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Balance 2019: procesos y tendencias

Fuentes: Rebelión

El año 2019 transcurrió en las inmediaciones de la crisis del capitalismo mundial en la que la mayoría de los países y sociedades del planeta se vieron involucrados afectando particularmente a las clases trabajadoras y a los asalariados, particularmente a las mujeres y la juventud. Más allá del comportamiento estructural y heterogéneo de las regiones […]

El año 2019 transcurrió en las inmediaciones de la crisis del capitalismo mundial en la que la mayoría de los países y sociedades del planeta se vieron involucrados afectando particularmente a las clases trabajadoras y a los asalariados, particularmente a las mujeres y la juventud. Más allá del comportamiento estructural y heterogéneo de las regiones (Asia, África, América Latina y el Caribe, Estados Unidos, Europa, Oceanía) que por supuesto es desigual y contradictorio, la mediana del crecimiento compuesto de la economía capitalista mundial se situó por debajo del 3% integrando a las economías más dinámicas como son China y la India. Sin la participación de estas obviamente este comportamiento desmejora y baja el crecimiento. La proyección global del promedio de este anualizado para 2020 se sitúa en alrededor de 2.5%, igual que el año anterior. Las llamadas «economías desarrolladas» caen de 1.7% en 2018 a 1.5% en 2019. Estados Unidos (que muchos ponderan todavía como la primera potencia capitalista del orbe) pasa de 2.3% en el primer año a 1.9% en el segundo; Japón declina de 0.9% a 0.5% respectivamente; el Reino Unido, de 1.3% a 1%; la Zona Euro crece levemente de 1.1% a 1.2%, y los 28 países que conforman la Unión Europea, pasan de 2.3% en el primer trimestre de 2018 a 1.7% en el tercero de 2019 (según EUROSTAT para esta región y por trimestre).

Las llamadas «economías emergentes y en desarrollo» evolucionan de 3.9% a 4.3% entre 2018 y 2019; las «emergentes» de Asia suben de 5.9% al 6%; China declina de 6.1%, en el primer año, a 5.8% en el segundo; la India aumenta su caudal de desarrollo de 6% en el primer año a 6.7% en el segundo; las «economías emergentes» de Europa aumentan de 1.8% a 2.4%, mientras que las «emergentes» de Europa crecen de 1% a 2.4%; el Oriente Medio y Asia Central de 0.9% a 2.9% y el África Subsahariana aumenta su tasa de 3% a 3.4%, respectivamente (información recabada de: CEPAL, Balance Preliminar de las Economías de América Latina y el Caribe, 2019, Naciones Unidas, Santiago, 2019, Gráfico 1.1, p. 21).

El diagnóstico de la CEPAL no puede ser más preocupante cuando asevera que:

«La desaceleración es generalizada en 2019 y afecta a economías desarrolladas y emergentes. Para las primeras se espera un crecimiento del 1,7 % este año (2019) en lugar del 2.3% observado en 2018. Para las economías emergentes, en tanto, se prevé un crecimiento del 3,9% en 2019, frente al 4,5 % observado en 2018…Para 2020 se espera que las economías desarrolladas continúen desacelerándose (hasta llegar a un crecimiento del 1,5%), mientras que las economías emergentes recuperarían en menor medida su dinamismo (con una alza del 4,3 %). Con estos porcentajes, la tasa de crecimiento del mundo alcanzaría en 2020 niveles similares a los de 2019…La desaceleración de las economías desarrolladas en 2020 alcanza a los Estados Unidos que − a pesar de estar en la fase de expansión más larga de su historia − crecería menos del 2% el próximo año, al disiparse aún más el efecto de la reforma fiscal que dio impulso a la economía en 2018 y parte de 2019».

Hay que señalar que ese «periodo excepcional» que se atribuye al crecimiento norteamericano en buena medida es el producto de las reformas fiscales que implementó Donald Trump en diciembre de 2017 y que redundaron en beneficio absoluto para el capital y las clases dominantes de ese país en alrededor de 2 billones de dólares por concepto de recortes de impuestos a costa de la reducción de servicios sociales importantes para las clases trabajadoras como el medicare, entre otros. Por lo tanto, no se trata de un crecimiento y expansión «excepcionales», derivadas de aumentos en la productividad del trabajo y del desarrollo tecnológico, como ocurrió durante las épocas anteriores cuando Estados Unidos gozó del calificativo de ser la locomotora del desarrollo histórico del capitalismo durante las tres décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial. De no ser por las reformas de Trump, el crecimiento económico hubiera arrojado menores tasas salariales y de empleo productivo, en un contorno en que estos han mermado en los últimos años (Véase mi libro: Estados Unidos en un mundo en crisis. Geopolítica de la precariedad y la superexplotación del trabajo, Anthropos-Siglo XXI-CEIICH, México, 2019).

