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Ayer y hoy de la caza de brujas

Fuentes: Rebelión

Ante la crueldad de la Iglesia ejercida durante siglos contra la mujer y la invención infame de la quema de brujas no cabe sino preguntarse por la sinrazón de semejante locura. ¿Qué elementos tuvieron que intervenir para poner en marcha ese mecanismo sangriento de destrucción de seres humanos? A nivel de la aldea estaban los […]

Ante la crueldad de la Iglesia ejercida durante siglos contra la mujer y la invención infame de la quema de brujas no cabe sino preguntarse por la sinrazón de semejante locura. ¿Qué elementos tuvieron que intervenir para poner en marcha ese mecanismo sangriento de destrucción de seres humanos?

A nivel de la aldea estaban los intrusos, forasteros, raros, los outsiders de que hablan la sociología usamericana, que resultaban sospechosos por su conducta o su saber y se resistían al conformismo. Entre estas personas estaba la herbaria, la curandera, la vieja desplazada por las guerras, abandonada por la familia o simplemente marginada, apartada de y por los demás. Cuando la comunidad aldeana creía haberla descubierto como bruja se podía llegar a matarla. Pero esto no explica las sistemáticas persecuciones posteriores.

En la aldea, el enemigo es el individuo que hay que eliminar, en el mundo es, bajo ciertas condiciones, el mal en sí, o lo que la gente tiene por tal. Contra este «enemigo del mundo», ya sea una proyección de los miedos propios o de los deseos reprimidos, la sociedad moviliza sus defensas. O dicho de otro modo: como se padece la manía de que el mundo se ve atacado y rodeado por un poder real que impide ser bueno, se trazan explicaciones, teorías, ideologías. Con ellas se formula la sospecha a niveles superiores. Se diseña una imagen del enemigo sobre la que se proyecta todo lo que el código moral propio califica de negativo. Como los seres humanos no pueden reprimir su sexualidad, su demonio es sexualmente desenfrenado: como no pueden vivir sin dudar, su diablo duda de todos los valores; como no les gusta que las personas no cumplan con su palabra, su diablo es embustero y embaucador. Y como el diablo es todo eso, quien con él se alía debe sufrir el castigo que en realidad le corresponde a él.

En la Edad Media era sobre todo la mujer el objeto de la proyección de los deseos reprimidos del hombre. El nexo teórico entre el mal y los muchos que lo favorecen ofrece el aspecto criminal de la locura. Pues, se sabe que la desconfianza y la sospecha están justificadas, la autoridad da motivos para reforzar el conformismo hasta la eliminación del extraño, del outsider. Una vez que se ha consolidado el clisé, cuando la teoría de los dominadores tiene buenas razones para la persecución, empieza la caza de brujas, de melenudos, judíos, comunistas y sospechosos de todo tipo.

En la aldea solía ser el cura quien formulaba el conformismo y ponía en la picota a los extraños. A nivel superior eran los sabios quienes proporcionaban la teoría contra el mal y ponían las leyes en manos del juez. Dirigían así el odio de la sociedad contra sus supuestos corruptores, aunque con estas acciones se corrompía ella misma. Nadie podía poner freno a este mecanismo infernal. Pues los signos de clemencia, indulgencia o benevolencia se interpretaban como síntomas de culpabilidad. Y viceversa, cuando predomina una situación en la que los indulgentes son sospechosos, y cuando los principios ocupan la primacía, lo que impera es la sospecha, la desconfianza. Se afincan entonces las mejores razones para cometer las peores acciones, para emprender la caza de brujas.

Desde el punto de vista de la sociología, es la presión del conformismo la que produce las «brujas». Desde el de la psicología, se trata de la proyección que convierte a la «bruja» en objeto de persecución. Este es el punto de partida de esa neurosis que presenta lo absurdo como racional. En la llamada brujomanía, que no es más que un caso especial de la histeria de la limpieza, todas las partes del mecanismo tienen su formulación teológica, pues hasta el siglo XVIII el credo cristiano era la base de la existencia.

Por lo demás, esto sólo rige para el ámbito de la iglesia católica y romana. En la iglesia oriental, la ortodoxa, nunca existió esa imagen del diablo ni hubo quema de brujas.

Los ejemplos de la caza de agentes del enemigo y el miedo a los espías vividos en la Alemania nazi o en la Unión Soviética de Stalin durante el siglo XX, o actualmente en los EEUU con la histeria de los terroristas, ilustran cómo se originan las manías persecutorias.

Los inconformistas viven tranquilos mientras no haya ninguna teoría que los vincule con el mal. Y la teoría es impotente si no puede concentrar los miedos de la sociedad en determinados grupos. Y esto no sólo vale para las viejas que de repente son sospechosas de ser brujas. Así, por ejemplo, si alguien pudiera demostrar que el mal se ha aliado con la ciencia, sería rápidamente sospechosa toda persona con una educación superior, gafas, una bata blanca y muchos libros.

