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Al hilo de las recientes elecciones italianas

¿Basta la democracia para oponerse a la violencia del capital?

Fuentes: Liberazione

Traducido por Gorka Larrabeiti

Así pues, ¿son los símbolos lo que nos da miedo? ¿Nos disgusta que la gente grite «Duce, Duce»? Dejemos de lado los símbolos y centrémonos en lo esencial: el gobierno Berlusconi de 2008, para los asalariados, será mejor que el gobierno Prodi. Estará menos subordinado a las órdenes del Banco Europeo y temblequeará menos ante los imperativos de la Patronal (Confindustria). Hay quien dice que la derecha italiana es peligrosa. Hasta donde yo llego, el primer Ministro de Asuntos Exteriores que violó el artículo 11 de la Constitución mandando aviones italianos a bombardear un país soberano con uranio empobrecido, provocando muerte y enfermedad no sólo a los bombardeados sino también a cientos de soldados italianos, se llama Massimo D’Alema, y en la geografía política oficial sería de izquierda. Así que, ¿de qué tenemos miedo? Desgravación de las horas extraordinarias.

El motivo profundo del miedo no es estúpido. No lo vemos porque nos servimos de eso que en psicoanálisis se llama «remoción». Intentamos no ver el motivo verdadero de nuestro miedo, que es la extensión progresiva de una catástrofe que está azotando la civilización terrestre. Intentamos no ver los efectos que el capitalismo liberista ha depositado en el corazón y la mente de la humanidad, en la superficie física del planeta, en la consistencia venenosa del aire. Tenemos miedo de la impotencia de la política, de la incapacidad colectiva de detener o incluso de frenar el cúmulo de la devastación psicofísica.

Intento sacar conclusiones de mi razonamiento: lo ocurrido en Italia tiene poca importancia. No pasará nada catastrófico. La catástrofe no proviene de quienes han ganado las elecciones; tiene causas más profundas y más amplio tamaño. De ello hemos de ocuparnos, no del regreso esperpéntico de las camisas negras. Por ello, de nada sirve recriminar, ni extrañar gobiernos de izquierda que nada hicieron para obstaculizar la violencia del capital. Tampoco vale mucho la pena reagrupar los restos de un pasado no muy glorioso para prepararse a las próximas citas electorales. Quienes piensan en qué pasará en las elecciones de 2013 me hacen reír. No tanto porque en 2013 podría ya no estar aquí, sino porque es probable que ya no exista el mundo. Por lo menos, el mundo tal y como lo hemos conocido en el transcurso de la época moderna.

Pensemos en la próxima generación. Crece en medio del ruido blanco de los hipermedios de comunicación, mientras las estructuras escolares de transmisión del saber se están derrumbando, no sólo por falta de recursos, sino sobre todo, porque la mente docente ya no es capaz de comunicar con la mente discente, debido a un problema de deformidad técnica, debido a una incompatibilidad de formatos. Afectivamente incapaz de formar comunidad, culturalmente carente de defensas críticas, apartada de toda memoria histórica, la nueva generación es actualmente víctima de la hiperexplotación, de la precariedad, de la violencia y el autolesionismo. En los últimos diez años el cáncer de pulmón se ha multiplicado por tres en la población de las grandes ciudades. Los polvos sutiles y las escorias tóxicas -peste invisible- difunden la enfermedad en la mayoría de la población. El hambre, que en los últimos cincuenta años retrocedía, ahora vuelve a expandirse para que los SUV puedan seguir contaminando.

Antaño decíamos que la clase obrera peleaba por sus intereses, y que del resultado de esta batalla dependía el futuro de toda la humanidad. Era verdad. La clase obrera ha perdido y con esa derrota se ha reventado el futuro de progreso de la humanidad entera. Volver a compactar el ejército disperso del trabajo es una tarea de la cual no hemos de huir, porque quizá el futuro nos depare una nueva estación de lucha obrera. Pero la verdadera amenaza es más radical: por un lado está la libertad humana, por otro, el automatismo catastrófico de la economía capitalista.

¿Es posible afrontar este problema con los instrumentos de la democracia representativa, y las mitologías de la izquierda histórica? Creo que no.

¿Hay otros instrumentos que permitan comprender y transformar? Por el momento, no me parece que los haya. La primera empresa es construirlos, no salvar algo del pasado.

Fuente: www.liberazione.it (4-5-08)

Gorka Larrabeiti es miembro de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala, la red de traductores por la diversidad lingüística. Este artículo se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor y la fuente.