La insistente estrategia de los sucesivos gobiernos estadounidenses es la de fracturar definitivamente el territorio latinoamericano-caribeño incluyendo sus esfuerzos -hoy bastante exitosos- de terminar con los procesos de integración soberanos de la región, como Mercosur, Unasur (Argentina acaba de anunciar su salida del bloque) y la Celac.
La balcanización de Latinoamérica es un rasgo característico de la actual geopolítica en disputa. Y eso se nota cada vez más en casi todos los espacios de integración. Washington está forzando a cambiar la lógica de inserción, provocando un reordenamiento geopolítico en Latinoamérica, viraje que será determinante en unos años cuando se visualice mejor cómo la región se transforma no sólo al interior sino también en su relación con el exterior.
EE.UU. usa todas las armas de una guerra híbrida y multidimensional (llamada de quinta generación), que van desde la amenaza de intervención armada, pasando por una guerra psicológica permanente por medios masivos de comunicación trasnacionales y las llamadas redes digitales, hasta el chantaje de condicionar préstamos crediticios de los organismos multilaterales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o el Banco Interamericano de Desarrollo al seguimiento estrictos de los deseos políticos de Washington.
Tal es así, que el excanciller ecuatoriano Ricardo Patiño denunció un compromiso del presidente Lenín Moreno con el vicepresidente estadounidense Mike Pence que le condicionó a que, primero, se pongan en la fila para atacar a Venezuela; segundo, que acaben con la integración sudamericana, y tercero, que entreguen al fundador de WikiLeaks Julian Assange, «a cambio de un mísero préstamo del Fondo Monetario Internacional», mientras se teme que el próximo paso sea la reactivación de la exbase militar estadounidense en Manta.
La campaña de guerra psicológica en el caso venezolano ha estado dirigida a crear identidades políticas no solo contrapuestas, tratando que las mismas adquieran un carácter insalvable incluso desde el punto de vista político y social. La misma práctica se aplica a diversos países de la región.
Viejos planes balcanizadores
Durante el siglo pasado se habló de una teoría conspirativa, el plan Andinia, complot para desmembrar la Patagonia de la Argentina y de Chile y crear allí otro Estado judío. Incluía el acoso permanente a los mapuches en ambos lados de la frontera, dividir Brasil en varios estados, eliminando la superpotencia de la zona, por lo que Colombia, Venezuela, Ecuador, Bolivia verían la pérdida y fragmentación de sus actuales territorios en mini-estados.
Algunos analistas señalan que a EE.UU. no le interesa el petróleo de Venezuela, ya que es solo un medio para lograr su verdadero fin, la división del mundo en dos grandes bloques: una zona de orden compuesta por «naciones integradas», y otro territorio anarquizado, lleno de «naciones no integradas» donde los conflictos y el caos serán el día a día. Para ello es necesaria la destrucción de los Estados-nación.
La estrategia es la balcanización, la fragmentación sistemática de un Estado nación en estados más pequeños mutuamente hostiles, concepto que se origina en las guerras en la península balcánica y en especial con destrucción de Yugoslavia -con los respectivos genocidios- en la década de 1990, por parte de la OTAN y EEUU. La idea central es «atizar las diferencias donde existan y crearlas donde no las haya».
Obviamente, el estímulo separatista se logra con la injerencia de fuerzas extranjeras y la complicidad de las oligarquías y los poderes fácticos de estas zonas.
La historia confirma que en la década de los 1860 cuando como resultado de la expulsión del embajador británico por parte de Mariano Melgarejo, la reina Victoria decreto que «Bolivia no existe», haciendo publicar mapas de Sudamérica en la que el territorio boliviano estaba distribuido entre todos sus vecinos. Cabe recordar que Bolivia ha sido mutilada por guerras de conquista en tres oportunidades perdiendo el 50% de su territorio a Brasil, Paraguay y Chile.
Otra ocasión en que se habló de la supresión de Bolivia fue durante el primer gobierno de Hernán Siles Suazo, cuando la revista estadounidense Time propuso la «polonización» de Bolivia entre sus vecinos, con la excusa de que un país que vivía en un caos permanente, y donde se había derrumbado la economía con la reforma agraria y la nacionalización de las minas, obligaba a vivir de la caridad internacional, no debía mantenerse independiente ya que con ello sólo perjudicaba a sus propios habitantes.