El aislamiento, la eliminación de las personas sospechosas no es más que una consecuencia. Se ha visto que, además de la ideología de la limpieza, también entra en juego el interés material de los perseguidores. También esto tiene su lógica. Como se quiere fomentar la limpieza, hay que recompensarla. Y una vez fijado el interés material, no se puede prescindir del objetivo que persigue. Por eso es tan difícil combatir el exterminio legal de las brujas: quien quería ayudar a los inocentes no podía expresar duda ninguna en la brujería, sino desenmascarar la legalidad de la destrucción como algo que se contradecía con los intereses de los razonables. La ilustración no basta por sí sola para detener la rueda de los intereses concretos.

Según Döbler, el verdadero diablo es la inexorable compulsión humana a la abstracción, a sacar la consecuencia extrema, que se ha separado de los sentimientos. Tal vez se oculte en todo esto el miedo de lo supuestamente amenazado que recurre al terror para protegerse de algo que sólo existe en su fantasía. Cientos de miles de personas han sido víctimas de ese miedo. Y otros miles y millones de víctimas vuelven a caer víctimas de este miedo cada vez que una ideología de la sociedad se saca de la manga un enemigo, producto de su mala conciencia, de sus represiones, de sus conflictos no resueltos. Los colaboradores de este enemigo son rápidamente clasificados, designados, registrados y eliminados. Y una vez más las víctimas inocentes son condenadas de acuerdo con la Ley. En momentos de semejante tensión también se encuentran finalmente los cómplices, esbirros y torturadores, todos ellos obligatorios.

Volviendo al tema de las brujas. ¿Cuántas murieron? Las cifras ya no impresionan a quienes conocen las masacres del siglo XX y las que se llevan a cabo todavía en el XXI. De todos modos, en las cifras de víctimas de la brujomanía hay que tener en cuenta que la población de Europa en los siglos XVI y XVII era muy inferior a la actual. Además, las cifras son muy imprecisas, oscilan entre los 9.500.000 y las 500.000 víctimas. Lo cierto estará en el punto medio.

Hoy día las brujas no constituyen ninguna amenaza para la sociedad, esto es, no son ya ningunas víctimas potenciales. La creencia en las brujas no es más que un residuo de tiempos pasados, igual que las caricaturas de demonios en las catedrales góticas. La locura de la limpieza prevalece hoy en la esfera política más que en la religiosa. No obstante, algunos aspectos del antiguo odio purificador contra las brujas se han mantenido hasta el presente.

La historia de las brujas es la historia de la discriminación y subyugación de la mujer, la historia de la misoginia, que se inició con el advenimiento del patriarcado, se justificó mediante la mitología y se exacerbó con la invención del pacto con el diablo por parte de la Iglesia.

La historia de las brujas se remonta a la primigenia división del trabajo. La evolución de los cambios sociales se mueve siempre al ritmo de las transformaciones efectuadas en la división del trabajo. Y ésta no es más que la fundamentación de una jerarquía de valores, ordenada de arriba abajo, de lo superior a lo inferior, de Dios a Satanás, del rey al súbdito, del Papa al monaguillo, etc. La división histórica del trabajo es la división del trabajo entre los géneros y las generaciones.

Los valores pertenecen a la constitución interna del ser humano. Son historias internas que se refuerzan con actuaciones externas, que, a su vez, se corresponden con determinas formas de comportamiento.

Ante la brutalidad de las actuaciones contra las brujas e inconformistas del pasado y del presente hay que preguntarse por las causas de semejantes comportamientos.

500 años después de las grandes persecuciones de brujas en Europa la creencia en ellas extiende todavía su larga sombra. Hasta la década de 1970 se vendían en las farmacias de la comarca de Lüneburgerheide (Alemania) remedios para espantar a las brujas. La agencia usamericana AP difundía el 15 de diciembre de 1975 la noticia siguiente, fechada en Kennewick, Washington: «Una vez al mes se reúnen las 13 hijas de JICA (bruja en inglés antiguo, VR) para celebrar su sabat. A la luz de flameantes y trémulas velas, envueltas en el dulce aroma del incienso y de los salmos latinos, conjuran las almas de los muertos y pretenden curar a los enfermos.»

Se trata de sesiones de espiritismo, de brujas buenas. Cierto, no se besa el trasero de ningún macho cabrío, ni se celebra rituales orgiásticos. Es brujería blanca que lucha contra la brujería negra. Quieren contrarrestar la labor de las hijas de Satanás. Mediante recursos hipnóticos pretenden dominar a las personas y, de paso, obtener un beneficio propio cobrando por sus servicios.

El culto actual de Wicca se remonta al libro de Margaret Murria The Witch Cult in Western Europe, publicado por primera vez en 1921 y reeditado en 1967.

El culto a las brujas y la creencia en la magia y en la astrología se ha puesto de moda entre las clases medias. Vuelve la tendencia a lo trascendental, y se ridiculiza lo racional. Todo el que cree en la astrología duda de la razón. Predomina la moda retro, la nostalgia del pasado, que se convierte en mercancía a través de las antigüedades. Se recuperan los viejos argumentos: el murmullo, el cuchicheo, la calumnia, y las tradiciones milenarias, como procesiones y romerías religiosas. Se venera lo antiguo, como, por ejemplo, los refajos y pololos de la abuela. Y, por qué no, a un nivel más alto, más culto, se juega un poco con la magia blanca y negra.

