«El socialismo pequeño burgués ha analizado con gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción (…) Pero en lo que atañe a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando […]
«El socialismo pequeño burgués ha analizado con gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción (…) Pero en lo que atañe a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico» -Manifiesto Comunista-
Un panorama sin precedentes se presenta ante organizaciones, cuadros políticos y militantes que en todo el mundo se ubican en el vagaroso arco de izquierdas.
A diario los medios de difusión de todo signo informan acerca del empeoramiento del sistema global, en constante aceleración desde los centros metropolitanos hacia cada rincón del planeta. Estas páginas han informado y analizado una y otra vez causas y efectos del creciente malestar mundial. Aquí cabe relegar ese dato clave para observar su contraparte: el estado del sujeto social y político que, en la teoría y en la práctica, debe responder a la más grave crisis en la historia del capitalismo.
La reunión en Caracas de más de 80 partidos y organizaciones de izquierdas de los cinco continentes es ocasión propicia para hacerlo. La declaración final, titulada «Llamamiento: los pueblos del mundo unidos por Venezuela», ofrece claves de la dinámica de ese conjunto (ver texto completo en www.americaxxi.com.ve).
Ante todo, resalta el hecho de que allí se haya podido encontrar un punto de acción común para un conjunto tan controvertido de fuerzas y posiciones, y que ese punto haya sido la reivindicación y defensa de la transición al socialismo en Venezuela. La realización de una jornada mundial el 24 de julio bajo la consigna «Día de solidaridad mundial de los pueblos con la Revolución Bolivariana de Venezuela y el comandante Hugo Chávez» fue un doble paso adelante para las izquierdas allí presentes: por primera vez un arco tan extendido asume sin cortapisas un compromiso explícito con esta revolución, incomprendida hasta no hace mucho y a menudo condenada de soslayo; el compromiso tomó cuerpo en una jornada unitaria internacional de denuncia a la escalada de agresiones imperialistas contra Chávez y su gobierno, ensayo elocuente por su extensión geográfica e ideológico-política.
Un primer saldo de aquel encuentro en Caracas y la posterior realización de la jornada solidaria queda a la vista: la revolución bolivariana y socialista en curso en Venezuela es un punto de aglutinamiento de fuerzas dispersas, en muchos casos debilitadas y en tantos otros confundidas y desmoralizadas. La posibilidad de un reagrupamiento mundial antimperialista y anticapitalista plantea por sí misma la potencial reconfiguración drástica del panorama político planetario y el cambio en las relaciones de fuerzas globales.
Incógnitas
Muchas dificultades prácticas e incógnitas teóricas reclaman respuesta para que ese cambio potencial se consume. Ante todo, la asunción plena de la realidad mundial.
Dos fuerzas poderosas avanzan hacia un cruce de caminos donde el choque será inevitable. Una, la crisis intrínseca, autogenerada, del sistema de producción. La otra, la resistencia de masas, que en América Latina adquirió envergadura mayor con el Alba y la estrategia socialista. La primera es irracional y avanza hacia el punto de descontrol. La segunda, aunque resulta de poderes subterráneos que en su lógica simple apuntan igualmente a la acción desesperada, más allá de la razón, tiene en cambio la posibilidad histórica de alcanzar la conciencia, organizarse y marchar hacia un objetivo racionalmente trazado. Tanto más cuando en su seno, como queda dicho, late el Alba, un conjunto de países latinoamericanos empeñados en alcanzar el socialismo del siglo XXI.
En el centro de este dilema para la humanidad están las izquierdas. Así, en plural, indicativo de tal diversidad que, como sucede con ciertas especies, resulta difícil definir si pertenecen al reino vegetal o al animal, si son materia orgánica o inorgánica. La duda, en este caso, es cuáles son izquierdas para la revolución socialista y cuáles para el mejoramiento, la supuesta humanización, del capitalismo.
Una contribución acaso decisiva para afianzar este primer paso dado en Caracas será distinguir entre unas y otras a fin de potenciar una izquierda anticapitalista a escala mundial, a la vez que se continúa sin desmayo en la articulación de instancias de amplia convergencia para enfrentar el belicismo imperial, sostener las libertades democráticas y los derechos
civiles en todas las latitudes, evitar a todo trance la división de pueblos y naciones en la resistencia a la embestida global de Washington y sus socios menores del Norte y el Sur. Ambos factores, delimitados sin ambigüedad y a la vez inseparables, son la condición de una respuesta efectiva al desmoronamiento del sistema vigente.
No todas las direcciones autodenominadas de izquierdas asumen la naturaleza y el carácter de la crisis en curso. El pensamiento burgués emponzoñó el corpus teórico-político forjado por la lucha de clases. Así, a las políticas anticrisis del capital se las identificó como «neoliberalismo» y éste pasó a ser el enemigo, en lugar del sistema mismo. En línea con esta interpretación, «fortalecer el Estado» y adoptar «políticas activas», pasaron a ser objetivos principales. El recetario keynesiano, respuesta del capital en el siglo XX a su crisis estructural, intrínseca e inexorable, pasó a ser una respuesta progresista, cuando no directamente revolucionaria.
