Texto presentado en el Ciclo de Conferencias «Los retos de la humanidad: la construcción social alternativa», Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la Universidad Nacional Autónoma de México, 23 al 25 de Octubre de 2012.
El fatalismo global abandona su máscara optimista neoliberal de otros tiempos y va asumiendo un pesimismo no menos avasallador. En el pasado los medios de comunicación nos explicaban que nada era posible hacer ante un planeta capitalista cada día más próspero (aunque plagado de crueldades), solo nos quedaba la posibilidad de adaptarnos, una ruidosa masa de expertos avalaban las grandes consignas con argumentos científicos irrefutables. A eso se le llamó discurso único, aparecía como un formidable instrumento ideológico y prometía acompañarnos durante varios siglos aunque duro unas pocas décadas y se esfumó en menos de un lustro.
Ahora la reproducción ideológica del sistema mundial de poder empieza a acudir a un nuevo fatalismo profundamente pesimista basado en la afirmación de que la degradación social (desplegada como resultado de «la crisis») es inevitable y se prolongará durante mucho tiempo.
Como en el caso anterior los medios de comunicación y su corte de expertos nos explican que nada es posible hacer más que adaptarnos ante fenómenos universales inevitables. Como cualquier otra civilización, la actual en última instancia controla a sus súbditos persuadiéndolos acerca de la presencia de fuerzas inmensamente superiores a sus pequeñas existencias imponiendo el orden (y el caos) ante las cuales deben inclinarse respetuosamente. El «mercado global», «Dios» u otra potencia de dimensión oceánica cumplen dicha función y sus sacerdotes, tecnócratas, generales, empresarios o dirigentes políticos no son otra cosa que ejecutores o intérpretes del destino lo que de paso legitima sus lujos y abusos.
Así es como en septiembre de 2012 Olivier Blanchard, economista jefe del Fondo Monetario Internacional anunciaba que «la economía mundial necesitará por lo menos diez años para salir de la crisis financiera que comenzó en 2008» (1). Según Blanchard el enfriamiento durable de los cuatro motores de la economía global (Estados Unidos, Japón, China y la Unión Europea) nos obliga a descartar cualquier esperanza en una recuperación general a corto plazo. Aún más duro en agosto del mismo año el Banco Natixis integrante de un grupo que asegura el financiamiento de aproximadamente el 20% de la economía francesa publicaba un informe titulado «La crisis de la zona euro puede durar veinte años» (2).
Nos encontramos ante un problema que difícilmente puedan resolver las élites dominantes: la cultura moderna es hija del mito del progreso, una y otra vez pudo cautivar a los de abajo con la promesa de un futuro mejor en este mundo y al alcance de la mano, eso la diferencia de experiencias históricas anteriores. Las épocas de penuria son siempre descriptas como provisorias preparatorias de un gran salto hacia tiempos mejores. La reconversión de la cultura dominante en un pesimismo de larga duración aceptado por las mayorías no parece viable, por lo menos es de muy difícil realización exitosa no solo en los países ricos sino también en la periferia sobre todo en las llamadas sociedades emergentes. Solo poblaciones radicalmente degradadas podrían aceptar pasivamente un futuro negro sin salida a la vista, las élites imperialistas golpeadas, desestabilizadas por la decadencia económica, sin proyectos de integración social podrían encontrar en la degradación integral de los de abajo (sus pobres internos y los pueblos periféricos) una riesgosa alternativa posible de supervivencia sistémica.
Autodestrucción
El capitalismo como civilización ha ingresado en un período de declinación acelerada, una primera aproximación al tema muestra que nos encontramos ante el fracaso de las tentativas de superación financiera de la crisis que se desató en 2008 aunque una evaluación más profunda nos llevaría a la conclusión de que el objetivo anunciado por los gobiernos de los países ricos (la recomposición de la prosperidad económica) ocultaba el verdadero objetivo: impedir el derrumbe de la actividad financiera que había sido la droga milagrosa de las economías centrales durante varias décadas. Desde ese punto de vista la estrategias aplicadas fueron exitosas, consiguieron aplazar durante cerca de un lustro un desenlace que se acercaba velozmente cuando se desinfló la burbuja inmobiliaria norteamericana.
Una visión más amplia nos estaría indicando que lo ocurrido en 2008 fue el resultado de un proceso iniciado entre fines de los años 1960 y comienzos de los años 1970 cuando la mayor crisis económica de la historia del capitalismo no siguió el camino clásico (tal como lo mostró el siglo XIX y de la primera mitad del siglo XX) con gigantescos derrumbes empresarios y una rápida mega avalancha de desempleo en las potencias centrales, sino que fue controlada gracias a la utilización de poderosos instrumentos de intervención estatal en combinación con reingenierías tecnológicas y financieras de los grandes grupos económicos.
Esa respuesta no permitió superar las causas de la crisis, en realidad las potenció hasta niveles nunca antes alcanzados desatando una ola planetaria de parasitismo y de saqueo de recursos naturales que ha engendrado un estancamiento productivo global en torno del área imperial del mundo imponiendo la contracción económica del sistema no como fenómeno pasajero sino como tendencia de larga duración.
Se trata de un complejo proceso de decadencia, basta con repasar datos tales como el del volumen de la masa financiera equivalente a veinte veces el Producto Bruto Mundial y su pilar principal: el súper endeudamiento público-privado en los países ricos que bloquea la expansión del consumo y la inversión, el de la declinación de los recursos energéticos tradicionales (sin reemplazo decisivo cercano) o el de la destrucción ambiental. Y también el de la transformación de las élites capitalistas en un entramado de redes mafiosas que marca con su sello a las estructuras de agresión militar convirtiéndolas en una combinación de instrumentos formales (convencionales) e informales donde estos últimos van predominando a través de una inédita articulación de bandas de mercenarios y manipulaciones mediáticas de alcance global, «bombardeos humanitarios» y otras acciones inscriptas en estrategias de desestabilización integral apuntando hacia la desestructuración de vastas zonas periféricas. Afganistán, Irak, Libia, Siria… México ilustran acerca del futuro burgués de las naciones pobres.
El área imperial del sistema se degrada y al mismo tiempo intenta degradar, caotizar al resto del mundo cuando pretende controlarlo, superexplotarlo. Es la lógica de la muerte convertida en pulsión central del capitalismo devenido senil y extendiendo su manto tanático (su cultura final) que es en última instancia autodestrucción aunque pretende ser una constelación de estrategias de supervivencia.