En la esta sociedad «del conocimiento», como algunos gustan de llamar a la sociedad actual, proliferan como nunca toda clase de magia, espiritismo, ocultismo, curanderismo, quiromancias, tarots, videncias, horóscopos, y demás supersticiones. Y no pocos medios de comunicación hacen su agosto con las angustias e insatisfacciones que esta sociedad genera. Basta con echar un vistazo a la cantidad de películas que produce Hollywood, la fábrica de sueños como la calificó I. Ehrenburg en los años 30 del siglo pasado, sobre poderes sobrenaturales y fantasías esotéricas.

El vudú no sólo tiene adeptos entre la empobrecida población de Haití. Las sectas satánicas florecen en el denominado primer mundo, como la de Charles Manson, que en 1969 asesinó a Sharon Tate y sus invitados en su casa de Hollywood. En España se cuentan más de 50 de ellas, con unos 2.500 adeptos. Los exorcismos sancionados por la Iglesia llevan a muertes tan horrendas como la de la niña Rosa Fernández Gonzálvez el 16 de septiembre de 1990 en el pueblo de Almansa (Albacete). Su propia madre, curandera y exorcista, convencida de que la niña estaba embarazada del demonio, quiso liberarla del Maligno extrayéndole las entrañas por la vagina matándola en el intento.

Por otro lado, la Iglesia católica parece empeñada en reanimar la vieja demonología, descalificada y abandonada por el Concilio Vaticano II con el papa Juan XXIII a la cabeza. Pero sus sucesores, Pablo VI, Juan Pablo II y, muy en particular, Benedicto XVI, conocido por su formación y sus actividades nazis y haber dirigido la Congregación de la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio de la Inquisición), han revitalizado la creencia en el demonio. Los nuevos expertos en demonología y exorcismos se publicitan incluso a través de la red electrónica. Tal es el caso, por ejemplo, del sacerdote J. A. Fortea, que anuncia en su página de Internet sus sermones y explicaciones sobre el demonio, la posesión y el infierno en una serie de 13 vídeos. He aquí sus credenciales, tal como aparecen en su página:

José Antonio Fortea Cucurull (Barbastro, España, 1968) es sacerdote y teólogo especializado en demonología. Cursó sus estudios de Teología para el sacerdocio en la Universidad de Navarra. Se licenció en la especialidad de Historia de la Iglesia en la Facultad de Teología de Comillas. Pertenece al presbiterio de la diócesis de Alcalá de Henares (Madrid). En 1998 defendió su tesis de licenciatura «El exorcismo en la época actual» dirigida por el secretario de la Comisión para la Doctrina de la Fe de la Conferencia Episcopal Española. En octubre de 2001 fue nombrado arcipreste. Compagina su trabajo como teólogo con su labor como párroco de Nuestra Señora de Zulema, Villalbilla (Madrid) y administrador parroquial de La Asunción de Nuestra Señora de Los Hueros.

Pero la persecución de inconformistas, discrepantes, extraños y heterodoxos de todo tipo parece imparable. El ex – seminarista José Stalin encarceló y fusiló a miles de críticos y personas inocentes en sus «purgas» de los años 30 del siglo pasado. De nuevo el simbolismo de la limpieza. Hitler y su régimen nacionalsocialista llevaron este concepto al paroxismo con el exterminio de millones de judíos, gitanos y comunistas. El propio jefe de las SS, H. Himmler, ordenó una persecución secreta de brujas, tal como han revelado los archivos.

Sin embargo, fueron los usamericanos los que, tras la II Guerra Mundial, resucitaron la expresión «caza de brujas» con la persecución de toda persona sospechosa de ser comunista o afín en los famosos juicios del Comité de Actividades Antiamericanas. Entre los perseguidos hubo figuras tan destacadas de la ciencia y las artes como Albert Einstein, Bertold Brecht o Charles Chaplin.

Este celo inquisitorial se aplica ahora a los sospechosos de «terrorismo», sin que nadie sepa en qué consiste el terrorismo ni qué es un terrorista. La actual Administración fundamentalista de Washington incluso ha promulgado leyes que legitiman la tortura bajo el eufemismo de «interrogatorios coercitivos». No deja de ser un cruel sarcasmo que esta misma Administración invoque el respeto a los derechos humanos en el mundo cuando ella los pisotea en sus centros de detención como el de Guantánamo, en sus cárceles de Iraq y en las secretas que tiene repartidas por el mundo, y donde se aplican métodos de tortura que las calenturientas mentes de los inquisidores medievales no podían imaginarse. Gracias a las Tecnologías de la Información y la Comunicación, algunas de las imágenes de estos «interrogatorios coercitivos» han dado la vuelta al mundo.

* Este es el epílogo del libro La sociogénesis den las brujas. El origen de lan discriminación de la mujer, Editorial Popular, Madrid 2007.