Hace poco más de un mes, el 16 de agosto, fueron acribillados a balazos 34 mineros sudafricanos y aún siguen sucediéndose las protestas, huelgas y más muertes de trabajadores de compañías mineras sudafricanas, principalmente del platino, como la tristemente célebre mina Marikana de «Lonmin», donde se inició la represión, la «Anglo American Platinum» o la […]
Hace poco más de un mes, el 16 de agosto, fueron acribillados a balazos 34 mineros sudafricanos y aún siguen sucediéndose las protestas, huelgas y más muertes de trabajadores de compañías mineras sudafricanas, principalmente del platino, como la tristemente célebre mina Marikana de «Lonmin», donde se inició la represión, la «Anglo American Platinum» o la «Gold Fields» (1, 2). Quizá por estos nuevos episodios de represión y de lucha, he recordado la figura de Benjamín Moloise, tapicero y carpintero de Alexandra, un gueto negro al norte de las lujosas zonas blancas de Johannesburgo, ahorcado en una prisión de Pretoria el 18 de octubre de 1985 cuando tenía 30 años.
Hace ahora casi tres décadas que la comunidad internacional multiplicaba sus peticiones de clemencia para salvar de la horca a ese joven luchador del Congreso Nacional Africano (CNA) que se hizo poeta en la cárcel. Pero no sirvieron de nada. El gobierno genocida y racista de Pieter Botha rechazó la petición de un nuevo juicio y acabó cumpliendo la cruel sentencia.
Pocos días después de conocerse el veredicto, la madre de Moloise, Mamika Pauline, le visitó en la cárcel de Pretoria y manifestó a la prensa: «Estoy orgullosa de mi hijo, que va a morir como un guerrero valiente», declarando que el mensaje último de su hijo para el pueblo negro era muy sencillo: «La libertad está al alcance de la mano y tenemos que caminar adelante hacia ella, ¡Adelante!».
Efectivamente, solo un guerrero valeroso y con la conciencia necesaria podía haber escrito pocos días antes de su asesinato unos versos como estos:
«Estoy orgulloso de ser lo que soy,
estoy orgulloso de haber hecho lo que hice.
A la tormenta de la represión
le seguirá el torrente de mi sangre.
Estoy orgulloso de dar mi vida,
mi única y solitaria vida…».
Y el asesinato cruel de esa figura que hizo reverdecer la lucha contra el apartheid, por la libertad de los cientos de presos políticos y de Nelson Mandela, en particular, no fue en vano. El pueblo de Sudáfrica conquistó cotas de libertad y justicia social antes insospechadas con el primer gobierno negro de 1994. Pero visto con la necesaria perspectiva, el resultado fue insuficiente ya que no se cambiaron las bases económicas de la sociedad. El poder siguió estando básicamente en las mismas manos y siguieron amasando grandes fortunas explotando a los trabajadores negros. Ese es el motivo por el que la situación social de pobreza y marginación no haya cambiado y Sudáfrica tenga los mayores índices de «desigualdad social», la tasa de paro llegue ya al 30% y la esperanza de vida al nacer se haya reducido a los 52 años.
Pero la ilusión renace, la historia no puede repetirse y decenas de miles de trabajadores se mantienen firmes a pesar de todos los esfuerzos por romper su unidad y su moral por parte de la burocracia sindical que ha firmado un pacto vergonzante con el gobierno proimperialista de Jacob Zuma. El pueblo trabajador negro vuelve a entonar «La lucha continúa», la canción dedicada al dirigente negro Oliver Tambo y que Moloise recomendó a su madre que cantara mientras iba conducido al patíbulo y que él mismo pensaba cantar hasta que la soga apretara su cuello y le arrebataran la vida.
Notas:
(1) «Ola de huelgas mineras en Sudáfrica», http://www.lahaine.org/index.php?p=64035
(2) «Los mineros sudafricanos en huelga llevan la protesta a la primera productora de platino del mundo» en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=155980&titular=los-mineros-sud%E1fricanos-en-huelga-llevan-la-protesta-a-la-primera-productora-de-platino-del-)
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.