Cada paso de las potencias centrales hacia la superación de su crisis es en realidad un nuevo empujón hacia el abismo. Los subsidios otorgados a los grupos financieros abultaron las deudas públicas sin lograr la recomposición durable de la economía y cuando luego tratan de frenar dicho endeudamiento restringiendo gastos estatales al tiempo que aplastan salarios con el fin de mejorar las ganancias empresarias agravan el estancamiento convirtiéndolo en recesión, deterioran las fuentes de los recursos fiscales y eternizan el peso de las deudas. Frente al desastre impulsado por las mafias financieras se alza un coro variopinto de neoliberales moderados, semi keynesianos, regulacionistas y otros grupos que exigen suavizar los ajustes y alentar la inversión y el consumo… es decir seguir inflando las deudas públicas y privadas… hasta que se recomponga un supuesto circulo virtuoso del crecimiento (y del endeudamiento) encargado de pagar las deudas y restablecer la prosperidad… a lo que los tecnócratas duros (sobre todo en Europa) responden que los estados, las empresas y los consumidores están saturados de deudas y que el viejo camino de la exuberancia monetaria-consumista ha dejado de ser transitable. Ambos bandos tienen razón porque ni los ajustes ni los repartos de fondos son viables a mediano plazo, en realidad el sistema es inviable.
Las agresiones imperiales cuando consiguen derrotar a sus «enemigos» no logran instalar sistemas coloniales o semi coloniales estables como en el pasado sino que engendran espacios caóticos. Es así porque la economía mundial en declive no permite integrar a las nuevas zonas periféricas sometidas, los espacios conquistados no son absorbidos por negocios productivos o comerciales medianamente estables de la metrópolis sino saqueados por grupos mafiosos y a veces simplemente empujados hacia la descomposición. Mientras tanto los gastos militares y paramilitares de los Estados Unidos, el centro hegemónico del capitalismo, incrementan su déficit fiscal y sus deudas.
Queda así al descubierto un aspecto esencial del imperialismo del siglo XXI mutando hacia una dinámica de desintegración general de alcance planetario. Esto es advertido no solo por algunos partidarios del anticapitalismo sino desde hace un cierto tiempo por un número creciente de «prestigiosos» (mediáticos) defensores del sistema como el gurú financiero Nuriel Roubini cuando proclamaba hacia mediados de 2011 que el capitalismo había ingresado en un período de autodestrucción (3).
Es un lugar común la afirmación de que el capitalismo no se derrumbará por si solo sino que es necesario derribarlo, por consiguiente quienes señalan la tendencia hacia la autodestrucción del sistema son acusados de ignorar sus fortalezas y sobre todo de fomentar la pasividad o las ilusiones acerca de posibles «victorias fáciles» que desarman, distraen a los que luchan por un mundo mejor.
En realidad, ignorar o subestimar el carácter autodestructivo del capitalismo global del siglo XXI significa desconocer o subestimar fenómenos que sobredeterminan su funcionamiento como la hegemonía del parasitismo financiero, la catástrofe ecológica en curso, la declinación de los recursos naturales especialmente los energéticos catalizada por la dinámica tecnológica dominante, la incapacidad de la economía mundial para seguir creciendo lo que la lleva a acelerar la concentración de riquezas y la marginación de miles de millones de seres humanos que «están de más» desde el punto de vista de la reproducción del sistema. En suma el ingreso a una era marcada por la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas de la civilización burguesa amenazando a largo plazo la supervivencia de la mayor parte de la especie humana.
Presenciamos entonces una subestimación de apariencia voluntarista que oculta la devastadora radicalidad de la decadencia y en consecuencia la necesidad de la irrupción de un voluntarismo insurgente (anticapitalista) capaz de impedir que el derrumbe nos sepulte a todos. Dicho de otra manera no nos encontramos ante una «crisis cíclica» con alternativas de recomposición de una nueva prosperidad burguesa aunque sea elitista sino ante un proceso de degeneración sistémica total.
La historia de las civilizaciones nos recuerda numerosos casos (empezando por el del Imperio Romano) donde la hegemonía civilizacional que conseguía reproducirse en medio de la decadencia anulaba las tentativas superadoras engendrando descomposiciones que incluían a víctimas y a verdugos.
La contrarrevolución ideológica que dominó la post guerra fría acunó a una suerte de marxismo conservador que caricaturizó la teoría de la crisis de Marx reduciéndola a una sucesión infinita de «crisis cíclicas» de las que el capitalismo conseguía siempre salir gracias a la explotación de los trabajadores y de la periferia, el ogro era denunciado quedando demostrado una vez más quien era el villano del film.
Pero la historia no se repite, ninguna crisis cíclica mundial se parece otra y todas ellas para ser realmente entendidas deben ser incluidas en el recorrido temporal del capitalismo, en su gran y único súper ciclo, es lo que nos permite por ejemplo distinguir a las crisis cíclicas de crecimiento, juveniles del siglo XIX de las crisis seniles de finales del siglo XX y del siglo XXI.
Por otra parte es necesario descartar la idea superficial de que la autodestrucción del sistema equivale al suicidio histórico aislado de las élites globales liberando automáticamente de sus cadenas al resto del mundo que un buen día descubre que el amo ha muerto y entonces da rienda suelta a su creatividad. Es el mundo burgués en su totalidad el que ha iniciado su autodestrucción y no solo sus élites, es toda una civilización con sus jerarquías y mecanismos de reproducción simbólica, productiva, etc. que llega a su techo histórico y comienza a contraerse, a desordenarse pretendiendo arrastrar a todos sus integrantes, centro y periferia, privilegiados y marginales, opresores y oprimidos… el naufragio incluye a todos los pasajeros del barco.
Decadencia global
La autodestrucción aparece como la culminación de la decadencia y abarca al conjunto de la civilización burguesa no como un fenómeno «estructural» sino como totalidad histórica con todas sus herencias a cuestas: culturales, militares, productivas, institucionales, religiosas, tecnológicas, morales, científicas, etc. Se trata de la etapa descendente de un prolongado proceso civilizacional con un auge de algo más de 200 años precedido por una prolongada etapa preparatoria.
