Más humillante que los concursos de «belleza» y sus «premios», más que su publicidad, más que la exhibición ganadera de sus «pasarelas» y más que todas las vulgaridades y ofensas que se dicen (o se piensan)… lo que ofende a la humanidad es el foco nazi-fascista que se desliza bajo la apariencia inocente de los […]
Más humillante que los concursos de «belleza» y sus «premios», más que su publicidad, más que la exhibición ganadera de sus «pasarelas» y más que todas las vulgaridades y ofensas que se dicen (o se piensan)… lo que ofende a la humanidad es el foco nazi-fascista que se desliza bajo la apariencia inocente de los Concursos de «Belleza» femenina. Se sepa o no.
La «belleza» burguesa es una forma de esclavitud que, con sus destellos y farándulas, destila crueldad y mal trato físico y psicológico. La cifra de muertes ocasionadas por la carrera loca de la «belleza burguesa» se paga a precios intolerables y la irracionalidad es altar de crímenes en los que, muy frecuentemente, los padres de las, o los, concursantes son los primeros verdugos. Es la ideología de la clase dominante disfrazada de hermosura para desplegar sus horrores. La idea de «belleza», que ha mercantilizado la burguesía, es un «valor» de clase, superpuesto a todos los valores, perversamente confundido con la idea de «bondad». Dicen que lo «bello» es «bueno» y que eso cuesta… que no importa el precio si se desea, como escenario de vida, sólo cosas «bellas» y «buenas». Galimatías aberrante que sale por la tele a todas horas, sin clemencia.
La idea de «belleza» burguesa, resucitada en el Renacimiento, idolatra la fuerza de lo físico, como lo hicieran griegos y romanos, para infiltrar un sentido de los placeres basado en el individualismo, en la suerte o la bendición divina, que privilegia a unos cuantos poseedores de cánones estéticos dominantes. El capitalismo muy pronto entendió la necesidad de una estética comercial capaz de comprar y vender su propia «belleza».
Tal «belleza» se vuelve asunto moral hecho carne y cuerpos bellos, esclavos del utilitarismo servil al fachadismo. Tal «belleza» que es, también, idea política, se convierte bajo el capitalismo en mercancía precipitada en la vorágine de la farándula entre destellos de crueldad y exclusión seriales. Pero la «belleza» burguesa es, en su fondo, una extensión de la guerra que tiene armas, uniformes y símbolos diseñados para encerrase en sí y en la injusticia. La «belleza» burguesa, y su moral de resignación, enseñan que la vida nunca es justa ni igualitaria. Por eso la publicidad se empeña en mostrarla como un bien preciado otorgado por algún capricho celestial.
Esa ideología burguesa es ofensiva alienante que necesita rostros hermosos, cuerpos torneados y belleza fascista que los conceptualice y objetive en la estética del menor esfuerzo, del hacer nada, del sacrificio fatuo, de eso que baja del cielo reducido a caminar en pasarelas exhibicionistas donde se insulta a todo el que no es miembro del club de esa «hermosura» condenada a exhibir su corona y cetro, entre símbolos de poder mercantil. Para la burguesía la «belleza» es una fatalidad distintiva que hace inviable la belleza de «los otros». Es «belleza» que impone rigidez e histeriza a la naturaleza licuándola con individualismo sobre una épica que pone todos sus vicios mercantilistas como ejemplos «buenos», «sanos»… «puros». Y en su opuesto, lo que la burguesía deja «afuera», lo diferente, lo que tenga otras cualidades, pasa a ser exterminable porque en su concepción del mundo «lo otro» es siempre «feo». He ahí la ideología mass media.
Quienes financian esos concursos de «belleza», y toda su parafernalia, pasan por encima de todo, especialmente por encima de la dignidad de esas muchachas -y a veces muchachos- que se prestan, por mil razones contradictorias, al negocio del exhibicionismo en «pasarelas». Un poco de claridad sobre el estado real que guarda la educación sexual y la salud mental social, bajo el capitalismo, es suficiente para intuir, sin error, la cantidad de vulgaridades y bajezas a que se exponen las «bellezas» comercializadas. Comenzando por quienes organizan toda su farándula. Y esperan que lo aplaudamos, que lo celebremos y que lo aceptemos como algo que nos merecemos y, por eso, lo financiemos con nuestros salarios. Negocio redondo.
No cometeremos el error (ni permitiremos que se cometa) de culpar a las víctimas. Es que el problema no es la «belleza» como una categoría social que expresa cierto grado de desarrollo del sentido del gusto, de la armonía y del papel de la estética en el conjunto de las relaciones humanas. El debate es contra la esclerosis mercantilista que se empeña en fabricar estereotipos y palabrería banal para excluir de su mundo «hermoso» a todos aquellos que no entran el las tallas, modas y el merchandising estándar de la «belleza» de mercado. El debate es contra la doble moral de los señores, señoritos y señorones que juegan con las necesidades, económicas y psicológicas, de algunos jóvenes, para imponer a todos, una forma esclavista de los negocios como si eso fuese «lindo». El debate es contra la ideología de la clase dominante convertida en desparpajo pornográfico y fascista que desfila impunemente en las pantallas de la oligarquía para fijar en nuestras vidas la tesis de que lo valioso es ser joven, ser aceptado por los parámetros autoritarios, ser esclavo, a cualquier precio, de las «formas» y de los valores burgueses. Y competir… por eso y para eso.
Los espectáculos de la «belleza» burguesa terminan siendo un horror conceptual y fáctico labrado por ciertos comerciantes que suelen ser horribles, no por su apariencia, sino por sus antecedentes, sus negociados, su ética de explotadores y su ninguna honestidad. La burguesía, pues. Son lo más horrendo que le ha ocurrido a los pueblos y a la clase trabajadora. Son, por su apariencia y sus trasfondos, un comercio aberrante e indigno que se hace cada día más injustificable a la luz de la más elemental carta de derechos humanos y de las luchas mundiales que crecen a favor de la dignidad de género, de la honestidad en las relaciones humanas y el respeto por la integridad emocional de los pueblos. Insistamos, como insistían los surrealistas, en que «La ética sea la estética del futuro».
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