Un debate semejante dieron las fuerzas de izquierdas en las dos primeras décadas del siglo XX. Hoy se repite como si nada hubiese pasado en los 100 años posteriores. España se incendia. Millones de obreros, jóvenes y ciudadanos de toda condición se lanzan a las calles, entre asombrados y asustados por la irrupción violenta y para ellos inesperada de la crisis: desempleo masivo, carestía, ajuste impiadoso a manos del gobierno ungido hace apenas meses por el voto mayoritario. La represión se abate sobre ellos. Otro tanto ha ocurrido en Grecia y se reproduce en Italia, Gran Bretaña, Portugal. El loado «Estado de bienestar», non plus ultra de la socialdemocracia, no sólo se desploma: muestra desarmadas organizativa, política y estratégicamente a las masas trabajadoras y el conjunto de la población. Son esas mismas masas las que votaron contra gobiernos socialdemócratas en Gran Bretaña, Grecia y España, al tiempo que ponían esperanzas en sucedáneos del mismo signo en Francia y hasta cierto punto en Italia.
Teoría y acción
El debate ideológico y político entre revolucionarios y socialdemócratas no puede ser relegado y mucho menos soslayado. Es un imperativo para avanzar. Pero ese debate de ideas no puede ir separado de la clase en que explícitamente se apoya. Las izquierdas están dispersas y sin brújula porque así está el proletariado mundial. Enraizarse en la moderna clase obrera exige, más que nunca antes, ideas claras, científicamente fundadas. Ya a mediados del siglo XIX Marx y Engels denunciaban en el Manifiesto Comunista a lo que llamaron «socialismo pequeño burgués»:
«Este socialismo ha analizado con gran agudeza las contradicciones del moderno régimen de producción (…) Pero en lo que atañe a sus fórmulas positivas, este socialismo no tiene más aspiración que restaurar los antiguos medios de producción y de cambio, y con ellos el régimen tradicional de propiedad y la sociedad tradicional, cuando no pretende volver a encajar por la fuerza los modernos medios de producción y de cambio dentro del marco del régimen de propiedad que hicieron y forzosamente tenían que hacer saltar. En uno y otro caso peca, a la par, de reaccionario y de utópico».
Otro tanto hacían con el «socialismo burgués o conservador»:
«Una parte de la burguesía desea mitigar las injusticias sociales, para de este modo garantizar la perduración de la sociedad burguesa. Se encuentran en este bando los economistas, los filántropos, los humanitarios, los que aspiran a mejorar la situación de las clases obreras, los organizadores de actos de beneficencia, las sociedades protectoras de animales, los promotores de campañas contra el alcoholismo, los predicadores y reformadores sociales de toda laya. Pero, además, de este socialismo burgués han salido verdaderos sistemas doctrinales. Sirva de ejemplo la Filosofía de la miseria de Proudhon».
Hoy, propuestas reformistas y múltiples variantes anarquistas remedan al socialismo burgués y pequeño burgués de entonces. Con palabras semejantes, se puede marchar en sentido inverso. La reivindicación del socialismo científico no es un acto de dogmatismo, mucho menos de sectarismo. Es la búsqueda de continuidad con la experiencia de dos siglos de lucha de clases y su decantación en el terreno de las ideas y la estrategia. Sin teoría revolucionaria, no habrá acción revolucionaria. Y sin acción revolucionaria no habrá respuesta efectiva y el agravamiento de la crisis capitalista provocará inenarrables sufrimientos a la humanidad.
¿Exageraciones? ¿Catastrofismo? Para desechar tales condenas basta observar la invasión mercenaria a Siria, las amenazas israelíes a Irán, la previa invasión a Libia, las guerras en Afganistán e Irak, los golpes en Honduras y Paraguay, el despliegue bélico estadounidense en América. Latina. O simplemente leer titulares como estos: «Estados Unidos despliega sus aviones más avanzados cerca de China»; «Naves de guerra rusas entran en el mar Mediterráneo»; «Gran Bretaña lanza misiles desde Malvinas»…
Definir una estrategia y alcanzar capacidad de acción a escala global son las claves para poner en pie de combate inmensas fuerzas actuales y potencialmente anticapitalistas, capaces de detener esta demencial carrera hacia el abismo. Eso no podrá hacerlo una concepción, una política, una estrategia socialdemócrata. En cambio, como bien lo prueba la historia de entre guerras en el siglo XX, el trazado de una línea clara y rotunda con certeza aglutinará cientos de millones de voluntades, incluyendo la de inmensos contingentes de hombres y mujeres hoy atrapados en la telaraña de la internacional socialdemócrata y sus socios socialcristanos. La constante búsqueda de unidad de acción no se contradice con la imprescindible necesidad de nociones claras y definiciones netas.
Eso requerirá la multiplicación de reuniones e instancias que viabilicen el debate profundo y la acción resuelta, en lugar de limitarse a consensuar una declaración. Los partidos de los países que componen el Alba y las fuerzas que en todo el mundo acompañan sus pasos pueden ser el motor de este movimiento de alcance mundial.
Se trata de poner en marcha organizada una decisiva batalla de ideas. Prólogo de la respuesta victoriosa al capitalismo en su decadencia final.
Fuente: http://www.americaxxi.com.ve/notas/ver/batalla-de-ideas