Decadencia general, mucho más que «crisis», el fenómeno incluye a las dos configuraciones básicas del sistema: la central (imperialista, «desarrollada», rica) y la periférica («subdesarrollada», globalmente pobre, «emergente» o sumergida, con sus áreas de prosperidad dependiente y de miseria extrema).
Los primeros años posteriores a la ruptura de 2008 mostraron el comienzo del fin de la prosperidad de las economías dominantes mientras un buen número de países periféricos seguían creciendo sobre todo China. Pero la expansión de la economía china dependía del poder de compra de sus principales clientes: los Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, como ya se pudo ver en 2012 el desinfle de esos compradores desinfla al engendro industrial exportador de la periferia. En síntesis: no hay ningún desacople capitalista posible de la declinación mundial del sistema.
La decadencia es ante todo decadencia occidental, degradación del centro imperialista. Desde fines del siglo XVIII, cuando se inició el ascenso industrial, hasta los primeros años del siglo XXI, el capitalismo estuvo marcado por la dominación inglesa-norteamericana. Inglaterra en el siglo XIX y los Estados Unidos en la mayor parte del siglo XX han cumplido la función reguladora del conjunto del sistema, imponiendo la hegemonía occidental y al mismo tiempo subordinando a los rivales que aparecían al interior de Occidente, Francia fue desplazada a comienzos del siglo XIX y Alemania en la primera mitad del siglo XX.
El sello occidental del capitalismo viene dado no solo por factores económicos y militares sino por un conjunto más vasto de aspectos decisivos del sistema (estilo de consumo, arte, ciencia, perfiles tecnológicos, diseños políticos, etc.). Lo que ahora es visualizado como despolarización o fin de la unipolaridad, es decir como pérdida de peso del imperialismo norteamericano (paralelo a la declinación europea) sin reemplazante a la vista expresa la desarticulación del capitalismo en tanto sistema global que debe ser entendida no solo como desestructuración política y militar sino también cultural en el sentido amplio del concepto, es la historia de una civilización que entra en el ocaso.
Dicho de otra manera, la reproducción ampliada universal pero no occidentalista del capitalismo es una ilusión sin asidero histórico, sin embriones visibles reales en el presente. Recordemos el fiasco del llamado milagro japonés de los años 1960-1970-1980 y los pronósticos de esa época acerca de «Japón primera potencia mundial del siglo XXI» seguidos hasta hace poco por especulaciones no menos fantasiosas sobre el inminente ascenso chino al rango de primera potencia capitalista del planeta.
Agotamiento financiero
Es posible señalar fenómenos que marcan a la declinación sistémica. Uno de ellos es el de la hipertrofia financiera que como sabemos se fue expandiendo mientras descendían las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial desde los años 1970. Cuando estalló la crisis de 2008 la masa financiera global equivalía aproximadamente a unas 20 veces el PBM. Su columna vertebral visible, los productos financieros derivados registrados por el Banco de Basilea representaban en Junio de 2008 11,7 veces el PBM (contra 2,5 veces en Junio de 1998, 3,9 veces en Junio de 2002, 5,5 veces en Junio de 2004, 7,8 veces en Junio de 2006). Pero desde mediados de 2008 esa masa dejó de crecer tanto en su relación con el PBM como en términos absolutos, había llegado en ese momento a unos 683 billones (millones de millones) de dólares nominales, alcanzó los 703 billones en Junio de 2011 bajando a 647 billones en diciembre de 2011 (4).
Nos encontramos ahora ante un fenómeno de agotamiento financiero, en el pasado (posterior de los años 1970) la expansión de las deudas de los estados, las empresas y los consumidores permitió crecer a las economías de los países ricos pero el endeudamiento fue llegando al límite mientras allí se saturaban importantes mercados (como los del automóvil y otros bienes durables). Deudas, consumos tradicionales y parasitarios, redes comerciales, etc. en torno de los cuales se inflaban las actividades especulativas alcanzaron su frontera hacia 2007-2008, la droga había terminado por agotar la dinámica capitalista y al decaer los clientes se estancaron los negocios de los dealers es decir del espacio hegemónico del sistema.
El capitalismo financiarizado, resultado de una prolongada crisis de sobreproducción potencial controlada pero no resuelta, parásito cada día más voraz, finalmente agotó a su víctima y al hacerlo bloqueó su propia expansión.
Visto de otra manera, la reproducción ampliada del capitalismo atravesando exitosamente una larga sucesión de crisis de sobreproducción dio finalmente alas al hijo de uno de sus padres fundadores: las finanzas, lo hizo para sobrevivir, porque sin esa droga no habría podido salir del atolladero de los años 1970-1980, iniciado el camino quedó atrapado para siempre, más difícil era el crecimiento más droga necesitaba el adicto y después de cada breve ola de prosperidad económica global (su euforia efímera) llegaba el estado depresivo que reclamaba más droga, las tasas de crecimiento zigzageaban en torno de una línea de tendencia descendente y la masa financiera mundial se expandía en progresión geométrica. La fiesta terminó en 2008.
Bloqueo energético y crisis tecnológica
Otro fenómeno importante es el del bloqueo energético, el capitalismo industrial pudo despegar hacia finales del siglo XVIII porque la Europa imperial agregó a la explotación colonial y a la desestructuración de su universo rural (que le proporcionó mano de obra abundante y barata) un proceso de emancipación productiva respecto de las limitadas y caras fuentes energéticas convencionales como la corrientes de los ríos que permitían el funcionamiento de los molinos, la madera de los bosques y la energía animal. La solución fue el carbón mineral y en torno del mismo la ampliación sin precedentes de la explotación minera, su polo dinámico fue el capitalismo inglés.
La depredación creciente de recursos naturales atravesó a todos los modelos tecnológicos del capitalismo y si consideramos a la totalidad del ciclo industrial (entre fines del siglo XVIII y la actualidad) podríamos referirnos al sistema tecnológico de la civilización burguesa basado en la disociación cultural del hombre y la «naturaleza» asumiendo a esta última como universo hostil, objeto de conquista y pillaje.
Al auge del carbón mineral del siglo XIX le sucedió el del petróleo en el siglo XX y hacia comienzos del siglo XXI ha sido agotada aproximadamente la mitad de la reserva original de ese recurso. Eso significa que ya nos encontramos en la zona calificada como cima o nivel máximo posible de extracción petrolera a partir de la cual se extiende un inevitable descenso extractivo, desde mediados de la década pasada ha dejado de crecer la extracción de petróleo crudo.