A pesar de que en 2018 se registró una leve mejoría de la tasa general de ganancia, sin embargo, de acuerdo con Michael Roberts en referencia a Estados Unidos,

«En 2018… la rentabilidad general de los EEUU aumentó ligeramente en comparación con 2017 (probablemente debido a los recortes de impuestos corporativos de Trump). Pero la rentabilidad en 2018 todavía estaba 5-7% por debajo del pico de 2014». (Michael Roberts, «Cómo medir la tasa de ganancia en Estados Unidos para 2018», Sin embargo, 9 de septiembre de 2019).

Por lo tanto, se está muy lejos de la recuperación que ocurriría si se alcanzara y superara el mayor pico registrado en 2014. Por cierto, el mismo autor indica una trayectoria similar para las economías capitalistas de la Unión Europea. En síntesis, es posible suponer una situación similar, o peor, en el comportamiento de la tasa de ganancia para el próximo año.

En otra latitud y contexto, particularmente en lo que respecta al problema de la hegemonía o supremacía del imperialismo norteamericano en el plano internacional, en 2019 el ejército árabe-sirio, con el apoyo de Rusia, prácticamente liquidó a las huestes terroristas que se mantienen en algunos reductos del país sólo gracias al apoyo de Estados Unidos que, a la par, echa mano de su vasallo sionista, Israel, para mantener el acoso y su presencia especialmente en las zonas petroleras sirias.

Las llamadas «sanciones», que más bien son agresiones y chantajes, que impone el imperialismo norteamericano contra naciones soberanas, resultaron infructuosas en países como Corea del Norte, Irán y Venezuela, entre otros, a pesar de estar planificadamente dirigidas contra los pueblos con el objetivo de deteriorar y mermar las bases de legitimidad política e ideológica de los gobiernos de esos países para incitar el descontento social y posibilitar, por este medio, los golpes de Estado y/o la intervención militar con el fin de favorecer los intereses norteamericanos y de sus compañías trasnacionales.

La guerra comercial y tecnológica entre China y Estados Unidos, provocada fundamentalmente por la beligerancia norteamericana y la política proteccionista de Donald Trump, ha afectado a ambas economías y acelerado, al mismo tiempo, un presunto acuerdo entre ambos contendientes que si se llega a concretar será en el 2020; aunque, como muestra la práctica, y ha ocurrido en contadas ocasiones, en el gobierno norteamericano y en sus personeros no se puede confiar. Este impone sus intereses con la amenaza y el chantaje, como lo hizo con Honduras, Guatemala, El Salvador y México al imponerles su política migratoria, xenófoba y racista, y convertirlos en los hechos en lo que se denomina «tercer país seguro». De este mismo modo Estados Unidos impuso a México el llamado Acuerdo de Libre Comercio «Estados Unidos-México-Canadá» (USMCA, por sus siglas en inglés) − que, por cierto, ya autorizó el Congreso mexicano y la Cámara de Representantes de Estados Unidos y no así Canadá− y que condicionó a la realización de una reforma laboral de corte neoliberal que ejecutó el gobierno mexicano a toda prisa y sin consultar a los trabajadores, así como a la aceptación de las políticas norteamericanas en materia de «reglas de origen» que favorecen fundamentalmente a sus grandes empresas transnacionales tanto en ese país como en los otros pertenecientes a «América del Norte».

En materia militar se incrementó la tensión particularmente entre Rusia y Estados Unidos y su brazo armado de la OTAN cuando el segundo país se retiró formalmente del Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF) en agosto del presente año, lo que de alguna manera intensificó la carrera armamentista y aumentó la tensión internacional en materia de confrontación militar y nuclear entre grandes potencias donde no se exceptúa a China.

El ajedrez político y geoestratégico involucra a América Latina y el Caribe en los torbellinos de la crisis y la reestructuración del trabajo y el capital en beneficio del segundo, así como en las luchas sociales y de clases que ocurren con fuerza en toda la región, no sólo contra el neoliberalismo, sino contra el capitalismo y el imperialismo expresados en sus clases dominantes y en las derechas retardatarias y pro-imperialistas que aceptan y promueven la dependencia y el subdesarrollo empotrados en patrones de reproducción de capital socialmente excluyentes y privatizadores, extractivistas y primario-exportadores enraizados en los intereses del capital privado nacional y extranjero.

En el contexto de una desaceleración de la región de América Latina y el Caribe, cuya tasa de crecimiento económico pasó de un promedio anual de 1% en 2018 a 0,1% en 2019 con proyección a crecer un magro 1,3% en 2020, según la CEPAL (op. cit., Cuadro VIII,1, 113), destacan los recambios y los desequilibrios en la correlación de fuerzas entre los denominados gobiernos progresistas y los abiertamente neoliberales, conservadores y de derecha que, en el marco de los ataques sistemáticos de Washington y sus aliados contra el gobierno y el pueblo de Venezuela, se expresan en el reciente triunfo electoral del Frente de Todos que lanzó la candidatura de Alberto Fernández y Cristina Fernández en Argentina (presidente y vicepresidenta respectivamente) al obtener el 48.24% de los votos, frente al 40.28% que obtuvo el candidato empresarial de la derecha, Mauricio Macri, de la Coalición Juntos por el Cambio.