Una opinión similar la sostuvo el dictador chileno Augusto Pinochet cuando afirmo que Bolivia carecía de viabilidad como nación y que la mejor solución sería que su territorio fuera distribuido entre Chile, Perú, Brasil y Argentina. O sea una «polonización», aludiendo al pacto Hitler-Stalin, que en 1940 se repartieron Polonia entre la URSS y Alemania.
Estos planes fueron repetidos en diversas coyunturas por políticos neoliberales como el genocida Gonzalo Sánchez de Lozada que afirmaba que Bolivia es un país inviable. Durante los años del neoliberalismo y a causa del saqueo que sufría el país fueron muchos politólogos que afirmaban lo mismo, una mentira que se repitió tantas veces cosa que muchos llegaron a creer que era verdad, Bolivia un país inviable.
En 2008 el plan de balcanización llevó a un enfrentamiento entre el gobierno popular indigenista de Evo Morales y los gobernantes neoliberales y oligárquicos de la llamada Media Luna (departamentos de Santa Cruz, Tarija, Beni y Pando), que enfrentó a la región andina occidental de enorme riqueza minera (Potosí, La Paz, Oruro) y la de los llanos orientales y sus élites terratenientes, empresariales y oligárquicas, zona rica en hidrocarburos y producción agroganadera. El plan secesionista fracasó.
En el caso de Colombia se pretendía crear la «Antioquia federal» así uno de los departamentos más importantes del país se perdería creándose una nación autónoma independizándose de Bogotá. Pero la balcanización ya había empezado en el siglo XIX con la separación de Colombia de Venezuela y luego en 1903 cuando Estados Unidos dividió Panamá de Colombia, para apoderase del canal interoceánico y de su importancia geoestratégica: este puerto conecta al mar Caribe con el océano Pacífico.
Por su parte, Ecuador perdería gran parte de su salida al mar y Guayaquil sería una nación soberana.
La destrucción de los Estados-nación
Igor Collazos señala que hay diversas formas de lograr la destrucción de un estado-nación: enclave, intervención, secesión, regionalismo, metástasis, anexión, especialización, conflictos.
El enclave es la ocupación y consolidación de puntos estratégicos, relativamente pequeños pero muy bien posicionados para el control, sobre todo de redes de comunicación y transporte; la intervención, la actuación armada contra Estados nación; la secesión, la separación de porciones del territorio; el regionalismo significa forjar identidades artificiales que enfatizan la diferencia sobre la unidad con miras a posicionar la idea de secesión por motivos pretendidamente culturales.
La metástasis significa el crecimiento descontrolado de enclaves al interior de un Estado nación; la anexión, el apoderamiento de una fracción del territorio de por parte de una potencia extranjera; la especialización, el fomento del desarrollo excesivo de una actividad económica particular de una región para debilitar su capacidad de negociación, lo cual queda plenamente descrito por la teoría de la dependencia y de los sistemas mundo, y los conflictos, el apoyo a guerras entre pueblos hermanos para terminar de consolidar su separación.
Empezar con Venezuela, seguir con Colombia ¿Y Brasil?
Washington trabaja en la balcanización de Venezuela. Primero se intentó crear una «zona liberada» en la frontera sur, en el estado Táchira, limítrofe con el departamento Norte de Santander en Colombia, por donde se intentó, el 23 de febrero ingresar la «ayuda humanitaria» estadounidense (que Venezuela no pidió), caballo de Troya de una eventual invasión donde los colombianos jugaron un papel fundamental.
Hoy están creando las condiciones mediáticas y objetivas para hacer del estado Zulia una especie de estado fallido, un territorio sin ley, «tierra de nadie» y de esta manera propiciar una intervención militar multinacional con «carácter humanitario», para que una vez tomado el control militar del Estado Zulia crear una especie de República Libre de Venezuela y desde allí formar un Gobierno.
Quienes dirigen desde Washington el esquema de guerra híbrida y multidimensional contra Venezuela, creen que es más factible ocupar militarmente y llevar «ayuda humanitaria» sólo al estado Zulia que hacerlo en todo el territorio del país. Zulia es una zona principalmente petrolera, pero también ganadera, que limita con Colombia, lo cual la convierte en una zona geoestratégica fundamental.
Hoy EE.UU. intenta desmembrar a los estados fronterizos de Táchira y/o Zulia de Venezuela para formar una nueva republiqueta. No se puede olvidar que Panamá era territorio de Colombia y que los Estados Unidos desmembró ese territorio en 1903 para formar una nueva República. La teoría de la balcanización sigue estando presente en la mente del imperio.