Suponiendo la existencia de reemplazos energéticos viables a gran escala y a largo plazo cuando aceptamos las promesas tecnológicas del sistema (para un futuro incierto) y los los introducimos en el mundo real con sus ritmos de reproducción económica concretos a mediano y corto plazo nos encontramos ante un bloqueo energético insuperable. Si pensamos en lo que resta de la década actual comprobaremos que no aparecen reemplazos energéticos capaces de compensar la declinación petrolera.
Dicho de otra manera, el precio del petróleo tiende a subir y la especulación financiera en torno del producto lo empuja aún más hacia arriba, además alguna aventura militar occidental como por ejemplo un ataque israelí-estadounidense contra Irán y el consiguiente cierre del estrecho de Ormuz llevaría el precio a las nubes. Todo ello significa que los costos energéticos de la economía se han convertido en una factor decisivo limitante de su expansión y en algún escenario turbulento causarían una contracción catastrófica de las actividades económicas a nivel global.
No se trata solo del petróleo sino de un amplio abanico de recursos mineros que se encuentran en la cima de su explotación, cerca de la misma o ya en la etapa de extracción declinante (5) afectando a la industria y a la agricultura, por ejemplo la declinación de la producción mundial de fosfatos, componente esencial para la producción de alimentos, desde hace algo más de dos décadas (6).
Pasamos entonces del tema del bloqueo energético a otro más vasto, el del bloqueo de los recursos mineros en general y de allí al del sistema tecnológico de la civilización burguesa que lo ha engendrado. En dicho sistema tenemos que incluir a sus materias primas básicas, sus procedimientos productivos y su respaldo técnico-científico, su dinámica y estilo de consumo civil y de guerra, etc., es decir al capitalismo como civilización.
Asistimos ahora a la búsqueda vertiginosa de «reemplazos» energéticos, de diversos minerales, etc., destinados a seguir alimentando una estructura social decadente cuya dinámica de reproducción nos dice que más de la mitad de la humanidad «está de más» y que en consecuencia la «civilización» ha marcado un camino futuro habitado por una sucesión de mega genocidios.
Pero la decadencia nos lleva a pensar que todos esos «recursos necesarios» para el sostenimiento de sociedades y élites parasitarias no son necesarios en otro tipo de civilización o por lo menos lo son en volúmenes mucho más reducidos. No están de más los pobres y excluidos del planeta, está de más el capitalismo con sus objetos de consumo lujoso, sus sistemas militares, su despilfarro obsceno.
De la sobreproducción controlada a la crisis general de sub producción
Es posible describir el trayecto de algo más de cuatro décadas que ha conducido a la situación actual. Aproximadamente entre 1968 y 1973 nos encontramos ante un gran crisis de sobreproducción en los países centrales que, como ya he señalado no derivó en un derrumbe generalizado de empresas y una avalancha de desocupación al el estilo «clásico» sino en una complejo proceso de control de la crisis que incluyó instrumentos de intervención pública destinados a sostener la demanda, la liberalización de los mercados financieros, esfuerzos tecnológicos y comerciales de las grandes empresas. Y también integrando a la ex Unión Soviética como proveedora de gas y petróleo y a China como proveedora de mano de obra industrial barata.
Los cambios se produjeron gradualmente en respuesta a las sucesivas coyunturas pero finalmente se convirtieron en un nuevo modelo de gestión del sistema llamado neoliberalismo girando en torno de tres orientaciones decisivas marcadas por el parasitismo: la financiarización de la economía, la militarización y el saqueo desenfrenado de recursos naturales.
El proceso de financiarización concentró capitales parasitando sobre la producción y el consumo, la incorporación de centenares de millones de obreros chinos y de otras zonas periféricas y el saqueo de recursos naturales permitió bajar costos, desacelerar la caída de los beneficios industriales.
El resultado visible al comenzar el siglo XXI es el ahogo financiero del sistema, la degradación ambiental y el comienzo de la declinación de la explotación de numerosos recursos naturales tanto renovables como no renovables (al ser quebrados sus ciclos de reproducción).
Finalmente la crisis de sobreproducción controlada engendra una crisis prolongada de sub producción que está dando ahora sus primeros pasos. El sistema encuentra «barreras físicas» para la reproducción ampliada de sus fuerzas productivas, los recursos naturales declinan, no se trata de «fronteras exógenas», de bloqueos causados por fuerzas sobrehumanas sino de autobloqueos, de los efectos de la actividad productiva del capitalismo, prisionero de un sistema tecnológico muy dinámico basado en la explotación salvaje de la naturaleza y en la expansión acelerada de las masas proletarias del planeta (poblaciones miserables de la periferia, obreros pobres, campesinos sumergidos, marginales de todo tipo, etc.).
Asistimos entonces a la paradoja de industrias como la automotriz con altos niveles de capacidad productiva ociosa, si por alguna magia de los mercados esas empresas llegan a encontrar demandas adicionales significativas se producirían saltos espectaculares en los precios de una amplia variedad de materias primas, por ejemplo el petróleo, que anularían dichas demandas.
No estamos pasando del crecimiento al estancamiento, esté último no es más que el transito hacia la contracción, más o menos rápida, más o menos caótica del sistema, hacia la reproducción ampliada negativa de las fuerzas productivas al ritmo de la concentración de capitales, la marginación social y el agotamiento de los recursos naturales. No tiene porque ser un proceso de declinación inexorable de la especie humana, se trata de la decadencia de una civilización, de sus sistemas productivos y perfiles de consumo.
Capitalismo mafioso
De este proceso forma parte la mutación del núcleo dirigente del capitalismo mundial en un conglomerado de redes parasitarias mafiosas, una de cuyas características psicológicas es el acortamiento temporal de expectativas, cortoplacismo que lo conduce hacia una creciente crisis de percepción de la realidad. El negocio financiero en tanto cultura hegemónica del mundo empresario, el gigantismo tecnológico (especialmente su capítulo militar), la súper concentración económica y otros factores convergentes impulsan esta desconexión psicológica liberando una amplia variedad de proyectos irracionales que sirven como apoyatura de políticas económicas, sociales, comunicacionales, militares, etc (el cuerpo parasitario engorda y la mente racional del obeso se contrae). La élite global dominante (imperialista) se va convirtiendo en un sujeto extremadamente peligroso empecinado en el empleo salvador de lo que considera su instrumento imbatible: el aparato militar (aunque experiencias concretas como en el pasado su derrota en Vietnam y actualmente el empantanamiento en Afganistán demuestran lo contrario).
