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Benedicto XVI

Fuentes: Rebelión

Algunas personas, algunos políticos, creen que el líder de la Iglesia católica tiene influencia sobre mucha gente y se preguntan cual será el mensaje del nuevo Papa. La pregunta sociológica sería, más bien, cuantos católicos le harán caso. De los varios usos históricos que ha tenido la religión, el principal en nuestra historia ha sido […]

Algunas personas, algunos políticos, creen que el líder de la Iglesia católica tiene influencia sobre mucha gente y se preguntan cual será el mensaje del nuevo Papa. La pregunta sociológica sería, más bien, cuantos católicos le harán caso. De los varios usos históricos que ha tenido la religión, el principal en nuestra historia ha sido la actuación pública de la Iglesia, el que sus líderes participen en el gobierno del país, antes ostentosamente, después mediante la confesionalidad del Estado y, hoy, por intermedio de los partidos conservadores. El Papa anterior intentó regresar a la confesionalidad del Estado, queriendo imponer, por ejemplo en España, sus ideas respecto a la moral sexual a la que tradicionalmente el Vaticano da más importancia que a la justicia, los derechos humanos.etc. Con independencia de que el apoyo de la Iglesia pueda ayudar al correspondiente partido conservador a ganar votos, aunque también pueda coadyuvar a que los pierda, todas las encuestas confirman que precisamente en la moral sexual los católicos, o mejor dicho los bautizados en la fe católica, le hacen cada vez menos caso a la Iglesia. La mayoría de las católicas usan medios anticonceptivos, en caso extremo interrumpen sus embarazos, por supuesto se divorcian sin esperar a las anulaciones eclesiásticas y están a favor de que los homosexuales se casen. Si les preguntan, también prefieren que los curas puedan casarse. Incluso piensan que la Iglesia marcharía mejor si las mujeres pudieran ser sacerdotes. Muchos conservadores votan a su partido no porque la Iglesia lo recomiende explícita o implícitamente sino porque defiende sus intereses como es el caso en la mayoría de las decisiones electorales. En este tema el nuevo Papa no parece vaya a ser tan estridente como el anterior siquiera sea porque procede de una tradición principalmente teológica y no política.

El otro uso histórico de la religión es el ascético místico. Casi todas las religiones tienen un capítulo de repudio del mundo, de afirmación del trascendente absoluto en diversas formas de aislamiento, en lo que el cristianismo se ve hoy en competencia con algunas religiones orientales e incluso con prácticas más o menos anarquistas de repudio del modelo urbano consumista. Hoy hay en España más comunas campestres que conventos y lo que crece en la Iglesia católica son las militancias fundamentalistas y no las ordenes contemplativas.

Y finalmente está la relación entre religión y buen comportamiento. Ayuda la fe a portarse bien? El número de los que dedican su vida al servicio de los demás por razones religiosas ha ido disminuyendo. Las ONGs actuales son más bien laicas. Y en cuanto a los ciudadanos corrientes, los expertos en la historia de la confesión sacramental, tema un tanto inasequible sociológicamente, sostienen que el temor al infierno ya no mueve a la gente a portarse bien. En realidad la gente se confiesa más bien poco. Por contra, el fanatismo religioso, solo o unido al fanatismo patriótico, ha sido causa histórica de muchas tragedias, odios, venganzas, guerras y sigue aun vigente en diferentes versiones. La gente se porta bien o mal por varias razones, la principal de las cuales es el temor a que te detengan o castiguen. Todos conocemos gentes de misa y catolicismo confesado que son malos empresarios, esposos, compañeros. Podría decirse, incluso, que para portarse mal hay que tener un cierto desahogo económico, medios para hacer daño, aunque también el salir del estado de pobreza favorece el no caer en el «hurto famélico». Por contra hay muchos que se portan bien por convicción, solidaridad o costumbre aprendida en casa, sin ser creyentes.

Benedicto XVI tiene mucha faena en su nuevo oficio,. Ha heredado una Iglesia dividida en torno al mensaje, una hacienda maltrecha y una patente escasez de funcionarios jóvenes. Su inclinación parece que le llevará a atender prioritariamente a los asuntos internos, de doctrina y disciplina por lo que se puede esperar que a los obispos y clérigos más politizados les baje poco a poco la fiebre y se resignen a que los órganos de la democracia ejerzan sus funciones sin más condicionantes que los naturales conflictos de interés. Eso donde se les hace cierto caso porque en la mayoría de los países occidentales no tienen apenas influencia. Las discusiones en torno al texto de la Constitución europea no favorecen ni siquiera la cita al recuerdo religioso del pasado. Las clientelas al modo «jihadista» pertenecen a otras culturas y aunque aquí puedan salir a la calle unos miles de fieles a favor de la neoconfesionalidad del Estado, sería difícil convencerles de que dieran su vida por ello.