Historicidad resistente[1] Las historias de nuestro pueblo, sus actos de resistencia para ser diferentes no empiezan con nosotros, por eso no deben terminar con nosotros. Nuestras vidas actuales son herencia de la vida de los hombres y mujeres que nos antecedieron pero también reflejos de sus actos de resistencia, por eso, nuestro deber es conocerlas […]
Historicidad resistente[1]
Las historias de nuestro pueblo, sus actos de resistencia para ser diferentes
no empiezan con nosotros, por eso no deben terminar con nosotros.
Nuestras vidas actuales son herencia de la vida de los hombres y mujeres
que nos antecedieron pero también reflejos de sus actos de resistencia,
por eso, nuestro deber es conocerlas y trasmitirlas a las nuevas generaciones
para que no mueran para que no se olviden (Abuelo Zenón)[2].
Ibẹru ti lerongba nipa wa[3]
Las abuelas y abuelos llegados de la Otra Orilla solían advertir, con frases parecidas, a quienes padecían la cobardía de vivir su existencia con pensamiento ajeno. Franzt Fanon encontró la teoría y Aníbal Quijano la denominación: colonialidad. La jam session que se armó poco después la buscó por el lado del cimarronismo afroamericano o por el radicalismo de Malcolm X, ‘gente del campo’, pero ellas y ellos se denominaron el ‘Grupo Decolonial’[4]. Por ahí andan sus textos como rivieles mitológicos, con la linterna cognitiva en la punta del bongo. Del miedo a pensar lo nuestro, aquello que está a la vuelta de la esquina, a la audacia intelectual de ponerle fibra liberacionista a conocimientos y saberes de barrio y monte adentro.
Ahí está la trampa, parece perpetua, del Bicentenario de la Independencia de Esmeraldas: considerar la Historia desde el ayuno de epopeyas comunitarias. O al revés desde la bulimia literaria de pocos nombres y mucha grandilocuencia. Esa historia pequeñita sustituye, de pésima manera, el proceso de las comunidades liberadoras negras e indígenas, desde la tercera década del siglo XVIII hasta el día cifrado (5 de agosto de 1820).
La Región de las Esmeraldas no era un territorio aislado de la Real Audiencia de Quito, jamás lo fue, ni siquiera ahora más allá de la cobardía política muy abundante en el lamento por ciertas pérdidas recuperables. Esmeraldas llamaron al territorio que se decía las tenía en minas fabulosas y tenía oro para adornar hasta los pensamientos. El nombre fue clave de la angurria colonialista y en contraparte la resistencia para no cambiar de existencia. Libre. Si el color verde es una de las propiedades del mineral, la otra es su translucidez, cualidades en préstamo a la geografía física y humana de estas costas pacíficas. En una de esas fiebres de codicia, los colonialistas españoles inventaron leyendas que de tanto repetirlas se las creyeron: no era el dorado, era el verde. O también la suma de los dos en un territorio que debió ser de abastecimiento y reposo como escala feliz hacia el Potosí del Alto Perú (hoy Bolivia) y a la Ciudad de los Reyes (Lima), ellos cambiaron las prioridades por el tiempo impaciente de conquistas fallidas, de expediciones de exterminio y castigo, de sorprendentes alianzas de unos cimarrones que les habían descubierto el arte de guerrear con éxito y conseguir aliados confiables sin importar las dificultades de los idiomas y las vecindades inesperadas. Ahora con más lecturas y “el radical vuelco decolonial del razonamiento”[5] entendemos y valoramos esas resistencias, con todos los medios necesarios y prioritarios, para preservar existencias libres. Otra vez: la Historia de la Gran Comarca de las Esmeraldas no fue (y no es) una suma caótica de accidentes políticos, más bien es la perseverancia filosófica de las comunidades negras e indígenas.
Una suma de opresiones no es igual a la libertad. Es mucho más complejo porque el ánima conserva “lo suyo hasta el arribo” o hasta volcar su humanidad de sometimiento al cimarronismo. Africanos e indígenas tenían diferentes palabras para nombrar la libertad, pero pensamiento y sentimiento eran parecidos si no diferenciados por el tamaño de los agravios de la esclavización. Los pueblos indígenas debieron saber de despojos, sometimientos y muertes. Y los africanos del desarraigo infinito. Mientras los esclavizadores europeos cumplían el triángulo perverso, la hipotenusa era arbitraria, de la acumulación capitalista. Por un lado: el traslado forzoso de personas esclavizadas. Por el segundo: la producción y envío de mercancías a Europa. Y por el tercero: envío a África de armas, alcohol y chucherías. Por la Región de las Esmeraldas, aún no las hallaban ni para muestra, pero ya se extraía oro aluvial. Los llegados llegaron para quedarse en libertad. O como versifica Antonio Preciado: “Soy otro en mí, reciente, de pronto estoy gozosamente lleno de este significado que no me conocía: de nuevo una palabra acaba de crearme”[6]. La gente africana y con la palabra más fácil y pronta se ‘crearon de nuevo’. En las siguientes décadas y siglos la soltura colectiva de la palabra crearía espacios comunitarios, para un día de esos “ser antes que los Estados de Colombia y Ecuador fueran”, parafraseando al Abuelo Zenón.