Tres enfoques convergentes
Es posible abordar la historia de la civilización burguesa, su gestación, ascenso y decadencia, desde tres visiones de largo plazo.
La primera de ellas enfoca una trayectoria de aproximadamente 500 años. Arranca a entre fines del siglo XV y comienzos del siglo XVI europeo con la conquista de América y el pillaje de sus riquezas generando un derrame de oro y plata sobre las sociedades imperiales europeas. impulsando su expansión económica y transformación burguesa.
Luego del primer atracón (siglo XVI) llegó el tiempo de la digestión y de la desestructuración de los bloqueos precapitalistas y de la emergencia de embriones sólidos del estado y de la ciencia modernos y de núcleos capitalistas emergentes, todo ello expresado como «larga crisis del siglo XVII».
Al comenzar el siglo XVIII esas sociedades ya estaban culturalmente preparadas para la gran aventura capitalista. Su despegue estuvo marcado por una crisis de mediana duración entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX marcada por la revolución industrial inglesa, la revolución francesa y las guerras napoleónicas. Fue atravesando todo el siglo XIX al ritmo de las expansiones coloniales y neocoloniales y las transformaciones industriales y políticas.
En torno de 1900 el capitalismo, con centro en Occidente, había establecido su sistema imperial a nivel planetario. Hasta llegar a la primera guerra mundial que señala el fin de la juventud del sistema y el inicio de una nueva crisis de mediana duración entre 1914 y 1945, punto de inflexión entre la etapa juvenil ascendente y una era de turbulencias que empiezan a mostrar los límites históricos de un sistema que dispone de recursos (financieros, tecnológicos, naturales, demográficos, militares) como para prolongar su existencia en medio de amenazas como la aparición de la Unión Soviética, luego la revolución china, etc.
Y después de una recomposición que trae la prosperidad a un capitalismo amputado, acosado (entre fines de 1940 y fines de los años 1960) el sistema ingresa en una crisis larga (que consigue atrapar a los grandes ensayos proto socialistas: la URSS y China) que se prolonga hasta el presente. Esta última etapa, que ya dura más de cuatro décadas se caracteriza por el descenso gradual zigzageante y persistente de las tasas globales de crecimiento económico sobredeterminado por la desaceleración de las economías imperialistas (en primer lugar los Estados Unidos) y por el incremento de las más diversas formas de parasitismo (principalmente el financiero).
En esta etapa es posible distinguir un primer período entre 1968-1973 y 2007-2008 de desaceleración relativamente lenta, de pérdida gradual de dinamismo y un segundo período (en el que nos encontramos) de agotamiento del crecimiento apuntado hacia la contracción general del sistema.
En síntesis: a partir del primer impulso colonial exitoso (en el siglo XVI, el anterior: las Cruzadas había fracasado) es posible hacer girar la historia de la civilización burguesa en torno de cuatro grandes crisis; la larga crisis del siglo XVII vista como etapa preparatoria del gran salto, la crisis de mediana duración de nacimiento del capitalismo industrial (fines del siglo XVIII – comienzos del siglo XIX), una segunda crisis de mediana duración (1914-1945) seguida por una prosperidad de aproximadamente un cuarto de siglo y finalmente una nueva crisis de larga duración (que se inicia hacia fines de los años 1960) de decadencia del sistema, suave primero y acelerada desde fines de la primera década del siglo XXI.
Un segundo enfoque restringido a un poco más de 200 años arranca con la revolución industrial inglesa, la Revolución Francesa, la independencia de Estados Unidos, las guerras napoleónicas y otros acontecimientos que señalan el inicio del capitalismo industrial consolidándose en una larga etapa juvenil del sistema abarcando la mayor parte del siglo XIX. Las turbulencias son cortas, las crisis de sobreproducción siguiendo el modelo desarrollado por Marx son «crisis de crecimiento» del sistema que van acumulando heridas, deformaciones, problemas que terminan por provocar el gran desastre de 1914. Karl Polanyi se refiere a rol de la cúpula financiera europea en el mantenimiento de equilibrios económicos y políticos, en esa élite está la base de la futura hipertrofia financiera de finales del siglo XX (6).
Luego de la etapa juvenil se desarrolla un período de madurez signado por guerras, fuertes depresiones y una prosperidad de mediana duración (1945-1970).
Con la crisis de los años 1970, el fin del patrón dólar-oro, la derrota norteamericana en Vietnam, la estanflación y los dos shocks petroleros, etc., el capitalismo entra en su vejez que deriva en senilidad. El concepto de «capitalismo senil» fue introducido por Roger Dangeville hacia finales de los años 1970 señalando que desde ese momento el sistema devenía senil (8), se desagregaba, perdía el rumbo. En realidad la senilidad del sistema se hace evidente tres décadas después, a partir del estampido financiero-energético-alimentario de 2008 cuando se acelera el descenso del crecimiento hasta acercarnos ahora a crecimientos iguales a cero o negativos en la zona central del capitalismo y cuando el motor financiero se ha estancado apuntando a la caída.
Un tercer enfoque de desagregación del superciclo en «ciclos parciales» permite detallar fenómenos decisivos de la historia del sistema. Es necesario limitar los aspectos de autonomía de esos «ciclos» haciéndolos interactuar entre si y refiriéndolos siempre a la totalidad sistémica.
El crepúsculo del sistema arranca con las turbulencias de 2007-2008, la multiplicidad de «crisis» que estallaron (financiera, productiva, alimentaria, energética) convergieron con otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio empantanado en las guerras asiáticas.
El cáncer financiero irrumpió triunfal entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX y obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había comenzado mucho tiempo (varios siglos) antes financiando estados imperiales donde se expandían las burocracias civiles y militares al ritmo de las aventuras coloniales-comerciales y luego también a negocios industriales cada vez más concentrados. La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo a la inversa de las civilizaciones anteriores no acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas que al expandirse creaban problemas de adaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos de «destrucción-creadora».
