decidida por parte de los destacamentos que han comenzado a emerger a la escena política en el vacío de liderazgo de las opciones sistémicas. La prioridad uno, dos y tres de la acción de las nuevas fuerzas debe ser constituirse como una alternativa política viable y necesaria a ojos de amplias capas sociales populares y subalternas, con determinación de gobernar Chile (y no de estar en el gobierno) con consistencia suficiente para desafiar al contrincante y forzar un nuevo escenario de reacomodo de fuerzas en torno a un eje que combine rechazo al neoliberalismo chileno y oposición a su régimen de asamblea de los poderosos. El desarrollo de acumulaciones particulares, es decir, el trabajo y avance por separado de grupos y colectivos tanto en el mundo social como en conformar organizaciones políticas nuevas, es no cabe duda una tarea necesaria para sustentar una fuerza político-social transformadora. Pero sólo si se demuestra una vocación para salir de los nichos de acumulación e interpelar e interpretar capas mucho más amplias de la sociedad, con todos los desafíos que eso conlleva, es posible dar un salto cualitativo y desafiar a la clase política.

Ello supone avanzar en las coyunturas de los próximos meses no sólo en líneas de acumulación propias sino en ensayar procesos de convergencia mucho más amplios, profundos y maduros de los que se han visto en todo el periodo de la transición, y en buenas cuentas superar el sentido común de sectarismo y hegemonismo que ha desarrollado la izquierda en su supervivencia al régimen neoliberal. Acá cabe recordar que la vocación de poder y la determinación de constituir una fuerza política no resuelven de por si desafíos de constitución y organización que requieren mayor disciplina, madurez y claridad en la toma de decisiones. Ni implican automáticamente superar las formas tradicionales de la política de izquierda que arrastra vacíos y vicios que pueden debilitar la consistencia de un nuevo sujeto político.

De todos modos, sólo la articulación de muchas voluntades y sensibilidades distintas en una gran convergencia anti-neoliberal, con reglas claras, generosidad y mínimos comunes, que se plantee derechamente desalojar al neoliberalismo y su clase política gerencial pueden aglutinar la potencia y diversidad que un polo transformador necesita. Eso implica hoy muy claramente cerrarle la puerta a converger con la moribunda nueva mayoría así como a quienes hoy apuestan a ser sus satélites de izquierda y progresistas, y por el contrario, convocar a sus adherentes o colectivos honestamente desencantados a adherir a una nueva articulación. Central en la acción venidera de los movimientos transformadores son: la disputa por el sentido común de las mayorías, por interpretar y comunicar lo que ocurre con mayor autonomía de las fuentes de conocimiento y discurso tradicional; la visibilización de experiencias avanzadas de lucha y organización social alternativa, que demuestren la potencialidad del enraizamiento territorial; la movilización, protesta y lucha reivindicativa sectorial o territorial; la construcción y fortalecimiento de organización política y coordinaciones políticas; y la disputa electoral. Ahora bien, el principal esfuerzo es dotar a esas u otras acciones de una centralidad política estructurante.

Hay que desarrollar el convencimiento que ninguna de esas disputas pueden ser conducidas con una lógica de acumulación al margen de la disputa central en la coyuntura. Acumular presencia en gremios no es -en sí misma- ninguna emergencia política en el sentido que aquí se ha sugerido. Toda acumulación no supeditada al eje de levantar un polo anti-neoliberal es en última instancia espuria, sea esta parte de una lucha sectorial o territorial, electoral o cultural. O mejor dicho, no hay reforma educacional posible, cambio constituyente o del régimen previsional, cambios al modelos productivo y al valor del trabajo, fin al estado subsidiario y a las políticas sociales focalizadas, nuevas políticas ambientales y de ciudad, de regionalización efectiva y plurinacionalidad, si no se hace saltar el cerrojo de la transición.

De las disputas frente a la institucionalidad cabe mencionar lo siguiente: se requiere una intervención más resuelta y ágil ante episodios de crisis de la economía política de la transición, como el caso CAVAL, PENTA, colusión político-empresarial; y por otra parte, hay que enfrentar el ciclo de elecciones de 2016 y 2017, algo necesario para anteponerse a la regeneración política del régimen y como oportunidad para crecer y visibilizarse como opción política, no sólo como voz crítica o disidente. En ese último plano, y dado lo embrionario de la constitución de fuerzas transformadoras, lo lógico sería concentrarse selectivamente en algunas comunas donde se puedan dar disputas emblemáticas desde experimentos flexibles de articulación político-social, en la medida que compartan el sello rupturista más general antes esbozado. En cuanto al 2017, no cabe duda alguna que desde una articulación política amplia se debe aspirar a candidaturas emblemáticas de diputados/as y senadores/as, y levantar una voz propia en la disputa presidencial.

No cabe duda que el diseño de la transición y la brutalidad del modelo (y la codicia sin fin de sus sostenedores) han generado su propio desgaste (temporal, vale la pena recordar). Pero las posibilidades hoy abiertas también le deben mucho a los procesos de resistencia al orden neoliberal, expresados tanto en las grandes movilizaciones y luchas que al menos desde 1997 y hasta el 2011, como en un sinfín de luchas moleculares y cambios culturales que vienen fluyendo reconfigurando el escenario social. Es por lo mismo responsabilidad de todos y todas encontrar con madurez el equilibrio entre la necesaria cautela que requiere una batalla de largo aliento contra adversarios muy poderosos, y la urgencia de capturar la oportunidad de la coyuntura para cambiar sustantivamente el escenario político y avanzar en las posibilidades de cambio social progresivo.

 

Martin Sanzana: Director Centro INEDH; ex integrante de la SurDA – Chile.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.