Con el apoyo de Estados Unidos y de su ministerio de colonias que es la OEA se perpetró el golpe de Estado cívico-militar contra el gobierno constitucional y legítimo del presidente Evo Morales en Bolivia con saldo de muertos y heridos y la salida a México del presidente boliviano y otros miembros de su gobierno en calidad de refugiados.

Lo anterior, dígase de paso, demuestra que no hay ciclos progresistas o conservadores infalibles con temporalidades mecánicas y durabilidad predeterminada; sino que, por el contrario, dichos procesos, en un sentido u otro, dependen de las luchas de clases, de la insurgencia y movilización de las masas trabajadoras y populares, así como, en determinadas coyunturas, de las peculiares características de los procesos político-electorales.

Lo que sí es una constante en el escenario político y mediático latinoamericano en los recientes golpes de Estado que se han producido bajo diversas modalidades (ortodoxos, blandos, parlamentarios, judiciales), es la decidida permanencia e intervención del imperialismo estadounidense para fracturar y disolver todo indicio de lucha libertaria de los pueblos encaminada a conquistar el poder y transitar hacia nuevas formas de economía, de sociedad y cultura completamente adversas al capitalismo en decadencia sistémica.

Otro elemento que opera en favor de esta tesis son los procesos insurreccionales en curso en Ecuador, Chile, Colombia, Bolivia y Haití − y en menor medida en Colombia donde el gobierno paramilitar uribista del sub-presidente Iván Duque perpetra una verdadera masacre contra la población -. Si bien son gobiernos francamente conservador-neoliberales incondicionalmente alineados a la política de Washington, esos movimientos en lucha han puesto en jaque no solamente al neoliberalismo de mercado y privatizador − ejemplarmente en el «modelo-eje» consentido por el FMI y el Banco Mundial que es Chile − sino que, además, mostraron los límites históricos del propio capitalismo en tanto modo de vida, de producción y de trabajo – con mayor énfasis en el dependiente, subdesarrollado y atrasado -, cuya dinámica y funcionamiento, anclados a la lógica de los ciclos de las economías imperialistas, están completamente al servicio del capital y las clases dominantes en completo menoscabo de los intereses y las condiciones de vida de los trabajadores y el proletariado en general que constituyen la mayoría de la población no solamente en América Latina sino en todo el mundo.

Habrá que esperar los resultados electorales que se celebrarán el próximo año en República Dominicana, Guyana y Bolivia para presidente; y en Perú y Venezuela, para elegir un nuevo Congreso en el primero y la Asamblea Nacional en el segundo (hoy en manos de la ultraderecha en desacato), junto con el resultado, en Chile, del plebiscito para una nueva Constitución que se tendría que celebrar en el mes de abril de 2020. Además habrá elección para secretario general de la OEA que conduce el impresentable y pro-yanqui Luis Almagro comprometido con el golpe de Estado contra el presidente boliviano exiliado en la Argentina.

La lucha de clases en Francia contra las políticas neoliberales de Macron, particularmente contra la imposición del «sistema de pensiones por puntos» que desmonta los derechos sociales en esta materia conquistados por los trabajadores y elimina más de 40 planes pensionarios existentes en ese país; la inminente salida de la Gran Bretaña de la Unión Europea a través del Brexit en la línea de la política trumpista y el reforzamiento de las medidas proteccionistas del gobierno norteamericano en un contexto de ralentización del comercio internacional, son otros tantos fenómenos ocurrentes que redundarán en una intensificación de la competencia intercapitalista y monopólica entre las grandes potencias y compañías trasnacionales del orbe.

Frente a la contracción de la tasa de crecimiento de la economía y el mercado mundiales, concomitantemente con las caídas de las tasas de ganancia, el pronóstico es que se refuerce el capital ficticio productor de ganancias ficticias, lo que redundará en una intensificación de la superexplotación de la fuerza de trabajo prácticamente en todo el sistema capitalista, incluyendo sus procesos productivos hoy sometidos a intensos procesos de flexibilización, desregulación y precarización laboral (véase mi Estados Unidos en un mundo en crisis…op. cit. y mi Crisis capitalista y desmedida del valor: un enfoque desde los Grundrisse, Editorial ITACA-UNAM-FCPyS, México, 2010).

En suma, el panorama venidero para 2020 es problemático, crítico y contradictorio: se despliegan procesos y tendencias que van a ensanchar y profundizar la crisis capitalista y el ascenso de las luchas sociales y populares en un contexto de represión y violencia sistemática en el área y radio de acción de los gobiernos de derecha junto con una intensificación de la intervención en la región latinoamericana del imperialismo estadunidense para intentar contener el ascenso de las potencias rivales.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.