Por su parte el militarismo moderno hunde sus raíces más fuertes en el siglo XIX occidental, desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera Guerra Mundial como «Complejo Militar-Industrial» (aunque es posible encontrar antecedentes importantes en Occidente en las primeras industrias de armamentos de tipo moderno aproximadamente a partir del siglo XVI). Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y más adelante como reactivador económico del capitalismo. Solo se veían ciertos aspectos del problema pero se ignoraba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso: el del consumo improductivo, causante de déficits públicos que no incentivan la expansión sino el estancamiento o la contracción de la economía.
Actualmente el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN) gasta en términos reales más de un billón (un millón de millones) de dólares, contribuye de manera creciente al déficit fiscal y por consiguiente al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante pero su burocracia es cada vez mayor, la corrupción ha penetrado en todas sus actividades, ya no es el gran generador de empleos como en otras épocas, el desarrollo de la tecnología industrial-militar ha reducido significativamente esa función. La época del keynesiamismo militar como eficaz estrategia anti-crisis pertenece al pasado.
Presenciamos actualmente en Estados Unidos la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las «empresas» de seguridad y otras actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial. La historia de las decadencias de civilizaciones, por ejemplo la del Imperio Romano muestran que ya comenzada la declinación general y durante un largo período posterior la estructura militar se sigue expandiendo sosteniendo tentativas desesperas e inútiles de preservación del sistema.
En consecuencia la decadencia general y la exacerbación de la agresividad militarista del Imperio podrían llegar a ser perfectamente compatibles, de allí se deriva la conclusión de que al escenario previsible de desintegración mas o menos caótica de la superpotencia deberíamos agregar otro escenario no menos previsible de declinación sanguinaria, guerrerista.
Tampoco la crisis energética en torno de la llegada del «Peak Oil» debería ser restringida a la historia de las últimas décadas, es necesario entenderla como fase declinante del largo ciclo de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables. Ese ciclo energético bisecular condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue la vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de recursos naturales y del ecosistema en general.
Lo que durante casi dos siglos fue considerado como una de las grandes proezas de la civilización burguesa, su aventura industrial y tecnológica, aparece ahora como la madre de todos los desastres, como una expansión depredadora que pone en peligro la supervivencia de la especie humana.
En síntesis, el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria están en la base del fenómeno.
Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.
Las revoluciones tecnológicas del capitalismo han sido en apariencia sus tablas de salvación, así fue durante mucho tiempo incrementando la productividad industrial y agraria, mejorando las comunicaciones y los transportes, pero en el largo plazo histórico, en el balance de varios siglos constituyen su trampa mortal, han terminado por degradar el desarrollo que han impulsado al estar estructuralmente basadas en la depredación ambiental, al generar un crecimiento exponencial de masas humanas súper explotadas y marginadas.
El progreso técnico integra así el proceso de autodestrucción general del capitalismo (es su columna vertebral) en la ruta hacia un horizonte de barbarie. No se trata de la incapacidad del actual sistema tecnológico para seguir desarrollando fuerzas productivas sino de su alta capacidad en tanto instrumento de destrucción neta de fuerzas productivas. Se confirma así el sombrío pronóstico formulado por Marx y Engels en pleno auge juvenil del capitalismo: «Dado un cierto nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, aparecen fuerzas de producción y de medios de comunicación tales que, en las condiciones existentes solo provocan catástrofes, ya no son más fuerzas de producción sino de destrucción» (9).
En fin, el ciclo histórico iniciado hacia fines del siglo XVIII contó con dos grandes articuladores hoy declinantes: la dominación imperialista anglo-norteamericano (etapa inglesa en el siglo XIX y norteamericana en el siglo XX) y el ciclo del estado burgués desde su etapa «liberal industrial» en el siglo XIX, pasando por su etapa intervencionista productiva (keynesiana clásica) en buena parte del siglo XX para llegar a su degradación «neoliberal» a partir de los años 1970-1980.
Capitalismo mundial, imperialismo y predominio anglo-norteamericano constituyen un solo fenómeno, una primera conclusión es que la articulación sistémica del capitalismo aparece históricamente indisociable del articulador imperial (historia imperialista del capitalismo). Una segunda conclusión es que al ser cada vez más evidente que en el futuro previsible no aparece ningún nuevo articulador imperial ascendente a escala global entonces desaparece del futuro una pieza decisiva de la reproducción capitalista global a menos que supongamos el surgimiento de una suerte de mano invisible universal (y burguesa) capaz de imponer el orden (monetario, comercial, político-militar, etc.). En ese caso estaríamos extrapolando al nivel de la humanidad futura la referencia a la mano invisible (realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la teoría económica liberal.
La declinación imperial de Occidente incluye la de su soporte estatal abarcando una primera etapa (neoliberalismo) marcada por el endeudamiento público, el sometimiento del estado a los grupos financieros, la concentración de ingresos, la elitización y pérdida de representatividad de los sistemas políticos y una segunda etapa de saturación del endeudamiento público, enfriamiento económico y crisis de legitimidad del estado.
El colonialismo-imperialismo y el estado moderno han sido en términos históricos pilares esenciales de la construcción de la civilización burguesa. Sobre los antecedentes coloniales del capitalismo no hay mucho más que agregar. Respecto de la relación estado-burguesía es evidente sobre todo a partir del siglo XVI en Europa la estrecha interacción entre ambos fenómenos, no es posible entender el ascenso del estado moderno sin el respaldo financiero y de toda la articulación social emergente de la naciente burguesía cuyo nacimiento y consolidación hubieran sido imposibles sin el aparato de coerción y el espacio de negocios ofrecido por las monarquías militaristas. Y tambié es necesario tomar en cuenta el mutuo respaldo legitimador, cultural, social que permitió a ambos crecer, transformarse hasta llegar a la instauración del capitalismo industrial y su contraparte estatal, la historia de la modernidad nos sugiere tratarlos como partes de un único sistema (heterogéneo) de poder.
Hacia el final, en la fase descendente del capitalismo sesgada por la financiaización integral de la economía, el Estado (en primer lugar los estados de las grandes potencias) también se financiariza, se va convirtiendo en una estructura parasitaria (un componente de las redes parasitarias), entra en decadencia.
La convergencia de numerosas «crisis» mundiales puede indicar la existencia de una perturbación grave pero no necesariamente el despliegue de un proceso de decadencia general del sistema. La decadencia aparece como la última etapa de un largo súper ciclo histórico, su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad). Extremando los reduccionismos tan practicados por las «ciencias sociales» podríamos hablar de «ciclos» parciales: energético, alimentario, militar, financiero, productivo, estatal y otros, y así describir en cada caso trayectorias que despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX con raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes hasta asumir finalmente una dimensión planetaria para luego declinar cada uno de ellos. La coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de densas interrelaciones entre todos esos «ciclos» nos sugieren la existencia de un único súper ciclo que los incluye a todos.
