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Reseña de su obra Las lecciones de Tersites, Visión Libros: 2017

Autorretrato de Raimundo Cuesta: reflexiones sobre la intelectualidad española

Fuentes: Rebelión

«Hay en mis venas gotas de sangre jacobina, pero mi verso brota de manantial sereno; y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, soy, en el buen sentido de la palabra, bueno». (Retrato, Antonio Machado) Estos versos de Machado no han dejado de recorrer mi mente mientras leía el relato que sobre […]

«Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno».

(Retrato, Antonio Machado)

Estos versos de Machado no han dejado de recorrer mi mente mientras leía el relato que sobre su vida nos construye Raimundo Cuesta. Y es que, en efecto, un texto de este tipo solo puede hacer una persona que, sin sentir cerca el final de sus días, puede mirar su pasado personal y profesional (o «historia vivida») desde la satisfacción. No se trata, por tanto, de un relato justificatorio, sino de un testimonio sobre una trayectoria profesional a la que, un joven como yo, solo puede interpelar desde la admiración. No es necesaria ninguna presentación sobre su obra, la cual iremos desglosando a lo largo de este breve comentario crítico.

Buena parte de esta ha versado sobre Los deberes de la memoria en la educación (2007), cristal desde el que podemos evaluar estas Lecciones de Tersites (2018) que, a modo de epílogo -pero no de punto final-, se nos presentan a lo largo de las páginas de la obra que comentamos. Debo confesar que al principio pensé que la extensión del texto era un tanto larga, especialmente para un público que poco a poco demanda relatos más breves, mejor digeribles en una etapa del pensamiento que, como los tiempos que corren, promueven una aceleración y fragmentación de las experiencias, también de la de la lectura. Pero ¿Quién soy yo para emitir tal juicio de valor? Esta exigencia, también del mercado editorial en la era del capitalismo cognitivo, el cual devora y limita la figura del intelectual en el siglo XXI, se suple en el libro con una narrativa que hace atractiva la lectura del mismo y que, siguiendo las reflexiones del propio autor, nos recuerda que, más que probablemente, adaptarnos del todo a todas las exigencias del neoliberalismo -esa hidra de mil cabezas- muchas veces nos limita como intelectuales, más que hacernos mejores. El texto, por tanto, se lee bien a pesar de su extensión, y tiene un interés literario más allá de ahondar en la figura de uno de los más grandes intelectuales que ha dado la historia reciente de nuestro país en el campo de la didáctica crítica de las ciencias sociales.

De eso sabe mucho Raimundo Cuesta, quien a lo largo del libro se embarca de manera muy interesante en una introspección personal sobre su vida y sobre su trabajo muy en la línea de la narrativa postmoderna. Si el conocimiento social, esto es, las ciencias sociales, son subjetivas, nuestra propia cotidianeidad también lo es. Tal y como afirma César Rendueles, autor con el que sabemos de buena tinta que Raimundo está de acuerdo: «Las ciencias sociales son elaboraciones refinadas de nuestras prácticas cognitivas rutinarias. Son parixologías, es decir, saberes cotidianos, no científicos» (En bruto. Una reivindicación del materialismo histórico, 2016, p. 66.). El modo en como nuestro Yo -subjetivo- se relaciona con el mundo -cuya materialidad, pero sólo eso, es objetiva, mientras que todo lo demás probablemente no- y le dota de sentido. En esto se basa, después de todo, la filosofía existencial, de la que yo me siento partícipe, y a la que el autor hace algún guiño desde la distancia pero con el convencimiento de la edad. Se trata, por lo tanto, de un «experimento postmoderno» que nos pone sobre la pista de cómo deben articularse los nuevos relatos en el siglo XXI: afrontando sin miedo crítico las contradicciones a las que nos induce la condición subjetiva del Ser. Pero el campo de estudio de Raimundo Cuesta es concreto, como decíamos, y ha transitado la mayor parte de su vida dedicado a la puesta en práctica de la didáctica crítica de las ciencias sociales, con varios hitos que aparecen retratados en el libro y que van de la formación del grupo Cronos a la Federación Icaria (Fedicaria), centro que articula la publicación de la revista Con-Ciencia Social. El texto, en este sentido, será especialmente interesante para todos aquellos y aquellas interesadas en este quehacer profesional. En su preocupación más inmediata, si tuviésemos que buscar un sentido hermenéutico en conjunto, se deja ver la explicación sobre cómo un joven de una familia bien santanderina -probablemente destinado a engrosar las filas de las verdaderas clases medias de centro-derecha, esto es, de derechas-, toma partido personal y profesional y se convierte en un profesor de historia con inclinación hacia un pensamiento radical de izquierdas. Diríamos que más radical con el paso de los años (algo que nos parece muy digno de admirar, especialmente al calor de otras evoluciones intelectuales similares pero al contrario). Y le interesa esto -o eso creemos- porque entre sus referentes intelectuales se encuentra sin duda Pierre Bourdieu, quien también se habría interesado sobre esta poco usual manera de «reproducción social». Son en torno a estos juegos metafóricos sobre los que Raimundo construye su relato personal y profesional, a quien identifica con la figura de Tersites, personaje que, tal y como el propio autor indica, se presenta en la Ilíada de Homero como un personaje un tanto incómodo, proponiendo retirarse de la guerra -motivo por lo que fue reprimido incluso físicamente.

