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Militares de EE.UU. y Chile asesinaron a Horman y Teruggi

Asociados para matar

Fuentes: Punto Final

El ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Jorge Zepeda, decidió procesar por los homicidios de los ciudadanos estadounidenses Charles Horman Lazar y Frank Teruggi Bombatch -ocurridos el 17 y 22 de septiembre de 1973-, respectivamente, al brigadier (r) Pedro Espinoza Bravo y al entonces jefe de la misión militar de Estados Unidos, capitán […]

El ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago, Jorge Zepeda, decidió procesar por los homicidios de los ciudadanos estadounidenses Charles Horman Lazar y Frank Teruggi Bombatch -ocurridos el 17 y 22 de septiembre de 1973-, respectivamente, al brigadier (r) Pedro Espinoza Bravo y al entonces jefe de la misión militar de Estados Unidos, capitán de navío Ray Davis. La decisión del magistrado empieza a develar el papel que cumplieron miembros de la embajada norteamericana en Chile, antes, durante y después del golpe militar que derrocó al gobierno del presidente Salvador Allende.

Los asesinatos de Horman y Teruggi lograron connotación mundial a través del libro The execution of Charles Horman ( Desaparecido, en la versión en español), publicado por Thomas Hauser en 1978, y por la película Missing , dirigida por Costa Gavras y protagonizada por Jack Lemmon y Sissy Spacek, estrenada en 1982 pero entonces prohibida en Chile por la dictadura.

Horman, de 31 años, y Teruggi, de 24, fueron detenidos en sus casas por militares, conducidos al Estadio Nacional y ejecutados secretamente.

La resolución del ministro Jorge Zepeda sostiene que la decisión de asesinar a Charles Horman la tomó el Departamento II del Estado Mayor de la Defensa Nacional, dependiente del general Augusto Lutz Urzúa, y fue ejecutada por el Batallón de Inteligencia Militar o cuartel de inteligencia del ejército, a cargo de un oficial de esa repartición que supervisaba la ejecución de detenidos.

Charles Horman era periodista y trabajaba como guionista para Chile Films; Teruggi estudiaba ciencias políticas en la Universidad de Chile. Ambos colaboraban con una agencia noticiosa alternativa, llamada Fuentes de Información Norteamericana (FIN), creada por un grupo de jóvenes norteamericanos que vinieron a Chile para apoyar al gobierno de la Unidad Popular. Uno de los últimos boletines semanales de la agencia FIN, en julio de 1973, aseguraba que «varios agentes de la CIA que operan en Chile están implicados en las actividades de grupos abiertamente sediciosos, sin que esté libre de sospecha el embajador Nathaniel Davis, quien estuvo con el mismo cargo en Guatemala en el período en que asesores diplomáticos y militares norteamericanos ayudaron a organizar grupos terroristas fascistas como La Mano Blanca, Nueva Organización Anticomunista y el Consejo Anticomunista de Guatemala, que asesinaron a miles de estudiantes, trabajadores y campesinos».

La agencia FIN, el nexo que vinculaba a Horman con Teruggi, fue creada, entre otros, por Steve Volk, que vivió un tiempo en Chile con una beca Fulbright y tras regresar a Estados Unidos, volvió a Santiago a terminar su tesis para un doctorado de la Universidad de Columbia. Volk trabajaba nueve horas diarias en la Biblioteca Nacional investigando el desarrollo de las clases sociales en la región minera del norte de Chile durante el siglo XIX. Por las noches, se reunía con Horman, Teruggi y una decena de norteamericanos en las oficinas de FIN para producir un semanario de noticias.

La elaboración del boletín y los métodos que empleaban los jóvenes norteamericanos simpatizantes de la Unidad Popular para recolectar información eran considerados «subversivos» y vigilados de cerca por agentes secretos encubiertos como personal diplomático de la embajada de Estados Unidos, quienes, además, recibían datos sobre ellos desde diversas fuentes de inteligencia. El juez Zepeda señala en su resolución que una agencia gubernamental de Estados Unidos proporcionó al FBI la dirección de Teruggi y que, además, informó que el joven estaba «estrechamente vinculado con el Grupo para la Liberación de las Américas, área Chicago».

Días de angustia

Charles Horman viajó a Nueva York a visitar a sus padres en agosto de 1973. Volvió a Chile con una de amiga, la escritora Terry Simon, de 28 años. En el aeropuerto los esperaba Joyce, esposa de Charles. La joven escritora, a los pocos días, se sintió atemorizada por el denso clima político que se vivía en Santiago y decidió marcharse. Horman le dijo que no podía irse sin conocer Viña del Mar y hacia allí viajaron el lunes 10 de septiembre. Joyce permaneció en la capital. Horman y su amiga pasearon casi toda la tarde por Viña y al anochecer acudieron a tomar un bus para regresar a Santiago. Pero no había buses en el terminal y la ruta estaba interrumpida. Decidieron entonces pernoctar en el Hotel Miramar. A la mañana siguiente, martes 11, pagaron y se dirigieron al centro de Viña. Sin embargo, en la calle los detuvo un soldado armado.