Ile Ti oorun Iladide[7]
Si la epistemología supone “un sistema de expertos, locutores autorizados, saberes consolidados como válidos, (…) más allá que haya epistemologías que dominan a otras”[8]. De acuerdo, todavía la narrativa del proceso de liberación e independencia de Esmeraldas proviene de una episteme social y racialmente preponderante. Me atrae aquello que Walter Mignolo llama ‘giro gnoseológico decolonial’ en respuesta a las epistemologías coloniales o dominantes con las cuales se ha explicado la historia de las comunidades afropacíficas de Colombia y Ecuador.
Ha sido un alabao cantado desde sociedad mayor con sarcasmos tristones, con próceres nimbados por exageraciones librescas y porque las familias terratenientes esmeraldeñas se apresuraron al altar de una patria exclusiva. La raza (construcción de humanidades desde el ser y el no-ser) y la clase social son los componentes de la narrativa histórica de la costa pacífica colombo-ecuatoriana. Sobre todo la primera predomina en la métrica histórica de los aportes libertarios.
Las comunidades negras e indígenas luchando primero por la liberación de sus humanidades y también por el territorio para habitarlo con sus existencias físicas, mientras los criollos (descendientes de europeos) por la autonomía, por la independencia o para crear espacios autonómicos o repúblicas a su real saber y disfrute. Esto no fue Haití de 1804, esto fue la sustitución del colonialismo con algo imperecedero: el colonialismo interno. La casa donde nace el sol. El sol del bicentenario alumbrador de heroísmos y triunfos; pero también de la apropiación de las libertades: del ser, del saber y del poder. El mismo bicentenario con dos narrativas históricas, ambas verdaderas, pero distintas en el mismo acto sentipensante.
¿Arrullo-blues vespertino? ¿O blues a secas? Por ejemplo, It’s the bluest blues and it cuts me like a knife. It’s the bluest blues since you walked out of my life[9]. El sol nacido Casa Adentro sostuvo sus lumbres con las narrativas de abuelas y abuelos y quienes fueron convocados a “echarles tierra”[10], por eso nuestra narrativa del Bicentenario de la Independencia de Esmeraldas, aquella de las comunidades negras es diferente a la narrada desde la sociedad dominante esmeraldeña. La nuestra considera que fue un proceso popular, colectivo, comunitario e intercultural, mientras la nomenclatura reseñada, con abundancia de adjetivos, en los textos de historia, al uso y abuso pedagógico, ganó y disfrutó de los privilegios por estar en lo alto de la escala de valoración humana de la colonia y sin cambios pasó a la república. Esa equivocación deliberada y sostenida de narraciones se mantendrá si se deja por fuera la Historia de Esmeraldas. Todavía se la confunde con espectaculares relatos para álbum familiar. La Región de las Esmeraldas, en la imprecisión de sus límites regionales, fue el escenario territorial de luchas contrapuestas y complementarias: los esclavizados, en plan de cimarronismo radical, por su libertad; los libertos por alcanzar una ciudadanía atisbada en Haití; los indígenas por devolverse de los impuestos hasta por respirar; los criollos, unos republicanos afrancesados y otros con la misma alma del colonialismo español, consideraban el todo.
Awọn opo, awọn obinrin ati awọn ọkunrin, lati gbogbo awọn orilẹ-ede, ṣopọ![11]
La esclavización de personas africanas jamás fue una decisión de mala conciencia ni siquiera un accidente histórico, estaba en el horizonte de la acumulación de riqueza y poder de las naciones europeas. “(…) la raza es un principio organizador de la lógica de acumulación de capital, de la economía política y de la división del trabajo internacional del sistema capitalista mundial desde el siglo XVI…”[12] Así se perfeccionó el triángulo de la deshumanización: África, América y Europa. Esa lógica de opresión deshumanizante también se aplicó en la Región de las Esmeraldas: mano de obra esclavizada (o casi)-producción mineral-transferencia de riqueza. La economía (transferencia de riqueza) es el motor de la independencia desde el pensamiento criollo europeizado. Después de saber muy bien aquello, quedan los discursos con todas las ornamentaciones, sin ahorro de adjetivos y exageraciones. Desde las comunidades, en cambio, la historicidad de la resistencia cimarrona, esto es, la modificación de la subjetividad colonial a subjetividad emancipatoria-liberacionista. De esclavizado a liberto, de liberto a ciudadano, de desposeído absoluto a propietario comunitario (e individual). La disputa del poder económico en los territorios de las Esmeraldas estuvo implícito en el instante que los mineros de Playa de Oro, Wimbí o Cachaví empezaron a explotar por su cuenta vetas abandonadas por improductivas.