Cogiendo, por tanto, esta figura incómoda, de segundo orden -o el cual representa un papel menor en el clásico de Homero- se interpreta a sí mismo, y a lo largo de las páginas se desprende un verdadero relato contrahegemónico sobre la propia historia de España, especialmente durante el periodo de la Transición, momento que coincide en su historia personal con su formación definitiva como profesional de la enseñanza vinculado a la oposición contra la dictadura franquista y, posteriormente, a la formación de la rama de educación del sindicato Comisiones Obreras; hoy tristemente un sindicato del poder gracias a haber dejado de lado a estas personas. La elección de la figura de Teristes resulta en este sentido muy apropiada pues Raimundo Cuesta ha sacrificado ciertamente su fama tanto dentro de los académicos pasillos de la universidad española como de la intelectualidad vinculada a una opción política específica para salvar su honra como intelectual, lo que le ha valido -triste es la realidad, desde nuestro punto de vista- que sea más reconocido en la periferia latinoamericana, como muestran los relatos de la tercera parte del libro- que entre sus correligionarios. Bien es cierto que nadie es profeta en su tierra, pero no menos cierto es que este tipo de cuestiones es tan frecuente entre la intelectualidad española -incluso desde tiempos del mismísimo fray Luis de León- que asquea.

Raimundo Cuesta representa en este sentido la figura del intelectual en el buen sentido de la palabra. Ese que paga el precio de la independencia y la honradez con cierto regusto a olvido. También representa, tanto a través de su trayectoria como a través de sus investigaciones sobre la sociogénesis de las disciplinas escolares (su obra Felices y escolarizados: crítica de la escuela en la era del capitalismo, 2005 -supuso personalmente la apertura de un horizonte intelectual crítico y el desapego por la hipocresía de los ámbitos académicos con el que siempre estaré eternamente agradecido-), la constatación de una vida entregada tanto personal como profesionalmente a ahondar en todo aquello que, por incómodo, tiende a olvidarse, o que el poder consciente y maliciosamente intenta que olvidemos. En Los deberes de la memoria en la educación (2007) nos anima, siguiendo las tesis de la historia de Walter Benjamin, a «cepillar la historia a contrapelo», esto es, a convertirnos nosotros y nosotras mismos en Tersites. Pensamiento que ha desarrollado después en La venganza de la historia y las paradojas de la memoria (2015), donde nos proponía hacer una historia de los vencidos, una historia, en definitiva, con memoria (y educación). Propuesta epistemológica y metodológica con la que estoy completamente de acuerdo. Poco tengo que decir pues más que el agradecimiento intelectual de tener un espejo en quien mirarnos y un referente en tal difícil tarea.

Gustavo Hernández Sánchez, doctor en Historia por la Universidad de Salamanca. Grupo de Estudios Culturales A. Gramsci.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.