-Las fuerzas armadas han tomado el gobierno. Hay toque de queda. Vuelvan al hotel y quédense allí-, les dijo luego que ellos se identificaran como turistas norteamericanos. El martes 12 volvieron a salir del hotel. Charles quería comprar un periódico y enterarse de las noticias, pero no pudieron conseguir ninguno. De regreso en el Hotel Miramar se encontraron en la terraza con una pareja. Junto a ellos había un ejemplar de El Mercurio . Horman, hablando en español, se dirigió al hombre para pedirle prestado el periódico.

-Es mejor que lo pida en inglés-, fue la respuesta del sujeto, algo obeso, de cabello escaso y rojizo.

-¡Usted es norteamericano!-, exclamó Terry.

-En efecto.

-¿Está en viaje de turismo?

-No, exactamente.

-¿Qué hace aquí, entonces?

-Estoy aquí con la Marina de Estados Unidos. Hemos venido a hacer un trabajo, y ya lo hemos terminado.

El hombre dijo llamarse Arthur Creter, ingeniero naval retirado, en misión especial con la Marina estadounidense, con domicilio en Panamá. Contó que antes de llegar al hotel había estado una semana en un barco fondeado en Valparaíso y tranquilizó a los jóvenes afirmando que el golpe militar había sido «muy suave. Cuando todo sale bien, es que las cosas se han previsto con detalle», agregó antes de marcharse.

Al día siguiente, Horman bajó temprano de su habitación para intentar otra vez llamar a su esposa Joyce. Las comunicaciones seguían interrumpidas. Recién se le unía Terry cuando vieron a un hombre alto y macizo que vestía uniforme militar estadounidense, que se les acercó sonriente. Era el teniente coronel Patrick Ryan, de la Infantería de Marina de EE.UU., boina verde, paracaidista y buzo táctico. Se había entrenado para invadir Cuba y fue destinado en tres ocasiones a Vietnam. Llegó a Chile en diciembre de 1972 como segundo jefe de la Delegación Naval de EE.UU. en Valparaíso. Su jefe directo era Ray Davis, comandante de la Agrupación Militar de EE.UU., ahora procesado por el juez Jorge Zepeda. Ryan había acudido al hotel para ver cómo estaba Arthur Creter, el ingeniero naval enviado a Chile por el Comando Sur estadounidense para «asuntos oficiales del Milgroup», y éste le informó de la presencia en el hotel de la pareja de jóvenes norteamericanos.

Charles Horman llevaba tiempo recopilando información sobre el secuestro y asesinato del general René Schneider, ocurrido en octubre de 1970. Sabía de la ingerencia del gobierno de Estados Unidos, del Pentágono y de las agencias de inteligencia de ese país en actividades destinadas a desestabilizar al gobierno del presidente Allende. Tanto él como sus colegas analistas y redactores de la agencia FIN creían que el gobierno de Richard Nixon estaba ayudando a preparar un golpe de Estado y que en esa tarea estaba involucrado personal de la embajada.

En las horas siguientes, en una búsqueda desesperada de transporte para retornar a Santiago, Horman y Terry Simon mantuvieron contactos con varios miembros de la misión militar de Estados Unidos en Valparaíso y escucharon relatos que parecían prueba fehaciente de la participación norteamericana en el golpe. Tomaron minuciosos apuntes, que más tarde servirían para que la familia y amigos del periodista Horman intentaran aclarar los motivos de su asesinato.

El sábado 15 de septiembre de 1973, el propio Ray Davis transportó a Charles y Terry a Santiago en su automóvil y los dejó frente al Hotel Carrera. Horman no quiso que los llevara hasta su casa en la Avenida Vicuña Mackenna 4126, donde pocos días antes se había mudado con Joyce.

Este episodio consta en la resolución del juez Zepeda quien, además, destaca que el transporte de la pareja «fue hecho por el capitán de navío norteamericano con salvoconducto otorgado por el oficial de inteligencia del Departamento Segundo del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que se desempeñaba como oficial de enlace con los militares norteamericanos». El «enlace» de Davis era el capitán de fragata Raúl Monsalve Poblete, con oficina en el séptimo piso del Ministerio de Defensa chileno.

Un testigo imprevisto

Charles Horman fue detenido en su casa al atardecer del 17 de septiembre por un grupo de militares que lo subieron a un camión junto con varias cajas con sus libros y otros papeles. El periodista estaba solo. Una mujer que presenció el arresto siguió al camión en un taxi colectivo, y pudo ver que lo llevaron al Estadio Nacional, convertido en campo de prisioneros. En las horas siguientes, Horman fue llevado al noveno piso del Ministerio de Defensa, ante la presencia del director del Servicio de Inteligencia Militar, general Augusto Lutz; del coronel Víctor Hugo Barría, segundo jefe del organismo; de un norteamericano aún no identificado y del agente del Departamento II de Inteligencia, Rafael Agustín González Berdugo, quien lo interrogó en inglés y sirvió de traductor.