Este Bicentenario de la independencia de Esmeraldas, en la amplitud territorial de aquellos años, no tiene porqué reducírselo a una gritería de protesta en un solo punto geográfico, fue más amplio e internacionalista; radical y diverso; comunitario y liberacionista. No fue en un día, se construyó en décadas, se fortaleció con otros triunfos, por ejemplo, con la Revolución Haitiana de 1804, con los avances bolivarianos. Las insurgencias cimarronas en las vías de ida y vuelta a Ibarra, los alzamientos y escapes de esclavizados de las haciendas de Imbabura y sus refugios en los territorios de La Tola, el exilio de los quiteños, mujeres y hombres, del levantamiento del 10 de agosto de 1809.
Las rebeliones emancipatorias de La Tola, La Boca, Atacames, Rioverde, Iscuandé y Tumaco, tenían más que cuatro nomenclaturas perpetuadas por la historia boba y diminuta, en realidad, eran rebeliones para reinventar ánimas y ánimos comunitarios. No obstante, “el hecho de que comunidades enteras permanezcan en una zona compleja y subalterna con respecto a estatalidad y a los relatos nacionales hegemónicos hace evidente que la colonialidad como tal, su matriz, continúa operando”[13]. Aun así el principio comunitario, afectado y dañado en estos días, prevalece 200 años después.
Bibliografía consultada
1. De esclavizados a comuneros, Rocío Rueda Novoa, Universidad Andina Simón Bolívar y Corporación Editora Nacional, Quito, 2019.
2. Extractivismo, (neo) colonialismo y crimen organizado, en el norte de Esmeraldas, Michel Lapierre y Aguasantas Macías, Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Ediciones Abya Yala e Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, Quito, 2018.
3. Le han florecido nuevas estrellas al Cielo, Santiago Arboleda, Editorial POEMIA, Colombia-Cali, 2016.
4. Indios, negros y otros indeseables. Capitalismo, racismo y exclusión en América Latina y El Caribe, Paco Gómez Nadal, Ediciones Abya Yala, Quito, 2017.
5. Los condenados de la tierra, Frantz Fanon, Kolectivo Editorial “Último Recurso”, Rosario-Santa Fe, Argentina, 2007
[1] Historicidad resistente (…) “la respuesta al colonialismo revierte el carácter de lo universal frente a lo particular al alterar la jerarquía del conocimiento y su organización, y al alterar y desorganizar la política que explica la subjetividad colonial desde la perspectiva del discurso colonial”, Alejandro de Oto, Notas descoloniales sobre la escritura de Frantz Fanon, Solar, Nº 7, Lima 2011; pp-50-80.
[2] Pensar sembrando/sembrar pensando, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Universidad Andina Simón Bolívar y Ediciones Abya Yala, Quito, 2017, p. 21.
[3] El miedo a pensar lo nuestro, en yoruba.
[4] Sobre el Grupo Decolonial es un colectivo de pensamiento crítico integrado por Aníbal Quijano (+), Edgardo Lander, Ramón Grosfoguel, Agustín Lao-Montes, Walter Mignolo, Zulma Palermo, Catherine Walsh, Arturo Escobar, Fernando Coronil, Javier Sanjinés, Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, María Lugones y Nelson Maldonado-Torres.
[5] Educación y colonialidad: aprender a desaprender para poder re-aprender-un diálogo con Walter Mignolo, entrevista realizada por Facundo Giuliano y Daniel Berisso, Revistas del IICE /35 (2014). P. 67.
[6] Redescubrimiento, poema de Antonio Preciado, del libro De boca en boca, Ecuador: Quito, Ediciones Archipiélago, 2005, p.29.
[7] La casa del sol naciente, en yoruba.
[8] Óp. Cit., p. 67.
[9] Es el blues más melancólico y me corta como un cuchillo. Es el blues más nostálgico desde que saliste de mi vida (traducción JME).
[10] Cuando una persona asume el compromiso de dar tierra a un anciano o anciana, tiene la oportunidad de heredar los saberes y secretos que esa persona guarda en su memoria y hacerlos propios para el beneficio de la comunidad, o puede dejar que la persona muera con sus saberes y secretos y llevárselos a la tierra como bienes que no tienen dueño (Abuelo Zenón), Pensar sembrando/sembrar pensando, Juan García Salazar y Catherine Walsh, Ecuador, Quito. Universidad Andina Simón Bolívar-Ediciones Abya Yala, 2017, p. 18.
[11] ¡Cimarrones, mujeres y hombres, de todos los países, uníos! En yoruba.
[12] “Hay que tomarse en serio el pensamiento crítico de los colonizados en toda su complejidad”, entrevista realizada por Luis Martínez Andrade, publicada en METAPOLÍTICA, núm. 83, octubre-diciembre de 2013, p. 43.
[13] Notas descoloniales sobre la escritura de Frantz Fanon, Alejandro de Oto, Solar, Nº 7, año 7, Lima 2011, p. 77.