El siglo XX
A partir de un enfoque plurisecular del capitalismo es posible avanzar una explicación del ascenso y derrota de la ola anticapitalista que sacudió al siglo XX. La Revolución Rusa inauguró en 1917 una larga sucesión de rupturas que amenazaron erradicar al capitalismo como sistema universal, el despegue revolucionario se apoyaba en una crisis profunda y prolongada del sistema que podríamos ubicar aproximadamente entre 1914 y 1945 y cuyas secuelas se extendieron más allá de ese período.
Dicha crisis fue interpretada por los revolucionarios rusos como el comienzo del fin del sistema pero el sistema aún sufriendo sucesivas amputaciones «socialistas» (Europa del Este, China, Cuba, Vietnam…) y la proliferación de rebeldías y autonomizaciones nacionalistas en la periferia pudo finalmente recomponerse y sus enemigos fueron cayendo uno tras otro a través de restauraciones explícitas como en el caso soviético o sinuosas como en el caso chino. Las élites occidentales pudieron entonces afirmar que la tan anunciada declinación del capitalismo y su remplazo socialista no fue más que una ilusión alimentada por la crisis. Y algunos gurús como el ahora olvidado Francis Fukuyama hasta proclamaban el fin de la historia y el pleno desarrollo de un milenio capitalista liberal.
Existe una visión falsa (pero no totalmente falsa) de la decadencia occidental frente a la emergencia del mundo nuevo a partir de la Revolución Rusa incluso si es entendida como «decadencia hegemónica«, esa visión pareció quedar desmentida por la realidad con el sometimiento chino (1978) y el derrumbe soviético (1991), sin embargo era apuntalada desde 1968-73 cuando empezaron a declinar las tasas de crecimiento del Producto Bruto Mundial y parcialmente confirmada desde 2008 porque el sistema se degrada velozmente (condición necesaria para su superación) aunque su sepulturero no aparece o aparece en una dispersión de pequeñas dosis históricamente insuficientes.
Insurgencias (hacia la negación absoluta del sistema)
La contra cara positiva de la decadencia podría ser sintetizada como la combinación de resistencias y ofensivas de todo tipo contra el sistema operando como un fenómeno de dimensión global y actuando en orden disperso, expresando una gran diversidad de culturas, diferentes niveles de conciencia y de formas de lucha.
Desde los indignados europeos o norteamericanos que (por ahora) solo pretenden depurar al capitalismo de sus tumores financieros y elitistas, hasta los combatientes afganos peleando contra el invasor occidental o la insurgencia colombiana animada por la perspectiva anticapitalista pasando por un muy complejo abanico de movimientos sociales, minorías y pequeños grupos críticos y rebeldes.
Oposiciones a gobiernos abiertamente reaccionarios y a ocupaciones coloniales pero también a las fachadas democráticas más o menos deterioradas que intentan suministrar gobernabilidad al capitalismo. Lo que plantea la hipótesis de la convergencia y radicalización de esos procesos y entonces la posibilidad de profundizar el concepto de insurgencia global pensado como realidad en formación alimentada por la declinación de la civilización burguesa. La alternativa insurgente emergiendo como rechazo y apuntando hacia la negación radical del sistema y al mismo tiempo abriendo el espacio de las utopías post capitalistas.
El sujeto central de la insurgencia es la humanidad sumergida en expansión a la que la dinámica de la marginación y la superexplotación (la dinámica de la decadencia) empuja hacia la rebelión como alternativa a la degradación extrema. Se trata de miles de millones de habitantes de los espacios rurales y urbanos. Este proletariado es mucho mas extendido y variado que la masa de obreros industriales (incluye a sus franjas periféricas y empobrecidas), no es el nuevo portador de la antorcha del progreso construida por la modernidad sino su negador potencial absoluto el cual en la medida en que vaya destruyendo las posiciones enemigas estará construyendo una nueva cultura libertaria.
Sin embargo la irrupción universal de ese sujeto se demora, un gigantesco muro de ilusiones bloquea su rebelión. Es que la autodestrucción del sistema global recién está en sus inicios, su hegemonía civilizacional es todavía muy fuerte, es casi imposible pronosticar, establecer teóricamente el recorrido temporal, el calendario de su desarticulación. Si es posible establecer teóricamente la trayectoria descendente aunque sin pegarle fechas.
Utopías (el retorno del fantasma)
Aquí aparece el postcapitalismo como necesidad y posibilidad histórica concreta, como utopía radical que hunde sus raíces en el pasado revolucionario de los siglos XIX y XX y mucho más allá en las culturas comunitarias precapitalistas de Asia, Africa, América Latina y de la Europa anterior a la modernidad. No se trata de una etapa inevitable (une suerte de «resultado inexorable» de la declinación del sistema decidido por alguna «ley de la historia») sino del resultado posible, viable del desarrollo de la voluntad de las mayorías oprimidas.
Ya en la génesis del sistema existía su enemigo absoluto, negando, rechazando su expansión opresora. En Europa en torno del siglo XVI emergían los despliegues coloniales, la industria de guerra bajo moldes pos artesanales, las primeras formas estatales modernas, los capitalistas comerciales y financieros asociados a las aventuras militares de las monarquías. Y la superexplotación de los campesinos, la destrucción de sus culturas, de sus sistemas comunitarios generando rebeliones como la que encabezó el comunista cristiano Tomas Müntzer en el corazón de Europa bajo la consigna «Omnia sunt communia» (todo es de todos, todas las cosas nos son comunes).
El amanecer de la modernidad burguesa fue también el de su negación absoluta, ambos bandos aportaban nuevas culturas pero al mismo tiempo heredaban viejas culturas de opresión y emancipación.
La alianza de banqueros, terratenientes y príncipes que derrotaron a los campesinos en la batalla de Frankenhausen (mayo de 1525) y asesinó a Müntzer unía sus nuevos apetitos burgueses con los viejos privilegios feudales mientras los campesinos rebeldes reinterpretaban los evangelios de manera comunista y asumían la herencia de libertad comunitaria del pasado, incluidas valiosas tradiciones precristianas. La construcción de alternativas innovadoras (de opresión y de emancipación) hundía sus raíces en el pasado.