González Berdugo, empleado civil de la fuerza aérea chilena, era un veterano agente de la inteligencia militar. Entre 1970 y 1973 había integrado el Subdepartamento de Contrainteligencia del Estado Mayor de la Defensa. El día del golpe le ordenaron ingresar a La Moneda y rescatar todos los documentos que considerara importantes, en especial los que estuvieran en el gabinete presidencial. A la salida reconoció entre los detenidos que permanecían boca abajo en la calle Morandé al periodista Carlos Jonquera Tolosa, asesor de prensa del presidente Allende. Lo hizo levantarse y lo llevó a un costado. Ese gesto le salvó la vida a Jorquera. En las horas siguientes, el agente González pasó a depender directamente del jefe del Estado Mayor de la Defensa, almirante Patricio Carvajal, quien le encargó diversas misiones. En la línea de mando, sin embargo, obedecía al jefe del Departamento de Inteligencia del Estado Mayor, capitán de navío Ariel González Cornejo. En la noche del 17 fue llamado a las oficinas del general Lutz para servir como intérprete de Horman. En los años siguientes González Berdugo repetiría la misma historia: «Lutz fue rápidamente al asunto. Charles Horman era ‘un caso especial’. Acababa de llegar de Valparaíso y ‘sabía demasiado’. Tiene que desaparecer, dijo el general».

Tiempo después, el agente que sirvió de traductor se asiló con su familia en la embajada de Italia. Allí contó que el principal interés de Lutz, Barría y del norteamericano no identificado aquella noche del 17 de septiembre de 1973, era conocer qué sabía Charles Horman sobre el intento de secuestro y asesinato del general René Schneider, ex comandante en jefe del ejército, así como del apoyo que recibieron el general (r) Roberto Viaux y sus hombres -ejecutores de ese atentado-, de la embajada estadounidense.

El papel de Espinoza

Varios altos funcionarios del gobierno de la Unidad Popular conocían al coronel Pedro Octavio Espinoza Bravo. El general Carlos Prats, que reemplazó al general Schneider en la comandancia del ejército, lo presentó más de una vez como uno de los oficiales de inteligencia más talentosos que había conocido en la institución. Desde comienzos de 1973, el coronel Espinoza estuvo bajo el mando del general Lutz en el SIM, al igual que el coronel Víctor Hugo Barría. Pero también se encargó de las tareas de protección y seguridad de los conjurados -civiles y militares- que preparaban el golpe de Estado. Interrogado por el juez Jorge Zepeda, Espinoza negó todo conocimiento o participación en las detenciones y asesinatos de Horman y Teruggi. No obstante, diversos oficiales en retiro lo sindicaron como un hombre clave en la estructura superior de inteligencia del Estado Mayor de la Defensa, y con un poder de mando que opacaba al mismo general Lutz.

En la resolución de 33 páginas del ministro Zepeda no se revela el papel exacto que cumplió Espinoza -hoy cumpliendo condena por otros asesinatos- en los crímenes de ambos jóvenes estadounidenses, ni tampoco qué funciones tenía cuando ocurrieron los hechos. Jorge Balmaceda, abogado del hoy brigadier en retiro Pedro Espinoza, segundo jefe de la Dina entre 1974 y 1977, declaró que Espinoza Bravo asegura no tener responsabilidad alguna en el caso Horman y que el magistrado lo ha confundido con el fallecido coronel Jorge Espinoza Ulloa, comandante del campo de prisioneros del Estadio Nacional.

La acusación del general Prats

El 27 de octubre de 1974, el Times de Londres publicó un reportaje basado en una entrevista con el general Carlos Prats realizada a mediados de septiembre por la periodista Marlise Simons en Buenos Aires, donde el militar se encontraba exiliado. En ella, Prats relató que el golpe militar que puso a Pinochet en el poder fue proyectado y coordinado desde Valparaíso. «Fue allí -afirmó el Times citando a Prats- donde los oficiales comprometidos en la conspiración se reunieron en secreto con un oficial de marines estadounidense, el mismo que después mantendría contactos con el almirante Toribio Merino, jefe de la Armada. Ese hombre era el teniente coronel Patrick Ryan». El mismo que Horman y Terry Simon conocieron en el vestíbulo del hotel Miramar en la mañana del 13 de septiembre.

Pocas semanas antes de publicarse el reportaje del Times , el 30 de septiembre de 1974, el general Prats y su esposa fueron víctimas en Buenos Aires de un atentado organizado por la Dina

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