Las declaraciones de Trump supuestamente en contra del presidente colombiano Iván Duque es el aval para el retorno de Colombia a la era de la guerra civil, del conflicto interno, en momento en que el gobierno ultraconservador va en picada, con una crisis económica y social in crescendo, pérdida de credibilidad y duro fracaso en el Parlamento al pretender impugnar partes vitales de los acuerdo de paz -sobre todo en lo referente a la Justicia Transicional- con la guerrilla de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc).
Trump criticó a su homólogo colombiano por no detener el flujo de drogas desde su país, y además acusó a Colombia de ser una de las naciones latinoamericanas -junto a Guatemala, El Salvador y Honduras, que envían criminales y pandilleros a EE.UU. «Desafortunadamente el negocio de las drogas ha crecido un 50 % desde que él (Duque) está» en la presidencia.
«Los países que tienen altos niveles de consumo [de drogas] deben enfrentar ese fenómeno, mientras nosotros hacemos lo propio en Colombia enfrentando a los cárteles y a los cultivos ilícitos. Mientras nosotros hacemos esa tarea otros países también deben enfrentar el comercio de precursores químicos», ripostó tímidamente Duque.
Lejos de significar un ataque a Duque, las declaraciones de Trump, le dan herramientas para presionar a la opinión pública y a las instancias políticas e institucionales internas (en particular a la Corte Constitucional) para volver al técnicas agresivas en contra del campesinado y al desconocimiento de los acuerdos de paz, sin los cuales el Plan Colombia que financia EEUU pierde su razón de ser.
Es un intento doble: uno, para que no se abandonen los cultivos de coca, el extractivismo y el monocultivo de palma africana; otro para seguir lucrando con la guerra y, en definitiva mantener intentar la balcanización o ingobernabilidad del país. No quiere permitir Washington que Colombia deje de ser el barato proveedor de cocaína y crack de su clase alta, media y de los distintos ghettos, útil para el control social de los estadounidenses.,
Hay dos modelos en pugna en el poder fáctico colombiano, donde una oligarquía, que el expresidente Juan Manuel Santos lidera, con un proyecto de estabilidad económica y diversificación productiva, y otra que apuesta al retornos de la guerra civil, que tantos beneficios les dio durante seis décadas.
El uribismo, del cual Duque es el sucesor, persigue reavivar el conflicto social y la guerra: la superación del conflicto significa la despolarización político-social del país y, con ella, el fin del uribismo y su «hinterland» de narcotraficantes s, militares corruptos y paramilitares.
Duque quiere volver al uso del glifosato contra los cultivos de coca y retrotraer las medidas de erradicación forzosa, desconociendo las iniciativas pactadas con los movimientos campesinos e indígenas.
Santos señaló que Colombia lleva 40 años tratando, sin lograrlo, de erradicar la coca «porque nunca habíamos podido llegarles a los campesinos para ofrecerles alternativas viables. Hoy con la paz sí podemos, por eso yo espero que ese enfoque no lo vayan a modificar». Añadió que hay que darle a los campesinos cocaleros alternativas legales viables, no envenenarlos, ni meterlos a la cárcel».
También fueron muy infelices las declaraciones del presidente brasileño Jair Bolsonaro, quien al levantar nuevamente la tesis de una invasión, declaró que junto a EE.UU. trabajan para dividir y crear «fisuras» en el Ejército de Venezuela y derrocar al gobierno de Nicolás Maduro, (…) en Venezuela. No hay otro camino. Porque (…) quien decide si el país vive en una democracia o en una dictadura son las Fuerzas Armadas», destacó.
«¿Qué puede hacer Brasil? Supongamos que hay una invasión militar (de EE.UU.) allí. La decisión va a ser mía, pero voy a escuchar al Consejo de Defensa Nacional y luego al Parlamento brasileño para tomar la decisión», manifestó Bolsonaro, mientras los militares (en su propio gabinete) tratan de impedir la entrega de la base aeroespacial de Alcántara, de las empresas estatales y la Amazonia a los intereses estadounidenses.
Los planes y estrategias de balcanización están en el menú de opciones de la guerra híbrida y multidireccional de Estados Unidos. Por ello, las próximas elecciones en Uruguay, Argentina y Bolivia son fundamentales para ponerle coto a la política imperial estadounidense.
Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)