Repasando luego el siglo XIX europeo y más adelante la crisis occidental entre 1914 y 1945 y sus consecuencias vemos como una y otras vez el demonio burgués derrota a su enemigo mortal que renace más adelante para presentar nuevamente batalla. Desde las insurgencias obreras europeas hasta llegar a la derrota de la Comuna de París en la era del capitalismo industrial juvenil que ya asumía una dimensión imperialista planetaria hasta llegar a las revoluciones comunistas rusa y china concluyendo con la degeneración burocrática y la implosión de la primera y la mutación capitalista-salvaje de la segunda.
En su prolongada historia la civilización burguesa fue pasando desde su infancia europea hasta su madurez en el siglo XX y finalmente a su vejez y su degradación senil desde fines del siglo XX hasta nuestros días.
En la era de la decadencia del capitalismo va asomando nuevamente la figura de su enemigo, se trata de un nuevo fantasma heredero y al mismo tiempo superador de los anteriores. Una mirada pesimista nos señalaría que será nuevamente derrotado, si ello ocurre esta civilización planetaria se irá sumergiendo en niveles de barbarie nunca antes vistos ya que su capacidad (auto)destructiva supera a cualquier otra decadencia civilizacional. Ahora no está en juego la supervivencia de algunos millones de seres humanos sino de más de siete mil millones.
Pero ese pesimismo se apoya en la historia de la modernidad pensada como una infinita repetición de escenarios donde cambian la dimensión, la complejidad tecnológica, los modelos de consumo, etc. pero queda intacta la dinámica amo-esclavo, el primero controlando los instrumentos que le permiten renovar su dominación y el segundo embarcado en batallas perdidas de antemano. De esa manera es ocultado el hecho de que la modernidad burguesa ha entrado en decadencia lo que abre la posibilidad del quiebre, del colapso de dicha dinámica perversa abriendo el horizonte de la victoria de los oprimidos. Ello no fue posible en la etapas de adolescencia, juventud o madurez del sistema pero si es posible ahora.
Es la declinación de Occidente (entendido como civilización burguesa universal) lo que abre el espacio para el nuevo fantasma anticapitalista que necesita para imponerse irrumpir bajo la forma de una vasto, plural proceso de desoccidentalización, de critica radical a la modernidad imperialista, sus modelos de consumo y producción, de organización institucional, etc. Se trata entonces de la abolición del sistema en el sentido hegeliano del concepto: negar, destruir, anular las bases de la civilización declinante y al mismo tiempo recuperar positivamente en otro contexto cultural todo aquello que pueda ser utilizable.
Volviendo a Hegel para superarlo es necesario afirmar que la marcha de la libertad que él suponía avanzando desde «Oriente» (entendido como la periferia del mundo occidental-moderno) para realizarse plenamente en Occidente en realidad avanza desde el subsuelo del mundo y puede llegar a dar un salto gigantesco aplastando, desbordando a los baluartes de la opresión occidental, irrumpiendo como una ola universal de pueblos insurgentes.
El primer fantasma fue europeo de cuerpo y alma y dio su última batalla en 1871 en la Comuna de París. El segundo fantasma asumió una envergadura planetaria, levantó su bandera roja en Rusia y China alentando un amplio espectro de rebeliones periféricas, tenía un cuerpo universal pero su cabeza estaba impregnada de ilusiones progresistas occidentales (el tecnologismo, el aparatismo, el estatismo, el consumismo). Su fecha o período de defunción podemos fijarla entre 1978 cuando China ingresa en la vía capitalista y 1991 (derrumbe de la URSS).
Lo que necesita el siglo XXI es el desarrollo de un tercer fantasma revolucionario, completamente desoccidentalizado, es decir negador absoluto de la modernidad burguesa y por consiguiente universal de cuerpo y alma, anticapitalista radical, construyendo la nueva cultura postcapitalista a partir de la confrontación intransigente con el sistema. Heredando los antiguos combates, levantando la bandera multicolor de la rebeldía de todos los pueblos esclavizados del planeta, de sus identidades aplastadas, sumergidas convertidas gracias a sus combates en contraculturas opuestas al capitalismo.
En suma la emergencia, la avalancha plural de pueblos sometidos, de la humanidad verdadera, liberada (en proceso de emancipación) de la prehistoria, de la historia inferior del hombre enemigo de su entorno ambiental, del espacio que le permite vivir, y en consecuencia del hombre enemigo de si mismo.
No se trata de una utopía universal única apuntando a una humanidad homogénea sino de una amplia variedad de utopías comunitarias ancladas en identidades populares específicas interrelacionadas conformando un gran espacio plural marcado por la abolición de las clases sociales y del estado.
Notas:
1. Blanchard, del FMI, dice que la crisis durará una década, www.que.es/ultimas-noticias/internacionales/201210031112-blanchard-dice-crisis-durara-decada-reut.html
2. Natixis- Banque de financement & d’investissement, «La crise de la zone euro peut durer 20 ans», Flash Économie – Recherche Économique, 8 Août 2012 – N°. 534.
3. Ansuya Harjan, «Roubini: My ‘Perfect Storm’ Scenario Is Unfolding Now», CNBC 9 Jul 2012, http://www.cnbc.com/id/48116835 y Nouriel Roubini, «A Global Perfect Storm», Proyect Syndicate, 15 June 2012, http://www.project-syndicate.org/print/a-global-perfect-storm.
4. «Banco de Basilea», Bank for International Settlements, Monetary and Economic Department, OTC derivatives market activity. (www.bis.org).
5. Ugo Bardi and Marco Pagani. «Peak Minerals», The Oil Drum:Europe, October 15, 2007, http://europe.theoildrum.com/node/3086.
6. Patrick Déry and Bart Anderson, «Peak Phosphorus», The Oil Drum: Europe, August 17, 2007, http://www.theoildrum.com/node/2882.
7. Karl Polanyi, «La gran transformación. Los orígenes económicos y políticos de nuestro tiempo», Fondo de Cultura Económica, Mexico DF, 2011.
8. Roger Dangeville, «Marx-Engels, La Crise», Union Générale D`Editions-10/18, Paris 1978.
9. Marx-Engels, «La ideología alemana», 1845-46, en Marx & Engels, Obras Escogidas, Editorial Progreso, Moscú, 1974.